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Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Ciencia Ficción

Las seis piedras sagradas (13 page)

BOOK: Las seis piedras sagradas
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Luego, en un lento y casi glorioso movimiento, el gran puente comenzó a oscilar y a ondularse, y desde la mitad hacia afuera comenzó a caer a trozos en la garganta.

El espectáculo era increíble.

El puente, que se hundía lentamente curvándose en el centro mientras el tren acorazado —todavía en la estructura— volaba hacia el extremo oriental perseguido por la estructura del puente, se desintegraba.

Pero el convoy fue una fracción de segundo más rápido.

Salió del final del puente y desapareció en el túnel que lo esperaba justo antes de que los raíles detrás del último elemento del convoy, la segunda locomotora que miraba hacia atrás, cayeran en la garganta y desaparecieran para siempre.

En el interior del tren, Jack llegó al tercer vagón, el de los prisioneros, en el mismo momento en que las luces se apagaron bruscamente.

Los guardias a cargo no iban a rendirse sin pelear y ahora, dentro del túnel, el interior del tren cárcel estaba envuelto en la casi total oscuridad.

Jack se colocó las gafas de visión nocturna que llevaba en el casco y entró en el vagón de los prisioneros. En su mundo de un color verde fosforescente vio…

… a dos fornidos guardias chinos que sujetaban al Mago y a Tank delante de sus cuerpos con las armas apuntadas a las cabezas de los profesores con los ojos vendados. Ninguno de los guardias llevaba gafas de visión nocturna y miraban frenéticos en la oscuridad; no necesitaban las gafas para matar a sus prisioneros.

Cuando oyeron que se abría la pesada puerta, uno de ellos gritó:

—Suelta las armas o les volaremos las…

¡Bang, bang!

Dos disparos.

Los dos guardias cayeron. Tenían agujeros gemelos en sus rostros.

Jack ni siquiera interrumpió su paso.

Los otros dos guardias en el vagón no eran tan temerarios y Jack los llevó de inmediato a una celda vacía antes de cerrar la puerta trasera del vagón con una hacha encajada en los tiradores; no quería más enemigos que lo interrumpieran.

Luego se acercó al Mago, le retiró la venda de los ojos y miró horrorizado a su amigo torturado.

—Mago, soy yo. Dios santo, ¿qué te han hecho?…

El rostro del viejo era un amasijo de cortes y piel arrancada. Los brazos y el pecho mostraban las claras marcas de las pinzas de las descargas eléctricas. La larga barba blanca estaba pegoteada con sangre seca.

—¡Jack! —jadeó—. ¡Oh, Jack! Lo siento mucho, siento mucho haberte metido en esto. ¡Creí que moriría aquí! ¡Nunca creí que vendrías a por mí!

—Tú habrías hecho lo mismo por mí —dijo Jack mientras miraba las gruesas anillas que sujetaban los grilletes del Mago y de Tank al suelo—. No cantemos victoria. Todavía no hemos salido de ésta.

Jack sacó un soplete de su cinturón de herramientas, lo encendió y puso manos a la obra.

El tren atravesó el túnel.

Mientras lo hacía, el helicóptero restante voló con la intención de situarse en la salida del túnel al otro lado de la montaña.

Fue más rápido que el tren y se colocó en una posición letal delante mismo de la boca del túnel, los cañones preparados y apuntados hacia la locomotora.

Pero antes de que el tren emergiera del túnel, del interior de éste salió otra cosa.

Un misil Predator.

Emergió de la boca del túnel con una recta estela de humo saliendo por su parte trasera antes de incrustarse en el helicóptero y convertirlo en un millón de trozos que cayeron del cielo.

Luego el tren salió del túnel y viró a la izquierda siguiendo el trazado del ferrocarril de montaña.

Pero aún quedaba el más terrible de los perseguidores.

El helicóptero Hind.

Persiguió a Elástico en cada curva, siempre paralelo al tren fugitivo, descargando sus ametralladoras contra la locomotora. Hasta que, de pronto, cesaron los disparos. Elástico frunció el entrecejo, desconcertado. «¿Qué demonios…?» Golpes en el techo…

Antes de saber lo que estaba ocurriendo, una figura oscura saltó a través de uno de los parabrisas destrozados y entró en el compartimento de los maquinistas. Dos botas golpearon contra su pecho y lo arrojaron al suelo.

«¡Maldita sea! ¡Soy un estúpido! —pensó mientras caía—. Son los guardias de los vagones traseros del tren. Deben de haberse arrastrado por el techo…»

El primer guardia que había entrado en la cabina desenfundó la pistola, pero Elástico le propinó una tremenda patada directamente en la rodilla y se la partió. El guardia dejó escapar un alarido de dolor y le dio a Elástico el segundo que necesitaba para desenfundar su propia pistola y disparar una, dos, tres veces en el pecho del hombre… Más pisadas en el techo.

Elástico se levantó, a tiempo para ver otros tres pares de botas que saltaban sobre el morro de la locomotora y le impedían ver los raíles por delante: un largo y recto tramo de vía que acababa en una curva cerrada a la izquierda. Más allá de la curva había una aguda pendiente cubierta de nieve.

—¡Cazador! —gritó en el micro—, ¿cómo van las cosas ahí atrás?

—He encontrado al Mago y a Tank. Sólo tengo que cortar sus cadenas.

—¡Tengo aquí una abrumadora compañía dispuesta a asaltar mi posición! ¡Han venido por el techo desde los últimos vagones! ¡Tenemos que lanzarnos ahora!

—Hazlo. —La voz de West era calma—. Luego ven aquí.

—Muy bien.

Elástico sabía lo que debía hacer.

Trabó la palanca del acelerador adelantado hasta el tope y el tren aumentó la velocidad de forma notable. Luego colocó una granada entre el acelerador y los frenos y retiró la anilla.

Aquello era ahora un billete de ida.

Corrió al interior del tren y cerró la puerta tras de sí…

…en el mismo momento en que la granada estalló y destrozó los controles…

…un momento antes de que el compartimento de los maquinistas quedara destrozado por una lluvia de balas y otros tres guardias entraran por los parabrisas rotos.

Entraron con las armas preparadas; su jefe —un hombre mayor, más curtido que los demás, más encallecido por los combates, el capitán de la guardia— parecía furioso como el mismísimo diablo ante ese descarado asalto a su tren.

El tren, que ahora marchaba a toda velocidad por la línea férrea a gran altura, fuera de control, y que se dirigía a la cerrada curva a la izquierda que era imposible de tomar a esa velocidad.

Elástico entró en el tercer vagón, el de los prisioneros, donde vio a West arrodillado junto al Mago y a Tank, el soplete en la mano.

Tank estaba libre, pero West aún cortaba los grilletes que sujetaban al Mago al suelo.

El capitán de la guardia entró furioso en el primer vagón, sin preocuparse en absoluto del tren fuera de control; como no podía detenerlo, iba a por los intrusos.

Encontró a dos de sus hombres metidos en una celda y escuchó sus patéticas excusas antes de dispararles una bala en la cabeza a cada uno por cobardes.

Luego continuó con la cacería.

El soplete seguía cortando las cadenas del Mago.

—¿Cuánto falta? —preguntó Elástico, inquieto.

—Ya casi está —respondió West, el rostro iluminado por la llama de magnesio del soplete.

Las sacudidas del tren se hacían cada vez más violentas.

—No nos queda mucha vía, Jack…

—Sólo… otro… segundo…

En ese instante se abrió la puerta del vagón y apareció el capitán de la guardia. Elástico se volvió. West también.

El capitán de la guardia permaneció en el umbral, sonriendo. Empuñó el arma con más fuerza.

Pero no necesitaba hacerlo porque ya era demasiado tarde. Porque en ese momento el tren fugitivo llegó a la curva.

El tren tomó la curva alpina a una velocidad excesiva. Descarrilamiento.

La locomotora saltó de las vías, traqueteó sobre ellas y las traviesas antes de resbalar sobre la empinada ladera cubierta de nieve más allá de la curva.

El resto del gran tren negro siguió a la locomotora saltando de los raíles antes de resbalar por la pendiente nevada.

La locomotora patinó por la pendiente, la parrilla delantera abriendo un surco en la nieve, y el resto del convoy serpenteó detrás como un acordeón retorcido, todo el conjunto girando lateralmente mientras resbalaba hasta que el convoy patinaba a la inversa por la pendiente y se dirigía inexorablemente hacia el final, donde no había nada más que el borde desnudo de un abismo y una caída de trescientos metros.

Sobre todo esto volaba el helicóptero Hind.

En el interior del tren, el mundo giraba enloquecido.

La terrible sacudida del descarrilamiento había hecho que el capitán de la guardia volara a un lado para acabar estrellándose contra la pared derecha del vagón. Luego, la inercia del giro lateral del tren mientras se deslizaba por la pendiente —primero con la locomotora delante y ahora atrás— lo mantuvo aprisionado contra ella.

West y Elástico habían estado mejor preparados: se habían sujetado de los barrotes de la celda más cercana al producirse el primer golpe, pero así y todo necesitaron de todas sus fuerzas para mantenerse erguidos durante los enloquecidos vaivenes del descarrilamiento. Elástico sujetaba a Tank y West al Mago.

Aun así, este descontrol formaba parte del plan de West. Había planeado descarrilar allí. Para acabar en esa ladera con el tren hundido en la nieve.

Porque aún necesitaba algo.

Aún necesitaba que los chinos…

Pero entonces, con una sorprendente rapidez, ocurrió algo que West no había planeado.

El tren pasó por encima del borde del acantilado al pie de la ladera nevada.

Por desgracia, no había el suficiente grueso de nieve. Su resbaladiza base de hielo hacía que el tren, que parecía una serpiente, se deslizara todo el camino por la pendiente nevada hasta el mismo borde.

Ahora que viajaba hacia atrás, la locomotora posterior fue la primera en pasar sobre el borde, su peso arrastrando primero uno, después dos y luego tres vagones consigo…

Jack lo sintió venir un instante antes de que ocurriera.

Sintió el claro tirón de los últimos tres vagones. La locomotora y los dos vagones, que caían al precipicio un momento antes de que su propio vagón se sacudiera y…

—¡Sujetaos! —les gritó a los demás, incluido el Mago, que aún no estaba del todo suelto de los grilletes.

Su vagón pasó por encima del borde.

El mundo quedó en posición vertical.

Cualquier cosa que no estuviera sujeta cayó a todo lo largo del vagón, incluido uno de los hombres de la guardia del capitán.

Con un grito, el desafortunado cayó verticalmente y se estrelló contra la pesada puerta de hierro en el fondo con un ruido que sonó como una calabaza aplastada.

El capitán de la guardia y su único subalterno habían reaccionado más de prisa; en cuanto había caído el convoy, ambos habían soltado las armas para tener las manos libres y se habían lanzado al interior de una celda cercana en lo alto ahora que el vagón casi estaba en posición vertical.

West y Elástico se aferraron a los barrotes de otra celda al tiempo que sujetaban al Mago y a Tank antes de que —¡clonc!— la caída se interrumpiese.

No sabían por qué, pero todo el tren había detenido su caída por la pared del acantilado y había frenado con una tremenda sacudida.

Aunque no podían verlo, la locomotora delantera se había enganchado en unos grandes peñascos en el borde del precipicio, sujetando a todo el tren, que colgaba balanceándose sobre la caída de trescientos metros.

West evaluó rápidamente la nueva situación: Elástico, Mago, Tank y él estaban en la mitad inferior del vagón vertical. El capitán de la guardia y su compañero se encontraban cerca de lo alto, tumbados sobre la ahora pared horizontal de la celda, no lejos de la puerta que conducía a la seguridad.

Se oyó un terrible rechinar. Con una sacudida, todo el tren descendió un metro.

Trozos de nieve llovieron por las ventanas con barrotes. La locomotora se estaba deslizando metro a metro.

West intercambió una mirada con Elástico.

Luego, otro gemido, pero de otro tipo: el sonido de un enganche metálico que se alargaba con el peso del tren colgado.

—Vamos a caer —le dijo West a Elástico—. ¡Arriba! ¡De inmediato!

—¿Qué harás tú? —Elástico hizo un gesto hacia el Mago. Los grilletes del viejo aún estaban sujetos.

—¡Tú vete! —Insistió West—. ¡No voy a dejarlo! ¡Vete! ¡Alguien tiene que salir de aquí con vida!

Elástico no se molestó en discutir. Cogió a Tank y comenzó a subirlo por el vagón utilizando los barrotes de las celdas a modo de peldaños de una escalera. Subieron por el lado izquierdo del pasillo central del vagón, pasaron junto al capitán de la guardia que salía de la celda a la derecha, atontado y desarmado.

West volvió a trabajar en las cadenas del Mago con su soplete, debía hacer eso rápido.

Otro terrible rechinar. Más nieve pasó junto a la ventana. El tren descendió otro metro.

El soplete siguió cortando a través de las cadenas antes de que —¡clanc!— la llama cortase el último trozo de cadena y el Mago quedara libre.

—Venga, compañero. Es hora de irnos.

Miraron hacia arriba a tiempo para ver cómo Elástico y Tank desaparecían por la puerta en lo alto del vagón, pero también a tiempo para ver aparecer en su línea de visión al capitán de la guardia, que miraba furioso a West, para cerrarles el paso.

—Por aquí —dijo West, y llevó al Mago hacia abajo.

—¿Descendemos? —preguntó el anciano.

—Confía en mí.

Llegaron a la puerta inferior del tercer vagón en el instante en que se oía otro chirrido metálico y —¡clong!— el acoplamiento que unía su vagón con el de abajo se partió y los dos últimos vagones, junto con la locomotora de atrás, cayeron al vacío.

Los tres elementos cayeron para siempre volando silenciosamente por el gran abismo antes de estrellarse con toda violencia contra las rocas al pie del mismo. La locomotora estalló en una nube de llamas y humo negro.

—No hay tiempo que perder —le dijo West al Mago—. Por aquí.

Sujetos por las puntas de los dedos, se movieron por la parte inferior del vagón con los pies colgando trescientos metros por encima del mundo antes de girar hacia arriba subiendo por el lado exterior del tercer vagón, y utilizaron todas y cada una de las protuberancias para sostenerse. Los barrotes de las ventanas, las bisagras, las manijas, todo.

Continuaron subiendo a la mayor velocidad posible. Jack ayudaba al Mago. Llegaron a la separación entre ese vagón y el siguiente al mismo tiempo que el capitán de la guardia y su compañero lo hacían por el interior, así que Jack y el Mago continuaron escalando por el exterior del segundo vagón todo lo de prisa que podían, hasta que llegaron arriba y treparon a la superficie plana…

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