Las seis piedras sagradas (12 page)

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Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Ciencia Ficción

BOOK: Las seis piedras sagradas
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El Mago y Tank fueron colocados en el tercer vagón, donde las cadenas que les sujetaban las piernas fueron cerradas con candados en anillas soldadas en el suelo.

Luego cerraron la puerta corredera del vagón, se oyó un silbato y el tren acorazado se movió lanzando más vapor mientras salía de la puerta como una gran cosa maligna que emergiera de las profundidades del mismísimo infierno.

El convoy comenzó su corto viaje a través del largo puente de arcos, con un aspecto diminuto contra las inmensas montañas de China, en el mismo momento en que dos objetos que semejaban pájaros aparecieron en el cielo descendiendo a gran velocidad, objetos que a medida que se acercaban perdían su apariencia de aves y tomaban el aspecto de hombres… Dos hombres vestidos de negro con alas en la espalda.

Jack West Jr. atravesaba el aire a la velocidad de una bala, con una máscara de gran altitud que le cubría el rostro y un par de alas de fibra de carbono de alta tecnología llamadas alas de gaviota sujetas a la espalda.

Las alas de gaviota eran un DIR —dispositivo de inserción rápida— desarrollado por el Mago para las fuerzas aéreas norteamericanas muchos años antes. Rápidas, silenciosas, eran en esencia planeadores individuales que también estaban equipados con pequeños impulsores de aire comprimido que les permitían planear durante largos períodos. Al final, la fuerza aérea había decidido no emplearlas, pero el Mago había guardado varios prototipos, que West tenía en su avión para situaciones como ésa.

Ataviado con el mismo equipo, cayendo a través del cielo junto a él, estaba Elástico.

Ambos hombres iban armados hasta los dientes, con numerosos bolsillos llenos con pistolas, ametralladoras y granadas y, en el caso de Elástico, un lanzagranadas antitanque Predator.

El tren comenzó a cruzar el largo puente.

A un kilómetro de distancia, la gran mole de Xintan Uno se alzaba ante el convoy, las vías férreas acababan en una pared de hormigón de treinta metros de altura donde no había más abertura que la imponente puerta de hierro.

Pero mientras el tren avanzaba por el largo puente y se aproximaba a Xintan Uno, las dos figuras aladas se acercaron para volar horizontalmente sobre los cinco vagones acorazados, y siguieron adelante poco a poco hasta situarse a un par de metros por encima de la locomotora.

Su aparición pasó desapercibida para todos, los guardias de Xintan Uno hacía tiempo que no se preocupaban de la parte interna del viaje. Después de todo, nunca había habido una fuga en la historia de la prisión. Es más, no había nadie encargado de vigilar al tren durante el cruce del puente.

Una vez que las dos figuras voladoras hubieron llegado a la locomotora flotando sobre ella, West y Elástico replegaron las alas y se dejaron caer en el techo de la rugiente máquina en un aterrizaje perfecto. Tenían que moverse de prisa, el tren había cruzado casi las dos terceras partes del breve viaje y ahora las puertas de la prisión principal se alzaban enormes ante ellos.

West desenfundó sus dos pistolas Desert Eagle, saltó sobre el morro de la locomotora y procedió a destrozar las ventanillas frontales.

Los cristales se hicieron añicos y Jack entró a través de una de ellas para aterrizar dentro de la cabina de los maquinistas.

Los dos conductores —hombres del ejército chino— gritaron y echaron mano de sus armas, pero no llegaron a empuñarlas.

Elástico entró en la cabina, donde se encontró con los dos hombres muertos, y a West, que llevaba los mandos de la locomotora.

—Predator —llamó Jack por encima del viento que ahora aullaba a través del parabrisas destrozado.

Elástico cargó el lanzagranadas antitanque, se lo echó al hombro y apuntó por las ventillas delanteras destrozadas.

—¡Preparado! —avisó.

Entonces, como en respuesta a una señal, las puertas de hierro de Xintan Uno se abrieron para recibir al tren. En ese momento, West aceleró a fondo.

Mientras las puertas se abrían, los dos pelotones del ejército chino formado en el andén de Xintan Uno se volvieron a la espera de que el tren blindado frenara, envuelto en grandes nubes de vapor.

En cambio, lo que vieron fue todo lo contrario.

El convoy blindado entró por la gran puerta a gran velocidad y continuó acelerando a través del estrecho límite de la arcada para pasar junto al andén como un rayo.

Luego, una estela de humo salió del parabrisas roto de la locomotora; la estela de humo de un misil antitanque Predator, un misil que volaba en línea recta hacia…

…la otra puerta de Xintan Uno.

La puerta que daba al exterior.

El misil Predator hizo blanco en la puerta de hierro y estalló. El humo y el polvo se desparramaron en todas las direcciones, cubrieron el andén y lo oscurecieron todo. Las enormes puertas de hierro exteriores se deformaron y gimieron, sus secciones centrales retorcidas y sueltas, que era todo lo que West necesitaba, porque un segundo más tarde el tren se lanzó sobre ellas a una velocidad colosal y las atravesó arrancándolas de sus enormes bisagras antes de que el convoy apareciera a la luz gris del día y se alejara de la prisión en la montaña con toda la potencia de que era capaz.

En un primer momento, los chinos se quedaron atónitos, pero su respuesta, cuando llegó, fue feroz.

Cuatro minutos después, dos compactos helicópteros —los veloces Kamov Ka-50 de ataque de construcción rusa, también conocidos como Werewolves— despegaron del interior de Xintan Uno y se lanzaron detrás del tren fugitivo.

Un minuto después, un helicóptero mucho mayor se elevó del interior de Xintan Dos. También era de construcción rusa pero de mucha mejor calidad, un Mi-24 Hind artillado, uno de los más temidos del mundo. Con múltiples cañones, plataformas de armas automáticas, lanzadores de armas químicas y misiles, tenía una curiosa carlinga de doble cúpula. También contaba con una bodega para transporte de soldados, donde ahora había diez hombres de las tropas de asalto chinas armados hasta los dientes.

Una vez despejados los muros de la prisión, el helicóptero bajó el morro y se lanzó a la persecución del convoy de West.

El último paso de la respuesta china fue electrónico.

El complejo de Xintan poseía dos puestos de vigilancia exteriores situados junto al trazado del ferrocarril, unos kilómetros al norte de la prisión, torres de vigilancia por las que debía pasar el tren.

Se hicieron frenéticas llamadas a los guardias, pero curiosamente no se recibió ninguna respuesta.

En ambos puestos, la escena era la misma: todos los guardias yacían en el suelo, inconscientes, las manos ligadas a la espalda con bridas.

Los hombres de West ya habían estado allí.

El tren blindado circulaba por la montaña a una velocidad de vértigo; una lluvia de nieve entraba por el parabrisas destrozado.

Pasó como una tromba por delante del primer puesto de guardia y destrozó la barrera como si de un palillo se tratara.

Elástico conducía, la mirada atenta al paisaje a su alrededor; una ladera cubierta de nieve a la izquierda, un precipicio de trescientos metros a la derecha.

El tren dejó atrás una cornisa a la izquierda y de pronto apareció la torre del puesto de vigilancia y el largo puente de hierro más allá.

—¡Cazador! ¡Tengo a la vista el puente exterior! —gritó Elástico.

West había estado con medio cuerpo afuera por el parabrisas roto, ocupado en montar algo que parecía un mortero, y apuntaba hacia atrás, en dirección a la cárcel. Se metió en el interior.

—Tenemos dos helicópteros detrás. Dos pájaros de ataque y un enorme Hind…

—¿Tres helicópteros? —Elástico se volvió—. Creía que Astro había dicho que en Xintan sólo tenían un helicóptero de persecución, el Hind.

—Al parecer, la inteligencia de su país se quedó corta en dos helicópteros —replicó West en tono irónico—. Espero que sea la única cosa en la que se haya equivocado. De todas maneras, ahora es muy tarde para preocuparse por eso. La red del rotor está montada y en tus manos. Sólo llévanos hasta aquel puente antes de que alguien en el Hind deduzca quiénes somos y decida que vale la pena volar el puente para detenernos. Mantenme informado. Tengo trabajo que hacer.

Luego West cogió un micrófono del salpicadero, apretó el interruptor del sistema de megafonía interna del tren y comenzó a hablar en mandarín:

—¡Atención todos los guardias a bordo de este tren! ¡Atención! Ahora estamos al mando del convoy. Lo único que queremos son los prisioneros…

En los cinco vagones del tren, cada uno de los guardias chinos miró hacia el altavoz desde donde llegaba el mensaje.

Entre ellos, otro rostro se alzó y soltó una exclamación, el único hombre que había reconocido la voz.

El Mago. Estaba cubierto de moratones, cortes y sangre. Pero sus ojos se iluminaron al oír la voz de su amigo.

—Jack… —murmuró.

—… No pretendemos causaros ningún daño —seguía diciendo West—. Comprendemos que sólo estáis haciendo vuestro trabajo, que muchos de vosotros sois hombres con familia e hijos. Pero si os interponéis en nuestro camino, tened presente que actuaremos sin miramientos. Ahora entraremos en el tren. Si deponéis las armas, no moriréis. Si las levantáis contra nosotros, ateneos a las consecuencias.

Se acabó la transmisión.

En el compartimento del maquinista, West abrió la puerta que comunicaba la locomotora con el primer vagón.

Después, con una ametralladora MP-7 en una mano y el Desert Eagle en la otra, entró en el tren prisión.

Los tres guardias del primer vagón habían hecho caso de la advertencia.

Permanecían contra las paredes, sus fusiles Tipo-56 a sus pies, las manos levantadas. West pasó atento junto a ellos, las armas preparadas, cuando de pronto uno de los guardias sacó una pistola y…

¡Bang!

El guardia voló contra la pared del vagón, impulsado por el proyectil del potente Desert Eagle de West.

—Os dije que no empuñarais las armas —les recordó a los demás en voz baja. Señaló con la barbilla la celda más próxima—. Vamos, a la jaula.

Los cuatro guardias del segundo vagón eran más listos. Habían montado una trampa. Primero habían apagado las luces para dejar el vagón a oscuras, y, segundo, habían ocultado a uno de sus hombres en el techo encima de la puerta mientras los otros fingían rendirse a West.

Jack entró en el vagón balanceándose con el movimiento del tren y vio a tres de ellos con las manos en alto que gritaban: «¡Piedad, piedad, no nos mates!» para distraer su atención del hombre oculto en las sombras encima de la puerta.

Entonces, del todo invisible para West, el hombre oculto extendió el brazo para apuntar con su arma a la cabeza de Jack directamente desde arriba…

…y de pronto él miró hacia arriba, demasiado tarde…

…en el mismo momento en que todo el vagón se sacudía como si se hubiera producido un terremoto, acribillado desde el exterior por una feroz ráfaga de ametralladora de gran calibre.

¡Habían llegado los helicópteros de caza y disparaban contra el tren!

El guardia del techo fue arrojado de su sujeción por encima de la puerta, pasó a centímetros de West y se estrelló contra el suelo como un saco de patatas.

Los otros tres guardias desenfundaron sus armas y en el vagón a oscuras centellaron los fogonazos mientras Jack West Jr., en medio de todo eso, disparaba en todas direcciones con sus dos armas —se hacía a un lado para disparar a la izquierda, a la derecha y abajo— hasta que al final, cuando la oscuridad regresó y el humo se hubo disipado, fue el único que seguía en pie.

Avanzó con ademán fiero hacia el siguiente vagón. El vagón de los prisioneros.

Al mismo tiempo, en el exterior, los dos helicópteros procedentes de Xintan habían alcanzado al tren fugitivo y lo atacaban con una lluvia de balas disparadas por sus ametralladoras de 30 milímetros montadas en los patines.

Elástico llevó el tren más allá del segundo puesto de vigilancia y destrozó la barrera antes de continuar a toda velocidad por el largo puente que conducía a la línea central del ferrocarril de montaña.

Al puente, totalmente desprotegido.

Uno de los helicópteros se acercó hasta situarse sobre la locomotora en el mismo momento en que Elástico disparaba el artilugio parecido a un mortero colocado en el morro.

El aparato produjo una detonación ahogada e impulsó algo en el aire muy por encima del tren, que avanzaba a toda velocidad.

Era una gran red de nailon con pesados cojinetes en cada esquina. Se extendió por encima de la locomotora como una gigantesca telaraña lateral; una telaraña diseñada para abatir helicópteros.

La red entró en las palas de los rotores del helicóptero de vanguardia y se enredó al instante, los rotores se detuvieron con una brusca sacudida y de pronto el helicóptero se convirtió en un planeador con la aerodinámica de un ladrillo.

Entró en la garganta debajo del puente y continuó cayendo y cayendo hasta que golpeó contra el fondo con una tremenda explosión.

Elástico dejó los controles del tren por un momento para recoger su lanzamisiles Predator y colocó su último proyectil en el arma.

Cuando volvió a los controles se encontró mirando el enorme helicóptero chino, que se mantenía a un lado del largo puente, volando en paralelo a la locomotora.

—Mierda —murmuró.

El Hind disparó un único misil desde una de las plataformas laterales; un misil que no apuntaba al tren, sino al puente; un misil que detendría a West en su rescate del Mago y de Tank. El hecho de que unos pocos guardias también se perdieran no tenía ninguna importancia para los generales chinos que habían ordenado el disparo.

—Que me jodan… —Elástico apretó el botón de su radio—. ¡Cazador! Van a volar el puente…

—Entonces, acelera —fue la respuesta.

—¡De acuerdo! —Elástico movió la palanca del acelerador hasta el tope.

El misil del Hind hizo blanco en la mitad del puente, en el entramado de pilares que formaban el ápice de la curva, un segundo después de que el tren, que avanzaba a toda marcha, hubiera pasado ya por ese punto.

La detonación hizo que una lluvia de soportes de hierro y vigas cayera en la garganta.

Pero el puente se mantuvo… por un momento.

El convoy continuó su carrera, estaba a cien metros del otro lado y la protección del túnel.

Se oyó un tremendo gemido: el claro gemido de los soportes de hierro al retorcerse.

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