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Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Ciencia Ficción

Las seis piedras sagradas (14 page)

BOOK: Las seis piedras sagradas
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… a tiempo para ver al capitán de la guardia subir a la seguridad del siguiente (y último) vagón por encima de ellos, su compañero todavía esperando para subir detrás de su superior.

Fue en ese momento que el capitán vio a West y una luz malvada brilló en sus ojos. Buscó el acople, a pesar de que su propio hombre aún estaba de pie en el vagón inferior. El subalterno gritó: «¡No!» cuando vio lo que estaba a punto de suceder, pero West continuó moviéndose y saltó para sujetarse a una reja del vagón de arriba mientras le gritaba al Mago:

—¡Max! ¡Salta para agarrarte a mis piernas!

El Mago saltó de inmediato con las manos buscando la cintura de Jack mientras…

…el capitán de la guardia soltaba el enganche.

El segundo vagón cayó en el acto y se llevó al subalterno consigo, los ojos como platos alejándose en el abismo, la boca asimismo abierta en un grito silencioso todo el camino hasta abajo.

Pero West y el Mago todavía estaban en el terreno de juego: West colgaba ahora de la parte inferior del primer vagón, con el Mago sujeto de su cinturón.

—¡Max, a prisa, trepa por mi cuerpo! —gritó West.

El Mago subió rápida y torpemente por el cuerpo de West, y en un momento utilizó las alas de fibra de carbono plegadas en la espalda de Jack para sujetarse.

La expresión en el rostro del capitán de la guardia lo decía todo. Estaba furioso. No podía permitir que eso ocurriera de nuevo.

Se metió otra vez en el vagón y comenzó a subir a toda prisa.

Jack comprendió en el acto lo que estaba ocurriendo. Ahora se trataba de una carrera hasta el siguiente enganche.

—¡Ve, Jack, ve! —gritó el Mago—. ¡Yo te alcanzaré!

West trepó por la pared exterior del último vagón mientras que el capitán subía por el pasillo interior.

Ambos se movían con gran agilidad subiendo por el vagón vertical.

—¡Elástico! —llamó West por la radio mientras subía—. ¿Dónde estás?

—Estamos arriba, en el precipicio, pero tenemos un pro…

West sabía cuál era el problema. Lo veía.

El helicóptero Hind volaba por encima de su cabeza, a una corta distancia de lo alto del acantilado, no lejos de la locomotora inclinada sobre el borde, esperándolos por si lo conseguían.

«Trata de seguir con vida —pensó Jack—. Mientras vivas, tendrás una oportunidad.»

Continuó subiendo por el lado exterior del vagón vertical moviéndose como un mono, luego llegó al último trecho y se levantó… al tiempo que el capitán de la guardia salía por la puerta.

Jack le había ganado la carrera, había llegado allí primero por dos segundos. Se adelantó para descargar una feroz patada contra el oficial chino…

…sólo para ver cómo un arma aparecía en la mano del capitán.

Jack se quedó paralizado al comprender lo ocurrido: por eso había derrotado al capitán en la carrera. Se había tomado un momento para recoger un arma en el camino de subida.

«Oh, mierda… —pensó Jack—. Mierda, mierda, mierda.»

Se quedó allí, paralizado en la sección horizontal del vagón colgado, el viento que levantaban las aspas del helicóptero sacudiendo sus prendas.

Sin pensarlo, levantó las manos.

—¡Ha perdido! —dijo el capitán de la guardia en inglés con una sonrisa cuando el Mago asomaba por el borde detrás de las botas de Jack y veía la situación.

El capitán echó hacia atrás el percutor de su arma.

—Mago… —dijo Jack—. Es hora de volar.

Entonces, en el mismo instante en que el capitán de la guardia apretaba el gatillo, rápido como una centella, las manos levantadas de Jack sostuvieron la barra de seguridad del acople por encima de su cabeza y lo desconectaron…

… haciendo que su propio vagón se soltara de la locomotora con ellos y el capitán encima.

Al capitán chino estuvieron a punto de salírsele los ojos de las órbitas. Jack los había condenado a todos a muerte.

El vagón caía rápidamente. A lo largo de la pared del inmenso acantilado.

La pared gris era una visión fugaz mientras el vagón de hierro pasaba por su lado.

Pero mientras el vagón caía, Jack era puro movimiento. Sostuvo al Mago con un abrazo de oso, gritando «¡Sujétate a mí!» al tiempo que apretaba un botón en su coraza y de pronto se abrían las alas de gaviota en la unidad compacta sujeta a su espalda. En un instante, ambos se alejaron del vagón acorazado que caía, primero volando hacia abajo a una velocidad increíble antes de remontarse en un hermoso planeo, mientras dejaban al capitán de la guardia que cayera solo el resto del abismo, gritando todo el camino hasta su muerte.

Con el Mago sujeto a su pecho, Jack buscó una térmica ascendente y planearon lejos del ferrocarril de montaña y los dos picos gemelos en donde se hallaba la prisión de Xintan.

—¿Astro? —llamó West en su micro—. Necesitaremos una recogida más abajo. ¿Qué te parece cerca de aquella granja que vimos antes?

—Recibido, Cazador —llegó la respuesta—. Sólo deja que recoja a Elástico primero. Luego iremos a buscarte a ti.

Elástico estaba en terreno firme, hundido en la nieve hasta las rodillas, con el agotado Tank a su lado, junto a la locomotora del tren prisión inclinada en el borde del precipicio, el único elemento del convoy que aún quedaba.

Por desgracia, delante de ellos estaba el Hind, su impresionante presencia inmóvil en el aire.

Una voz sonó en el altavoz para ordenarles en inglés: «¡Ustedes dos, permanezcan donde están!»

—Lo que ustedes digan —respondió Elástico.

El Hind aterrizó en la ladera nevada y sus rotores levantaron una pequeña tempestad de nieve.

Diez soldados chinos salieron de la bodega y corrieron entre la nube de nieve para formar rápidamente un anillo alrededor de Elástico y Tank.

Sentados en la cabina del helicóptero, los dos pilotos chinos del Hind vieron a Elástico levantar las manos un momento antes de que la pequeña tormenta de nieve envolviera toda la escena de blanco.

Fue por eso por lo que los pilotos nunca vieron que la ladera cubierta de nieve alrededor del aparato había cobrado vida, tres figuras como fantasmas que se levantaron de ella vestidos con equipo de camuflaje blanco y armados con ametralladoras MP-7: Astro, Cimitarra y Buitre.

Los tres hombres vestidos de blanco capturaron el helicóptero sin vigilancia con toda facilidad y, una vez que se hicieron con ella, Buitre apuntó con la enorme ametralladora de seis cañones al pelotón chino en tierra y les exigió por el altavoz que abandonaran las armas. No es necesario decir que obedecieron.

Minutos después, la tripulación del helicóptero y las tropas permanecían tiritando en la ladera nevada, vestidos sólo con la ropa interior, mientras el Hind despegaba sin ellos, pilotado por Astro y Cimitarra, con Buitre a cargo del cañón central y Elástico y Tank en la bodega.

Era la última parte del plan de Jack: necesitaban que el Hind aterrizara allí para capturarlo y seguir con la siguiente parte de la misión en China.

UN ANTIGUO MISTERIO

Las piedras de Salisbury

LLANURA DE SALISBURY, INGLATERRA

5 de diciembre de 2007

Cinco días antes de la primera fecha límite

LLANURA DE SALISBURY, INGLATERRA

5 de diciembre de 2007, 3.05 horas

El Honda Odyssey de alquiler circulaba a toda velocidad por la A303, solo en la noche.

En el resplandor de la brillante luna llena, los interminables campos de cultivo de Wiltshire se extendían hasta el horizonte a cada lado de la autopista, bañados por una siniestra luz azul.

Zoe iba al volante, con Lily y Alby a su lado.

En el asiento de atrás estaban dos jóvenes que se habían encontrado con ella y los chicos en el aeropuerto de Heathrow: los extraordinarios hermanos Adamson, Lachlan y Julius.

Gemelos idénticos, eran altos y delgados, con amables rostros pecosos, el pelo color zanahoria y un fuerte acento escocés. Ambos vestían camisetas, uno negra y el otro blanca. En la camiseta negra de Lachlan había una leyenda un tanto enigmática que decía: ¡He visto el nivel de la vaca!, mientras que la blanca de Julius proclamaba: ¡No existe el nivel de la vaca!

Asimismo, tenían el hábito de acabar las frases del otro.

—¡Zoe! —exclamó Lachlan al verla.

—¡Es fantástico verte de nuevo! —dijo Julius—. Eh, esto tiene la pinta de ser una misión secreta.

—¿Es una misión secreta? —preguntó Lachlan.

—Si lo es —inquirió Julius—, ¿no crees que Lachlan y yo deberíamos tener nombres en clave?, ya sabes, algo así como Potro o Ganso.

—A mí me gustaría que me llamasen Daga —dijo Lachlan.

—Y a mí me gusta Torero —afirmó Julius.

—¿Daga? ¿Torero?

—Muy bravo y heroico, ¿no? —señaló Julius—. Hemos estado pensando mientras te esperábamos.

—Es evidente —repuso Zoe—. ¿Qué tal Rómulo y Remo?

—¡Ah, no! No queremos nombres gemelos —replicó Lachlan—. Cualquier cosa menos nombres gemelos.

—Lo siento, chicos, pero hay una sola regla referente a los nombres en clave.

—¿Cuál es?

—Nunca eliges el tuyo. —Zoe sonrió—. A veces, el alias puede cambiar. Mírame a mí, que fui Bloody Mary hasta que conocí a esta pequeña —añadió con un gesto en dirección a Lily—. Ahora todos me llaman Princesa. Tened paciencia, tendréis nombres en clave cuando la ocasión lo requiera. Sí, esta misión es absolutamente secreta.

Ahora, mientras aceleraban en dirección oeste por la A303, se dirigían a un lugar al que los había enviado nada menos que Alby.

Base aérea militar fuera de Dubai. Dos días antes. Inmediatamente después de que el avión de carga de Earl McShane se hubo estrellado contra el Burj al Arab.

Jack West había estado en la pista, en cuclillas junto a Alby y Lily, mientras hombres armados y agentes de la CIA que se llamaban a sí mismos «agregados» hablaban por sus móviles, y una columna de humo negro se elevaba en el cielo por encima del Burj al Arab en la distancia.

—Dime, Alby —había dicho Jack.

Durante la reunión, Alby había descifrado una de las más oscuras notas del Mago: la referencia al «Hundimiento y ascenso del Titanic». Pero había insinuado a Jack que había algo más.

Alby le había dicho:

—Sé lo que significa unos de los símbolos en la hoja de resumen del Mago.

Jack había sacado la hoja en cuestión.

—El símbolo de abajo a la derecha. Junto a la referencia del hundimiento del Titanic.

—Sí… —había dicho West.

—No es un símbolo. Es un diagrama.

—¿De qué?

El chico había mirado a West con expresión grave.

—Es un diagrama de la disposición de Stonehenge.

El Honda llegó a lo alto de una cuesta y, sin previo aviso, el conjunto de enormes piedras quedó a la vista. Zoe contuvo el aliento.

Por supuesto, había estado allí antes en varias ocasiones. Todos en el Reino Unido habían estado. Pero la escala monumental, la propia bravura del sitio, siempre la tomaba por sorpresa.

Stonehenge.

En pocas palabras, Stonehenge era un lugar asombroso.

Dado que la había fascinado durante mucho tiempo, Zoe conocía todos los mitos: que ese anillo de grandes piedras era un antiguo calendario, o un antiguo observatorio; que las piedras azules —las piedras doleritas más pequeñas de dos metros de altura que formaban un arco con forma de herradura dentro de los más famosos trilitos— habían sido llevadas a la llanura de Salisbury alrededor del año 2700 a. J.C. por alguna tribu desconocida desde las colinas Preseli, a más de doscientos cuarenta kilómetros en la lejana Gales. Hasta el día de hoy, muchos creen que las piedras azules, incluso en los fríos días de invierno, permanecen calientes al tacto.

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