Las seis piedras sagradas (5 page)

Read Las seis piedras sagradas Online

Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Ciencia Ficción

BOOK: Las seis piedras sagradas
8.09Mb size Format: txt, pdf, ePub

Jack y Alby iban en el primero de los coches; Zoe y Lily en el segundo.

—¡Monstruo del Cielo! —llamó Jack por el micro que llevaba sujeto alrededor del cuello—. ¡Estamos aislados! ¡Tendremos que encontrarnos contigo en la autopista! Iremos por el camino este y el cruce del río.

—Recibido —respondió la voz de Monstruo del Cielo—. En la autopista.

—Jack —sonó la voz de Zoe—. ¿Quiénes son esas personas y cómo demonios nos han encontrado?

—No lo sé —contestó él—. No lo sé. El Mago sabía que venían. Nos ha enviado un aviso…

En ese momento, una lluvia de balas trazó una línea en la tierra de la carretera delante de su vehículo. Jack giró el volante a tope y pasó entre la nube de polvo.

Los disparos procedían de un enorme vehículo todoterreno que avanzaba a gran velocidad por la llanura desértica que se extendía al norte. Era un característico vehículo de seis ruedas, un transporte blindado de tropas WZ-551 fabricado por la Chinese North Industries Corporation para el Ejército de Liberación Popular. Con un grueso blindaje y una torreta Dragar francesa, tenía la forma de una caja y un morro parecido a una proa que se inclinaba hacia abajo. La torreta Dragar montaba un cañón de veinticinco milímetros y una ametralladora coaxial de calibre 7,62.

Era el primero de otros muchos APC que se acercaban desde el norte. Jack contó siete…, nueve…, once vehículos que lo seguían junto con otros más pequeños, jeeps y camiones, todos cargados hasta los topes con tropas armadas.

Era lo mismo por el sur: hombres y vehículos que habían aterrizado allí, habían abandonado los paracaídas y que ahora se dirigían hacia el camino este.

Una flota de vehículos iba directamente hacia ellos, por el norte y el sur.

—¡Jack! ¡Esos APC parecen chinos! —dijo Zoe.

—¡Lo sé!

West encendió el sintonizador y buscó la frecuencia de transmisión de las maniobras Talismán Sabré. Una voz gritaba: «¡Fuerza Roja Tres! ¡Responda! ¡Se han desviado del rumbo para este lanzamiento! ¿Qué demonios están haciendo?»

«Muy astuto», pensó. Sus atacantes habían hecho que aquello pareciera un salto de ejercicio que había salido mal.

Evaluó sus opciones.

El camino este llevaba al río Fitzroy, que corría de norte a sur y que ahora estaba en plena crecida, por ser la estación lluviosa. Un único puente lo cruzaba. Más allá del río había una vieja autopista que —en uno de los tramos rectos— servía como pista de aterrizaje privada de West.

Si conseguían cruzar el río antes que las fuerzas atacantes les cerraran el paso, llegarían a la autopista, donde se reunirían con Monstruo del Cielo.

Pero una rápida mirada a las columnas gemelas que avanzaban hacia ellos por el norte y el sur mostraba una sencilla verdad matemática: iba a ser por los pelos.

El vehículo de West continuó a toda velocidad por el camino este.

En el asiento del pasajero, Alby se sujetaba a la barra antivuelco, los ojos abiertos por el terror. West miró al chico.

—¡Estoy seguro de que nunca has vivido nada como esto en la casa de cualquier otro compañero durante el verano!

—¡No! —gritó Alby por encima del aullido del viento.

—¿Eres un niño explorador, Alby?

—¡Sí!

—¿Cuál es el lema de los niños exploradores?

—¡Siempre listos!

—¡Eso es! Ahora, jovencito, vas a descubrir por qué no se te permitía jugar en las cañadas o en el puente.

Los dos LSV continuaron por la polvorienta carretera, perseguidos por las dos hordas que se acercaban a cada lado, convergiendo hacia ellos en una formación en V. Gigantescas nubes de polvo se alzaban detrás de las dos fuerzas atacantes.

—Zoe, ¡pasa tú al frente! —gritó West.

Ella obedeció. Se puso delante en el momento en que los dos vehículos cruzaban por una cañada.

Sin embargo, cuando su coche pasó por encima de la rejilla, West viró a la izquierda, y embistió sin parar un cartel en el que se leía Cruce de ganado.

El poste del cartel —oculto a la vista del observador casual— estaba equipado con un alambre que se partió con la embestida del LSV, y puso en marcha un mecanismo oculto que lanzó un centenar de clavos de seis puntas sobre el camino detrás del vehículo fugitivo.

Alby volvió la cabeza y vio los clavos como estrellas que se desparramaban a todo lo ancho de la carretera, en el mismo momento en que el primero de los jeeps perseguidores —los hombres a bordo disparando a discreción— entraba en el campo de clavos.

Se oyó entonces un ruido como de cañonazos cuando los cuatro neumáticos del jeep estallaron y el vehículo derrapó y luego volcó, arrojando a sus ocupantes en todas las direcciones.

Un segundo jeep sufrió el mismo destino, pero el resto eludieron el campo de clavos y se apartaron de la zona sospechosa de la carretera.

Alby observó cómo saltaban antes de volverse para mirar a West, que le gritó por encima del aullido del viento.

—¡Siempre listo!

De nuevo, Alby se volvió para ver cómo los APC, más lentos que los jeeps, llegaban a los clavos y, gracias a las ruedas macizas, pasaban sin sufrir el menor daño.

Continuaban con la persecución, con la cacería.

Mientras conducía, Zoe siguió buscando en las ondas con el sintonizador de su radio. Un momento después del vuelco de los dos jeeps captó unas voces que hablaban en mandarín por una frecuencia militar segura.

—¡Jack! —dijo por su micro—. ¡Tengo a los malos en el UHF 610.15!

En su coche, Jack buscó el canal y escuchó las voces de sus enemigos, que hablaban mandarín:

—Dirección este en dos coches…

—Fuerza Terrestre Siete en persecución…

—Fuerza Terrestre Seis en dirección al puente…

—Puesto de mando. Aquí Fuerza Terrestre Dos. Estamos en su estela. Por favor, repita instrucciones de captura…

Una nueva voz apareció en las ondas, una más tranquila, que demostraba una clara autoridad.

—Fuerza Terrestre Dos, aquí Dragón Negro. Las órdenes de captura son las siguientes: prioridad uno, la Piedra de Fuego; prioridad dos, la niña y West, ambos deben ser capturados vivos, si es posible. Cualquier otro prisionero debe ser ejecutado. No puede haber testigos de lo que hagamos aquí.

Al oír eso, West se volvió para mirar a Alby. Luego miró hacia Zoe, al volante del vehículo de vanguardia. Una cosa era saber que, si todo acababa mal, tú estabas a salvo, pero otra muy distinta saber que aquellos a los que querías no lo estaban.

—¿Lo has oído? —preguntó Zoe por la radio.

—Sí —respondió West, que apretó las mandíbulas.

—Por favor, sácanos de aquí, Jack.

Mientras los coches de Jack y Zoe se alejaban a toda velocidad en dirección este, un APC de mando llegaba a la granja rodeado por varios jeeps de escolta.

En el momento en que frenó bruscamente, dos hombres saltaron del vehículo; uno era chino, el otro norteamericano. El chino era el mayor de los dos, pero ambos llevaban las insignias de comandante en los cuellos.

El comandante chino era el Dragón Negro, el tipo de la radio. Inteligente y aplicado, el Dragón Negro era conocido por su fría y metódica eficiencia; era un hombre que hacía su trabajo.

El norteamericano más joven que lo acompañaba era alto y fornido, muy fuerte, y vestía el uniforme de las fuerzas especiales norteamericanas. Llevaba el pelo cortado al rape y sus ojos tenían la mirada fija de un psicópata. Su nombre en clave era Estoque.

—Aseguren la granja —le ordenó Dragón Negro a la unidad de paracaidistas más cercana—. Estén atentos a cualquier trampa improvisada. El capitán West es sin duda un hombre preparado para estas eventualidades.

Estoque no dijo nada. Se limitó a mirar con atención la granja abandonada como si estuviera memorizando cada detalle.

El cruce del río

El puente estaba delante, a una distancia aproximada de dos kilómetros; un viejo puente de madera con un único carril.

West lo vio cuando apareció a la vista, en el mismo momento que tres APC y cinco jeeps chinos frenaban bruscamente delante del mismo y cerraban el paso. Un bloqueo de carretera.

Habían llegado primero. Maldición.

El APC de vanguardia bajó el cañón montado en la torreta dispuesto a disparar si no se detenían.

En ese mismo momento, cuatro jeeps chinos alcanzaron a los coches de West, dos a cada lado.

Los soldados de los jeeps parecían furiosos como demonios y, sacudidos y bamboleados por el terreno escabroso, intentaron apuntar con sus fusiles a los neumáticos de West.

—¡Jack! —llamó Zoe por la radio—. ¡Jack!

—¡Quédate en la carretera! ¡Haz lo que sea pero mantente en la carretera hasta que llegues a los molinos!

Dos molinos flanqueaban la carretera más adelante, a medio camino entre ellos y el puente.

Una explosión sonó detrás del vehículo de Jack —apenas a un metro por detrás— y abrió un cráter en la carretera. Un disparo del cañón del APC.

—Caray. —West se volvió hacia Alby—. Hazme un favor, chico: no le digas nada de esto a tu madre.

El coche de Zoe llegó a los molinos que flanqueaban la carretera y pasó entre ellos seguido de cerca por el vehículo de Jack y Alby, todavía acosado por los cuatro jeeps chinos.

Jack pasó entre los molinos mientras los jeeps los pasaban uno por el camino a toda velocidad y otros tres se desviaban para pasar por el lado exterior de las estructuras y…

De pronto, el primero de los jeeps desapareció de la vista. También lo hizo el que venía inmediatamente después y, a continuación, el que había sorteado el molino al otro lado de la carretera.

Los tres jeeps habían desaparecido de la vista sin más, como si hubieran sido tragados por la tierra.

De hecho, eso era lo que había sucedido. Habían caído en trampas para tigres indias, grandes agujeros ocultos junto a los molinos, hechos por Jack para una fuga como ésa.

—¡Aprisa, Zoe! ¡Déjame pasar y luego conduce por donde yo voy sin desviarte ni un milímetro!

Jack adelantó como un rayo el vehículo de Zoe y a continuación se desvió bruscamente a la izquierda, fuera de la carretera, para seguir por el terreno escabroso. Zoe lo siguió con un violento giro, perseguida ahora por el único jeep chino sobreviviente.

Saltaban por el terreno, el río delante, la barricada a la derecha.

—¡Exactamente por donde yo voy! —repitió West por el micrófono.

Bajó por la pendiente de la ribera hacia el Fitzroy, una ruta suicida. No había manera alguna de poder cruzar la poderosa corriente con el LSV, que era muy bajo. Pero se dirigió hacia el río. A toda velocidad.

El buggy entró en el Fitzroy levantando unas espectaculares cortinas de espuma a cada lado mientras cortaba la corriente, una corriente inesperadamente poco profunda en un trozo del lecho distinto de todos los demás: un vado de cemento oculto.

Mientras el vehículo de Jack salía por el otro lado del río y alcanzaba la ribera opuesta con un salto de un metro, el coche de Zoe llegó al borde del agua en el mismo instante en que el último jeep chino se le ponía a la par.

Zoe entró en el vado en el mismo punto por donde había entrado Jack. Pero su perseguidor no lo hizo, y el vado era con toda intención angosto, un puente de cemento sumergido que tenía el ancho de un coche, y, por tanto, el jeep chino entró de morro en el agua y se detuvo en el acto mientras el vehículo de Zoe continuaba hasta llegar sano y salvo al otro lado.

Al ver que los dos vehículos habían cruzado con éxito el río por el norte, las tropas chinas que cerraban el puente saltaron a los jeeps y los APC y comenzaron a cruzar el puente para continuar con la persecución.

Sólo para encontrarse con la sorpresa de que el puente se hundía debajo del primer vehículo.

Entre un amasijo de vigas de madera aserradas, el jeep cayó al río y dejó a los demás vehículos agrupados delante del vacío, sin ningún puente que cruzar.

Se dirigieron entonces hacia el vado pero, para cuando lo encontraron y consiguieron cruzarlo, los dos vehículos de Jack seguían con la desesperada fuga a toda velocidad por la autopista.

El avión de la fuga

Mientras Jack y Zoe huían hacia el este dejando atrás las trampas de los clavos y pasando por el vado oculto en el río, Monstruo del Cielo también había estado ocupado.

Había ido en su camioneta hasta el extremo sur de la granja, donde había desaparecido en el interior de una cabaña construida en la ladera de una colina, una colina que, vista desde cerca, era en realidad una enorme estructura cubierta con una red de camuflaje.

Un hangar.

En cuyo interior había un gigantesco 747 negro.

Si se miraba con atención la panza del avión, aún se podía ver una inscripción en árabe: Presidencia Uno —Fuerza aérea iraquí:
Halicarnaso.

El aparato había estado una vez en un hangar secreto a las afueras de Basora, uno de los varios 747 que habían permanecido ocultos por todo Iraq, preparados para llevarse a Saddam Hussein a un lugar seguro en África oriental si se producía una invasión. Resultó que Saddam nunca llegó a utilizar ese avión, pero en 1991, cercado por las fuerzas enemigas y abandonado por sus propios hombres, Jack West Jr. sí que lo usó.

Ahora era su avión, el
Halicarnaso.

El aparato salió del hangar y comenzó a circular por la ancha pista de tierra, que también cruzaba el río Fitzroy por un segundo vado de cemento sumergido a unos pocos kilómetros al sur del puente trampa.

Una vez cruzado el vado, Monstruo del Cielo llevó el enorme 747 a la izquierda para entrar en la autopista con el morro apuntando al norte.

El enorme avión inició la marcha por la autopista del desierto, un gran escarabajo negro que circulaba por el ardiente asfalto, hasta que Monstruo del Cielo vio los dos LSV de Jack y Zoe entrar en la calzada a unos pocos centenares de metros por delante del aparato. Una rampa en la popa del
Halicarnaso
descendió hasta tocar el pavimento y el roce hizo que se levantara una lluvia de chispas —con el gran avión en movimiento a una considerable velocidad—, los dos vehículos lo alcanzaron y subieron por la rampa para entrar en su vientre seguidos de cerca por la diminuta silueta de
Horus.

En cuanto el segundo coche estuvo en el interior, firmemente anclado con el arnés, la rampa se elevó y los motores rugieron hasta alcanzar la velocidad de despegue, y entonces, lenta y graciosamente, el aparato se elevó de la solitaria autopista del desierto y dejó atrás la granja, ahora ocupada por los coches y las tropas chinas.

Other books

Grey Eyes by Frank Christopher Busch
Wrath of Hades by Annie Rachel Cole
Hot Rebel by Lynn Raye Harris
Love on Landing by Heather Thurmeier
Frozen by Erin Bowman
Cravings by Laurell K. Hamilton, MaryJanice Davidson, Eileen Wilks, Rebecca York
A Duke of Her Own by Lorraine Heath