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Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Ciencia Ficción

Las seis piedras sagradas (4 page)

BOOK: Las seis piedras sagradas
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Sólo que ese año se había introducido un cambio en los Talismán Sabré: por primera vez, China participaba en ellos. Nadie se hacía ilusiones. Con la vigilancia de la neutral Australia (el país tenía importantes vínculos comerciales con China y también unos largos vínculos militares con Estados Unidos), China y Estados Unidos, los dos chicos mayores del barrio se estaban midiendo el uno al otro. En un primer momento, Estados Unidos no había querido la participación china, pero los chinos habían ejercido una considerable presión comercial sobre Australia para poder participar, y los australianos les habían rogado a los norteamericanos que accediesen.

Por fortuna, pensó West, ésos eran unos temas que ya no le concernían.

Se volvió para mirar a Lily y a Alby, que corrían alrededor del granero levantando nubes de polvo gemelas, cuando sonó el pitido del ordenador en la cocina.

Ping, ping, ping, ping.

Correos electrónicos.

Muchos.

Jack entró en la cocina con la taza de café en la mano y miró la pantalla.

Acababan de llegar más de dos docenas de correos de Max Epper. Jack abrió uno de ellos y se encontró mirando la foto digital de un antiguo símbolo tallado. Parecía ser chino.

—Ay, Mago —suspiró—. ¿Qué ha pasado ahora? ¿De nuevo te has olvidado de llevar un segundo disco duro?

El Mago ya lo había hecho antes. Había necesitado archivar algo pero había olvidado llevarse un segundo disco duro, así que había enviado sus fotos por e-mail a Jack para que las archivara.

Con un gemido, Jack entró en internet, accedió al chat de
El señor de los anillos
y escribió su nombre de usuario: STRIDER101.

Apareció un foro poco actualizado. Era así como Lily y él se comunicaban con el Mago: a través del anonimato de internet. Si el Mago había enviado una serie de mensajes electrónicos, entonces sin duda habría enviado una explicación al chat.

Efectivamente, el último mensaje que aparecía en el recuadro era de GANDALF101: el Mago.

West fue pasando el mensaje, convencido de que vería la habitual tímida disculpa del Mago…

… sólo para verse sorprendido por lo que vio.

Números.

Montones de números, intercalados con paréntesis, guiones y barras:

(3/289/-5/5) (3/290/-2/6) (3/289/-8/4) (3/290/-8/4) (3/2907-1/12)

(3/291/-3/3) (1/187/15/6) (1/168/-9/11)

(3/47/-3/4) (3/47/-4/12) (3/45/-163) (3/47/-1/5)

(3/305/-3/1) (3/304/-8/10)

(3/43/1/12) (3/30/-3/6)

(3/15/7/4) (3/15/7/3)

(3/63/-20/7) (3/65/5/1-2)

(3/291/-14/2) (3/308/-8/11) (3/232/5/7) (3/290/-1/9)

(3/69/-13/5) (3/302/1/8)

(3/55/-4/11-13) (3/55/-3/1)

Jack frunció el entrecejo, preocupado.

Era un mensaje cifrado del Mago, un código especial sólo conocido por los miembros de su círculo más íntimo. Eso era serio.

Se apresuró a coger una novela de un estante —la misma novela que el Mago había utilizado para componer el mensaje en China— y comenzó a pasar las páginas para traducir el mensaje cifrado.

Escribió las palabras debajo de cada referencia numérica hasta que finalmente tuvo el mensaje completo y se le heló la sangre:

(3/289/-5/5) (3/290/-2/6) (3/289/-8/4) (3/290/-8/4) (3/2907-1/12)

VETE YA VETE YA ¡AHORA!

(3/291/-3/3) (1/187/15/6) (1/168/-9/11)

RECOGE PIEDRA FUEGO

(3/47A3/4) (3/47/-4/12) (3/45/-163) (3/47/-1/5)

Y MI LIBRO NEGRO

(3/305/-3/1) (3/304/-8/10)

Y CORRE

(3/43/1/12) (3/30/-3/6)

NUEVA EMERGENCIA

(3/15/7/4) (3/15/7/3)

MUY PELIGROSA

(3/63/-20/7) (3/65/5/1-2)

ENEMIGOS VIENEN

(3/291/-14/2) (3/308/-8/11) (3/232/5/7) (3/290/-1/9)

ME REUNIRÉ CONTIGO EN

(3/69/-13/5) (3/302/1/8)

GRAN TORRE

(3/55/-4/11-13) (3/55/-3/1)

LO PEOR LLEGA

—Joder… —susurró Jack.

Miró a través de la ventana de la cocina y vio a Lily y a Alby, que seguían jugando junto al granero; luego vio el brumoso cielo naranja detrás de ellos, glorioso en el sol de la mañana…

…mientras comenzaba a llenarse de figuras que caían, docenas y docenas de ellas, figuras con paracaídas abiertos para demorar su descenso.

Paracaidistas. Centenares de paracaidistas.

Que venían a su granja.

West salió de la casa como una tromba.

—¡Chicos! —gritó—. ¡Venid aquí! ¡De prisa!

Lily se volvió, perpleja, y Alby hizo lo mismo.

West trazó las palabras en lengua de signos al tiempo que hablaba:

—¡Lily, prepara una maleta! ¡Alby, recoge todas tus cosas! ¡Nos vamos dentro de dos minutos!

—¿Nos vamos? ¿Por qué? —preguntó Alby.

Lily, en cambio, conocía la expresión en el rostro de West.

—Porque tenemos que hacerlo —dijo, y señaló—. Vamos.

West corrió al interior de la casa y aporreó las puertas de las dos habitaciones de invitados.

—¡Zoe! ¡Monstruo del Cielo! ¡Arriba! ¡De nuevo tenemos problemas!

De la habitación de invitados número uno salió Monstruo del Cielo, un peludo neozelandés que era el gran amigo de West y piloto residente.

Con su larga barba negra, su gran barriga y unas cejas descomunales, Monstruo del Cielo no era la cosa más bonita de ver por la mañana. Tenía un nombre verdadero, pero nadie excepto su madre parecía saberlo.

—No tan alto, Cazador —protestó—. ¿Qué pasa?

—Nos invaden —West señaló a través de la ventana.

Con los ojos nublados por el sueño, Monstruo del Cielo miró y vio el enjambre de paracaídas que llenaban el horizonte. Sus ojos se abrieron como platos.

—¿Están invadiendo Australia?

—No, sólo a nosotros, sólo esta granja. Vístete y después ve al
Halicarnaso.
Prepáralo para un despegue inmediato.

—Entendido.

Monstruo del Cielo se puso en marcha en seguida, mientras se abría la puerta de la habitación de invitados número dos para dejar a la vista algo mucho más agradable.

Zoe Kissane salió de la habitación vestida con un pijama de West. Con sus ojos azul cielo, el pelo rubio corto y un rostro salpicado con algunas pecas, era una auténtica belleza irlandesa. Ella también estaba de vacaciones del Sciathan Fhianoglach an Airm, la famosa unidad de comandos del ejército irlandés. Veterana de la aventura del piramidión dorado, ella y West eran íntimos, y —según decían algunos— cada vez más. Las puntas de sus cabellos rubios eran de un color rosa violento, los restos de la sesión de peluquería con Lily del día anterior.

Abrió la boca dispuesta a preguntar, pero West se limitó a señalar a través de la ventana.

—Bueno, eso no se ve todos los días —opinó—. ¿Dónde está Lily?

Jack entró en su habitación y comenzó a recoger cosas de todos lados: una chaqueta de lona de minero, un casco de bombero y un cinturón con dos pistoleras que se ciñó de inmediato.

—Recogiendo sus cosas. Alby está con ella.

—Oh, Dios mío, Alby. ¿Qué…?

—Nos lo llevaremos con nosotros.

—Iba a decir: ¿qué le diremos a su madre? Hola, Lois, sí, los chicos han pasado un verano fantástico huyendo de una fuerza invasora de paracaidistas.

—Algo por el estilo —dijo Jack, que entró a la carrera en su despacho y salió al cabo de un segundo con una gran carpeta de cuero negro.

Luego pasó a toda prisa junto a Zoe para ir por el pasillo hasta la puerta trasera de la granja.

—Recoge tus cosas y reúne a los niños, nos vamos dentro de dos minutos, debo ir a buscar la parte superior del piramidión.

—¿Recoger qué?… —preguntó Zoe, pero West ya había salido, y la puerta mosquitera se cerró con un golpe seco.

—¡No te olvides de recoger los libros de código y los discos duros del ordenador! —llegó su voz desde lejos.

Un momento después, Monstruo del Cielo salió de su habitación, ocupado en abrocharse el cinturón y con el casco de piloto en una mano. Él también pasó junto a Zoe —con un ronco «Buenos días, princesa»— antes de desaparecer por la puerta de atrás.

De pronto, Zoe despertó a la realidad.

—Joder —dijo, y corrió a su habitación.

Jack West cruzó el patio de atrás de la granja y entró en el túnel de una vieja mina abandonada en la ladera de una colina.

Caminó a toda prisa por el túnel oscuro, guiado con la luz de la linterna sujeta a su casco de bombero, hasta que unos cien metros más adelante llegó a un gran espacio, una gran habitación que contenía…

…el piramidión dorado.

De tres metros de altura, la resplandeciente minipirámide dorada que había estado una vez en la cumbre de la Gran Pirámide de Gizeh poseía una autoridad, una presencia, que hacía que Jack se sintiera muy humilde cada vez que la veía.

Acomodados alrededor del piramidión había otros objetos de sus anteriores aventuras, objetos que de alguna manera estaban relacionados con las siete maravillas del mundo antiguo: el espejo del faro de Alejandría, la cabeza del Coloso de Rodas…

En algunas ocasiones, Jack iba allí y se sentaba para contemplar la colección de tesoros sin precio reunidos en la caverna.

Pero no ese día.

Ese día cogió una vieja escalera de tijera y subió por un costado del piramidión para retirar con mucho cuidado la pieza superior, la única pieza que era una pirámide en sí misma: la Piedra de Fuego.

La Piedra de Fuego era pequeña, su base cuadrada quizá del ancho de un libro de tapa dura. En su ápice había un pequeño cristal transparente de dos centímetros y medio de ancho. Todas las demás piezas del piramidión tenían cristales similares en su centro, y los siete quedaban alineados en una fila cuando se montaba el piramidión.

West guardó la Piedra de Fuego en la mochila y regresó a la carrera por el túnel de salida.

Mientras corría, activó varias cajas negras colocadas en los soportes de madera a todo lo largo del camino; se encendieron unas luces rojas. En el último soporte puso en marcha una última caja y recogió un mando de control remoto que había estado en lo alto de la caja para esa ocasión.

En cuanto salió de nuevo al sol de la mañana, se detuvo junto a la entrada de la vieja mina.

—Nunca habría querido hacer esto —dijo con voz triste.

Pulsó el botón de Detonar en el control remoto. Unos sordos truenos secuenciales salieron por el túnel de la mina cuando detonaba cada una de las cargas; las más profundas fueron las primeras en estallar.

Después, con un tremendo ¡fuuush!, una nube de polvo salió de la entrada. El estallido de la última carga provocó un alud que bajó por la ladera por encima de la entrada de la mina, una mezcla de escombros, arena y piedras.

Jack se volvió y corrió hacia la granja.

De haber tenido tiempo para mirar atrás, habría visto cómo se posaba la gran nube de polvo. Una vez que éste se hubo asentado del todo, lo único que quedaba en el lugar era una colina; una vulgar colina de piedra y arena que no se diferenciaba en nada de la otra docena que había en la zona.

Jack llegó a la granja a tiempo para ver cómo Monstruo del Cielo se marchaba a toda velocidad en una camioneta en dirección sur, donde estaba el hangar.

Los paracaídas continuaban cayendo del cielo, muchos de ellos ahora ya cerca del suelo. Había centenares, algunos sin duda cargados con hombres armados, mientras que otros eran unos paracaídas enormes que soportaban objetos de gran tamaño: jeeps y camiones.

—Madre de Dios… —susurró Jack.

Zoe salió con Lily y Alby por la puerta trasera de la granja y el disco duro del ordenador bajo el brazo.

—¿Has cogido los libros de código? —le gritó West.

—¡Los tiene Lily!

—¡Por aquí, al granero! —West les hizo una seña para que lo siguieran.

Los cuatro corrieron juntos, dos adultos y dos niños, cargados con mochilas con lo mínimo imprescindible, con
Horus
volando por encima de ellos.

Mientras corría, Alby vio las armas de West.

Él advirtió la mirada de asombro en el rostro del niño.

—Tranquilo, chico. Esta clase de cosas nos ocurren a nosotros continuamente.

West llegó a la enorme puerta del granero e hizo pasar a los demás antes de mirar hacia la camioneta de Monstruo del Cielo, que se alejaba a gran velocidad junto a una sucesión de colinas y dejaba atrás una amplia y espesa estela de polvo.

Pero entonces un paracaidista le tapó la visión de la camioneta, un paracaidista chino con todo el equipo de combate que chocó contra el suelo y rodó hábilmente sobre sí mismo, recogió el paracaídas y se apresuró a empuñar un fusil automático.

Después echó a correr en línea recta hacia la granja. Otro hombre aterrizó detrás, luego otro y otro más. West tragó saliva. Él y los demás estaban aislados de Monstruo del Cielo.

—Maldición, maldición —susurró.

Luego corrió al interior del granero mientras otro centenar de paracaidistas tocaban tierra por los cuatro costados de su granja.

La carretera este

Momentos más tarde se abrieron las puertas del granero y a través de ellas salieron dos vehículos compactos de doble tracción.

Se parecían a algo sacado de la película
Mad Max.

Eran Longline «Light Strike Vehicles», o LSV, modificados, buggies ultraligeros de dos plazas con enormes neumáticos todoterreno, suspensiones de máxima tolerancia y una carrocería hecha de tubos y barras antivuelco.

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