Las seis piedras sagradas (36 page)

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Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Ciencia Ficción

BOOK: Las seis piedras sagradas
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ÁFRICA

11 de diciembre de 2007

Seis días antes de la segunda fecha límite

EN ALGÚN LUGAR DE ÁFRICA

11 de diciembre de 2007, 18.00 horas

Oscuridad, silencio, paz.

Luego, un terrible dolor en su mano derecha despertó a Jack West.

Abrió los ojos…

…y se encontró tumbado boca arriba en una enorme lápida de piedra, al pie de un profundo agujero de forma cuadrada, con los brazos abiertos en cruz… ¡y un gigante negro que clavaba un grueso clavo en su palma derecha!

El hombre volvió a bajar el martillo y, para horror de Jack, el clavo le atravesó toda la carne de la palma y se hundió en un pequeño trozo de madera encajado en la piedra. La sangre manó de la herida.

Jack comenzó a hiperventilar.

Movió la cabeza para mirar su brazo izquierdo y descubrió que ya lo habían clavado en otro bloque hundido en la piedra, su mano izquierda metálica aún con el guante de cuero. Tenía las piernas atadas.

Fue entonces cuando comprendió todo el horror de su situación: lo estaban crucificando…

Crucificado con la espalda apoyada en una lápida de piedra, en el fondo de un pozo situado Dios sabía dónde.

Todavía respirando de prisa, observó el lugar a su alrededor.

El pozo era profundo, de unos seis metros, con las paredes verticales de piedra desnuda. Más allá de su borde, el mundo se veía oscuro alumbrado por la luz de una hoguera, como una caverna o una mina de algún tipo.

Entonces, el fornido negro que le clavaba la mano a la piedra gritó:

—¡Está consciente!

Cuatro hombres aparecieron en el borde del pozo para mirar en su interior.

Jack no reconoció a dos de ellos, una pareja de soldados norteamericanos: el primero, un fornido joven con unos grandes ojos que no parpadeaban; el segundo, un asiático-norteamericano más bajo que vestía el uniforme de fatiga de los marines.

Pero conocía al tercer hombre. Era chino, mayor, y sus ojos relucían furiosos. Era el coronel Mao Gongli, del Ejército de Liberación Popular, al que había visto por última vez en el sistema de trampas de Lao-Tsé, ahogándose con el humo de una granada. Recordaba vagamente haberle propinado un puñetazo a Mao cuando pasaba por su lado.

Sin embargo, el cuarto hombre era alguien a quien Jack conocía muy bien, y dedujo (acertadamente) que los dos soldados más jóvenes eran sus lacayos. Rubio y de ojos azules, era un coronel norteamericano que respondía al nombre en clave de Lobo. Jack llevaba años sin verlo, y no lo lamentaba.

Lobo miró a Jack —indefenso boca arriba, clavado en el fondo del pozo— con una expresión muy curiosa. Luego sonrió.

—Hola, hijo —gritó.

—Hola, padre —respondió Jack.

El hombre que estaba en lo alto era Jack West sénior.

Jonathan West Sr., alias Lobo, miró a su hijo desde lo alto del pozo.

Detrás de él, invisible para Jack, había una enorme mina subterránea. Allí, centenares de esqueléticos etíopes estaban encaramados en andamios de diez pisos de altura, trabajando con picos y palas delante de una gran pared de tierra, para retirar la tierra apisonada durante siglos de lo que parecía ser una colección de antiguos edificios de piedra.

—Isopeda isopedella
—dijo Lobo pausadamente, y su voz resonó en la inmensa mina.

Jack no respondió.

—La vulgar araña cazadora —añadió su padre—. Una araña de cuerpo y miembros largos nativa de Australia. Similar a la tarántula en tamaño y fama, es conocida por alcanzar unas dimensiones superiores a los quince centímetros.

Jack continuó en silencio.

—Pero, a pesar de su temible apariencia, la araña cazadora no es letal. Es más: no es peligrosa en absoluto. Una picadura no causará más daño que un transitorio dolor local. Es un engaño, un fraude. Un animal que intenta enmascarar su incapacidad con la apariencia del tamaño y el poder. Muy parecida a ti, nunca me gustó tu nombre en clave, Jack.

El sudor corría a chorros por la frente de Jack mientras yacía tendido en el fondo del pozo.

—¿Dónde están mis amigos? —preguntó con la garganta áspera y seca. Pensaba en Elástico, Osito Pooh y Astro, que no habían conseguido escapar después de la persecución en Abu Simbel.

En ese momento, Lobo empujó a Astro para que apareciera a su lado. Jack vio al joven infante de marina norteamericano con los ojos borrosos. Parecía estar bien y, lo que era más importante, no estaba esposado. No dijo nada, sólo miró a Jack con frialdad.

¿Astro había estado con Lobo desde el principio?, pensó Jack. Siempre había sido una posibilidad. Pero no, había catalogado a Astro como un buen hombre, leal. No podía tratarse de un topo.

—¿Qué hay de los otros dos?

—Olvídate de su destino —respondió Lobo—. Seguramente vivirán más que tú, pero no mucho más. Estábamos hablando de lo poco acertado de tu nombre en clave, hijo.

—Yo no lo escogí, nadie escoge su propio nombre en clave.

Lobo desvió la mirada.

—¿Cómo está tu madre? —preguntó de improviso—. No importa lo mucho que lo intento, pero no consigo dar con ella. Es como si quisiera que no la encontrase.

—No puedo imaginar la razón —replicó Jack.

Explicar lo que había ido mal en el matrimonio de sus padres significaba comprender al padre de Jack.

Físico poderoso y poseedor de una mente brillante, Jonathan West Sr. era un hombre vanidoso, convencido de su superioridad en todos los asuntos. Como estratega, no tenía rivales en Estados Unidos, sus métodos eran osados, crueles y, por encima de todo, exitosos. Estos logros sólo servían para reafirmar su sentimiento de omnipotencia.

Pero, entonces, la crueldad se había filtrado en su matrimonio, y adoptado una forma violenta. La madre de Jack lo había abandonado y, para enfurecerlo todavía más, se había divorciado en un tribunal australiano; nada menos que en un tribunal australiano.

Después de eso, había desaparecido y ahora vivía en la remota ciudad de Broome, en un distante rincón de Australia occidental, no muy lejos de la granja de Jack, un lugar que sólo él y unos pocos conocían.

Lobo se encogió de hombros.

—Ahora mismo ella no tiene ninguna importancia. Pero, cuando todo esto se acabe, estoy decidido a encontrarla.

—Si pudiera vernos ahora mismo… —dijo Jack.

—Hiciste bien al aventajar a Marshall Judah en tu carrera para encontrar las siete maravillas del mundo antiguo —añadió Lobo—. Judah era un tío listo. ¿De verdad tuviste que arrojarlo a la turbina de un avión de reacción?

—Al menos, no lo crucifiqué.

El rostro de Lobo adquirió una expresión pétrea.

—Judah trabajaba para mí. De la misma manera que, una vez, tú podrías haberlo hecho. Al final, su fracaso, si bien lamentable, no fue total. Tártaro fue únicamente el comienzo. Una misión mucho más importante (rechazar el Sol Oscuro y obtener sus recompensas) está ahora al alcance. Como ambos sabemos, el poder de Tártaro fue anulado hace poco por nuestros mutuos enemigos, la Hermandad de la Sangre japonesa.

Jack no lo sabía, y la expresión en su rostro debió de delatarlo.

—¿No lo sabías? —Lobo sonrió—. Con la contraceremonia que realizaron en el equinoccio de otoño en la segunda gran pirámide debajo de la isla de Pascua, el opuesto geográfico de Gizeh. Algunos de nosotros queremos gobernar el mundo, Jack, de la misma manera que otros todavía desean salvarlo, y hay otros, como nuestros amigos japoneses, obsesionados con el honor, que desean acabarlo.

«Fueron ellos quienes lanzaron aquel avión contra el Burj al Arab en Dubai en un intento por destruir la Piedra de Fuego. Fueron ellos quienes emboscaron a tu gente cerca del muelle en Abu Simbel con sus atacantes suicidas. La muerte no les asusta. Es más, como sus antepasados kamikaze, una gloriosa inmolación es el honor supremo.

Jack hizo una mueca de dolor al tiempo que le dirigía un gesto a Mao.

—Así que Estados Unidos y China están en esto juntos. Los chinos atacaron mi granja. En China, este imbécil torturó al Mago.

Mao se molestó visiblemente. Lobo era la viva imagen de la tranquilidad.

—Es una pena, pero yo ya no represento formalmente a Estados Unidos —manifestó Lobo—. Después del fracaso de Judah con las siete maravillas, el grupo Caldwell fue abandonado por el gobierno. Pero nuestra influencia aún sigue siendo grande en los salones del poder y entre los militares. Desde luego, duraremos mucho más que el actual gobierno. No, nuestro pequeño grupo de patriotas considera que los diversos gobiernos norteamericanos no han llevado muy lejos a Estados Unidos en su papel como la única superpotencia que queda en este planeta. Estados Unidos necesita gobernar esta tierra con mano de hierro, no con la diplomacia y la conciliación. Hacemos lo que queremos. No necesitamos pedir permiso.

»En cuanto a China, bueno, no es ningún secreto que los chinos quieren progresar en el mundo, ser respetados como el gigante que son. La relación del grupo Caldwell es beneficiosa para ambas partes. Tenemos mucho que ofrecernos el uno al otro; nosotros tenemos la información, ellos tienen el músculo.

—Eh, Mao —gritó Jack—. Le cortará el cuello tan pronto como haya acabado con usted.

—Correré el riesgo, capitán West —replicó Mao fríamente—. Tiene suerte de que no me permita cortarle el suyo aquí y ahora.

—¿Quiénes son ellos? —Jack movió la barbilla para señalar a los dos hombres que se encontraban junto a su padre.

Lobo señaló primero al asiático-norteamericano.

—Éste es Navaja, infante de marina de Estados Unidos, ahora cedido al CIEF.

«El CIEF», pensó Jack. Técnicamente era la Fuerza In Extremis del Comandante en Jefe, pero en realidad era el ejército privado del grupo Caldwell.

Lobo pasó un brazo alrededor del fornido hombre a su lado.

—Este joven, Jack, es tu hermanastro, mi otro hijo, Grant West. De las fuerzas especiales del ejército y ahora también del CIEF. Nombre en clave: Estoque.

Jack miró al hombre de ojos grandes junto a su padre, grande, fornido y atento. Estoque se limitó a mirarlo sin parpadear. A juzgar por su edad, Jack dedujo que Estoque había nacido mientras Lobo aún estaba casado con la madre de Jack: otra razón para detestar a su padre.

—No es muy diferente de ti, Jack —añadió Lobo—, con mucho talento, con grandes recursos, motivado. Pero en muchos aspectos también es mejor que tú: es mejor soldado, un asesino más disciplinado. Además, es obediente, aunque quizá eso se pueda atribuir a que su madre es de mejor raza.

—Lo que tú siempre quisiste —dijo Jack, todavía con una mueca de dolor—. Tu propio perro de ataque. ¿A qué viene todo esto? —Señaló su posición—. ¿No podrías matarme sin más?

Lobo sacudió la cabeza.

—Oh, no. No, no, no. ¿Ves al hombre que está a tu lado, Jack? ¿El que te acaba de clavar en la lápida? Es un cristiano etíope; ahora estás en Etiopía.

—¿Etiopía?

—Etiopía es un país curioso —prosiguió Lobo—. Con una también curiosa mezcla de creencias. El cristianismo es muy fuerte aquí, traído en la Edad Media por los templarios. Las famosas iglesias de Lalibela son testimonio de su presencia. ¿Sabías que, de acuerdo con algunas leyendas, Etiopía es el lugar donde se encuentra el Arca de la Alianza, traída aquí directamente desde el templo de Salomón? El islam también se practica en algunas regiones, pero lo más curioso es que en este país existe una clase inferior de judíos. Como muchas otras poblaciones judías en el resto del mundo, son perseguidos de una forma terrible por otras creencias. Lobo hizo una pausa.

—De hecho, en esta mina, la mayoría de nuestros mineros esclavos son judíos. En cambio, los guardias son cristianos etíopes, y ahí está el significado detrás de tu ejecución. Nuestros guardias son muy devotos, Jack. Todos los años, durante Semana Santa, escogen a uno de los suyos para que haga de Jesucristo y los crucifican de la misma manera en que ahora serás crucificado tú. Morir de esa manera es un gran honor.

Jack sintió que un escalofrío le recorría todo el cuerpo.

—Mis guardias me temen —añadió Lobo—, como debe ser. Vigilan bien porque temen las consecuencias del fracaso. Además, todos los guardias de esta mina saben que tú eres mi primogénito. Que yo mate a mi primogénito de esta manera despierta el terror en sus corazones. Soy como Dios: someto a mi propio hijo a esto, la más cruel de las muertes. Tu muerte me convertirá en un dios ante sus ojos.

—Fantástico —exclamó Jack.

Mientras hablaba, advirtió que el etíope con el martillo subía rápidamente por una escalera tallada en la pared del pozo para escapar a toda prisa.

Pero Lobo aún no había acabado.

—Fíjate en la lápida de piedra donde yaces, hijo mío, es una de las docenas que se han lanzado a ese pozo durante los últimos trescientos años; ahora mismo, estás encima de capas y capas de etíopes cristianos crucificados. No morirás de la crucifixión, la crucifixión es notablemente lenta, algunas veces se tarda tres días en morir, no…

En ese momento, Jack oyó un terrible rechinar, y de pronto una gran lápida de piedra fue arrastrada por una esquina en el borde del pozo, empujada por un grupo de guardias etíopes. La lápida cuadrada encajaba perfectamente en las dimensiones del profundo pozo cuadrado.

—… serás aplastado y así te convertirás en otra capa de esta notable fe.

A Jack se le salieron los ojos de las órbitas. La lápida cuadrada estaba ahora a medio camino a través del pozo.

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