Las seis piedras sagradas (34 page)

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Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Ciencia Ficción

BOOK: Las seis piedras sagradas
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Mientras se desplomaban, se giró y vio quién los había abatido: Jack, de pie en el ala de babor, con su Desert Eagle humeante. Sin duda había disparado por encima del hombro de Monstruo del Cielo desde atrás.

Monstruo del Cielo exhaló un suspiro de alivio sólo para ver como en el rostro de Jack aparecía una expresión de horror.

—¡Monstruo! ¡Cuidado!

Monstruo del Cielo se volvió de nuevo, asombrado, y vio que uno de los tres egipcios caídos, herido pero no muerto, empuñaba una pistola con la mano ensangrentada y le apuntaba para dispararle a quemarropa. El egipcio apretó el gatillo en el mismo momento en que de la nada aparecía un relámpago marrón, y en un abrir y cerrar de ojos el egipcio se vio desarmado.

Era
Horus.
El pequeño halcón de Jack —que había permanecido a bordo del
Halicarnaso
durante la misión en Abu Simbel— había arrebatado el arma de los dedos ensangrentados del atacante.

Jack pasó junto a Monstruo del Cielo y, de un puntapié, lanzó al egipcio por la puerta de estribor y de pronto reinó el silencio en la cabina, un breve momento de respiro.

Horus
se posó en el hombro de Jack y le ofreció la pistola del egipcio.

—Bien hecho, pájaro —dijo Jack, que se acercó a Monstruo del Cielo y le colocó el auricular en la oreja—. Si tú estás aquí, ¿quién pilota?

—El Mago.

—El Mago apenas si sabe montar en bicicleta —señaló Jack—. Vuelve arriba. Necesito que abras la rampa trasera; tenemos que subir a los otros. Yo cubriré las entradas.

—¡Jack, espera! ¡Tengo que decirte algo! Muy pronto nos quedaremos sin carretera; con sólo tres motores necesitamos una pista más larga para despegar, y el tramo que viene es nuestra última oportunidad.

—¿Cuánto tardaremos en llegar a ella?

—Un par de minutos como mucho. Jack, ¿qué hago si no están todos a bordo a tiempo?

—Si llegamos a eso —respondió él con un tono grave—, encárgate de sacar de aquí a Lily, al Mago y el pilar, ésa es la prioridad. —Dio una palmada en el hombro de Monstruo del Cielo—. Pero con un poco de suerte no tendrás que tomar esa decisión.

—Recibido —dijo Monstruo del Cielo, que corrió hacia la escalerilla para volver a la cubierta superior.

Después de su primer intento fallido, los egipcios redoblaron ahora sus esfuerzos para asaltar el 747: otros dos autocares se colocaron debajo de la humeante ala derecha del
Halicarnaso,
en fila india, uno delante del otro, para descargar a los hombres armados que corrían por los techos de ambos autocares antes de saltar al ala.

Donde los esperaba Jack.

Con una rodilla en el suelo, medio oculto por la puerta y azotado por el fuerte viento, Jack disparó contra las tropas invasoras, pero no había acabado de abatir a uno cuando otro aparecía en su lugar.

No podía mantener el ritmo durante mucho tiempo y, con una rápida mirada por encima del hombro, vio una curva en la autopista. Más allá estaba…

…el largo tramo de carretera recta.

Su última oportunidad de escapar.

«Será mejor que hagas algo rápido, Jack…»

Las balas se incrustaron en el portal por encima de su cabeza, divisó la siguiente oleada de asaltantes egipcios y, para su horror, vio que esos tipos cargaban con escudos blindados ligeros, como los utilizados por la policía antidisturbios, con una pequeña mira.

«Mierda.»

Bum. Disparó y el primer atacante que apareció en el ala salió despedido, alcanzado en un ojo por un disparo hecho a través de la mira.

«Esto se está desmadrando», pensó.

Pero entonces vio la carretera atrás y una mirada de absoluto desconsuelo pasó por su rostro.

Habían llegado los refuerzos del enemigo: seis helicópteros Apache norteamericanos que volaban muy bajo sobre la autopista desde la dirección de Abu Simbel, con un tremendo estruendo en medio del aire enrarecido por el calor.

Debajo de ellos había otra flotilla de vehículos militares, esta vez norteamericanos.

—¡Mierda! —susurró Jack cuando el helicóptero de vanguardia disparó dos misiles Hellfire en su dirección—. ¡Monstruo del Cielo!

Monstruo del Cielo entró en la cabina del
Halicarnaso
y se sentó en el sillón del capitán al tiempo que apretaba el interruptor que abría la rampa. Ésta descendió en el acto levantando chispas al rozar el pavimento.

Entonces, la voz de Jack resonó en su oído.

—¡Monstruo del Cielo, dispara los señuelos, ahora, ahora, ahora!

Monstruo del Cielo apretó un botón señalado como «Señuelos» y, de inmediato, dos objetos como petardos salieron disparados de la cola del
Halicarnaso
y se elevaron en el aire.

El primer misil Hellfire chocó contra uno de los señuelos y explotó de forma inofensiva muy alto por encima del Jumbo.

El segundo, algo confundido por los señuelos, pasó junto a ellos y estalló en la carretera muy cerca del ala derecha del 747. Todo el avión se sacudió con violencia y la explosión estuvo a punto de alcanzar a los dos autocares de las fuerzas especiales egipcias que asaltaban el ala.

Era el caos. El caos más absoluto.

En medio de todo ese desastre, el avión y sus perseguidores llegaron a la última curva en la carretera y giraron para tomar el tramo recto de la autopista en suelo egipcio.

Ahora ocurrían cosas por todas partes. Monstruo del Cielo gritó en la radio:

—Escuchad, sea lo que sea lo que vayáis a hacer, hacedlo pronto porque estamos a punto de quedarnos sin camino.

Mientras su autocar tomaba la última curva detrás del
Halicarnaso,
Elástico vio a un tercer autocar egipcio que giraba sin ser visto debajo del ala izquierda del avión con hombres en el techo.

—¡Pooh! —llamó al Freelander que lo seguía—, tendrás que subir tú solo la rampa. Tengo que ocuparme de aquel autocar.

—Recibido —respondió Osito Pooh.

Elástico se desvió a la izquierda, pisó el acelerador y dejó al Freelander de Osito Pooh, que estaba treinta metros atrás, el camino abierto hacia la rampa de carga del avión.

A una velocidad tremenda, el autocar de Elástico chocó contra su oponente y lo obligó a zigzaguear, los neumáticos del autocar enemigo resbalando del asfalto para entrar en el arcén de guijarros, donde perdieron todo agarre y control para después inclinarse cada vez más y comenzar a dar vueltas de campana…, todo un autocar que daba vueltas de campana en medio de una gran nube de polvo, humo y arena.

Osito Pooh pisó a fondo el acelerador del Freelander, con Zoe y Alby todavía a su lado, la mirada fija en la rampa de carga.

El pequeño Freelander volaba por la carretera, acortando la distancia que los separaba del avión, cuando de pronto Alby gritó: «¡Cuidado!», y Osito Pooh giró el volante justo a tiempo para evitar un choque suicida con el Humvee enemigo que pretendía arrollarlos por la derecha.

El vehículo falló el blanco por centímetros y cruzó toda la carretera para acabar en la arena.

—¡Gracias, jovencito! —gritó Osito Pooh.

En ese momento sonó el móvil de Zoe. Convencida de que era el Mago o alguno de los otros, atendió la llamada con un grito:

—¡Diga!

—Oh, hola —dijo una suave voz de mujer con mucha amabilidad—. ¿Es usted Zoe? Soy Lois Calvin, la madre de Alby. Sólo llamaba para saber qué tal va todo por la granja.

Zoe empalideció.

—¡Lois! ¡Estooo…, hola! Las cosas van… de maravilla…

—¿Alby está ahí?

—¿Qué?… —tartamudeó Zoe, que intentaba asimilar lo curioso de recibir ese tipo de llamadas precisamente en esos momentos. Al final, se limitó a pasarle el teléfono a Alby—. Es tu madre. Por favor, sé discreto.

Un misil pasó por encima del vehículo.

—Mamá… —dijo el muchacho.

Zoe no oía la otra parte de la conversación, sólo a Alby, que decía:

—Estamos en un jeep recorriendo la zona este… Me lo estoy pasando de fábula… Oh, sí, tenemos muchísimas cosas que hacer… Lily está bien… Ya se lo diré… Sí, mamá… Sí, mamá… Vale, mamá, adiós.

Colgó y le devolvió el móvil a Zoe.

—Bonita conversación, chico —comentó ella.

—Mi madre me mataría si supiera dónde estoy ahora —dijo Alby.

—Lo mismo haría la mía —gruñó Osito Pooh mientras colocaba el Freelander en línea con el
Halicarnaso y
se preparaba para subir por la rampa cuando…, ¡buum!, fueron embestidos por la izquierda con una fuerza tremenda por otro Humvee que ninguno de ellos había visto.

El Freelander se vio arrojado violentamente a la derecha, fuera de la alineación con la rampa, y se estrelló contra el amplio flanco de uno de los dos autocares que atacaban el ala de estribor, aprisionado contra el vehículo por el Humvee.

—¡Maldición! —gritó Osito Pooh.

En el ala derecha, Jack todavía luchaba con las fuerzas egipcias —disparaba a diestro y siniestro, con
Horus
volando cerca— cuando vio aparecer el Freelander por debajo de la cola del 747, el pequeño todoterreno apretado contra uno de los autocares egipcios por un Humvee mucho mayor.

Su primer pensamiento, por curioso que fuera, estuvo dedicado a Alby —el amigo de Lily, el leal compañero de Lily— y en que todavía estaba en el Freelander. De pronto, en un extraño y apartado rincón de su mente, Jack comprendió que el destino del chico estaba ligado al de Lily, que de alguna manera él la sostenía, le daba fuerza, y, en ese momento entendió que no podía permitir que le pasara nada a Alby. Zoe y Osito Pooh podían cuidar de sí mismos, pero no Alby.

Así que actuó.

—Te veré más tarde, pájaro —le dijo a
Horus
—. Cualquier protección que puedas darme se agradecerá.

En ese momento, otros dos soldados egipcios intentaron encaramarse en el ala de estribor —ambos con escudos antidisturbios— en el mismo instante en que Jack salía de su refugio, les disparaba a ambos a través de las miras y, en un movimiento sin solución de continuidad, recogía el escudo de uno de los hombres muertos y saltaba… sobre el techo del primer autocar egipcio que circulaba debajo del ala.

Allí se encontró nada menos que con siete soldados de las fuerzas especiales egipcias, por un momento paralizados al verlo, un único hombre que los atacaba.

Fue en ese instante cuando
Horus
apareció entre ellos. Sus garras abrieron tres profundas heridas en el rostro del primer soldado e hizo perder el equilibrio al segundo. Esto le dio a Jack el momento que necesitaba porque no pensaba quedarse en el techo mucho tiempo.

Con el escudo sujeto en una mano, giró rápidamente y se dejó caer por el borde del autocar, delante mismo del parabrisas, sujetándose con el gancho magnético de Astro en el borde delantero del techo mientras caía.

Se balanceó delante del parabrisas del autocar, que circulaba a toda marcha, sorprendiendo al conductor, pero continuó hacia abajo dejando caer el escudo de Kevlar por debajo de la carrocería cuando golpeó contra la autopista utilizándolo a modo de plancha de surf y desapareciendo debajo del parachoques del enorme vehículo.

Jack se deslizó a lo largo del autocar —por debajo— apoyado en el escudo antidisturbios y utilizando la cuerda del Maghook para controlar su deslizamiento.

Mientras se deslizaba, desenfundó su Desert Eagle y disparó a todos los mecanismos vitales que veía: ejes, electrónica, cables de freno, mangueras, de tal forma que, cuando apareció por debajo del parachoques trasero, el autocar egipcio comenzó a zigzaguear fuera de control para salirse de la autopista y alejarse del avión, pero la enloquecida carrera de Jack aún no había acabado.

El segundo autocar —el que mantenía aprisionado al Freelander de Osito Pooh— seguía de cerca al primero, así que Jack pasó también por debajo de él deslizándose sobre el escudo. Mientras estaba debajo del segundo autocar, apretó un botón en el Maghook para enrollar la cuerda.

Deslizándose libremente debajo del vehículo vio los neumáticos del Freelander unos pocos metros más allá y, más lejos aún, los enormes neumáticos del Humvee, así que, mientras se deslizaba, Jack apuntó hacia un lado y disparó entre las ruedas del Freelander para destrozar los neumáticos del Humvee.

El Humvee perdió de inmediato el control, pero no antes de que dos soldados egipcios saltaran a bordo del Freelander para atacar a Osito Pooh.

A pesar de que luchaba contra los dos hombres, Pooh apartó al Freelander lejos del autocar y de nuevo apuntó hacia la rampa, sin ningún obstáculo por delante.

Zoe se inclinó hacia adelante para ayudar a Osito Pooh en su combate contra los dos soldados pero, mientras lo hacía, el Freelander zigzagueó brutalmente; si aceleraban ahora, golpearían contra uno de los soportes de la rampa de carga y se estrellarían.

Osito Pooh también pareció comprenderlo. Sujetó a los dos hombres que lo atacaban y por un momento miró a Lily y a Zoe.

—Largaos de aquí —gruñó.

Entonces, antes de que pudieran detenerlo, Osito Pooh saltó del Freelander llevándose consigo a los dos atónitos soldados egipcios.

Cayeron todos juntos en la carretera, rodando y rebotando, aunque Pooh se había asegurado de que sus atacantes se llevaran la peor parte de la caída.

Con lágrimas en los ojos, Alby se volvió para ver cómo se alejaban en la carretera, mientras Zoe se sentaba en el asiento del conductor y sujetaba el volante, ahora con el camino despejado hacia la rampa de carga.

Pisó el acelerador a fondo y el Freelander llegó a la rampa con una velocidad fenomenal, saltó a la bodega y patinó hasta estrellarse contra el vehículo blanco que estaba aparcado allí, pero por fin sanos y salvos.

Desde su posición debajo del segundo autocar egipcio, todavía deslizándose en el escudo antidisturbios, Jack había visto a Osito Pooh caer a la carretera con sus dos atacantes; también había visto el Freelander entrar en la bodega del
Halicarnaso.

De pronto algo cortó su visión: el lateral de un autocar con la puerta delantera abierta, que circulaba por su lado.

Jack empuñó de nuevo el arma sólo para ver cómo Astro aparecía en la puerta abierta del autocar, tumbado sobre los escalones.

—¡Jack, dame tu mano!

Treinta segundos más tarde, Astro sacaba a Jack de debajo del autocar egipcio y lo ayudaba a subir al otro vehículo, donde Elástico continuaba al volante.

Después de haber levantado a Jack, Astro se apresuró a colocar una carga explosiva magnética en el autocar y gritó:

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