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Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Ciencia Ficción

Las seis piedras sagradas (46 page)

BOOK: Las seis piedras sagradas
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El proyectil alcanzó su diana, y el Black Hawk, que permanecía estacionario sobre el lago, estalló en mil pedazos. Envuelto en humo y llamas, cayó de frente al agua y se estrelló levantando un tremendo surtidor no muy lejos de la torre.

—Caray, creo que esos tipos han ido guardando todas las armas con las que se han encontrado —dijo Zoe.

Mientras el Black Hawk se estrellaba, el monje guerrero que había disparado la granada desapareció de la vista, sin duda para recargar el arma.

Su desaparición dio a Zoe y a Alby la oportunidad que necesitaban para correr hacia el fuerte en el costado del acantilado, entrar y subir por la escalera de piedra.

Un piso más arriba, llegaron a un medio puente de piedra que partía del fuerte en dirección a la torre central. Montado sobre varias columnas, el medio puente tenía la función de unirse con el puente levadizo oriental de la torre en la isla cuando estaba por completo bajado, como ahora.

Entonces, mientras miraban a lo largo del doble puente, vieron al Mago de pie en el portal de la torre, que les hacía señas para que cruzaran.

—¡Por aquí! ¡De prisa! —gritó cuando, sin previo aviso, el puente levadizo que tenía delante comenzó a elevarse.

El Mago pareció perplejo. No era él. Lo estaba haciendo otra persona.

—¡Corred! —insistió.

—¡Corre! —le dijo Zoe a Alby.

Ambos corrieron al espacio abierto, los disparos y las explosiones sonando a su alrededor, un proyectil autopropulsado pasó por encima de ellos, la estela de humo cortando el aire antes de estrellarse y detonar contra el fuerte en la pared del acantilado detrás de ellos. El fuerte estalló. Rocas y escombros volaron en todas las direcciones.

Pero el monje guerrero que disparaba las granadas autopropulsadas que había estado en el techo había escapado, y ahora salía del pequeño fuerte detrás de Zoe y de Alby con la intención de cruzar el doble puente y llegar a la torre.

El puente levadizo se alzaba poco a poco. Treinta centímetros por encima del borde del medio puente. Sesenta centímetros… Noventa…

Zoe y Alby ya casi estaban allí.

El monje corría a toda velocidad detrás de ellos.

Zoe y Alby llegaron cuando el puente levadizo de madera se había alzado un metro veinte por encima del borde. Zoe se apresuró a coger al chico en volandas y a lanzarlo por encima del borde del puente.

Alby voló por el aire y golpeó con el pecho en el borde del puente levadizo. El golpe lo dejó sin aire pero consiguió sujetarse, y se sostuvo con medio cuerpo sobre el borde.

Con Alby sano y salvo en el puente, Zoe saltó desde el extremo del medio puente de piedra. Con los brazos extendidos, consiguió sujetarse del borde con las puntas de los dedos y soltó un suspiro de alivio.

Hasta que el monje guerrero detrás de ella también saltó para alcanzar el puente levadizo; dado que ya no podía alcanzarlo, se sujetó de Zoe por la cintura.

Ella se vio empujada hacia abajo por el peso añadido pero logró aguantarse, los dedos blancos mientras se sujetaban al borde del puente levadizo, que se alzaba.

Siempre subiendo, el puente pasó más allá del ángulo de veinte grados, treinta, luego cuarenta y cinco…

Inclinado sobre el borde que se alzaba, con el segundo pilar en una mano, Alby vio a Zoe debajo de él, que luchaba con el monje guerrero. Se movió torpemente, sujetando el pilar, de tal forma que consiguiera ponerse en posición de ayudarla…

…cuando —¡tump!—, sin previo aviso, el enorme puente levadizo se detuvo con una violenta sacudida que envió al muchacho volando por encima del borde superior y resbalando por todo lo largo, en dirección a la torre.

Alby rodó por el empinado puente, intentando en todo lo posible sujetar el pilar. Pero, al llegar al fondo de su caída, golpeó fuertemente en la base de piedra del puente a medio levantar y el pilar escapó de su mano y rebotó para alejarse a través de la torre y caer en el otro puente levadizo, el que volvía hacia la aldea.

El muchacho observó con horror cómo el pilar descansaba en el otro puente levadizo, en el mismo punto donde se unía con el otro puente que se desplegaba desde el templo fortaleza.

—¡Alby! —gritó una voz.

El chico se volvió y vio al Mago de pie al inicio de una escalera que se hundía en el suelo a su derecha. Lily estaba a su lado.

Oyó más voces y miró hacia el pilar justo a tiempo de ver cómo aparecían en el interior del templo fortaleza, un poco más allá, unos soldados del ejército congoleño fuertemente armados y dirigidos por un marine asiático-norteamericano.

El pilar estaba a medio camino entre ellos y Alby.

Pero entonces un grito de dolor que profirió Zoe hizo que Alby se volviera sobre sus rodillas. Vio los dedos de la joven en lo alto del puente levadizo a medio alzar. Vio cómo resbalaban poco a poco fuera de la vista.

«Todo está ocurriendo demasiado de prisa —gritó su mente—. Demasiadas opciones, demasiadas variables. Escapar con Lily, recoger el pilar o ayudar a Zoe…»

De pronto reinó el silencio y el tiempo se ralentizó para Alby Calvin.

En el silencio de su mente, el muchacho se enfrentó a la elección.

De sus tres alternativas, podía llevar a cabo dos.

Podía recoger el pilar y reunirse con el Mago y con Lily en la torre, pero no podía hacer eso y ayudar a Zoe. Si se decantaba por esa opción, Zoe caería al lago infestado de cocodrilos y moriría.

También podía ayudar a Zoe y, con ella, reunirse con el Mago y con Lily, pero eso significaría dejar el pilar a manos de aquellos intrusos, lo que podría tener ramificaciones globales.

«Ramificaciones globales», pensó Alby.

El pilar o Zoe.

Una elección que ofrecía la posibilidad de salvar al mundo, la otra salvaría una única vida: la vida de una mujer a la que quería y la de aquellos a los que amaba, Lily, el Mago y Jack West.

«No es justo —pensó, furioso—, ésta no es la clase de decisión que debería tomar un niño. Es demasiado grande. Demasiado importante.»

Y Alby hizo su elección.

Una elección que tendría unas consecuencias de largo alcance.

El tiempo volvió a acelerarse. Alby se levantó de un salto y corrió de regreso al puente levadizo a medio alzar, hacia Zoe.

Trepó por el inclinado puente de madera sujetándose con las uñas y llegó a los dedos de Zoe, enganchados en el borde, en el momento en que resbalaban por última vez…

…sujetó una de sus manos con las suyas y se echó hacia atrás con todas sus fuerzas para retenerla.

Debajo de él, Zoe alzó la mirada con una nueva expresión de esperanza. Luego, consciente de que una de sus manos estaba segura, utilizó la otra para aflojar la sujeción del monje guerrero colgado de su cinto y se libró de él de un puntapié.

El monje soltó un alarido mientras caía. Chocó contra el agua y apenas si alcanzó a dar una brazada antes de que varios cocodrilos convergieran hacia él para llevárselo al fondo.

Luego, con la ayuda de Alby, Zoe se encaramó por encima del borde.

—Gracias, chico.

—Tenemos que irnos —dijo él.

Se deslizaron sobre las posaderas por el inclinado puente y aterrizaron con los pies dentro de la torre justo a tiempo para ver a los hombres del ejército congoleño llegar al pilar en el otro puente e informar a Navaja.

—Maldita sea. El segundo pilar… —susurró Zoe.

Alby maldijo por lo bajo, pero había hecho su elección.

—Por aquí —dijo con voz firme, y empujó a Zoe por los escalones de piedra al interior de la torre hacia el punto donde el Mago y Lily esperaban con Ono y Diane Cassidy.

—¡Rápido! —gritó Lily—. Abajo hay un túnel por donde podemos huir. ¡Vamos, vamos!

Alby hizo ademán de seguir a Zoe por los escalones, pero fue en ese momento cuando ocurrió algo absolutamente inesperado.

Recibió un disparo.

Había estado a punto de seguir a Zoe escaleras abajo cuando de pronto algo lo golpeó en el hombro izquierdo, lo hizo girar y lo lanzó un metro hacia atrás, contra la pared cercana.

Alby se desplomó al pie de la pared, mareado, en estado de
shock,
el hombro izquierdo ardiéndole de una manera como nunca había sentido antes. Miró hacia abajo y descubrió que tenía todo el hombro bañado en sangre.

¡Su sangre!

Vio a Zoe al pie de la escalera, la vio intentar subir hacia él pero ya era demasiado tarde —los hombres del ejército congoleño y el marine asiático-norteamericano entraban ahora en la torre—, y el Mago tuvo que arrastrar a Zoe de nuevo escaleras abajo para ir en dirección al túnel que les permitiría escapar.

Dejaron a Alby sentado allí contra la pared de piedra, aturdido, sanguinolento y horrorizado, y ahora, a merced del marine norteamericano que avanzaba hacia él.

Oscuro, húmedo, y angosto, el túnel conducía hacia el norte.

Corrieron por sus estrechos confines, con Ono en cabeza, que llevaba en alto una antorcha. Lo seguían Lily y Diane Cassidy, con el Mago y Zoe en la retaguardia.

—¡Oh, Dios mío! ¡Alby! —gritó Zoe mientras corrían.

—¡Teníamos que dejarlo! —repuso el Mago con sorprendente firmeza.

—Creo que estaba herido…

—¡Lobo no puede ser tan malvado como para matar a un niño pequeño! ¡Teníamos que escapar! ¡Si nos atrapa, nos matará a todos! ¿Qué has conseguido llevarte de la isla sagrada?

—Recogimos el orbe y su artilugio de alineamiento, pero perdimos el segundo pilar —respondió Zoe—. ¡Alby prefirió salvarme! ¡Los hombres de Lobo llegaron a él antes de dispararle!

El Mago continuó corriendo con todas sus fuerzas.

—Cuando acaben con los neethas, Lobo y su ejército mercenario tendrán los dos pilares, además de la Piedra de Fuego y la Piedra Filosofal. Tendrán todo lo que necesitan para realizar la ceremonia en el segundo vértice y en todos los vértices que faltan. ¡Esto es un desastre!

Subieron por un largo tramo de escalones y llegaron a un portal oculto en una pequeña caverna, el final del túnel.

Al salir de la cueva, se encontraron en la ribera del gran río que alimentaba la cascada neetha.

Hacia el sur, tres volcanes se alzaban en el valle cubierto de verde, excepto por un agujero acabado de abrir en la fronda, la garganta de los neethas permanecía oculta por la selva.

Gritos y disparos los hicieron volverse.

A unos cien metros de la cueva se estaba librando otra batalla en la ribera.

Dos pilotos del ejército congoleño intentaban desesperadamente defender un gran hidroavión del ataque de treinta monjes guerreros. El hidroavión era un modelo muy viejo, una copia soviética del clásico Boeing 314 «Clipper».

Grande, con la cubierta de vuelo alzada y la cabina de pasajeros abajo, tenía cuatro motores de hélice montados en las alas y una enorme barriga que se hundía en el río. Aviones viejos y baratos como ésos eran algo común en esas regiones de África, donde el único sitio para aterrizar eran los ríos.

En ese mismo instante, el Clipper estaba lo que se dice cubierto con guerreros neethas. Subían por los costados, saltaban sobre las alas, se encaramaban al morro y golpeaban los cristales de la cabina de mando con garrotes.

Zoe se adelantó al Mago con la mirada atenta a la actividad que se desarrollaba por todo el enorme hidroavión.

El profesor vio cómo entornaba los ojos.

—No estarás pensando…

—Claro que sí —dijo ella, y le cogió la escopeta del jefe nativo.

Mientras los dos pilotos congoleños disparaban sus armas a diestro y siniestro para defender su avión de los muchos atacantes, cinco figuras nadaron silenciosamente alrededor del vientre del hidroavión para llegar a la puerta de entrada que estaba allí.

Zoe abrió el camino, se levantó desde el agua para trepar por la escalerilla y tendió la mano hacia la puerta.

La abrió y se encontró delante de un monje guerrero de dientes amarillos que se alzaba sobre ella. El neetha levantó el arco… en el mismo momento en que Zoe alzaba la escopeta y lo apartaba del camino de un disparo.

Un minuto más tarde, todavía con la escopeta del jefe, subió por la escalerilla de la cabina, a tiempo para ver cómo el copiloto congoleño era arrancado a través del parabrisas destrozado, soltando un alarido mientras caía.

Dos monjes hicieron pedazos al pobre hombre en el morro del avión. Cuando acabaron, los dos asesinos se agacharon para entrar en la cabina y se llevaron la sorpresa de verse encañonados por la escopeta de Zoe.

¡Bang! ¡Bang!

Los dos monjes salieron volando del morro del avión y acabaron en el río.

Zoe se sentó en el asiento del piloto mientras los demás se apiñaban en la cabina. Con Ono a su lado, el Mago montaba guardia en lo alto de la escalera de caracol que conducía a la cabina de los pasajeros, protegiendo las escaleras con un AK-47 que había recogido abajo.

—¿Sabes pilotar esta cosa? —le preguntó Lily a Zoe.

—Monstruo del Cielo ha estado dándome clases. —Zoe observó el impresionante despliegue de diales que tenía delante—. No creo que sea muy diferente de un helicóptero.

Apretó el botón de encendido.

Los cuatro motores de turbohélice rugieron.

El piloto, que disparaba inútilmente desde la puerta que daba a la ribera, se vio cogido por sorpresa cuando las hélices del enorme Clipper comenzaron a girar para después convertirse en un relámpago con la velocidad.

La sorpresa fue su perdición.

Mientras se volvía para mirar hacia la fuente de sonido, fue alcanzado por seis flechas de los neethas y cayó de la puerta. En el momento en que el avión comenzaba a apartarse de la orilla, diez o más de los restantes monjes guerreros que lo atacaban desde la orilla corrieron en masa por la pasarela antes de que la propia pasarela cayera en el agua detrás del avión que se alejaba.

El viento entraba a través del destrozado parabrisas de la cabina mientras Zoe empujaba hacia adelante el colectivo y notaba cómo el aparato aceleraba.

Las olas del río comenzaron a pasar de prisa debajo de la proa del hidroavión, cada vez más de prisa, hasta que de pronto desaparecieron y el aparato despegó.

Zoe sonrió, ufana.

—Santo Dios, creo que lo hemos conseguido…

Los disparos procedentes de la cabina hicieron que se volviera.

El Mago estaba disparando con su AK-47 a los fanáticos monjes guerreros que intentaban alcanzar la cubierta superior por la escalerilla.

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