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Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Ciencia Ficción

Las seis piedras sagradas (43 page)

BOOK: Las seis piedras sagradas
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—Dulce Lily, no soy fuerte. Soy pequeño pero tengo la mente despierta. Sin embargo, aquí una mente despierta no sirve de nada. Las disputas se resuelven en la Piedra del Combate —señaló una gran plataforma de piedra cuadrada que estaba entre la piedra de Lily y la isla triangular en el lago—. No espero derrotar a mis hermanos en un combate, así que estoy reducido a vivir en las sombras. Mi vida en la tribu no es una vida feliz. Ni siquiera cuando eres el séptimo hijo de jefe.

Ono agachó la cabeza, y Lily lo miró con bondad.

Entonces, abruptamente, algo sonó en alguna parte y Ono se puso de pie.

—Amanece. El pueblo se despierta. Debo irme. Gracias por hablar conmigo, dulce Lily. Lamento el día que te espera.

Ella se sentó muy erguida.

—¿El día que me espera? ¿A qué te refieres?

Pero Ono ya se había alejado, desapareciendo en las sombras.

—¿Qué pasa con el día que me espera? —repitió Lily.

Llegó la mañana.

Los rayos del sol atravesaron la fronda que cubría las gargantas de los neethas mientras una gran muchedumbre se reunía alrededor de las dos plataformas de los prisioneros.

El gigantesco guerrero que antes había evaluado a Lily y a Zoe estaba ahora delante de la asamblea. A su lado se encontraba el gordo jefe neetha, con una expresión de orgullo y aprobación por lo que iba a suceder.

El gran guerrero se dirigió a la muchedumbre con voz resonante y Lily se apresuró a traducir sus palabras:

—¡Súbditos del gran jefe Rano, nuestro grande y noble rey, campeón del laberinto, conquistador del hombre blanco y dueño de una mujer blanca, escuchad mis palabras! ¡Como hijo primogénito de nuestro glorioso jefe, yo, Warano, decidido a seguir los pasos de mi ilustre padre, reclamo a esta mujer blanca!

A Lily casi se le salieron los ojos de las órbitas. «¿Qué?»

Aquel horrible hombre neetha estaba reclamando a Zoe.

—A menos que alguno de vosotros quiera desafiarme por ella, a partir de este momento la llevaré a mi cama y la consideraré mi esposa.

La multitud permaneció en silencio.

Al parecer, nadie se atrevía a desafiar a aquel gigante.

Lily descubrió a Ono al fondo de la multitud, vio cómo agachaba la cabeza entristecido. También distinguió a Diane Cassidy y la vio volverse horrorizada, tapándose la boca.

Luego la pequeña se volvió hacia Zoe y vio que el rostro de su amiga estaba blanco como el papel.

Frunció el entrecejo, desconcertada.

Entonces Lily se volvió de nuevo y esta vez vio que todas las mujeres neethas entre la multitud la señalaban, la miraban de arriba abajo y asentían.

Entonces comprendió.

Aquel hombre no reclamaba a Zoe.

La estaba reclamando a ella.

A Lily se le heló la sangre en las venas.

La multitud permanecía en silencio. El hijo mayor del jefe la miraba con lujuria, la boca entreabierta para dejar a la vista unos horribles dientes amarillos.

«¿Su esposa? ¡Pero si sólo tengo doce años!», gritó su mente.

—Yo lucharé por ella —dijo una voz calma en inglés invadiendo los pensamientos de Lily.

Ella se volvió.

Vio a Solomon de pie en su plataforma, alto, delgado y, sin embargo, firme y noble en su postura.

—Yo me opongo a tu reclamo —afirmó.

El hijo mayor del jefe —Warano— se volvió lentamente para mirar a Solomon. Era obvio que no había esperado encontrar ningún rival. Miró a Solomon de pies a cabeza antes de soltar un bufido de desprecio y gritar algo.

Cassidy se encargó de traducir.

—Warano dice: «Que así sea. ¡A la Piedra del Combate!»

Colocaron unos tablones y Warano y Solomon pasaron por encima de ellos para ir hasta la Piedra del Combate, la gran plataforma cuadrada en el borde del lago central.

La plataforma estaba más baja que las piedras de los prisioneros, apenas unos treinta centímetros por encima del borde del agua. Varios cocodrilos se amontonaban en la orilla, siempre atentos.

Los pobladores neethas corrieron a ocupar sus lugares en los escalones que flanqueaban la Piedra del Combate para observar el sangriento deporte.

Dos espadas fueron arrojadas a la plataforma.

Lily observó con horror cómo Solomon recogía la suya; la sujetaba mal, como si no hubiera empuñado una espada en toda su vida, lo que, hasta donde Lily sabía, era sin duda verdad.

Warano, por el otro lado, hizo girar su espada con facilidad y fluidez en una mano: veterano y con experiencia.

Ono apareció junto a la plataforma de Lily para hablarle a través de la brecha de tres metros.

—Esto es una locura. Incluso si el hombre delgado derrota a Warano, será condenado al laberinto por matar al hijo del rey. ¿Tu amigo es un luchador avezado?

A Lily se le llenaron los ojos de lágrimas.

—No.

—Entonces, ¿por qué este hombre delgado desafía a Warano por ti?

Lily no podía responder. Sólo miraba a Solomon, de pie en la Piedra del Combate en su representación. Zoe respondió a la pregunta de Ono.

—De donde venimos, a veces debes sacrificarte por tus amigos, incluso cuando no puedes ganar.

Ono frunció el entrecejo.

—No veo ningún sentido en esto.

En ese momento se oyó un gran tambor y el gordo jefe de los neethas ocupó su lugar en el palco real que daba a la Piedra del Combate y ordenó:

—¡Luchad!

Resultaría el espectáculo más horrible que Lily hubiera visto.

Warano se abalanzó sobre Solomon con una tormenta de poderosos golpes, y Solomon —el amable Solomon, el bondadoso Solomon, que había hecho saltar a Lily sobre sus rodillas cuando era un bebé— los detuvo lo mejor que pudo, tambaleándose hacia el borde de la Piedra del Combate.

Pero estaba claro que era un combate desigual.

Con los ojos muy abiertos y con saña, a Warano le bastaron cinco tremendos golpes para desarmar a Solomon y luego, sin siquiera pestañear, lo atravesó, la sangrienta hoja de la espada asomando por su espalda.

Lily dejó escapar un gemido.

Solomon cayó de rodillas ensartado por la espada y miró a Lily, sosteniendo su mirada al tiempo que decía:

—Lo siento, lo he intentado. —No pudo decir nada más porque Warano le cortó la cabeza de un mandoble.

El cuerpo de Solomon cayó al suelo, decapitado.

La multitud rugió entusiasmada.

Las lágrimas corrieron por las mejillas de Lily. Zoe la estrechó con fuerza contra su pecho. El Mago y Alby permanecieron en su piedra, observándolo todo con abyecto terror.

Warano levantó los puños en señal de triunfo, la mirada de loco, antes de utilizar con total indiferencia el cadáver de Solomon para limpiar la sangre de su espada.

Luego sacó el cuerpo de la Piedra del Combarte de una patada y dejó que los cocodrilos se peleasen por los restos.

—¡¿Hay algún otro desafiante?! —rugió—. ¡¿Quién se atreve a oponerse a mí ahora?!

La multitud lo aclamó.

Lily sollozó.

Pero, mientras lo hacía, en un distante rincón de su mente, oyó una extraña voz en la radio de Ono que decía: «… percibimos un calor residual hará algo así como media hora. Acabamos de encontrarlo. Parece un Huey derribado, con insignias de las Naciones Unidas. Cerca de un bosque de aspecto extraño. Ahora le envío las coordenadas, señor…»

Los gritos de triunfo se apagaron y de pronto se hizo el silencio alrededor de la Piedra del Combate. Un largo silencio.

El único sonido era el de las terribles dentelladas de los cocodrilos que destrozaban el cuerpo de Solomon.

—¡Así que no hay nadie! —gritó de nuevo Warano, sus palabras traducidas por Cassidy—. ¡Excelente! ¡Ahora me llevaré a mi nueva mujer y disfrutaré de ella!…

Pero entonces alguien habló:

—Yo te desafío.

Esta vez era Zoe.

La repuesta de los neethas reunidos lo dijo todo. Nunca habían visto nada igual.

Una mujer que desafiaba al hijo del rey.

Murmuraron animadamente, sorprendidos.

—A menos que el hijo del jefe sea demasiado cobarde como para pelear contra una mujer —añadió Zoe.

Consciente del momento, Diane Cassidy se apresuró a traducir las palabras de Zoe para los demás, y la multitud se mostró delirante.

Zoe le gritó a Warano para hacer su oferta más tentadora.

—Si me derrotas, podrás tener dos esposas blancas.

Cuando Cassidy lo tradujo, los ojos de Warano se encendieron como bombillas. Tener a una mujer blanca podía ser el máximo símbolo de estatus, pero tener dos…

—¡Que me la traigan! —ordenó—. Cuando acabe de darle una buena paliza, me la quedaré, pero como un amo que se queda un perro.

Zoe fue sacada de su plataforma, y caminó a lo largo de la larga tabla que daba entrada a la Piedra del Combate.

Una vez en la piedra, retiraron la tabla y se encontró frente al gigantesco Warano.

Vestida sólo con una camiseta, los pantalones y las botas, no era lo que se dice grande, pero sus hombros musculosos, brillantes con el sudor, poseían una fuerza de acero.

Delante del hijo primogénito del jefe neetha, la coronilla rubia le llegaba a nivel de los hombros. El gran guerrero negro era como una mole.

Warano le acercó la espada de Solomon de un puntapié, diciendo algo despectivo en su propio lenguaje.

—¿Eso piensas? —Zoe recogió la espada—. Pues yo no creo que hayas conocido nunca antes a una mujer como yo, imbécil. Bailemos.

Con un rugido, Warano se lanzó hacia adelante, moviendo la espada en un aplastante movimiento descendente que Zoe detuvo con cierta dificultad antes de hacerse a un lado.

Warano se tambaleó y se giró, resoplando como un toro. Volvió a lanzarse sobre Zoe y descargó una lluvia de golpes que ella sólo pudo intentar desviar, su espada vibrando como un resorte con cada mandoble.

El neetha sin duda era más fuerte, y parecía ganar confianza con cada andanada de golpes que descargaba. Zoe hacía todo lo posible por defenderse, hasta el punto de que no había conseguido atacar ni una sola vez. Aquello, parecían pensar los neethas allí reunidos, sería muy fácil.

Pero mientras seguían luchando, con Zoe deteniendo todos los golpes de Warano, no tardó en ser evidente que después de todo no iba a ser tan fácil.

Los cinco minutos se convirtieron en diez, luego en veinte.

Mientras seguía el combate con atención, Lily veía que Zoe sólo aguantaba la tormenta, paraba los golpes y luego se retiraba a la espera del siguiente ataque.

Poco a poco, los asaltos de Warano se hicieron más lentos, más dificultosos.

Sudaba la gota gorda, cada vez más agotado.

Lily comenzó a recordar una película que había visto con Zoe una vez: un documental sobre un encuentro de boxeo entre Muhammad Alí y George Foreman en África. Foreman era más grande, más fuerte y más joven que Alí, pero Alí había aguantado sus golpes durante ocho asaltos, y dejado que Foreman se agotara en el proceso, y entonces había atacado…

Zoe atacó.

Mientras Warano iniciaba otro ataque con visible esfuerzo, rápida como un rayo, Zoe se apartó del camino y hundió su espada corta en la gorda garganta, directamente a través de la nuez, todo el camino hasta la empuñadura.

El gran hombre se quedó inmóvil donde estaba.

La multitud soltó una exclamación de horror.

El rey se levantó de un salto.

El hechicero se volvió hacia sus monjes y asintió. Algunos de ellos se alejaron a la carrera.

Warano se balanceó sobre la Piedra del Combate, vivo pero incapaz de hacer ningún movimiento, sin poder hablar debido a la espada que le atravesaba la garganta, los ojos saltones mirando incrédulos a la mujer —¡aquella mujer!— que de alguna manera lo había derrotado.

Zoe se limitó a permanecer delante del gigante paralizado sin desviar la mirada.

Entonces, con movimientos pausados, cogió la espada de su mano derecha inútil y la sostuvo delante de sus ojos aterrados. A continuación, se dirigió a la multitud:

—La espada en la garganta es por todas la niñas con las que este hombre se ha «casado» en todos estos años.

Diane Cassidy tradujo en voz baja.

La multitud miraba en atónito silencio.

—Y esto es por mi amigo, al que acaba de matar —añadió Zoe, que agarró la empuñadura de la espada alojada en la garganta de Warano y le dio un empellón, llevándolo hacia un lado de la Piedra del Combate, donde cayó, en el mismo filo.

Luego empujó a puntapiés sus inútiles piernas por encima del borde, dejando que Warano observara paralizado por el terror cómo reparaba en ellas el cocodrilo más cercano. Con un tremendo salto, el animal emergió del barro y cerró sus terribles mandíbulas alrededor de los pies de Warano con un sonoro mordisco lateral.

Un segundo cocodrilo se sumó al festín y, antes de que fuera arrastrado a la fangosa charca, Warano tuvo que ver cómo dos cocodrilos le arrancaban los miembros del cuerpo, comiéndoselo vivo.

Su sangre bañó la Piedra del Combate antes de que los enormes reptiles se lo llevaran debajo de la superficie y las fangosas aguas volvieran a recuperar la calma.

—¡Caray! —exclamó Alby, que rompió el silencio que había seguido a la terrible escena.

El rey estaba de pie en su palco, enmudecido por la furia. Su primogénito había muerto, asesinado a manos de aquella mujer.

Pero el hechicero a su lado conservaba la calma. Llamó en su lengua nativa, con una voz aguda. Diane Cassidy tradujo:

—¡Un miembro de la familia real ha sido asesinado! ¡Todo el mundo conoce el castigo para semejante sacrilegio! ¡El asesino deberá enfrentarse al laberinto!

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