Las seis piedras sagradas (51 page)

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Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Ciencia Ficción

BOOK: Las seis piedras sagradas
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—¿Navegantes de la red? —preguntó a continuación frunciendo el entrecejo con ferocidad—. ¿Informáticos?

—Sí —dijo Lachlan con un hilo de voz.

El tanzano continuaba con el entrecejo fruncido. Llevaba una línea de tatuajes tradicionales en la frente.

—¿Jugáis a
Warcraft
en internet? —preguntó.

—Estooo, sí… —respondió Julius.

El africano señaló sus camisetas con la inscripción del «nivel de la vaca».

—El nivel de la vaca. ¿Jugáis al
Diablo II?

—Bueno…, sí…

De pronto, la expresión ceñuda del líder dio paso a una gran sonrisa, que dejó a la vista unos enormes dientes blancos. Se volvió para mirar a Jack.

—Cazador, he oído hablar del nivel de la vaca, pero que me cuelguen si soy capaz de conseguirlo. —Se volvió de nuevo hacia los gemelos—. Tendréis que enseñarme cómo encontrarlo, vosotros dos…, ¡vaqueros!

Jack sonrió.

—Yo también me alegro de verte, Iñigo. Pero me temo que tenemos algo de prisa. Necesitamos ver a Tiburón de inmediato.

Los condujeron al interior del faro, donde, en lugar de subir, bajaron, primero a través de un polvoriento sótano y luego a otro que servía de almacén. Allí había una escalera oculta que seguía bajando, adentrándose en el cabo antes de abrirse a una gigantesca caverna a nivel del mar.

En algún momento del distante pasado —probablemente por los piratas en siglo XVIII—, la cueva se había equipado con dos muelles de madera y algunas cabañas. En fecha más reciente, Tiburón había instalado generadores, luces, y alargado los muelles con cemento.

En el lugar central de todo esto, amarrado a uno de los muelles con su torre bien alta, había un submarino de clase Kilo.

Jack había estado allí antes, así que no se sorprendió por la impresionante vista.

Los gemelos, en cambio, estaban atónitos.

—Es como la Baticueva… —afirmó Lachlan.

—No, mejor… —declaró Julius.

Una corriente sinuosa como un río llevaba al océano y, a medio camino, un rompeolas móvil protegía la cueva del mar en los días de tormenta. Sólo se podía salir de la misma con la marea alta; con la marea baja las rocas sobresalían por todo el sinuoso pasaje.

J. J. Wickham esperaba en el muelle, en la base de la pasarela: el antiguo cuñado de Jack West Jr. y ex oficial de la marina norteamericana, Tiburón.

Jack y él se abrazaron. No se habían visto desde la fiesta de fin de año en Dubai.

—Jack, ¿qué demonios está pasando? —preguntó Wickham—. En estos últimos días la mitad del continente africano se ha vuelto loco. Los saudíes están pagando quinientos millones de dólares a cualquier país que encuentre a dos personas que se parecen mucho a mi sobrina y a tu mentor.

—Los saudíes… —exclamó Jack.

Hasta el momento había creído que los saudíes lo respaldaban, al haber enviado a Buitre como parte de su equipo.

«Buitre —pensó—. Maldita rata.»

Eso explicaba los corredores aéreos cerrados en el sur del continente; sólo los saudíes podían permitirse comprar a los países africanos.

—Los saudíes están aliados con mi padre… —añadió en voz alta.

Tenía sentido, el grupo Caldwell y los saudíes llevaban mucho tiempo en negocios conjuntos basados en el petróleo. Si la segunda recompensa —«calor»— era lo que el Mago sospechaba que era, el movimiento perpetuo, entonces los saudíes tenían un interés enorme en adquirirlo. Todo ese tiempo no sólo había estado luchando contra su padre, sino que había estado luchando contra una triple amenaza: el grupo Caldwell, Arabia Saudí y China aliados.

Se volvió hacia Wickham.

—Es una situación complicada que sólo se ha enredado todavía más. Ahora mismo necesito llegar a Ciudad del Cabo antes de cuatro días sin que me vean, y no puedo ir por aire. Puedo contarte más de camino.

—¿Tu padre está involucrado?

—Sí.

—No me digas más —dijo Wickham, y se dirigió hacia el submarino—. Los suegros pueden ser difíciles, pero ese tipo es el gilipollas más grande con el que alguien pueda encontrarse.

Jack siguió a Wickham.

—Nuestros enemigos estarán atentos a la presencia de submarinos. ¿Dispones de algún método de camuflaje?

Wickham continuó caminando.

—Por si te interesa saberlo, sí.

RUMBO AL CABO DE BUENA ESPERANZA

16 de diciembre de 2007, 17.55 horas

LA TARDE ANTERIOR A LA SEGUNDA FECHA LÍMITE

Tres días después, Jack y los gemelos se encontraron rodeando el cabo Agulhas para acercarse al punto donde el océano Índico se fundía con el Atlántico.

Ciudad del Cabo estaba al noroeste, encima de una montañosa península de cara al Atlántico.

Habían hecho un tiempo excelente desde Zanzíbar, viajando medio camino por la superficie de la costa oriental de África en el submarino de clase Kilo impulsado por motores diesel y eléctricos de Wickham, que él había rebautizado con el nombre de
Iridian Raider.

La razón por la que podían viajar de esa manera era gracias al cascarón que Wickham había creado hacía poco para camuflar el sumergible ruso de ochenta metros de eslora. Sobre el submarino se había montado la estructura de un viejo pesquero sudafricano, después de quitar los motores y toda la maquinaria pesada. Con la aparición de satélites que seguían las estelas, Wickham había decidido que necesitaba una protección adicional, y se le había ocurrido la idea de disimular el sumergible con dicho «cascarón».

Luego, unos pocos meses antes, cuando los tripulantes borrachos de un pesquero sudafricano que había entrado al puerto para tomarse un descanso después de seis semanas de faena le habían propinado una paliza a una de las más encantadoras prostitutas de la ciudad, el Tiburón y sus hombres habían decidido enseñarles modales.

Les dieron su merecido a los pescadores sudafricanos y, mientras éstos yacían inconscientes en un callejón, Wickham les robó el barco y se lo llevó a su cueva.

Allí lo habían vaciado y colgado de cadenas, listo para una misión como ésa.

Jack aprovechó la tranquilidad de la travesía hacia Ciudad del Cabo para relatarle a Wickham su épica búsqueda, cómo había atravesado la caverna llena de trampas en China, descifrado el misterio de Stonehenge, encontrado el increíble primer vértice cerca de Abu Simbel, y luego participado en una carrera entre un autocar y un 747 en el desierto.

También le habló de las seis piedras de Ramsés, los seis pilares y los seis vértices de la Máquina, y de cómo los seis pilares debían ser colocados en sus respectivos lugares antes de la llegada del Sol Oscuro.

Al mismo tiempo, los gemelos se estaban llevando de fábula con la tripulación de marineros tanzanos de Wickham. Les enseñaron algunos trucos de ordenador, incluido el de guiarlos hasta el nivel de la vaca del
Diablo II,
algo que dejó boquiabiertos a los marineros y que finalmente les ganó a los gemelos sus apodos: los Vaqueros.

Individualmente, Lachlan se convirtió en Tirorrápido, mientras que Julius era Pistolero.

Les encantaban sus nombres en clave.

A intervalos regulares durante el viaje, Jack buscaba el tablero de noticias de
El señor de los anillos
para ver si había llegado algún mensaje del Mago, Zoe o Lily.

Durante tres días no apareció ninguno.

Pero entonces, al inicio del cuarto y último día, mientras Jack se conectaba sin mucho ánimo, encontró un único mensaje del usuario GANDALF101 que lo estaba esperando.

Casi saltó de la silla.

El mensaje había sido enviado sólo una hora antes: una riada de números; un mensaje cifrado que sólo podía provenir del Mago, Lily o Zoe.

Estaban vivos.

Se volvió para apresurarse a coger los libros que había comprado en el aeropuerto de Nairobi, seis en edición rústica y uno de tapa dura.

Toda la colección de
Harry Potter.

El código de Jack con los demás era un código de libro.

La mayoría de los códigos de libro utilizan tres dígitos para encontrar palabras en un único libro: así, por ejemplo, el código «1/23/3» significa «página 1, línea 23, palabra 3».

Para Jack, eso no era lo bastante seguro, por lo que había añadido un dígito más al principio que indicaba cuál era el libro de Harry Potter donde se aplicaba el código. Así pues, «2/1/23/3» significaba «libro 2
(Harry Potter y la cámara secreta),
página 1, línea 23, palabra 3».

Se dedicó a descifrar el mensaje en la pantalla del chat.

Cuando acabó de pasar las páginas de la novela, se encontró con el siguiente texto:

Misión a la selva, un desastre.

Lobo nos alcanzó y ahora tiene ambos pilares, Piedra Filosofal y Piedra de Fuego. Ron, tomado prisionero. Kingsley Shacklebolt, muerto.

El resto de nosotros, a salvo en el hipogrifo, pero Sudáfrica cerrada al tráfico aéreo.

Sin opciones y sólo deseando que estés vivo.

Por favor, responde.

Jack releyó el mensaje.

Sus peores temores se habían visto confirmados.

Lobo tenía el segundo pilar. El hecho de que pudiera colocarlo en el vértice era inquietante, pero no un desastre: Jack sólo quería salvar al mundo de la destrucción, y mientras alguien colocara ese día el segundo pilar en su lugar, el mundo estaría a salvo durante otros tres meses hasta que fuera necesario atender al grupo de cuatro vértices restantes.

Pero como Jack sabía ahora, Lobo tenía en su equipo al suicida Navaja.

—Oh, esto es malo —dijo en voz alta—. Esto es muy pero que muy malo.

Miró la línea que decía «Kingsley Shacklebolt, muerto» y suspiró. Kingsley Shacklebolt era un alto mago negro del quinto libro de Harry Potter y, asimismo, era el nombre en clave de Solomon Kol.

Habían matado a Solomon. «Maldita sea.»

Aunque peor todavía era la línea anterior: «Ron, tomado prisionero.» Por supuesto, «Ron» era el código correspondiente a Alby, porque, de la misma manera que Ron era el mejor amigo de Harry Potter, también lo era Alby de Lily.

Lobo tenía a Alby.

Jack casi nunca maldecía de verdad, pero ahora lo hizo.

—Mierda.

Consultó sus libros de Harry Potter para escribir una respuesta y luego la envió. Su mensaje decía:

Todavía en el partido.

Camino de Ciudad del Cabo con Fred, George y Sirius Black.

No puedo arriesgarme a llamar. Lo haré cuando pueda.

Me alegra que estéis seguros. Rescataré a Ron o moriré en el intento.

Oculto debajo de su disfraz, el
Iridian Raider
continuó su travesía hacia Ciudad del Cabo.

Tal como resultaron las cosas, sería el último barco en la hilera de una docena de pesqueros sudafricanos a los que se les permitió la entrada en las aguas esa tarde.

Entonces cerraron las vías marítimas.

Con la puesta de sol y Ciudad del Cabo aislada del mundo, comenzó la noche de la segunda fecha límite.

El
Iridian Raider
llegó sin incidentes a la costa oriental del cabo de Buena Esperanza, una áspera península de montañas y valles cubierta de bosques. Azotada todo el año por los fuertes vientos del Antártico y con muchas gargantas imposibles de cruzar, era un lugar inhóspito e, incluso hoy en día, deshabitado.

Pegada al inmenso bulto de Table Mountain al otro lado de la península estaba la moderna Ciudad del Cabo. En ese mismo instante, dos docenas de naves de la marina sudafricana formaban un arco delante de la ciudad para impedir cualquier aproximación desde el mar.

Anclados cerca de la rocosa costa, a unos dos kilómetros al sur de la última residencia al borde del mar, había un puñado de naves norteamericanas sin identificar y un yate privado con registro de Arabia Saudí que había llegado varios días antes.

En una campana de inmersión debajo de estos navíos, los submarinistas del CIEF se ocupaban de retirar una cortina de algas de una antigua entrada abierta en el acantilado.

Era la entrada principal al segundo vértice.

Pero, dado que el segundo vértice estaba modelado con la misma disposición de la antigua ciudad de Ur —o, mejor dicho, Ur se había basado en el vértice, mucho más antiguo—, Jack sabía que había una segunda entrada, a la que se llegaba por el este antes de virar hacia abajo para encontrarse con el vértice desde el norte.

—Tiene que estar en alguna parte por aquí —dijo Lachlan con la mirada puesta en la lectura del GPS del submarino.

—Estoy buscando huecos y recesos en la costa con el sonar —le informó Tiburón—. Pero debemos tener cuidado con el sonar activo. Si alguien lo capta, sabrán que estamos aquí.

Lanzaba señales de sonar hacia la costa sumergida; dichas señales volvían luego al
Indian Raider…,
a menos que desaparecieran en el interior de una abertura en la pared de piedra.

—¡Señor! —llamó uno de los técnicos del sonar—. Capto una anomalía en la costa, rumbo tres, cinco, uno. Profundidad: sesenta metros.

Tiburón se acercó. También lo hicieron Jack y los gemelos.

—Tiene sentido —opinó Julius—. El nivel del mar es mucho más alto ahora de lo que era en aquel entonces. Una entrada antigua tendría que estar ahora bajo el agua.

—Echemos una ojeada —dijo Tiburón—. Encended la cámara exterior de proa.

Encendieron un monitor, que mostraba el mundo submarino con el sistema de visión nocturna, gracias a una cámara montada en la proa del submarino.

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