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Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Ciencia Ficción

Las seis piedras sagradas (49 page)

BOOK: Las seis piedras sagradas
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En ese momento volvió a perder el conocimiento, y esta vez estuvo inconsciente durante una hora entera.

Lo despertaron los sonidos del baile, el canto y los tambores.

«Pater Noster, qui es in caelis, santificetur nomen tuum…»

Ahora tenía que ocuparse del problema de sacarse la lápida de encima.

Todo cuanto necesitaba era una grieta, y la encontró cerca de donde había tenido clavada la mano derecha.

En esa grieta metió una cantidad de explosivo plástico C2 del tamaño de un chicle: el explosivo de alto impacto y poca onda expansiva que guardaba en un compartimento de su brazo artificial para utilizar en las cerraduras de las puertas enemigas si lo capturaban.

El C2 estalló —ésa fue la distante explosión que oyó Osito Pooh— y una larga grieta se abrió a todo lo largo de la lápida, rompiéndola en dos partes iguales.

El trozo de lápida a la derecha de Jack cayó al fondo del pozo, lo que le facilitó una angosta abertura por la que podía colarse.

Después de unos cuidadosos movimientos, consiguió salir, salvo que se vio obligado a dejar el brazo izquierdo artificial, que aún sujetaba el otro trozo de la lápida por encima del suelo.

Se hallaba en una difícil situación: no había manera de que pudiera levantar medio trozo para liberar el brazo de titanio. Así que hizo lo único que podía hacer.

Desenganchó la parte superior de la prótesis del bíceps y rodó hacia afuera.

Así fue cómo Jack se encontró de pie, con un brazo entero y el otro a medias, acompañado de los cánticos y el batir del tambor, sólo que ahora estaba libre.

Otro fragmento de C2 destrozó la sección de la lápida que aplastaba su brazo artificial. Se apresuró a ponérselo y ató un trozo de tela bien sujeto alrededor de la mano derecha herida.

Entonces subió por la escalerilla en la pared del pozo e inició su propia guerra contra los guardias de la mina de su padre.

Jack permaneció delante de la multitud de guardias con el aspecto de ser la muerte encarnada.

Tenía los ojos inyectados en sangre y un aro carmesí oscuro alrededor de los labios, la sangre que había empapado el clavo que había arrancado de su propia mano con los dientes.

Pero todavía era un hombre solo contra treinta.

Fue entonces cuando mostró lo que sostenía en su mano libre. Era un extintor de incendios, que había cogido del montacargas.

Con un súbito estallido de dióxido de carbono blanco, dirigió el chorro del extintor hacia la cruz incendiada y la apagó, sumiendo la mina en la más absoluta oscuridad.

La más absoluta oscuridad.

Los guardias, aterrorizados, comenzaron a gritar. Luego se oyó el ruido de muchos pies que se movían y…

… ¡Bum!

…las tenues luces de emergencia de la mina se encendieron para dejar a la vista a Jack de pie en la misma posición de antes, junto a la cruz…

…sólo que ahora había un ejército a su espalda.

Un ejército de varios centenares de mineros esclavos a los que había liberado de sus celdas subterráneas antes de enfrentarse a los guardias.

Las miradas en los rostros de los esclavos lo decían todo: odio, furia, venganza. Ésa sería una lucha sin cuartel para vengar sus terribles sufrimientos, para saldar la cuenta de meses, años de esclavitud.

Con un alarido, la multitud de mineros esclavos se adelantó para atacar a los guardias.

Fue una carnicería.

Algunos de los guardias intentaron coger sus armas de un armero cercano pero fueron interceptados en el camino, lanzados a tierra y pisoteados hasta morir. Otros fueron sujetados por muchas manos y lanzados a la charca de arsénico.

Unos pocos intentaron escapar por el montacargas —la única salida de la mina— pero fueron atrapados allí por varias docenas de mineros esclavos que los estaban esperando con tablas con clavos. Los mataron a garrotazos.

En cuestión de minutos, todos los guardias estaban muertos y en la mina reinaba un siniestro silencio a la débil luz de las lámparas de emergencia.

Jack se apresuró a abrir la jaula de Osito Pooh.

Una vez que estuvo libre y de pie en suelo firme, Pooh miró a Jack espantado.

—Por Alá, Jack, estás hecho una mierda.

Cubierto de sangre, sucio y cansado más allá de lo que era posible imaginar, Jack sonrió débilmente:

—Sí…

Luego cayó inconsciente en los brazos de Osito Pooh.

Jack se despertó con la deliciosa sensación del sol en su rostro.

Abrió los ojos y se encontró acostado en un catre en la garita de los guardias al lado mismo de la entrada superior de la mina, el sol entrando a raudales por una ventana.

En la mano derecha tenía un vendaje limpio y le habían lavado la cara. También vestía prendas nuevas: una tradicional túnica etíope.

Con los ojos entornados, se levantó y salió de la garita.

Osito Pooh se encontró con él en la puerta.

—Ah, el guerrero se despierta —dijo Pooh—. Te alegrará saber que ahora controlamos la mina. Capturamos a los guardias de arriba con la ayuda de los mineros, que, todo hay que decirlo, se mostraron muy entusiastas a la hora de asaltar a sus captores.

—No lo dudo —manifestó Jack—. ¿Dónde estamos? ¿En Etiopía?

—No te lo vas a creer.

Salieron de la garita a la luz del sol.

Jack observó el panorama a su alrededor. Una tierra reseca, del color del óxido, y colinas sin árboles. Dispersos en las hondonadas de algunas de esas colinas había edificios de piedra, unos preciosos edificios tallados, cada uno de cinco pisos de altura, cortados en la roca y hundidos dentro de los enormes pozos con las paredes de piedra. Era como si los hubieran cincelado a partir de la roca viva.

Jack reparó en que uno de los edificios tenía la forma de una cruz de brazos iguales, la cruz de los templarios.

—¿Sabes dónde estamos? —preguntó Pooh.

—Sí —respondió Jack—. Estamos en Lalibela. Estas son las famosas iglesias de Lalibela.

—Nuestra misión ha fracasado, Cazador —opinó Osito Pooh con voz triste.

Era poco más tarde y ambos estaban sentados al sol, con Jack ocupándose de la mano derecha herida. A su alrededor, los esclavos mineros ahora libres se marchaban, comían o saqueaban las oficinas de la superficie en busca de ropa y botín.

—Hemos sido desparramados a los cuatro vientos —añadió Pooh—. Tu padre envió a Elástico de vuelta al Mossad con la intención de cobrar la recompensa puesta a su cabeza.

—Oh, mierda… ¿Es verdad que vi a Astro marcharse con Lobo?

—Sí.

—Timeo americanos et dona ferentes
—murmuró Jack.

—No lo sé —repuso Pooh—. Por lo que pude ver, Astro no parecía ser el mismo. Durante nuestra misión, me pareció un joven decente, no un villano. Yo no me apresuraría a abrir juicio a su persona.

—Siempre he valorado mucho tu opinión, Zahir. Considera el juicio suspendido por el momento. ¿Qué hay de Lobo?

—Partió detrás del Mago, Zoe y Lily, para encontrar a la antigua tribu y conseguir el segundo pilar.

—Los neethas… —susurró Jack en tono pensativo. Miró a lo lejos por un momento. Luego añadió—: Tenemos que reunirnos con Lily y los demás. Asegurarnos de que se hacen con el pilar y llegan al siguiente vértice a tiempo.

—Necesitas descansar —señaló Pooh—, y que te vea un médico.

—Y un planchista —señaló Jack, que tocó los dos dedos metálicos a medio aplastar de su mano izquierda de titanio.

—Yo soy partidario de que vayamos a nuestra vieja base en Kenia, la granja. Sólo está a un día de viaje de aquí, en dirección sur. Allí podrás recibir atención médica y rearmarte. Luego podrás salir de la granja para ir hacia las regiones centrales del continente.

—¿Podré?… —dijo West—. ¿Por qué no dices «podremos»?

Pooh lo miró con atención. Luego, a la distancia.

—Te dejaré en la granja en Kenia, Cazador.

Jack permaneció en silencio.

—No puedo dejar que mi amigo sufra en las mazmorras del Mossad —añadió Pooh—. El Mossad no perdona un desliz, como tampoco perdonan a aquellos agentes que desobedecen sus órdenes. Incluso si el mundo fuera a acabarse, no dejaría a Elástico padecer una muerte cruel en una mazmorra. Él no dejaría que yo corriera la misma suerte.

Jack se limitó a devolverle la mirada a Pooh.

—Lo comprendo.

—Gracias, Jack. Te llevaré a Kenia y allí nos separaremos.

Él asintió de nuevo.

—Es un plan…

No pudo seguir porque en ese momento se les acercó una delegación de una docena de judíos etíopes. El líder del grupo, un hombre de aspecto digno, sostenía un bulto en las manos, envuelto en un sucio trozo de tela.

—Perdón, señor Jack —dijo con un tono humilde—. Los hombres quieren darle esto como gesto de agradecimiento.

—¿Qué es? —Jack se inclinó hacia adelante.

—Oh, son las piedras que debíamos buscar para su padre —contestó el hombre con toda naturalidad—. Las encontramos hace tres semanas, sólo que no se lo dijimos a él ni a los malvados guardias que las teníamos. Así que las ocultamos y seguimos cavando como si nunca hubiésemos encontrado las piedras, a la espera de la salvación, a la espera de que llegara usted.

A pesar de sí mismo, Jack sacudió la cabeza y sonrió. No se lo podía creer.

—Dado que usted nos ha devuelto la libertad —prosiguió el líder—, queremos obsequiarle las piedras sagradas como una muestra de nuestro agradecimiento. Creemos que es usted un buen hombre, señor Jack.

El líder de los mineros esclavos judíos le entregó el paquete.

Jack mantuvo el contacto visual con el líder mientras lo aceptaba.

—Mi más sincero agradecimiento por este regalo. Asimismo, quiero disculparme con su gente por la crueldad de mi padre.

—Usted no es responsable de sus actos. Que la suerte lo acompañe, señor Jack, y si alguna vez necesita ayuda en África, llámenos. Vendremos.

Dicho esto, la delegación se marchó.

—Ya lo ves —dijo Osito Pooh—. No hay ninguna buena acción que no sea recompensada.

A su lado, Jack retiró con cuidado la tela para dejar a la vista dos tablillas de piedra, cada una del tamaño de una hoja oficio y claramente antiguas, ambas escritas con media docena de líneas de texto en la Palabra de Thot.

—Las Tablillas Gemelas de Tutmosis —susurró Jack—. Que me aspen.

LA SABANA DE KENIA

12 de diciembre de 2007

CINCO DÍAS ANTES DE LA SEGUNDA FECHA LÍMITE

Jack y Osito Pooh viajaban a toda la velocidad a través de la inmensa sabana de Kenia en un viejo camión que habían robado de la mina de Lalibela.

Pooh conducía mientras Jack, sentado en el asiento a su lado, contemplaba las dos viejas tablillas.

—Cazador, ¿qué son esas cosas?

Sin apartar la mirada de las tablillas, Jack respondió:

—No me creerías si te lo digo.

Pooh lo miró.

—Ponme a prueba.

—Vale. Las Tablillas Gemelas de Tutmosis son un par de tablas de piedra que una vez pertenecieron a Ramsés el Grande, alrededor del año 1250 a. J.C. Estaban en un altar sagrado en su templo favorito de Tebas, el tesoro más valioso de su reino. Pero se las arrebataron a Ramsés en los últimos años de su vida, robadas del templo por un sacerdote renegado.

—Confieso que nunca antes había oído mencionar estas tablillas —manifestó Pooh mientras conducía—. ¿Debería?

—Oh, sí que has oído hablar de ellas. Sólo que habrás oído llamarlas por otro nombre. Verás, las Tablillas Gemelas de Tutmosis se conocen comúnmente como los Diez Mandamientos.

—¡Los Diez Mandamientos! —exclamó Osito Pooh—. No puedes estar hablando en serio. ¿Las dos tablillas de piedra que contienen las leyes que Dios le entregó a Moisés en el monte Sinaí?

—¿Por qué no dices mejor las dos tablillas de piedra que contienen un antiguo conocimiento de una importancia crucial robadas por un sacerdote egipcio llamado Moisés del Ramesseum en Tebas y transportadas al monte Sinaí después de haber escapado de Egipto? Para ser más preciso al respecto —añadió Jack—, según fuentes egipcias, las dos tablillas sólo contenían cinco mandamientos, no diez; ambas eran idénticas, en ellas había el mismo texto. Si Dios le dio las tablillas a Moisés en el monte Sinaí o si Moisés sólo se las mostró a sus seguidores por primera vez allí es un tema abierto a la discusión.

—¿Lo es?

—Permíteme que te pregunte algo: ¿quién era Moisés?

Osito Pooh se encogió de hombros.

—Un campesino hebreo, abandonado por su madre entre los juncos, que fue hallado por la reina y criado como hermano de…

—… de Ramsés II —acabó Jack por él—. Todos conocemos la historia. Es probable que Moisés viviera durante la época de Ramsés el Grande. Que fuera hebreo no lo es tanto, dado que Moisés es un nombre egipcio.

—¿El nombre de Moisés es egipcio?

—Sí. Es más, si hablamos con propiedad, es sólo medio nombre. Moisés significa «nacido de» o «hijo de». Por lo general, se combina con un prefijo teosófico perteneciente a un dios. De esta manera, Ramsés o, escrito de otra manera, Ra-moisés, significa «hijo de Ra». Como tal, es poco probable que Moisés fuera en realidad el nombre de la persona que nosotros llamamos Moisés. Sería como llamar a un escocés Mc o a un irlandés O' sin añadir el nombre de la familia: McPherson, O'Reilly.

—Entonces, ¿cuál era su nombre?

—La mayoría de los eruditos modernos creen que el nombre completo de Moisés era Thot-moisés: el hijo de Thot.

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