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Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Ciencia Ficción

Las seis piedras sagradas (52 page)

BOOK: Las seis piedras sagradas
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En la pantalla, pasaban los peces, incluso un tiburón o dos. Las algas ondulaban perezosamente con la corriente y, más allá, la pared oriental de la costa surcada por…

—¡Allí! —exclamó Tiburón de pronto, y señaló una borrosa mancha oscura en la pantalla.

Jack se inclinó para acercarse al monitor y sus ojos se agrandaron.

—Centrad la imagen —ordenó Tiburón.

La imagen se hizo mucho más nítida.

Mientras lo hacía, Jack supo que lo habían encontrado.

En la pantalla delante de él, en parte cubierto por filamentos de algas enredadas, había un adornado y antiguo portal, enorme en tamaño, perfectamente cuadrado de forma y hermosamente tallado en la roca sólida.

—Dios santo…, hemos llegado.

La entrada oriental del segundo vértice

El
Indian Raider
se desprendió del cascarón del pesquero y se sumergió.

A velocidad lenta, el submarino cruzó el velo de ondulantes algas que colgaban sobre la antigua puerta y penetró en la oscuridad interior.

Dos rayos de luz gemelos atravesaron el agua desde los dos focos montados en la proa.

En el monitor dentro de la torre, Jack vio un túnel cuadrado que se perdía en la oscuridad, penetrando en los propios fundamentos del cabo.

Tiburón mantuvo a sus hombres alertas, los hizo llevar al submarino lenta y cuidadosamente, mientras ahora utilizaba a placer el sonar activo.

Después de unos cincuenta minutos de este lento avance, Jack vio en el monitor algo que ya había visto antes: columnas.

Grandes y altísimas columnas de piedra que sostenían un techo plano cortado en la piedra. Así y todo, el espacio era lo bastante grande como para que un submarino de ochenta metros de eslora cupiera sin problemas entre ellas.

—Este lugar debe de ser enorme… —susurró Tiburón.

—Deberías haber visto el último —dijo Jack.

Una pared de escalones apareció delante de ellos. De la misma manera que en el primer vértice en Abu Simbel, era un enorme cuerpo de escalones, centenares de ellos, todos anchos como el salón de columnas a través del cual pasaban. Sólo que en ese vértice iban hacia arriba.

—Señor, he rastreado la superficie —informó el técnico del sonar—. Arriba hay una abertura, en lo alto de los escalones.

—Vayamos a ver qué hay allí —dijo Tiburón mientras intercambiaba una mirada con Jack.

El
Indian Raider
se elevó a través del espectacular salón submarino, moviéndose en absoluto silencio entre los enormes pilares, paralelo a la inclinación de la gigantesca escalera sumergida.

Luego salió del vestíbulo y emergió a la superficie.

La torre del
Indian Raider
apareció silenciosamente en la superficie inmóvil, el agua chorreando por sus costados.

Se encontró flotando en una piscina cerrada que tenía unos cien metros de ancho. Parecía un puerto cuadrado en miniatura, con paredes en dos lados y las escaleras que salían del agua en el tercero. En el cuarto lado había unos edificios de piedra semisumergidos.

La oscuridad llenaba el aire por encima de este minipuerto, pero una desagradable luz amarilla asomaba en el horizonte en lo alto de las escaleras para iluminar el espacio.

Se trataba de una caverna de unas dimensiones alucinantes, el techo a más de doscientos metros de altura.

Se abrió la escotilla de la torre y Tiburón y Jack salieron para contemplar con asombro el inmenso espacio oscuro alrededor de su pequeño submarino.

Wickham cogió una pistola lanzabengalas, pero Jack lo detuvo.

—¡No! Lobo ya está aquí.

Hizo un gesto en dirección a la repugnante luz amarilla encima de ellos; el resultado de las bengalas que ya habían disparado en algún otro lugar de la caverna.

En cuestión de minutos, habían desembarcado y, con Tiburón y los gemelos a su lado y
Horas
posado en su hombro, Jack comenzó a subir la ancha colina de escaleras.

Cuando llegaron a la cima y vieron lo que tenían delante, dejó escapar una exclamación de asombro.

—Que Dios nos proteja —susurró.

Delante de él se extendía una ciudad subterránea. Toda una ciudad.

Una colección de edificios de piedra, todos ellos altos y estrechos como torres, se extendían ante él, por lo menos a lo largo de quinientos metros. Los puentes los conectaban a todos, algunos a una altura de vértigo, otros muy bajos, y otros estaban construidos en ángulos agudos como escaleras.

Canales de agua llenaban las calles entre todos esos edificios, agua de mar que a lo largo de milenios había penetrado en la caverna por las dos entradas e inundado el suelo de la ciudad.

Dominando el bosque de torres que tenía delante había un enorme zigurat, una pirámide con escalones que se levantaba en el mismo centro de la ciudad fantasma.

«Idéntica a la antigua Ur», pensó Jack.

En la cumbre del zigurat había una curiosa estructura: un altísimo objeto con forma de escalera que se levantaba verticalmente desde del zigurat hasta tocar el techo de piedra de la caverna a sesenta metros de altura.

En el punto donde la escalera tocaba el techo de la caverna, una serie de anillas llevaban hasta el espectacular centro de la misma, una pieza central que cortó el aliento de Jack.

Suspendida de un lado de la ciudad subterránea había otra pirámide invertida: de bronce e inmensa, idéntica a la que Jack había visto en Abu Simbel. Colgaba del techo de la caverna, flotando como una nave espacial por encima de la vasta ciudad encerrada, del doble de tamaño del zigurat.

Desde su posición, Jack no veía ningún edificio debajo de la pirámide, por lo que dedujo que colgaba suspendida sobre un abismo sin fondo como la de Abu Simbel.

Pero, a diferencia de la pirámide de Abu Simbel, ésta estaba rodeada por la ciudad suplicante, gemela de la antigua ciudad mesopotámica de Ur.

Jack se preguntó si los seis vértices tenían alguna sutil diferencia, santuarios construidos sólo como un complemento de la pirámide invertida central. Abu Simbel tenía un enorme vestíbulo que miraba a la pirámide; ésta tenía una ciudad de puentes espectaculares arrodillada ante ella.

De pronto, los gritos y unos sonidos mecánicos hicieron que alzara la mirada. Provenían del otro lado de la caverna.

Un tramo de empinados escalones de piedra se alzaba en el costado de la torre más cercana. Jack los subió. Al llegar a lo alto, se vio recompensado con una vista completa de la inmensa caverna y un atisbo de dónde estaba en esa carrera de vida o muerte.

Las cosas no pintaban bien.

Allí, de pie en el tejado a medio camino de la vasta caverna y rodeado por los hombres de su ejército casi privado, se encontraba Lobo.

Jack maldijo para sí.

Sus enemigos habían avanzado mucho más a través del laberinto que él. De nuevo comenzaba desde atrás.

Entonces, entre el grupo de soldados que estaba detrás de Lobo, atisbo una figura diminuta y se le encogió el corazón.

Sólo vio la figura por un instante, pero la imagen se grabó en su mente en el acto; con la cabeza gacha, el brazo izquierdo en cabestrillo, la mano derecha sujetando el casco de bombero de Jack, aterrorizado y solo, había un niño negro con gafas.

Era Alby.

EL SEGUNDO VÉRTICE

DEBAJO DEL CABO DE BUENA ESPERANZA

SUDÁFRICA

17 de diciembre de 2007, 2.55 horas

Jack analizó la monumental tarea que tenía por delante.

Primero evaluó la posición de Lobo, al otro lado de la caverna. Debían de haber entrado por el «puerto» occidental hacía algún tiempo, porque estaban en lo alto de una torre a medio camino entre la entrada y el zigurat.

Una gran ventaja.

Pero, mientras miraba con atención, Jack frunció el entrecejo. Las tropas de Lobo parecían estar colocando largos tablones sobre el tejado delante de ellos, y luego cruzaban por cada tablón hasta la siguiente torre.

Jack observó entonces su propia situación y, en el acto, vio el motivo detrás de ese extraño método de viaje.

La torre donde se encontraba no tenía tejado. De hecho, todas las partes superiores de las torres que veía carecían de tejado. Eran huecas, como chimeneas.

Sin embargo, curiosamente, casi cada tejado estaba conectado a dos o tres tejados a través de esa mareante red de puentes.

—Ay, madre —exclamó Jack al comprender lo que pasaba—. Es un enorme sistema de trampas.

Cada tejado que veía desde donde se encontraba era igual. En cada uno había una plataforma que parecía una lengua que se extendía desde el borde del mismo hasta el medio, por encima del agujero negro central.

Alrededor de esa plataforma con forma de lengua había otras tres más pequeñas, cada una situada a medio camino entre la plataforma central y los otros tres lados del tejado, y cada una requería un considerable salto de un metro cincuenta para aterrizar en ellas.

Jack estudió el tejado en el que estaba.

Tallada en la lengua de piedra sobre la que se encontraba había un texto escrito en la Palabra de Thot. Cada piedra tenía una inscripción similar.

—¿Cómo funciona? —preguntó Tiburón.

—Pregunta y respuesta —dijo Jack—. Esta talla de aquí, en la lengua, es la pregunta. Saltas a la piedra tallada con la respuesta correcta. Si aciertas, la piedra te sostendrá.

—¿Y si te equivocas? —quiso saber Lachlan.

—Si te equivocas, imagino que no te sostendrá y caerás por el hueco de la torre.

Tiburón miró en el negro vacío interior de la torre delante de ellos. Las paredes eran verticales y lisas. Nadie podía salir de allí, si es que no dabas contra algo letal.

—Supongo que las varillas que sostienen las falsas piedras están hechas de un material frágil. Parecen sólidas, pero no lo son.

—Tienes que acertar todos los acertijos para cruzar —señaló Julius—. ¿Te jugarías la vida en tu capacidad de responder a todas esas adivinanzas correctamente?

Pero Jack ya no lo escuchaba.

Miraba frente a sí.

—Adivinanzas —dijo en voz alta—. Las adivinanzas de Aristóteles…

Se volvió bruscamente hacia Tiburón.

—¿Tienes en el
Raider
algún teléfono con conexión de vídeo? Necesitamos pedir la ayuda de un experto.

Por supuesto, Tiburón tenía varios teléfonos vía satélite a bordo del
Raider.
Incluso tenía varias pequeñas cámaras montadas en cascos que se podían conectar a ellos. Los había llevado consigo. Le dio uno a West y le dijo:

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