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Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Ciencia Ficción

Las seis piedras sagradas (47 page)

BOOK: Las seis piedras sagradas
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Era un asalto suicida. Se lanzaban por encima de los muertos con grandes alaridos al tiempo que intentaban disparar sus flechas.

Si hubiera podido ver el avión desde fuera, Zoe se habría llevado toda una sorpresa: varios neethas aún estaban en el techo, y se movían hacia adelante tumbados sobre el vientre hacia la cabina de mando abierta.

Al mismo tiempo, otros dos guerreros en un ala se preparaban para —en un acto suicida— arrojar una red sobre una de las hélices. Lanzaron la red… y, tras una tremenda sacudida mecánica, la gruesa cuerda se enredó en la hélice… y con un estallido y humo negro el motor se detuvo del todo.

El avión se inclinó bruscamente ante la inesperada pérdida de potencia y los dos hombres se vieron lanzados desde el ala y cayeron hacia sus muertes.

Zoe se volvió en su asiento justo a tiempo para ver cómo salían volando del ala. Luchó para nivelar el avión.

—¡Qué les pasa a esos tipos! —gritó.

—Protegen la ubicación de su reino con una rabia fanática —le respondió Diane Cassidy—. Si, con su muerte, un guerrero neetha consigue evitar que un intruso escape, entonces tiene asegurado un lugar en el cielo.

—Así que nuestro avión está infestado de fanáticos suicidas —dijo Zoe—. Me pregunto…

Los disparos la interrumpieron, unos disparos que parecían extrañamente lejanos.

—¡Mago! —llamó.

—¡No soy yo! —gritó él a su vez desde la escalerilla—. Han desistido de atacar la cubierta superior, hace un momento que volvieron todos abajo.

Más disparos lejanos. De pronto, Zoe vio cómo otro de los motores montados en las alas explotaba con una nube de humo negro y se detenía la hélice.

Entonces comprendió lo que estaba pasando.

—Oh. Están disparándoles a los motores desde las puertas laterales. Si siguen, acabarán por derribarnos.

—Si no incendian antes el combustible en las alas —replicó el Mago.

—Mierda, mierda, mierda —exclamó Zoe. Al sujetar la palanca de vuelo, notó que el avión respondía con dificultad.

«No hay modo de salir de ésta —pensó—. No puedes detener a alguien que intenta abatir tu avión de esta manera.»

—Estamos jodidos —dijo en voz alta.

Como en respuesta a su comentario, su radio sonó bruscamente.

—Zoe. ¿Eres tú quien pilota el Clipper? ¡Soy Monstruo del Cielo!

—¡Monstruo del Cielo! —Zoe cogió los auriculares—. Sí, somos nosotros, ¿dónde estás?

—Directamente encima de ti.

Mientras el enorme Clipper sobrevolaba la selva, un avión incluso más grande bajaba desde una mayor latitud. El
Halicarnaso.

—Lamento haber tardado tanto en llegar —dijo Monstruo del Cielo—. Tuve que venir vía Kenia.

—¿Cómo nos has encontrado? —preguntó Lily.

—¡Ya discutiremos eso más tarde! —dijo Zoe—. Monstruo del Cielo, abajo tenemos a una pandilla de pasajeros furiosos que intentan derribar nuestro pájaro desde el interior. Necesitamos una extracción, pronto.

—Recibido. Veo que no tienes parabrisas. ¿Todos estáis en condiciones de moveros?

—Sí.

—Entonces haremos el perro que olfatea. Zoe, acelera a cuatrocientos nudos y después envíamelos a todos.

—Recibido.

—¿Qué es el perro que olfatea? —preguntó Lily.

—Ya lo verás —contestó Zoe, que se volvió bruscamente.

Abajo continuaban los disparos.

Los dos aviones volaban sobre la selva del Congo en formación, el enorme 747 por encima del hidroavión, más pequeño.

Luego el
Halicarnaso
adelantó al Clipper y, con la rampa de carga bajada, se situó delante mismo del parabrisas destrozado del hidroavión.

Desde su posición en el interior de la cabina del Clipper, Zoe vio la enorme sección de cola del
Halicarnaso
colocarse delante de ella y tapar todo su campo de visión.

La rampa de carga trasera se abrió como una enorme boca a unos pocos metros del morro de su avión.

—¡Vale, Monstruo del Cielo! —gritó en su micro—. ¡Aguanta así, voy a acercarme y los enviaré a todos!

Zoe aceleró y colocó el hidroavión más cerca todavía del
Halicarnaso,
hasta que el morro del Clipper literalmente rozaba el borde de la rampa.

—¡Muy bien! —dijo—. ¡Mago, llévate a Lily, a Ono y a la doctora Cassidy, adelante!

Epper no necesitó que se lo dijeran dos veces.

Se apresuró a pasar por el salpicadero de la cabina y se puso de pie en el morro del Clipper sin hacer caso del viento que lo azotaba, entre los dos aviones en vuelo.

Sacó a Lily, a Ono y a Cassidy y, después de unos pocos pasos apresurados por el morro del Clipper, saltaron a la rampa posterior del
Halicarnaso
y se encontraron de pie en la relativa calma de la bodega del 747.

Esto dejó a Zoe sola en la cabina del hidroavión. Puso en marcha el piloto automático, abandonó los controles y se deslizó a través del parabrisas destrozado al morro en el mismo momento en que los neethas conseguían alcanzar otro de los motores, que estalló y todo el avión se sacudió bruscamente.

Demasiado tarde para retroceder, Zoe saltó hacia la plataforma trasera del
Halicarnaso
en el instante en que el hidroavión se inclinaba hacia abajo en un ángulo extremo.

Aterrizó torpemente, sus brazos golpeando contra el borde la rampa, los dedos intentando agarrar una barra hidráulica sin conseguirlo y, para su más absoluto horror, se vio cayendo por el borde de la rampa para precipitarse al cielo azul…

… Momento en el que nada menos que tres pares de manos sujetaron sus brazos extendidos. El Mago, Lily y Ono.

Los tres la habían visto saltar del hidroavión que caía, habían visto cómo se sujetaba con una mano del brazo hidráulico y luego habían visto cómo su mano se soltaba.

Así que los tres se habían lanzado a su rescate, buscando sus manos extendidas al mismo tiempo.

Ahora la sujetaban todos, mientras, mucho más abajo de ella, el avión Clipper sin piloto caía en espiral y —con su carga de fanáticos monjes guerreros neethas— se estrellaba en la selva y explotaba en una gran bola de fuego naranja.

El Mago, Lily y Ono subieron a Zoe a la bodega mientras Diane Cassidy cerraba la rampa trasera. La rampa se cerró con un estruendo, y todos se sentaron por un momento en el suelo rodeados por el maravilloso silencio del recinto.

—Gracias, chicos —susurró Zoe.

—¿Tú nos das las gracias a nosotros? —preguntó el Mago, incrédulo—. ¿Tú nos das las gracias? Zoe, ¿tú te has visto en estos últimos días? Mataste a un guerrero en la Piedra del Combate, encontraste la salida de un laberinto inconquistable, has pilotado un avión infestado de salvajes fuera del infierno y casi has muerto para conseguir que todos estuviéramos sanos y salvos. De verdad, nunca había visto nada igual, Zoe. Lo que has hecho es extraordinario. Jack West Jr. no es el único gran héroe que conozco. Cuando él ya no estuvo, tú ocupaste su lugar. Eres maravillosa.

Zoe agachó la cabeza. Ni siquiera había pensado en lo que había hecho. Sencillamente lo había hecho.

Lily le dio un fortísimo abrazo.

—Eres fantástica, princesa Zoe. Una chica de cinco estrellas. ¡Qué guay!

Por primera vez en días, Zoe sonrió.

En la aldea neetha, gracias a las fuerzas de las armas, los hombres de Lobo habían tomado el control.

Los aldeanos y los monjes guerreros estaban de rodillas, maniatados con bridas de plástico y vigilados por los soldados del ejército congoleño.

Navaja se acercó al Lobo.

—Señor, lo tenemos —dijo orgulloso, y se apartó para dejar lugar al hombre de la Delta Forcé, Alfanje, que sostenía en sus manos el segundo pilar.

Los ojos de Lobo brillaron ante la visión. Cogió el pilar purificado y lo sostuvo con gesto reverente delante de su rostro.

—También encontramos a este joven caballero. —Navaja empujó hacia adelante a Alby, que se sujetaba el brazo herido—. Se llama Albert Calvin. Dice que es amigo de la hija de Jack West.

Lobo miró al niño que tenía delante y contuvo una carcajada.

—Que le curen la herida. Vendrá con nosotros.

Navaja le hizo un gesto a un enfermero antes de añadir:

—Estoque está en el santuario interior encima del laberinto. Dice que ha encontrado la Piedra de Fuego, la Piedra Filosofal y el primer pilar, todos colocados en altares. Los bajará.

—Espléndido —exclamó Lobo—. Espléndido. Los neethas se los quitaron a Max Epper. Éste está resultando ser un día de primera. —De pronto se volvió hacia Navaja—: ¿Qué hay del orbe, la Piedra Vidente de Delfos?

—Ha desaparecido, señor. Lo mismo que el profesor Epper y su grupo.

Lobo soltó un bufido.

—Vivo o no, Epper no estará nada contento. Porque ahora sabe que nosotros tenemos todos los triunfos: los dos primeros pilares, la Piedra Filosofal y la Piedra de Fuego.

—Hay una cosa más, señor —dijo Navaja.

—¿Sí?

Navaja le hizo un gesto a alguien y, desde la multitud, trajeron a otro prisionero.

En el rostro de Lobo apareció una expresión de sorpresa. Era el hechicero de los neethas.

Las nudosas manos del viejo estaban esposadas, pero sus ojos resplandecían de furia.

—¿En qué puedes ayudarme tú? —le preguntó Lobo, a sabiendas de que el viejo chamán no podía comprenderlo.

Para su sorpresa, el anciano le respondió, pero no le habló en Thot. En cambio, habló en un idioma que Lobo reconoció: griego, griego clásico.

—La segunda esquina de la Máquina —respondió el hechicero en un lento pero perfecto griego—. Lo he visto. Te llevaré allí.

Lobo se echó hacia atrás, sorprendido, con una sonrisa de astucia.

—Navaja, Alfanje, poned en marcha los helicópteros y llamad a nuestra gente en Kinshasa. Que preparen un avión hacia Ciudad del Cabo. Es hora de que consigamos nuestra maldita recompensa.

Mientras el
Halicarnaso
volaba en dirección sureste en gloriosa paz, Zoe y los demás se reunieron con Monstruo del Cielo en el salón contiguo a la cabina.

Ono y Diane Cassidy fueron presentados, y Monstruo del Cielo explicó lo que había sucedido desde que lo habían dejado en Ruanda.

—Después de que los chicos de Solomon llegaron con un poco de combustible para la puesta en marcha, volé a la vieja granja en Kenia. Le hice a mi bebé un repaso completo y cargué combustible, incluso monté una turbina nueva.

—¿Guardas motores de recambio allí? —preguntó Zoe.

—Verás, encontré algunos en mis viajes y los guardé allí por si ocurría algo —dijo Monstruo del Cielo con voz tímida—. En cualquier caso, he estado rastreando todas las llamadas aéreas en África central y, a primera hora de hoy, pillé a esos tipos congoleños con el escáner de satélite en unos transportes Clipper y escoltados por unos helicópteros norteamericanos, todos volando hacia esa región. Me dije que te habían descubierto, así que los seguí a distancia. Luego, cuando te vi despegar en la otra dirección, deduje que sólo tú podías estar a los mandos.

—Ja, ja, ja —rió ella.

—¿Dónde está Solomon? —preguntó Monstruo del Cielo—. Tengo que darle las gracias por enviarme el combustible.

Zoe sacudió la cabeza.

—Murió defendiéndome —contestó Lily con la mirada baja.

—Oh —musitó Monstruo del Cielo—. ¿Qué hay de Alby?

—No preguntes —manifestó Zoe, que se frotó las sienes mientras intentaba enfrentarse a ese tema—. Con un poco de suerte, puede que no esté muerto.

Zoe miró a Lily mientras lo decía, y sus miradas se cruzaron. La niña no dijo nada.

Mientras los demás conversaban, el Mago escribía en el ordenador para poner un mensaje cifrado en la página de
El señor de los anillos
que él, Lily y Jack usaban para comunicarse. Si, por una de ésas, Jack seguía con vida, en algún momento abriría la página.

—¿Crees que papá todavía está vivo? —preguntó Lily, que se acercó por detrás del Mago mientras escribía—. ¿Incluso después de que aquel hombre nos mostró el casco?

El Mago se volvió para mirarla.

—Tu padre es un tipo muy duro, Lily. El hombre más duro, empecinado, brillante, leal, cariñoso y más difícil de matar que conozco. Por lo que a mí concierne, Jack West no está muerto hasta que vea con mis propios ojos su cadáver.

Eso no pareció animar a Lily.

El Mago sonrió.

—Debemos mantener la esperanza, pequeña. La esperanza de que nuestros seres queridos están vivos, de que el bien prevalecerá sobre el mal en este épico conflicto. Enfrentados a poderosos oponentes y abrumadoras posibilidades, la esperanza es todo lo que tenemos. Nunca la pierdas, Lily. En lo más profundo de sus corazones, las personas malas como Lobo no tienen esperanza, así que la reemplazan con la codicia: la codicia de la dominación, del poder, e incluso si consiguen ese poder sólo son felices porque ahora todos los demás son tan desgraciados como ellos. No pierdas nunca la esperanza, Lily, porque la esperanza es lo que nos hace ser buenos.

Ella lo miró.

—Lobo dijo por teléfono que él era mi abuelo, el padre de papá. ¿Cómo puede papá ser tan bueno y Lobo tan malo?

El Mago negó con la cabeza.

—Eso no puedo explicártelo. El camino que una persona sigue en la vida a menudo está determinado por las cosas más extrañas y accidentales. Jack y su padre son muy parecidos en muchas cosas: ambos poseen una gran determinación y una inteligencia increíble. Sólo que Jack actúa para los demás, mientras que su padre actúa para sí mismo. En algún momento de sus vidas, cada uno aprendió a actuar de esa manera.

—¿Cómo seré yo, entonces? —pregunto Lily, inquieta—. Quiero ser como papá, pero eso no parece estar garantizado. No quiero tomar las decisiones equivocadas cuando importen.

El Mago le sonrió al tiempo que le alborotaba los cabellos.

—Lily, no soy capaz de imaginarte tomando decisiones equivocadas.

—Ahora ese hombre, Lobo, tiene a Alby —dijo ella.

—Sí —asintió el Mago—. Sí…

En ese momento algo sonó en la cabina, y Monstruo del Cielo fue a ver de qué se trataba. Dos segundos más tarde, gritó:

—¡Por todos los demonios…!

Zoe y los demás corrieron a la cabina para ver qué ocurría.

Encontraron a Monstruo del Cielo señalando un mapa de satélite correspondiente al sur de África.

Docenas de pequeños puntos rojos llenaban el aire por encima de la frontera norte de Sudáfrica. Muchos más puntos azules bordeaban la costa occidental delante de Ciudad del Cabo.

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