Las seis piedras sagradas (41 page)

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Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Ciencia Ficción

BOOK: Las seis piedras sagradas
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EL REINO DE LOS NEETHAS

PROVINCIA DE KATANGA, CONGO

14 de diciembre de 2007, 19.30 horas

Rodeados por los guerreros neethas, Zoe y el grupo fueron llevados a marchas forzadas por el río de la izquierda, una sinuosa caminata a través de la selva junto a algunos rápidos rocosos. En un momento del viaje, el Mago tropezó con una raíz y cayó al suelo; se puso de rodillas y se encontró con un puñal contra la garganta, sujetado por un guerrero neetha que al parecer había creído que había sido un intento de fuga.

—Quwanna wango
—dijo el neetha.

El Mago permaneció inmóvil mientras su captor le apretaba el puñal contra el cuello, hasta que apareció una delgada línea de sangre. Zoe y los demás contuvieron el aliento, pero de pronto el guardia soltó al Mago y le dio un fuerte empellón. Nadie más volvió a tropezar después de eso.

Cuando oscurecía, llegaron a un enorme acantilado que se elevaba por encima de la selva.

Una gran grieta en lo que parecía ser una pared sólida se abría entre ellos, una imponente garganta de unos veinte metros de ancho. Al pie de la misma, una imponente estructura hecha por el hombre: una gran fortaleza de piedra iluminada por multitud de antorchas y construida con enormes piedras cortadas como cubos. Centenares de afilados colmillos de elefante flanqueaban la empinada escalera de piedra que llevaba hasta el edificio, todos apuntando agresivamente hacia afuera.

La única abertura en el fuerte era la gran entrada al pie del muro. Al menos de seis metros de altura, estaba construida con la forma de las fauces de una bestia feroz. Un torrente pasaba por la mitad inferior y caía en un canal en el centro de la escalera de piedra. Por tanto, no parecía que hubiera ningún escalón que permitiera el acceso por esa puerta.

Diez guerreros neethas atendían una plataforma delante de la entrada. Con ellos, gruñendo, ladrando y tirando de sus correas había unas hienas.

—¿Hienas domesticadas? —susurró Zoe aterrorizada mientras subían la escalera.

—Hieronymus afirmó que los neethas utilizaban las hienas como sabuesos —respondió el Mago en voz baja—, pero sus afirmaciones fueron descartadas como mentiras. Dijo que criaban a las hienas y las entrenaban utilizando un atroz sistema de castigos y falta de alimento.

—Sería muy beneficioso que las hienas pudieran domesticarse —murmuró Solomon—. Nadie tiene mejor olfato. Jamás escaparías de una jauría que te persiguiera.

—Una trampa en el río. Embarcaciones y aviones destrozados. Hienas como perros guardianes —dijo Zoe—. ¿En qué infierno nos hemos metido? —Sujetó la mano de Lily un poco más fuerte.

Llegaron a la gran entrada en lo alto de la escalera. Uno de los centinelas hizo sonar una trompeta y de pronto un puente de madera con escalones descendió desde el interior de la arcada. Encajó en su lugar de tal forma que quedaba montado por encima del río que salía por la boca abierta de la entrada.

Empequeñecidos por la terrible arcada, rodeados por sus temibles guardias, Zoe y su equipo pasaron por el puente levadizo y desaparecieron en el interior de la entrada para internarse en el reino de los neethas.

Emergieron en el interior de la garganta.

Unos tremendos acantilados verticales se alzaban a cada lado de ellos, perdiéndose en las alturas.

En lo alto, ciento treinta metros por encima de sus cabezas, los árboles de la selva habían sido torcidos con toda intención para forzarlos a crecer hacia adentro de tal forma que creasen un techo por encima de la garganta y la ocultasen de la vista exterior. Para un observador que sobrevolara la zona, la garganta —ya oculta entre tres volcanes extinguidos— sería invisible en medio del mar verde de la selva.

Durante el día, se dijo Zoe, una luz tenue entraría por el follaje, pero ahora mismo, unos delgados rayos de luz de luna pasaban entre las ramas y conferían a la garganta un curioso resplandor azulado.

Mientras miraba las enormes paredes, Lily vio que parecían mostrar un curioso movimiento, un constante ondular que descendía por las irregulares paredes de piedra, que alimentaban a las enredaderas que se pegaban a ellos. Entre los tallos de las trepadoras había toda clase de serpientes de verdad, pitones moteadas, mambas negras y otros seres reptantes que entraban y salían de todos los agujeros disponibles.

—¿Los ves? —susurró.

—Sí, sí —asintió vigorosamente Alby, aterrado.

La garganta que se abría ante ellos se perdía frente a la bruma oscura, sinuosa e interrumpida en algunos lugares por fuertes de piedra que impedían que un intruso siguiera una línea recta.

De la misma manera, el suelo de la garganta era muy difícil de recorrer. En su mayor parte era agua, un torrente que al final salía por la puerta. Pero, en todo su recorrido, la corriente pasaba por dos densos campos de juncos, tres estanques fangosos y un pantano nauseabundo donde había varios cocodrilos del Nilo.

Cuando el grupo salía por la gran puerta, el guardia hizo sonar su cuerno y un enorme engranaje en una de las fuertes corrientes en lo alto comenzó a girar empujada por una cuadrilla de esclavos. Sin previo aviso, una serie de plataformas de piedra que habían estado ocultas debajo del agua se levantaron por encima de las olas delante mismo del grupo de Zoe para formar un zigzagueante sendero que les permitiría avanzar por la garganta sin obstáculos.

—Estas personas parecen saber mucho —comentó Solomon—, para ser una tribu de caníbales sin contacto con la civilización.

—Querrás decir sin contacto con nuestra civilización —puntualizó el Mago.

—Mago, ¿qué nos pasará? —susurró Zoe.

Epper miró a los niños para asegurarse de que no oirían la respuesta.

—Este es el fin, Zoe. La única pregunta es cuánto tiempo nos mantendrán vivos los neethas antes de devorarnos miembro a miembro.

Pero entonces fue empujado hacia adelante por los guardias, así que avanzaron por la oscura garganta y pasaron junto a las diversas fortificaciones hasta que rodearon una última curva y salieron a un espacio mayor, alumbrado por la luz de las antorchas.

—Dios santo… —exclamó el Mago al ver el reino de los neethas.

Habían llegado a un punto donde la garganta se encontraba con otra más pequeña —un cruce en T de dos gargantas anidadas entre tres volcanes extinguidos—, y de pronto se hallaron en un espacio enorme.

Un ancho lago se hallaba en el medio de lo que sólo podía describirse como un antiguo poblado construido en las paredes del cruce de la gigantesca garganta.

No se parecía a nada que hubieran visto antes.

Docenas de estructuras de piedra salpicaban las paredes del cruce, algunas a vertiginosas alturas, y variaban en tamaño desde pequeñas chozas a una gran torre aislada que se alzaba en medio de las aguas del lago.

Una multitud de escaleras llevaban hasta las chozas superiores, mientras que largos puentes de cuerda entrecruzaban la garganta menor a la izquierda para conectar las estructuras.

Lo que más asombraba a Zoe era la capacidad para construir puentes de esas personas: puentes de cuerda; puentes de piedra escondidos por los que había caminado desde la entrada principal; incluso vio una serie de puentes levadizos que daban acceso a la torre del lago.

—Mago —dijo—, ¿estas personas…?

—No. Ellos no construyeron este lugar. Sólo se trasladaron aquí. Como hicieron los aztecas en Teotihuacán.

—Entonces, ¿qué civilización lo construyó?

—Imagino que la misma que construyó la Máquina. ¿Quieres mirar a…?

Habían salido a la plaza central del poblado y el Mago miraba a la derecha, por encima del lago. Zoe se volvió.

—¿A qué…? —Se interrumpió.

Al otro lado del lago había una increíble estructura. Era inmensa, literalmente excavada en el cono del volcán extinto que estaba en el lugar más apartado de la garganta.

Parecía un estadio moderno, una enorme arena circular. Se veían una serie de paredes redondas; un laberinto. En el centro mismo del laberinto circular se alzaba como la aguja de un reloj de sol una estrecha pero altísima escalera de piedra que fácilmente alcanzaba los diez pisos de altura.

Hecha de centenares de escalones, la angosta escalera sólo permitía el paso de una única persona y no tenía balaustrada. Se alzaba precariamente hasta un portal trapezoidal construido en la pared de piedra en el extremo más apartado del laberinto.

El desafío era claro; sólo si conseguías llegar al centro del laberinto podías subir por la misteriosa escalera.

Hubo otra cosa que Zoe advirtió en el poblado: una pequeña isla triangular ubicada en la mitad del lago, en el centro exacto de todo, como si fuera el punto focal de toda la garganta.

Colocado en la pequeña isla había un artilugio de bronce similar a un trípode que a Zoe le pareció un antiguo inclinómetro. En el pedestal, junto al «inclinómetro», a una altura como para que todos los pobladores los viesen, había dos objetos muy sagrados:

Un pilar ahumado y un hermoso orbe de cristal.

El Mago también los vio y contuvo el aliento.

El segundo pilar y la Piedra Vidente de Delfos.

No obstante, no pudieron mirar la pequeña isla sagrada por mucho tiempo, ya que en ese instante sus guardias los llevaron a un profundo pozo circular junto a la plaza principal: allí había dos plataformas de piedra cuadradas que se alzaban seis metros por encima de la base fangosa del pozo.

En el fango, mirando fijamente a Lily y a Alby sin parpadear siquiera, rondaban los enormes cocodrilos.

Dos puentes levadizos descendieron y el grupo fue empujado a punta de espada a las plataformas: las dos mujeres en una, y los hombres y Alby en la otra. Cada plataforma parecida a una torre estaba a unos tres metros del borde y a unos dos metros una de otra, por lo que escapar era imposible. Ambas mostraban unas espeluznantes marcas de hacha y restos de sangre en sus superficies.

Levantaron los puentes.

Una multitud se había reunido alrededor de las plataformas: los neethas, arrastrados por la curiosidad, todos con protuberancias óseas en sus rostros, que miraban a los cautivos y murmuraban animadamente entre sí.

Pero entonces cesaron los murmullos, y la multitud se separó cuando una serie de antorchas pasaron entre sus filas y apareció un grupo de jefes.

Doce hombres, guiados por un tipo obeso cuyas prendas hechas con pieles de animal estaban cubiertas con armas, cráneos y adornos. Su rostro carnoso era repugnante, repleto de protuberancias. Entre las armas que llevaba al cinto, el Mago vio un fusil Winchester del siglo XIX.

«El jefe de la tribu. Cargado con las armas y los cráneos de los antepasados desaparecidos a lo largo de los siglos. Dios mío…»

Siete jóvenes, todos muy altos y orgullosos, escoltaban al jefe.

«Sin duda se trata de sus hijos», pensó el Mago.

Los otros cuatro hombres del grupo de cabeza eran diferentes: tres eran guerreros; delgados y musculosos, con ojos fieros y los rostros con pinturas de guerra.

El cuarto y último hombre, en cambio, era sólo ridículo: viejo y jorobado, sus protuberancias faciales eran más espantosas que las de cualquiera de los demás. Él también llevaba pinturas de guerra y poseía los ojos más aterradores que el Mago hubiera visto en toda su vida: unos ojos amarillos que miraban enloquecidos.

Era el hechicero de los neethas.

Las pertenencias del grupo fueron vaciadas delante del hechicero.

Observado por el jefe, el viejo rebuscó entre sus cosas antes de gritar mientras sostenía en alto el primer pilar purificado.

—Neehaka!
—chilló.

—Neehaka…, oh, neehaka…
—murmuró la multitud.

—Neehaka bomwacha Nepthys hurrah!

El Mago no tenía ni idea de lo que significaban esas palabras. Pero entonces, desde la otra piedra, oyó que Lily decía:

—Habla la lengua de Thot.
Neehaka
significa «el primero y gran pilar». El primer gran pilar.
Bomwacha
significa «impregnado». «El primer gran pilar ha sido impregnado por Nepthys.»

—Nepthys es otro nombre del Sol Oscuro —susurró el Mago—. Es su nombre griego.

Entonces el hechicero sacó la Piedra Filosofal y la Piedra de Fuego de la mochila de Lily y sus ojos de abrieron como platos. Miró al Mago y soltó una sucesión de frases.

Lily se encargó de traducir tímidamente.

—Quiere saber dónde encontraste las grandes herramientas de la purificación.

—Dile que después de muchos estudios y años de búsqueda —dijo el Mago.

La niña lo repitió con voz asustada.

El hechicero respiró profundamente y murmuró algo con los ojos muy abiertos.

—Le sorprende que hable en Thot —le explicó Lily al Mago—. Lo encuentra profético. Es un hechicero y cree que tú también debes de serlo…

Un grito del hechicero la hizo callar.

Entonces el viejo se volvió de pronto y llamó a alguien. De nuevo la multitud se apartó, y una mujer se adelantó desde el fondo del grupo.

Cuando la vio, Lily soltó una exclamación.

Lo mismo hizo el Mago.

Era una mujer blanca, de unos cincuenta y cinco años, con el pelo rubio canoso y un rostro de elfo que mostraba las huellas del sufrimiento. Vestía como las demás mujeres neethas, con una piel y unas joyas primitivas.

—¿Doctora Cassidy? —preguntó el Mago—. ¿Doctora Diane Cassidy?

La mujer levantó la cabeza bruscamente, como si no hubiera oído hablar en inglés en mucho, mucho tiempo.

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