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Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Ciencia Ficción

Las seis piedras sagradas (33 page)

BOOK: Las seis piedras sagradas
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—¡Monstruo del Cielo! —gritó el Mago desde la bodega—. ¡Sube la rampa y salgamos de aquí!

—¡Estoy en ello, Mago!

Los reactores del
Halicarnaso
rugieron con fuerza para el despegue. Al mismo tiempo, subió la rampa de carga y, a través de la abertura que se cerraba poco a poco, el Mago observó la caravana de perseguidores: un furioso convoy de vehículos fuertemente armados.

Pero en el momento en que la rampa estaba a medio cerrar, vio que el convoy se separaba para permitir que avanzara un Humvee que tenía montado un lanzamisiles.

El Humvee disparó, un único y letal misil, y al Mago se le salieron los ojos de las órbitas al pensar que el proyectil podía entrar en la bodega y estallar pero, en cambio, el misil se desvió a un lado y desapareció de su vista.

Exhaló un suspiro de alivio: habían fallado.

Pero tan sólo un segundo después se dio cuenta de que no habían fallado en absoluto, porque entonces oyó como una de las dos turbinas de estribor del
Halicarnaso
recibía el impacto.

Fue un impacto directo; el misil hizo blanco en la turbina de estribor más cercana a la punta del ala y la hizo estallar en mil pedazos al tiempo que lanzaba una espesa columna de humo negro horizontal.

—¡Me han dado! —gritó Monstruo del Cielo al tiempo que apretaba los interruptores para vaciar el combustible que podría originar un incendio en la turbina destrozada y cerrar todas las tuberías para evitar que el incendio se propagara a los tanques en el interior del ala.

Miró por la ventanilla de estribor.

El motor era una masa humeante de hierros retorcidos. Tendría que descartarlo, aún era posible el despegue, pero con sólo tres motores sería mucho más difícil: necesitarían una pista más larga.

El daño estaba hecho.

El avión redujo la velocidad.

Y la caravana atacó.

Era un espectáculo increíble. Un Jumbo 747 que corría por la gran autopista del desierto, perseguido por una horda de vehículos militares —Humvee, jeeps, camiones y coches—, todos circulando a más de ciento cincuenta kilómetros por hora como una jauría de hienas siguiendo a un búfalo de agua que estuviera herido.

Cuando se pusieron a tiro, la caravana perseguidora retomó el ataque.

Como era natural, la primera estrategia fue disparar a las ruedas del
Halicarnaso,
pero el gran avión incorporaba unas pantallas de Kevlar y las balas, aunque llegaban, rebotaban sin causar daño alguno.

Así pues, los perseguidores adoptaron entonces una más despiadada segunda opción.

El primer camión avanzó para colocarse debajo del ala izquierda del
Halicarnaso,
donde quitó la cubierta de lona para dejar a la vista un pelotón de tropas especiales egipcias armadas hasta los dientes.

No perdieron tiempo utilizando la técnica habitual para asaltar a un avión: se subieron al techo de la cabina del conductor y desde allí saltaron al ala en el punto más bajo, en el punto donde encajaba con el fuselaje del
Halicarnaso.

Monstruo del Cielo los miraba indefenso desde la cabina.

—Maldita sea.

Miró por la ventanilla del otro lado y vio a todo un autocar de soldados que se colocaba debajo del ala de estribor con más hombres que salían por una escotilla en el techo y se preparaban para asaltar por ese lado.

—Mierda, mierda, mierda.

El Mago llegó a la cabina con Lily.

—¿Qué está pasando?

—Hemos perdido el motor número cuatro y ahora nos están abordando por las alas —respondió Monstruo del Cielo—, no tenemos ninguna defensa contra eso, son como moscas de las que no puedo deshacerme.

—Tienes que hacer algo.

—Mago, no sé de ningún piloto que haya estado antes en una situación como ésta, me estoy adaptando lo mejor que puedo.

—¿Podemos despegar?

—Sí, pero necesitaremos una pista muy larga. —Monstruo del Cielo comenzó a zigzaguear violentamente de izquierda a derecha con el
Halicarnaso.

En el ala, las tropas egipcias se tambaleaban tratando de recuperar el equilibrio al tiempo que buscaban donde sujetarse. Uno de ellos cayó del ala con un grito y rodó por la carretera.

Pero no tardaron en recuperar el equilibrio, y el autocar debajo del ala de estribor comenzó a descargar más tropas.

El
Halicarnaso,
que circulaba por la carretera del desierto incapaz de despegar, estaba siendo asaltado.

En la cabina, el Mago desplegó torpemente un mapa.

—Dentro de unos cinco kilómetros llegaremos a una recta de unos tres kilómetros. Pero después no son nada más que curvas a través de las colinas durante todo el camino hasta la frontera con Sudán.

—Entonces, ésa es nuestra pista —dijo Monstruo del Cielo—, nuestra única pista.

Monstruo del Cielo no dejaba de mirar por la ventanilla de estribor.

—Mago, ¿podrías pilotar esto durante unos minutos? —dijo al tiempo que se levantaba.

—¿Pilotar? —El Mago perdió el color—. Monstruo del Cielo, si ni siquiera sé conducir bien un coche.

—Bueno, es hora de que aprendas. Presta atención, te enseñaré…

Más o menos a un kilómetro y medio detrás de las desesperadas escenas en el
Halicarnaso,
el último autocar de la caravana militar egipcia circulaba en el lugar asignado, los pasajeros observando las espectaculares acciones en la vanguardia.

En ningún momento advirtieron la presencia del pequeño Land Rover Freelander, ahora conducido por Osito Pooh, que entró en la autopista por detrás, ni vieron cómo se acercaba al parachoques trasero, o cómo West, Elástico y Astro pasaban al capó del Freelander y de allí trepaban por la escalerilla sujeta a la parte trasera del enorme vehículo.

Las tres pequeñas figuras caminaron por el techo del autocar y se detuvieron por un instante para lanzar dos de las granadas de gases de Astro a través de una escotilla.

Un instante después, todos los ocupantes del autocar dormían, y el vehículo comenzó a desviarse del asfalto. West se tendió boca abajo, quitó el cierre de seguridad de la puerta del conductor y se lanzó al interior, seguido por sus dos camaradas de armas.

En el interior del autocar, con su media máscara de gas, Jack apartó al conductor inconsciente del asiento y se sentó al volante.

Observó la carretera que se extendía delante: más allá del convoy, vio al herido
Halicarnaso
que avanzaba soltando humo negro por el ala derecha y transportando a los malos en los segmentos interiores de ambas alas.

Astro recorrió el interior del autocar. Estaba lleno de hombres inconscientes, todos ellos soldados rasos de infantería.

—Pertenecen al ejército egipcio —comentó señalando el uniforme del soldado más cercano.

—Como en la mayoría de los países africanos, algunas veces el ejército egipcio se alquila —señaló Jack—. Si tienes bastante pasta y los contactos adecuados, puedes disponer de sus servicios durante un par de días. Está claro que nuestros competidores tienen un buen respaldo. Ahora, si no te importa, es hora de limpiar la carretera y echar a esos cabrones de nuestro avión. Elástico, ya no necesito el parabrisas.

El aludido se adelantó y disparó una ráfaga con su ametralladora. El parabrisas se hizo añicos y desapareció de la vista. El viento entró con fuerza.

—Caballeros —dijo Jack, y se quitó la máscara—, a por los neumáticos.

Con el viento entrando en el autocar, West pisó el acelerador hasta alcanzar una velocidad superior a los ciento cincuenta kilómetros por hora y lo llevó hacia adelante a través del convoy al tiempo que Elástico y Astro disparaban sus armas a través del hueco del parabrisas con la intención de destrozar los neumáticos traseros de los otros autocares de la caravana.

Los neumáticos reventaron, y los conductores, cogidos por sorpresa, fueron incapaces de controlar los brutales vaivenes y se salieron de la carretera para acabar en la arena mientras el autocar de West pasaba junto a ellos, siempre hacia adelante.

Después de ver que cuatro autocares se estrellaban, uno de los Humvee egipcios advirtió el autocar pirata de West y giró la torreta en el mismo momento en que Elástico le disparaba un misil Predator. El Humvee estalló y voló por los aires antes de caer de lado en la arena.

Otro jeep los vio y les apuntó con la ametralladora, pero West lo arrolló con el autocar y el pequeño vehículo salió despedido de la carretera como un juguete.

—Osito Pooh —llamó Jack por la radio—. Mantente a nuestra sombra. Te protegeremos todo el camino hasta la rampa de carga del
Halicarnaso.

Al volante del Freelander, Osito Pooh gritó:

—¡Recibido!

A su lado, Zoe y Alby miraban el autocar robado de Jack y los vehículos del convoy enemigo que tenían delante.

Ahora sólo estaban a unos sesenta metros detrás del
Halicarnaso
y veían a una docena de hombres armados, seis en cada ala, que se reunían frente a las puertas. Otros cuatro autocares y un par de Humvee estaban entre ellos y el 747 fugitivo, todos los coches enemigos apostados en los flancos del avión bajo sus alas.

Oyeron a Jack que llamaba por la radio desde el autocar secuestrado:

—Monstruo del Cielo, adelante. Necesitamos que abras la rampa trasera.

Pero, para su sorpresa, Monstruo del Cielo no respondió.

En ese mismo momento, las tropas egipcias en el ala izquierda del
Halicarnaso
consiguieron abrir la puerta… de par en par. ¡Bum!

El primer soldado egipcio salió volando por los aires tras recibir un escopetazo.

Todos los demás soldados buscaron refugio cuando vieron a la enfurecida figura de Monstruo del Cielo en el portal, que accionaba la palanca de la escopeta Remington de calibre 12 para cargar un nuevo cartucho.

—¡Fuera de mi avión, malditas ratas! —gritó el barbudo neozelandés.

No se había dado cuenta de que su auricular colgaba inútil tras salirse de su sitio en la desesperada carrera por llegar hasta allí desde la cabina.

Al mismo tiempo, en la cabina, el Mago pilotaba el avión; mal, pero ahora mismo cualquier piloto era mejor que ninguno.

—Maldita sea —gritó Jack—. No puedo comunicarme con Monstruo del Cielo, así que no puedo abrir la rampa.

Miró el
Halicarnaso
desde el autocar e intentó pensar en otra manera de subir a bordo, cuando de pronto Astro se inclinó hacia adelante y le dijo:

—¿Puedo hacer una sugerencia?

Mientras hablaba, sacó una extraña arma de una funda sujeta a su espalda y se la ofreció a Jack.

Segundos después, Jack y Astro estaban de nuevo en el techo del autocar, que circulaba a toda velocidad, excepto que esta vez miraban el enorme timón del
Halicarnaso,
que se alzaba directamente ante ellos.

Astro empuñó la extraña arma con las dos manos.

Se trataba de un arma especial para la élite de la infantería de marina de Estados Unidos, la fuerza de reconocimiento de los marines: una Armalite MH-12A Maghook.

Con el aspecto de una ametralladora de doble empuñadura, el Maghook era un arpón magnético lanzado a presión que venía equipado con cincuenta metros de cable de alta densidad. Se podía utilizar como un gancho de amarre convencional, con su garfio múltiple, o como uno magnético, con su imán de alto poder que se podía sujetar a las superficies metálicas. La variante A era nueva, más pequeña que el Maghook original, más o menos del tamaño de una pistola grande.

—Había oído hablar de ella, pero nunca había visto una —comentó Jack.

—Nunca salgas de casa sin ella —dijo Astro, que disparó el Maghook contra el timón del
Halicarnaso.

Como un sonido como el estallido de un neumático, el garfio imantado surcó el aire, arrastrando el cable detrás como una estela.

El gancho chocó contra el timón de cola y se sujetó pegado a la gran aleta de acero con su imán, que lo mantenía firme.

—Ahora, sujétate bien —añadió Astro mientras le entregaba el Maghook a Jack y apretaba un botón en el que se leía «Recuperar».

De inmediato, Jack se vio arrancado del techo del autocar, recogido por la poderosa polea del Maghook. Llegó a nivel del timón del
Halicarnaso
y se encaramó a uno de los estabilizadores laterales. Luego, seguro a bordo del avión, cogió el Maghook y se dispuso a arrojárselo a Astro para que pudiera seguirlo…

Pero Astro nunca tuvo la oportunidad de seguir a Jack: en ese momento, su autocar fue golpeado lateralmente por uno de los vehículos egipcios, un tremendo topetazo que tumbó a Astro y casi lo arrancó del techo.

Sentado al volante del autocar, Elástico se volvió para mirar a la derecha… y se encontró mirando los furiosos ojos del conductor del otro vehículo.

El conductor apuntó a Elástico con una Glock…

…en el mismo momento en que Elástico levantaba el lanzagranadas Predator en respuesta, empuñándolo como si de una pistola se tratara, y disparaba.

El misil atravesó la puerta automática destrozando el cristal y se estrelló en el autocar rival.

Un instante después, el autocar egipcio que circulaba a su lado se encendió con una resplandeciente luz blanca antes de estallar como un petardo en un millón de fragmentos.

En el interior del
Halicarnaso,
Monstruo del Cielo permanecía vigilante junto a la puerta de babor abierta, el viento azotándolo, mientras mantenía la escopeta preparada para dispararle a cualquier cosa que se atreviera a asomar la cabeza por la abertura.

De pronto, dos soldados en el ala de babor pasaron por delante de su línea de visión. Disparó pero falló el tiro, fueron demasiado rápidos, y, por un momento, se preguntó qué habían intentado hacer; sus movimientos no habían conseguido nada, cuando, de pronto, comprendió que sí habían hecho algo: habían distraído su atención.

Casi de inmediato, estalló la puerta de estribor a su espalda y aparecieron las tropas egipcias.

Más viento entró en la cabina.

Uno, luego dos, y después tres soldados entraron al asalto, con los AK-47 dispuestos a disparar a la figura del todo desprotegida de Monstruo del Cielo…

¡Bang! ¡Bang! ¡Bang!

Los múltiples disparos resonaron en la cabina.

Monstruo del Cielo, que estaba dispuesto a caer bajo una lluvia de balas, vio que en cambio fueron los tres intrusos quienes caían, sus cuerpos estallando en surtidores de sangre.

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