Read Las seis piedras sagradas Online
Authors: Matthew Reilly
Tags: #Intriga, #Aventuras, #Ciencia Ficción
INGLATERRA
9 de diciembre de 2007
Un día antes de la primera fecha límite
BASE DE SUBMARINOS K-10
ISLA MORTIMER
CANAL DE BRISTOL, INGLATERRA
9 de diciembre de 2007, 21.45 horas
—¡Papá!
Lily saltó a los brazos de West cuando entró en el laboratorio central de la base de submarinos K-10 después de haber tardado tres días en llegar a Inglaterra.
Ubicada en una isla barrida por el viento, en la desembocadura del canal de Bristol, la K-10 había sido una base de reaprovisionamiento y reparaciones para los navíos de la marina norteamericana durante la segunda guerra mundial. Después de la guerra, como un gesto de agradecimiento a los norteamericanos, los británicos les permitieron continuar utilizando la isla. Hasta el día de hoy ha seguido siendo una base norteamericana en territorio británico.
En el sistema de clasificación norteamericano, es una base de nivel alfa, el más alto nivel de seguridad y, junto con la de Diego García en el océano índico, es la única otra base fuera del territorio continental norteamericano donde hay misiles balísticos nucleares que se lanzan desde submarinos.
Alrededor de una decena de personas se hallaban reunidas en el laboratorio de alta tecnología: Zoe y los chicos; los gemelos con sus camisetas con la leyenda del «nivel de la vaca»; dos comandos saudíes que vigilaban una pequeña caja de terciopelo (Buitre se acercó directamente a ellos), y Paul Robertson, el diplomático y espía norteamericano que habían conocido en Dubai, que había llegado con una gran maleta Samsonite.
Cuando Lily vio al Mago —las cicatrices de los verdugones y los cortes todavía rosadas— soltó a Jack y abrazó al viejo.
West fue al encuentro de Zoe.
—¿Qué tal, Zoe?
—Hemos estado muy ocupados mientras te esperábamos. La información de Stonehenge es del todo increíble.
Jack miró a Robertson.
—¿Ha traído la Piedra de los Sacrificios maya?
—Llegó hace cuestión de una hora —dijo Zoe—. Tiene la piedra maya en la maleta.
—¿No ha traído también un pilar?
—No. Ha dicho que Estados Unidos no tiene ninguno.
—Vaya. ¿Qué dijo respecto al pilar de Sajonia-Coburgo?
—Al parecer, nada menos que un miembro de la familia real británica lo traerá aquí. El señor Robertson, desde luego, tiene influencia.
—Ya lo puedes decir ¿Qué pasa con aquellos monos saudíes?
—Trajeron el pilar de la casa de Saud, junto con un par de guardias armados. —Zoe se movió inquieta—. Jack, ¿de verdad podemos confiar en esos tipos?
—No —repuso él—. En absoluto. Pero ahora mismo se muestran muy voluntariosos y necesitamos la ayuda. La gran pregunta vendrá después: ¿hasta qué punto serán leales cuando llegue la ocasión? Por ahora, mantén una mano sobre tu arma.
En ese momento se abrieron las puertas del laboratorio central y una joven muy atractiva entró acompañada por dos fornidos guardaespaldas a los que Jack reconoció en el acto como miembros del SAS británico.
—¡Ah, Iolanthe! —exclamó Paul Robertson—. Me preguntaba si te enviarían a ti… —Besó las mejillas de la joven. Jack advirtió que ella sujetaba una caja de terciopelo del tamaño de un joyero, o de un pilar.
Lily miraba a la mujer asombrada: era preciosa. Quizá de unos treinta y cinco años, llevaba el pelo negro largo hasta los hombros con un peinado de peluquería, un maquillaje perfecto con las cejas exquisitamente delineadas y unos sorprendentes ojos verdes; unos penetrantes ojos que parecían no pasar nada por alto.
Sin embargo, por encima de todo, la joven mostraba un aire de confianza, una tranquila y al mismo tiempo absoluta seguridad en su derecho de estar allí. De inmediato dominó la habitación. Lily nunca había visto nada parecido.
Paul Robertson se encargó de las presentaciones.
—Señorita Iolanthe Compton-Jones, permítame presentarle al capitán Jack West.
Jack advirtió que Robertson lo había presentado a él a la mujer, una formalidad de la etiqueta diplomática que implicaba que ella era superior a Jack.
Iolanthe Compton-Jones le estrechó la mano con un apretón firme y, mientras lo hacía, lo evaluó con la mirada. Sonrió complacida por lo que había visto.
—El Cazador —dijo modulando las palabras—. Su reputación lo precede.
—Señorita Compton-Jones.
—Llámeme Iolanthe. Soy la cuidadora oficial de los registros personales reales de la casa de Windsor, una posición que ha existido durante casi setecientos años y que sólo puede desempeñar un familiar de sangre del monarca.
—Además de que sólo puede ser una persona de talento —añadió Robertson—, alguien en quien la reina tenga la más absoluta confianza.
Iolanthe hizo caso omiso del cumplido y le entregó a West la caja de terciopelo.
—Me dieron órdenes de que le entregara esto personalmente.
Jack abrió la caja, miró el pilar en el interior y contuvo una exclamación.
Era la primera vez que veía uno de los fabulosos pilares, y su magnificencia lo pilló por sorpresa.
En el soporte de terciopelo había un diamante sin tallar del tamaño y forma que un ladrillo. Pero no brillaba como los diamantes que había visto antes. En cambio, era traslúcido, más como un trozo de hielo que como un diamante. Así y todo, cortaba el aliento.
—La princesa Iolanthe es la emisaria de la casa de Windsor en este asunto —comentó Robertson.
—¿La princesa Iolanthe? —exclamó Lily—. ¿Es una princesa de verdad?
Iolanthe se volvió y miró a Lily como si fuera la primera vez. Sonrió bondadosamente y se agachó de la forma más elegante que la pequeña hubiera visto nunca.
—Hola. Tú debes de ser Lily. Me han hablado mucho de ti. Tú también eres casi de la realeza, y de una aristocracia mucho más antigua que la mía. Es un placer conocerte.
Se estrecharon la mano. Lily se ruborizó y jugó con las puntas teñidas de rosa de su pelo.
—Sí, supongo que técnicamente soy una princesa —añadió Iolanthe—, un miembro lejano de la familia real, prima segunda de los príncipes William y Henry.
—Vaya…
Junto a Lily, Zoe puso los ojos en blanco, momento en que Iolanthe reparó en ella.
—Y ¿usted es…? —preguntó cortésmente.
—Zoe Kissane, de los comandos irlandeses. Me temo que no soy de sangre real.
—Zoe también es una princesa —añadió entonces Lily—. Bueno, su apodo es Princesa.
—¿Es así? —dijo Iolanthe, que miró las puntas rosas del pelo rubio de Zoe antes de añadir con expresión imperturbable—: Qué pintoresco.
Jack vio el brillo en los ojos de Zoe y se apresuró a intervenir:
—Usted más que cualquier otro, Iolanthe, debe saber que los nombres son importantes. Se pueden hacer muchas cosas con un nombre, incluido ocultar nuestro propio pasado. Hoy, usted nos ha traído el pilar de su familia, un objeto que ha guardado mucho más que su actual nombre.
Ahora fueron los ojos de Iolanthe los que centellearon al ver adonde quería ir a parar West con esas palabras.
Jack se volvió hacia Lily.
—Verás, la casa de Windsor, el nombre por el cual el mundo conoce a la familia real británica, sólo existe desde 1914. Pero, si bien el nombre es joven, la casa es antigua, muy antigua. Una vez se la conoció como la casa Tudor, luego Stuart, en el siglo XVIII se la conoció como la casa de Sajonia-Coburgo-Gotha, un nombre muy germánico que no sólo mostraba los fuertes vínculos de la familia real británica con la realeza europea, sino que también se convirtió en algo muy embarazoso durante la primera guerra mundial. Para evitar esta situación, la familia real británica se cambió el nombre y adoptó el de su casa favorita, Windsor.
—¿Lleva el nombre de una casa? —preguntó Lily, incrédula.
Iolanthe apretó los dientes.
—El apuesto capitán tiene razón. —Luego añadió en voz más baja—: También es claramente leal a su gente —hizo un gesto en dirección a Zoe—. Una vez más, su reputación lo precede, capitán.
Jack asintió. La sutil batalla por el control de la habitación había acabado. Luego se volvió hacia el resto de los presentes.
—Muy bien, amigos. Vayamos a lo nuestro. Abramos nuestros cofres del tesoro.
La base tenía varios laboratorios, dos de los cuales —el laboratorio uno y dos— eran salas esterilizadas con ventanas de doble observación.
En el laboratorio uno, el Mago había colocado la Piedra Filosofal en un banco de trabajo.
En el laboratorio dos, la segunda habitación esterilizada, la Piedra de los Sacrificios de los mayas también estaba colocada en un banco. Con un hueco triangular en la parte superior —un hueco que una vez había encajado con una hacha de cabeza triangular— y unas impresionantes inscripciones mayas de sacrificios humanos, resplandecía amenazadora.
Por último, en el laboratorio tres, los gemelos habían colocado varios proyectores para pasar las sorprendentes películas grabadas en Stonehenge. West cogió la Piedra de Fuego de manos de Zoe y dijo:
—Antes de purificar cualquiera de los pilares, necesitamos saber dónde y cuándo tienen que ser colocados. Comenzaremos en el laboratorio tres. Lachlan, Julius, adelante.
Se apagaron las luces en el laboratorio tres, y los asistentes miraron en asombrado silencio los vídeos del espectacular ritual de Julius y Lachlan en Stonehenge.
La luz roja tiñó el rostro de Jack mientras veía cómo la Piedra de Fuego cobraba vida en medio del círculo oscuro de antiguas piedras.
—Observad las figuras en las piedras —comentó Julius—, formadas por las muescas, los líquenes y la luz de la Piedra de Fuego. Ya veremos estas siluetas más adelante con mayor detalle, pero por ahora…
En ese momento, la Piedra de Fuego soltó los seis rayos de luz púrpura, enviando los haces tipo láser a algunas de las piedras erguidas, uno después de otro.
Cuando acabó —con Stonehenge de nuevo sumido en la oscuridad—, Julius detuvo el vídeo y en la pantalla aparecieron unas instantáneas digitales.
—Muy bien —comenzó—. Ahora vamos a repasar todo esto de una forma un poco más metódica. Así era cómo se veía uno de los trilitos antes de que comenzara el espectáculo de luces…
Proyectó una foto digital:
—Sin embargo, durante el ritual, cuando los rayos de la Piedra de Fuego la iluminaban y los líquenes cobraban vida, tenía este aspecto:
—Observen la parte superior derecha —dijo Lachlan—. Vean cómo se ve con toda claridad el perfil del continente africano. Incluso se ve el Mediterráneo en la parte superior. El mar Rojo, que apareció en tiempos geológicos recientes, ni siquiera existía.
Lachlan explicó rápidamente la teoría de los gemelos que las formas en las piedras representaban los continentes y los océanos tal como habían existido hace millones de año, antes de que se fundieran las capas de hielo y el ascenso del nivel de los mares en todo el mundo creara las actuales costas.
—¿Qué hay de ese perfil arriba a la izquierda? —preguntó Paul Robertson en la oscuridad.
—Ése es más difícil —respondió Julius—. Como ven, sólo muestra un trozo de tierra a la derecha y por encima, y, por tanto, suponemos que representa la sección de un océano, aunque no hemos acabado de averiguar de cuál se trata.
—Arriba, a la derecha —continuó Lachlan—, verán tres objetos luminosos que parecen estrellas. Son los puntos donde los rayos de luz incidieron en la piedra levantada. Les hemos puesto los números uno, dos y cuatro, mientras que el seis, como ven, está en el lado izquierdo. Ése es el orden en que los rayos de luz incidieron en las piedras.
—El orden en que se deben colocar los pilares —señaló el Mago.
—Sí —convino Julius—. Así es. Eso es lo que creemos.
—Me alegra que mis años de estudio reciban tu aprobación, Julius —manifestó el Mago con una media sonrisa.
—Oh, lo siento —dijo Julius—. Bueno, aquí está el otro trilito que fue alcanzado por los rayos de luz tres y cinco: