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Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Ciencia Ficción

Las seis piedras sagradas (27 page)

BOOK: Las seis piedras sagradas
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ESPACIO AÉREO SOBRE EL DESIERTO DEL SAHARA

10 de diciembre de 2007, 1.35 horas

El
Halicarnaso
volaba a través del cielo nocturno, en una carrera contra el amanecer.

Pese a lo avanzado de la hora, la actividad reinaba por todo el avión: Jack y Iolanthe comprobaban la disposición de Abu Simbel y sus alrededores; el Mago, Zoe y Alby se ocupaban de los cálculos matemáticos y astronómicos. Lily, Elástico y Osito Pooh estudiaban el lago Nasser.

—Muy bien —dijo Jack, que se acercó a la mesa del Mago—. ¿A qué hora exacta tenemos que poner el pilar en su sitio?

El Mago tocó algunas de las cartas astronómicas con su bolígrafo.

—Una vez más, todo depende de Júpiter. De acuerdo con estas cartas, el ascenso de Titán será a las seis y doce minutos, hora local, casi con el amanecer.

—Será difícil ver Júpiter, debido a la luz del sol naciente, así que tendremos que utilizar un telescopio infrarrojo. La duración del ascenso también será más breve que la que vio Zoe en Stonehenge porque estamos en una latitud diferente: en la alta latitud de Stonehenge, la Piedra de Fuego recibió un rayo plano casi tangencial del Sol Oscuro, pero en Abu Simbel estaremos mucho más cerca del ecuador y, por tanto, más en la perpendicular con el Sol Oscuro, así que recibiremos un impacto más directo. Eso también significa que será más corto, y durará como mucho un minuto.

—Entonces, las 6.12 horas —asintió Jack.

—¿Cómo vas a localizar el santuario? —preguntó el Mago.

—Creo que tenemos un candidato.

Jack le dio la vuelta a un libro para que el Mago y los demás lo vieran. Mostraba los dos enormes templos dedicados a Ramsés II y a su esposa Nefertari en Abu Simbel.

En el templo mayor se veían las cuatro figuras de veinte metros de altura de Ramsés, todas ellas sentadas en tronos, mientras la fachada del segundo templo —a cien metros del primero— mostraba las seis figuras de diez metros de altura: cuatro de Ramsés y dos de su esposa favorita, Nefertari. Ambos grupos miraban hacia el lago Nasser, hacia una curiosa colección de islas con forma de pirámide que surgían por encima de la lisa superficie del lago.

—Lo que debemos recordar de Abu Simbel —dijo Jack— es que no está en su lugar original. Cuando los soviéticos construyeron la represa de Asuán en la década de los sesenta sabían que el lago cubriría las estatuas. Así que la Unesco trasladó las estatuas de Abu Simbel a un terreno más alto, bloque a bloque, pieza a pieza. Colocaron las estatuas en terreno más alto casi en la misma posición que tenían originalmente.

—¿Casi en la misma alineación? —preguntó Astro, alarmado—. ¿Quieres decir que las estatuas ya no están alineadas correctamente? Si no lo están…

—Están desviadas un par de grados —respondió Jack con toda calma—. Pero conocemos la discrepancia, así que podemos tenerla en cuenta. Puedes ver la diferencia en esta foto: la original y la actual posición de las estatuas.

—No parecen muy grandes —comentó Astro.

—Confía en mí. Son grandes.

El avión continuó su viaje al sur.

En un momento del vuelo, Iolanthe desapareció en los camarotes de popa para vestirse con algo más práctico.

En cuanto desapareció, Buitre se volvió hacia West.

—Cazador, una pregunta: ¿se puede confiar en la realeza británica?

Jack se volvió para mirar hacia la sección de popa del avión.

—En absoluto —contestó—. Está aquí para representar a su familia, la casa real, de la misma manera que tú estás aquí representando a la tuya, el reino de Arabia Saudí, y, por tanto, supongo que puedo confiar en ella tanto como confío en ti. Ahora mismo le somos útiles y ella nos es útil. Pero, en el momento en que dejemos de serlo, se desentenderá de nosotros.

—Eso si no nos cortan el cuello —dijo Zoe.

Astro, el marine norteamericano, frunció el entrecejo, confundido.

—Lo siento, pero ¿de qué habláis? ¿Grandes casas? ¿Casas reales?

—Cuando salimos dispuestos a encontrar las siete maravillas del mundo antiguo —respondió Elástico— lo hicimos en rivalidad con Estados Unidos por un lado y la vieja Europa por el otro: Francia, Alemania, Italia, Austria. La Iglesia católica, experta en temas antiguos, también formó parte de la coalición de la vieja Europa.

—Míralo como si fuese el dinero antiguo contra el dinero nuevo —dijo Jack—. Estados Unidos es el dinero nuevo, conseguido hace poco. Europa es el dinero antiguo, la riqueza que se obtiene a través de las herencias, la propiedad de las tierras, el nombre familiar. Recuerda a Jane Austen: un caballero no trabaja, recibe el ingreso de sus tierras.

Astro enrojeció.

—No leí a Jane Austen en el instituto…

—Si bien nos gusta creer que Europa es hoy un retazo de democracias modernas dirigidas por y para el pueblo, no es más que una ilusión —continuó Elástico—. Casi el cincuenta y cinco por ciento del continente europeo es propiedad de tres familias: los Sajonia-Coburgo del Reino Unido, que, a través de las guerras y los matrimonios, se hicieron con las tierras de la vieja familia Habsburgo de Austria y Alemania; los Romanov de Rusia y los Oldenburgo de Dinamarca, la más astuta de las familias reales de la historia. A través de múltiples casamientos reales, la sangre danesa está presente en gran medida en casi todas las casas de Europa, y es así como la familia real danesa controla una cuarta parte de la Europa continental.

—¿Los Romanov de Rusia? —preguntó Astro—. Creía que la familia imperial rusa había sido ejecutada por los soviéticos en 1918.

—En absoluto —repuso Elástico—. Dos de los hijos reales sobrevivieron, Alexei y una de las niñas. A la realeza no le gusta ver depuestos a otros nobles; cuidan de los suyos. Los hijos Romanov sobrevivientes, hijos del zar Nicolás II, fueron acogidos por la familia real danesa en Copenhague y se casaron con familias nobles. Si bien ya no utilizan el título de zar, la línea Romanov desde luego todavía existe, aunque fuera de la vista del público.

Elástico miró a Buitre, que estaba sentado en un rincón sin decir palabra.

—Hay, por supuesto, otra vieja casa real que hoy tiene mucha influencia en el mundo: la casa de Saud en Arabia. Pero no está considerada con mucha estima por las grandes casas europeas; desde su aparición en el siglo XVII, siempre ha sido vista como un pintoresco grupito de tribus que se otorgan rasgos reales. Incluso el descubrimiento de petróleo en Arabia durante el siglo XX, por el cual los saudíes consiguieron una enorme riqueza y poder, no les granjeó el respeto que tanto deseaban.

—El dinero antiguo sólo respeta a sus iguales —intervino Jack.

Buitre no dijo nada, pero la mirada en sus ojos indicaba que estaba de acuerdo.

—¿Cuál es el vínculo de las casas reales con la Máquina? —preguntó Astro.

—Piensa en la realeza a través de la historia —dijo el Mago—, que se remonta a las tribus primitivas. ¿Qué hace que una tribu tenga mayor respeto que las otras familias de la tribu?

—La fuerza. Su capacidad para luchar en nombre de la tribu.

—A veces es así —admitió Jack—, pero no siempre.

Astro se encogió de hombros.

—Entonces, ¿qué más?

—Muy a menudo se trataba de una familia poseedora de algún talismán sagrado la que era considerada como líder de la tribu —explicó el Mago—. Podía tratarse de un bastón, una corona o una piedra sagrada. La capacidad para luchar a menudo era algo colateral a la capacidad para mantener la posesión de un objeto sagrado.

—Macbeth mata a Duncan y después le quita su bastón —dijo Jack—; por tanto Macbeth, como poseedor del cetro, se convierte en rey.

—Las tres grandes casas de Europa siempre han tenido algo que las ha hecho más grandes que las otras casas nobles —señaló el Mago.

—Los pilares —dijo Astro, al comprenderlo.

—Así es —asintió el Mago—, y el conocimiento que va con ellos: el conocimiento hereditario, que se transmite de generación en generación, sobre el uso y el propósito de los pilares.

—El hecho de que la princesa Iolanthe —añadió Jack— sea la actual conservadora de los registros personales reales significa que es la poseedora de dicho conocimiento.

—Por tanto, si sólo hay tres casas europeas —preguntó Astro—, ¿eso significa que sólo tienen tres pilares?

—Eso creo —contestó el Mago—. Pero…

—… pero eso no significa que no sepamos dónde están los otros tres —manifestó Iolanthe desde el umbral de la puerta trasera de la cabina principal.

Todos se volvieron.

Iolanthe era la viva imagen de la tranquilidad, y no parecía ofendida en lo más mínimo porque hubieran estado hablando de ella a sus espaldas.

Ahora, vestida con una chaqueta color crema, pantalones de pitillo y botas Oakley, entró en la cabina y se sentó en uno de los sofás.

—Si me permiten, contribuiré a la conversación —dijo—. A lo largo de la historia, los plebeyos siempre han buscado a alguien hacia quien dirigir sus miradas. Alguien de una cuna elevada, de sangre noble, de una sensibilidad superior. La realeza. Aquellos dispuestos a aceptar la obligación de mantener seguras a las personas y ciertos objetos importantes. Como a la realeza se le atribuye un mayor honor, se confía en ella para que lo haga.

»Los plebeyos, por el otro lado, que en el fondo de sus corazones saben que son demasiado codiciosos, demasiado ignorantes para mantenerse leales a cualquier idea del honor, buscan a una familia de renombre que lo haga. De esta forma, los fuertes gobiernan y los débiles son gobernados, por su propia voluntad. Es el orden natural de las cosas. Ha sido así desde que los seres humanos comenzaron a caminar.

Lily miró con atención a Iolanthe.

«Los fuertes gobiernan y los débiles son gobernados.» Había oído esas mismas palabras antes, pronunciadas por un delirante sacerdote vaticano llamado Francisco del Piero, el hombre que había criado a su hermano mellizo, Alexander, para que fuera un gobernante cruel y despótico.

El Mago también había oído esas mismas palabras, y miró a Iolanthe con expresión atenta.

—Si a la gente le gusta tanto la realeza, ¿por qué abrazan la democracia? —dijo Astro—. Miren Estados Unidos.

Iolanthe reprimió una carcajada.

—¿Estados Unidos? Teniente, durante los últimos doscientos años, su país ha marchado firme y sistemáticamente hacia la monarquía. El problema es que sus gobernantes no tienen ningún talismán, ningún tesoro, que guardar en nombre del pueblo. Por tanto, tienen a osados usurpadores que buscan crear un reino: el padre de los Kennedy, Joseph, quería establecer una línea de presidentes Kennedy: John, luego Robert y después Edward; en años recientes, la familia Bush, ayudada por sus amigos de la casa de Saud, ha conseguido crear un linaje y tiene planes para instalar a un tercer Bush en el trono. Pero no tiene un talismán y, por tanto, tampoco un reino. Aunque quizá cuando se acabe esta aventura lo tendrá, y, en consecuencia, dispondrá de un asiento en la mesa con las grandes casas de Europa.

—Así que, ahora mismo, en esta carrera estamos nosotros, los buenos, ayudados por los pretendientes del dinero nuevo de Arabia Saudí y Estados Unidos —señaló Jack—; ustedes, las dinastías reales de Europa, y la China, ayudados por vete a saber quién. Así pues, ¿dónde encajan los Emiratos Árabes Unidos en nuestra visión del mundo?

—El dinero aún más nuevo, nada más —dijo Iolanthe—. Se trata de una miserable tribu del desierto que hace poco se ha encontrado sentada sobre unas inmensas reservas de petróleo. —Se encogió de hombros en un gesto de disculpa dirigido a Osito Pooh y a Cimitarra—. No pretendo ofender a nadie.

—Señora, como diría mi joven amiga Lily, que la zurzan —gruñó Pooh.

Cimitarra sólo se inclinó.

—No es ninguna ofensa, señora.

—¿Qué ocurre con los demás países? —preguntó Jack—. Como Australia, por poner un ejemplo.

—Todavía es una colonia de la Gran Bretaña —dijo Iolanthe en tono despectivo.

—¿Y China?

—Una nación de funcionarios corruptos y miles de millones de campesinos ignorantes. Para el momento en que alcance el nivel de Occidente, nosotros ya estaremos en Marte.

—¿África?

—Los esclavos del mundo. Una tierra inútil después de haber sido explotada a fondo. Ahora mismo las naciones africanas son como prostitutas, dispuestas a venderse a sí mismas y a sus ejércitos al mejor postor.

—¿Japón?

—Un caso interesante, porque los japoneses se mantienen en una categoría aparte en nuestro mundo. Incluso el más humilde plebeyo tiene un profundo sentido del honor, pero su debilidad es el orgullo. Japón es la nación más racista de la Tierra, los japoneses se creen de verdad superiores a todas las demás razas, eso los metió en problemas durante la segunda guerra mundial.

—Pero Japón tiene una familia real —dijo Zoe—. La más antigua del mundo.

—Es verdad —admitió Iolanthe—. Es antigua, noble y no tan débil como finge ser. La capitulación japonesa a finales de la segunda guerra mundial casi vio la primera destrucción moderna de una legítima familia real. Pero la casa real sobrevivió. Los norteamericanos humillaron a Hirohito pero no le arrebataron el poder porque fueron incapaces de encontrar su talismán.

Jack frunció el entrecejo. Eso era algo nuevo. Se inclinó hacia adelante.

—¿El talismán era…?

—… algo que no estoy dispuesta a decirle ahora mismo, mi valiente Cazador. —Iolanthe le dirigió a Jack una atrevida y seductora sonrisa—. Quizá tendrá que emplear otros métodos para arrancarme ese pequeño secreto; tal vez podría conquistarme para que se lo dijera. También puede preguntárselo a su colega norteamericano —añadió con un gesto hacia Astro.

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