Authors: José Luis Sampedro
…Otras veces me perdí, me retrasé, pero no tanto tiempo. ¿Es que la última paloma, la que solté sin mensaje, cuando vi que me cogían, no les inquietó? Tenían que haber salido en mi busca hace ya tiempo. ¡No pueden ser también traidores Soferis y Artabo! Soferis, que fui su padre, su amante. ¿No soy nadie, he muerto para ellos? ¿O era una conspiración total, con los palmirenos, y yo el único ignorante? Siempre se entera uno el último, dicen. ¿Me pasó igual con Glauka? ¿Sabían todos que se entregaba a ese medio hombre? He sido demasiado bueno, pero haré justicia. Tiene que haber alguna diosa de mi parte: la prueba es el delfín. ¿Y si mintió Krito? Esa mente retorcida puede haber querido provocar así la muerte de Glauka a mis manos. Claro, sintiéndose incapaz de gozarla. Aunque muriera también él ¿para qué quiere la vida?… Eso es, ella le rechazó y él decidió vengarse. ¡Qué claras se ven las cosas en la soledad! A fuerza de cavilar; no puedo hacer nada más. Decidió vengarse y era incapaz de matarla. Con su mentira la mataba yo y además me quedaba envenenado su recuerdo. Debí hablar con ella antes de salir; no conformarme con la palabra de Krito: ¡creer en su palabra, cuando es su mejor arma! Pero llegó el maldito mensajero…
¿Y Odenato, por qué lo ha hecho? ¿Y Zenobia, ignora mi suerte? ¿Está podrida toda mi organización? Imposible, es gente que hice yo. Lo sabré todo; éste no es mi final. Me da fuerzas el delfín y quien le mandó; no me quitaron mi amuleto. Cuando se me va la cabeza y creo ver cosas extrañas lo aprieto en mi puño y se me pasa. La medalla de Ittara, el espíritu de Ittara protegiéndome con su diosa. ¡Y pensar que hice otra igual para Glauka! ¿No le quema los pechos? Esta es una prueba más en mi vida. La decisiva, la última del destino para merecer mi triunfo. Este peñón es mi nueva botadura, mi trampolín para saltar al futuro…
…¿Qué hubiera hecho Bashir? ¿Hubiese matado a la esposa infiel y al canalla? La ley de su tribu, deshonrado si no mataba. Pero ahora, cavilando… ¿Lo hizo según me lo contó? Entonces, ¿por qué abandonó a su tribu y no volvió nunca? Empiezo a pensar… No hago nada, sólo cavilar, me zumba la cabeza. Debió de amar mucho a aquella mujer, pues no buscó a otra. ¿Por qué rompió con ella y con los suyos? Me lo contó a medias. ¡Y yo pensaba que no teníamos secretos! Todos tenemos secretos; Glauka los tenía conmigo, Krito también… ¡Que los tengan, pero no contra mí! Hay mucho que hacer. Lo haré, se hablará de Ahram con más respeto que nunca. Lo haré: ¡no haciendo nada estoy vivo! ¿Qué mejor prueba? La diosa reserva mi vida para lo que me queda por hacer. No me han matado los traidores, ni la tempestad, ni las algas dañinas ni el hambre. Hasta con Odenato acabaré si hace falta.
Están buscándome, por fuerza. Pero ¿cómo, por dónde? Repasaré mi viaje, situarme. El rey Mlango, en Kombo, ¿también me traicionaba? ¿Eran ciertas sus informaciones, leal su hospitalidad o trataba de retenerme? Pero la pista que me dio era verdadera; el espía se había embarcado hacia el país del incienso. ¿Y si me orientaron hacia allí a propósito? Era una trampa, allí me sorprendieron. ¿Qué habrá sido de mi barco, de mi gente? Aniquilados, claro. De lo contrario hubiera llegado alguno a Alejandría, informando a Soferis. A lo mejor ha sido así y van a encontrarme pronto. No quiero hacerme ilusiones; es la manera de derrumbarme. ¿Cuánto pueden tardar? Aquí no hay más recursos y he perdido fuerzas. Claro que me quedan muchas. Se les habrá ocurrido bordear África hasta Kombo. A la vuelta pensarán en acercarse a la costa arábiga. Es donde estoy, seguro. Amarrado en el barco pude darme cuenta de que doblábamos hacia el este el cabo de las Especias, cruzando el estrecho. Claro, camino de Palmira, para desembarcarme en Zaabram o en Yambú y luego por caravana. O en una playa desierta donde nos esperarían. Odenato preferiría que Zenobia no supiera nada… Salvo que ella esté de acuerdo ¡No hacer y encima no saber! ¡Qué tormento! Por primera vez en mi vida no trazo yo los planes, no soy dueño de mí. Los trazará la diosa, sin duda, siempre me ha protegido. Mi madre, Ittara, las estrellas, la diosa del delfín. Glauka sin duda una víctima, engañada, traicionada por Krito… ¿Por dónde andarán buscándome?…
…Anoche las veía, como en el reino de Kombo, el país de los Hombres Oscuros. Las danzas guerreras que hube de contemplar. Las fiestas con que me obsequió el rey, no podía negarme si quería averiguar algo. Las veía como si el islote fuera una piel de tambor y los danzantes redoblaran en ella con sus pies. Y las muchachas negras que me esperaban en mi gran cabaña de huésped. Como en mi primer viaje, hace tantos años. ¿Todo para retenerme o la cortesía ritual? ¿Por qué Mlango no me dijo en seguida la dirección emprendida por el fugitivo? Y en cambio me contó tan tranquilo que mi técnico había sido asesinado allí mismo, ante sus propios ojos. Si me hubiese informado a tiempo, con mi barco hubiese alcanzado el espía antes de que llegara a la costa arábiga. Y en alta mar era mío…
Anoche las veía, las danzas y las muchachas. ¡Qué bien vive el rey Mlango! No manda en Roma, pero donde alcanza su deseo tiene poder absoluto. Si yo hubiese rechazado a la muchacha —y no pensaba más que en seguir al espía— él la hubiera mandado decapitar. Al salir de mi cabaña dos mujeres comprobaron que ya no era virgen y gritaron todas como en una fiesta.
Debí comprender que esta aventura era una prueba. Ya apenas entrados en el Nilo por el canal Tanítico, al tomar en Bubasti el canal Tumilat, que lleva al golfo, el nivel fluvial era demasiado bajo para la estación y el remo timonero de babor se rompió de un modo inexplicable. ¿Y por qué al llegar a Adulis nadie nos aguardaba con camellos? Claro que fue mejor: como no me esperaban en el Campo la sorpresa les impidió disimular. Mi técnico no había huido; había sido secuestrado. Traidores en el Campo. Kutsadis, el hombre de Artabo, había ya descubierto a dos y los había ejecutado. Veo las caras de los otros, desconcertados. Otro más confesó, le hice confesar. Me dio la primera idea de que el golpe venía de Palmira. Pero aún entonces no me lo creía. Tenía que coger al espía fugitivo. En Kombo o donde fuese.
Traidores. También mi agente del incienso en Arabia, comprado por ellos. Pero esa emboscada me acercaba más a mis orígenes, a la tierra de mi padre, a Saba. Se disfrazaron de bandidos para asaltarme los hombres de Palmira, y eso les perdió. Aquel destacamento de amazonas de la reina de Saba no estaba en el paraje por casualidad; era enviado por la diosa. Nos rodearon, nos cogieron, también a ellos. Entonces tuve la prueba, se identificaron como palmirenos, amenazaron incluso a la capitana. No se inmutó; su reina decidiría. ¿Cuál hubiera sido mi suerte? ¿Prisionero para un rescate? ¿Entregado a Odenato por el poder de Palmira sobre Saba? Lo impidió Keturah. Anoche veía a los danzantes y la virgen de Kombo; ahora veo los pechos firmes de Keturah, la amazona que me dejó escapar. ¿Sería cierto que era nativa de mi mismo oasis? ¿Sería sólo el amor? Fue la diosa, mi bendito amuleto.
Comprendo ahora tantas cosas. Las veo hasta en pleno día. Se pone como un vapor sobre la mar y se llena de figuras, de rostros, de gestos. Cierro los ojos y sigo viéndolos. Tengo que tocar la roca, talonear en el suelo para librarme. O echarme a la mar a nadar; ayer casi suicidio, con el tiburón que apareció. Pero ni un momento pensé que podía conmigo. Me alegraba jugarme la vida como en una fiesta. Todo insensato, no debo hacer esas cosas. Pero tampoco puedo dejar que me cieguen las visiones. Si esto dura mucho, si no vienen, sobreviviré pero, ¿mi razón? ¿Me voy a volver loco? ¿Yo, Ahram, volverme loco?…
Ayer no le vi en todo el día, ¿le habremos perdido? Suerte que no es la época de celo, se lo hubiese llevado entonces una hembra, pero puede atraerle un buen banco de peces, o cansarse de tanto navegar, los delfines tienen memoria pero éste no siente mi obsesión por llegar y sin delfín, ¡madre Afrodita!, estoy perdida, es mi guía, mi estrella de navegar… ¿Le habremos dejado atrás?… Krito viene hacia mí pero no me pasa el brazo por los hombros, como tantas veces, echo de menos ese abrazo pero comprendo, se coloca sencillamente a mi lado mientras miro angustiada a babor y estribor, a proa y a popa, me reconforta… La mar no está muy picada, aunque a veces salta la espuma, «la espuma y las ondas, lo único que vemos de la mar y no su abismo, su inmensidad vertical», me dice Krito, como si adivinara mi pensamiento, sólo hay marejadilla, y a veces un lomo verdegris hace saltar mi corazón pareciéndome la deseada cabeza, el morro como un pico sobre el labio inferior, el lomo curvado, la vertical aleta, la gracia del salto y la zambullida, una y otra vez me engaño, mi corazón también salta y vuelve a caer vencido, en la monotonía del viaje, siempre el viento en mis cabellos, el chirrido rítmico de las jarcias, el paloteo eventual de las velas al dar bordadas, ahora más frecuente porque el piloto vacila, sin delfín no hay rumbo, sé que todos me miran esperándolo, hasta Dinoh el grumetillo saca la cabeza por la escotilla, todos dependen de mí, todos, incluso Ahram, que no está pero está, que es nuestro centro, presente en todos, hasta en la madera del barco, seguro, pero, ¡ay!, yo dependo del delfín, ¿nos habrá abandonado?, me resisto a creerlo, imposible que llegase hasta aquí y ahora nos olvide, no puede fallar, le envió la diosa, lo asegura el brazalete, lo acaricio en mi muñeca para tener buena suerte, Krito me mira y adivina, yo le adivino a él, se pregunta si Ahram recordará esta pulsera cuando la vea, es lo que yo misma me pregunto, será mejor quitármela, no herirle más con ella, pero no hasta encontrarle, no me la quitaré por nada, es mi talismán, recobrarla después de tantos años, no puede ser azar, otro engaño, pero no, vuelve a saltar, no me atrevo a creérmelo, ¿has visto, Krito?, ¡sí!…
A proa, otra vez, inconfundible, verdadero, la mano de Krito se aferra inconsciente a mi brazo, su entusiasmo me oprime, en el acto me suelta como si el gesto pudiera espantar al delfín, «no le pierdas de vista», le ordeno al grumete que no esperó mi demanda, al ver mi alegría se metió bajo cubierta y ya sube a mi encuentro con el cubo de mariscos y peces, los mariscos los tenemos en un balde con agua, vivos hasta abrirlos cada día, he de retenerle, oigo el grito alegre, jubiloso, de Malki, señalando con su dedo al delfín, todos admirándole, parece como si él también nos viese y se alegrase, salta repetidamente, yo me lanzo al agua con la red de su comida, al emerger oigo a Artabo la orden de arriar velas, el delfín ya me ha visto, recibo en mi mente su saludo alegre, claro, él no ha pasado angustias, pero su saludo es más jubiloso que otros días, quizás me ha echado de menos, o bien desea sus golosinas favoritas, ya está junto a mí, ya me roza su lisa piel, a veces la áspera caricia de una aleta me deja una marca rojiza, pero ¡qué alegría!, ¡está con nosotros!, mantiene inmóvil su cabeza fuera, la boca abierta los dientes blanquísimos, los ojos inteligentes, traga el manjar, se hunde y emerge, la mirada más viva cuando le doy el trozo de petrel capturado ayer, la carne de ave será para él desconocida, ¡qué saltos jubilosos!, al fin vacía la red, entonces jugamos como siempre, él a mi alrededor, yo abrazándole, sé que Malki nos mira, pensará en la magia de Glauka, no acaba de creérselo, mis aptitudes marinas, y eso que ignora el secreto, seguro que me envidia, un día le haría bajar conmigo si no fuese por los tiburones aparece uno y se aproxima, con su aleta dorsal cortando el agua, veo su vientre blanquecino al ponerse de lado para morder, ¡qué grito de susto en Malki! pero el delfín me rodea, el tiburón comprende, aunque más torpe también recibe mi pensamiento, sabe que soy como ellos, me respeta como otros en el pasado, se aleja, me quedo con el delfín, en la mar placentera, a la sombra de la nave que cabecea, él pasa por debajo del casco, yo también soy capaz, aunque no aguantaría mucho más tiempo, se alegra al verme del otro lado, donde el sol cabrillea en las aguas, ¡qué felicidad marina!, ¿por qué me alejé de ella?, ¡como si no lo supiera!, ¡estúpida pregunta!, me la inspira el agua, la luz, la gracia del animal, el placer de mi piel, vuelvo a mi ser, a mi problema, me concentro en hablarle al delfín, en prometerle, en preguntarle adónde vamos, su respuesta: su salto hacia el sur, sin vacilar, se vuelve a mirar al barco, lo mismo un perro a ver si el amo le sigue, trepo a bordo, Artabo manda izar las velas, el timonel sonríe, con un leve respingo del barco embocamos al sur, seguimos al sur, siempre al sur por el mar Eritreo y yo, acezante por el ejercicio, me tumbo en el puente para secar mis ropas bajo el ardiente sol, Krito se acerca y me interroga con la mirada, mi sonrisa le contesta: todo va bien, nos dirige como antes, pasó el susto.
Me acuna el barco, ¿qué seremos nosotros para nuestro guía?, ¿qué será el barco?, un pez gigante, sin duda, otro animal, otro ser como él, que tiene hijos o tentáculos, yo soy uno, le gusta dar vueltas alrededor del casco en marcha, adelantarle y atrasarse, jugar con este pez gigantesco, claro está, las velas son las aletas del animal, los remos timoneros forman la cola, los ojos ahí están, bien pintados en la proa, uno a cada lado, un gigante pez benévolo que le regala golosinas, ¡ay!, se tuercen mis pensamientos, me vuelve la angustia, ¿cuánto nos durará ese guía?, además no lo digo a nadie porque estoy bien segura, pero ¿será Ahram ese náufrago al que nos lleva?, ¿vivirá todavía cuando lleguemos?, desde su partida hasta que embarcamos nueve semanas, casi dos llevamos nosotros de viaje, y todo por mi culpa, para él mi amor a Krito es una traición, no puede comprenderlo, ¡pero si no te quito nada Ahram mío!, ¡es tan diferente!, ¡si eres nuestro dios y ambos te amamos!, pero tú eres el fuego y el fuego nunca comprende, abrasa lo que encuentra, y tú abrasas, aquí me tienes ardorosa siempre, aquí donde no hay sexo el amor llena el barco, no lo comprenderás pero es así, aunque nos mates cuando te encontremos, Krito da por seguro tu puñal y yo tengo la culpa, él nunca hubiera dado el primer paso, fui yo quien le tendió la mano aquella noche, quien quiso hacerle hombre, encender su virilidad, mostrársela, ponerle a mi altura, a nuestra altura, Ahram, pero tú no comprendes, siento que tu viaje se torció porque ibas fuera de ti al recordar la afrenta, olvidaste tu astucia luchadora, rumiar lo que para ti es ofensa, desatadora de sangre, seguro que te engañaron porque pensabas en nosotros, porque no estabas alerta como siempre, por eso te pudieron derrotar, por eso estás ahí, en esa isla —¡así lo espero, lo necesito!— hambriento, dudando de todo, de nosotros tus enamorados, yo tengo la culpa de tus desdichas, pero yo me castigaré si tú no me castigas, cuando al fin te encuentre, cuando te haga volver a ser tú…