Authors: José Luis Sampedro
Los sexos se encuentran. ¡Ah, el primer impulso! Luego el suave ir y venir de ondas en la playa, el ímpetu del mar contra la roca, el furioso oleaje batiendo acantilados… Un océano la envuelve, al tiempo que la invade.
¿Cuánto duró? ¿Cómo saberlo? No manda la clepsidra. Se advierte que ha durado porque cesa, pero se habitan cimas absolutas… Al cabo el pecho viril se rinde sobre la espalda femenina, pesando dulcemente. Reflujo de la pleamar, dejándola a la vez llena y vacía. El hombre da la vuelta al cuerpo poseído que acaba de poseerle, lo besa, le transmite en ese beso todas las palabras. Su pecho oprime los pezones femeninos, ambos arrodillados, enlazándose uno a otro, confundiéndose hacia lo alto.
¿Qué habrá pasado en el Campo? ¿Qué le habrá forzado a seguir hasta el país de Punt, tan al sur? Cuando esperábamos el mensaje anunciando su regreso esta paloma de hoy le aleja más aún, sin explicaciones, sin detalles, tan misteriosamente, nunca ha ocurrido esto, ya mi ansiedad no es por lo que decida a su regreso, ahora sólo me importa su vuelta, que escape a los peligros, no sé cuáles serán pero nunca le ocurrió nada en sus viajes, temo por él, también Krito, ¡si algo malo le sucediese a Ahram!, yo me mataría, ¿cómo podría seguir viviendo?, pienso si le transtornó la confesión de Krito, acaso eso le hizo ser más descuidado ante los riesgos, no quiero imaginármelo, menos mal que he recobrado el brazalete, el que me regaló Krito y arrojé al mar, el que a él le ofreció Tulio Emiliano, obsequio de su amante, me lo ofreció como prenda, menos mal que ha vuelto a mí, eso me da esperanzas, es lo único…
El mensaje de la paloma en clave, ¿me habrá leído Soferis el verdadero texto?, ¿me habrá ocultado algo referente a mí?, no me lo ha parecido, no he notado en Soferis ningún cambio, además el mensaje era corto, tenía pocas líneas, mi ansiedad por Ahram lo hace todo amenazante, además aquí se complican las cosas, Ahram es imprescindible, Soferis y Artabo desbordados, ¿qué pasa en Tanuris? Amoptis volvía de compras en Canope cuando le robaron el género, dicen que salteadores, le mataron a él y a sus siervos, ¿por qué no le recibí antes cuando quiso verme?, ahora no sabré nunca sus deseos, Soferis ha ido a Tanuris, ahora aquel capataz es el mayordomo, Neferhotep consternado, Krito encuentra esa muerte sospechosa, la relaciona con la insistencia de Amoptis por venir a verme, no cree en bandidos tan cerca de Alejandría, no se habían dado casos, sospecha de asesinos pagados, pero ¿por qué, por quién?, el Excelso rechaza esas sospechas, siempre hay bandidos y Amoptis traía ricas mercancías, algo pasa en Tanuris, Ahram lo aclararía, otro problema sumado al de la muerte de Yazila, se despeñó por las rocas de poniente cuando paseaba sola, un accidente para todos, Krito piensa en suicidio, él la había interrogado, la instó a nombrar a sus cómplices para salvarse de la tortura de Artabo, el marino hubiera sido con ella tan cruel como el mismo Ahram, ella le juró a Krito que se decidió sola, lloraba y lloraba, fue un impulso al creer muerto a Ahram ése fue el rumor que llegó a las cocinas, confesaba odiarme, me acusaba de haber arruinado su felicidad, odiarme así, aquella cara con ojitos de mono alegre, ¿cómo es posible?, se asustó ante la tortura, Krito seguro del suicidio, pero ¿y si también la mataron como a su padre?, ¿y si esas muertes están relacionadas?, ¿y si Krito me lo oculta para no alarmarme?, ¿qué conspiración se teje en torno a Ahram?, ¡él lo aclararía en seguida!, la destruiría de un manotazo, es urgente que vuelva, ¡si vuelve!, no quiero ni pensarlo pero es mi obsesión, con él todo se arreglará, pero ese último mensaje tan extraño, el día en que llegue Ahram, ¡qué alegría para nosotros dos!, aunque sea nuestra muerte, Krito también angustiado, ya no planeamos encuentros, nos hablamos en el banco donde siempre, eso a nadie le extraña, sólo se encuentran nuestras manos, nuestros ojos, asustados de haber causado su desgracia, ¡y ningún miedo por nosotros, es curioso!, menos mal que la mar me devolvió el brazalete, compasión de mi antiguo mundo, regalo de la diosa, gracias a eso sufro menos, si no la culpa sería intolerable, ¿qué estoy diciendo? ¿cómo hablo de culpa?, me contagia Krito, es peor: ansiedad, miedo por Ahram, Eulodia piensa en culpa, lo leo en sus ojos, ¡pero es tan leal!, no me culpa a mí sino a los dioses que me supone, quisiera verme abrazar a su Cristo, imposible, su fe es la de las femineras, no respetaban su cuerpo, ni la vida que encierra, los torrentes de sangre, los goces de la piel, la Gran Madre nos lo da para vivirlo, cuando bajé ayer a la cueva temió por mí, sospechó una cita peligrosa, miedo a que me descubran con Krito, «¿adónde vas, señora?», lo leí en sus ojos, «no te apures, voy sola, a recordar a Ahram, a desear su vuelta» sus ojos se calmaron, la abracé y sorprendida movió la cabeza, en vez de su mejilla besé sus labios, ¡qué asustada quedó!, «somos amigas, ¿no?» tuve que decirle, «¡señora, señora, sólo quiero tu bien!», besó mi mano aunque yo lo impedía, bajé a la gruta sola pero el brazalete me esperaba, ahora sólo me preocupa él, su regreso, a todos, hasta Malki está inquieto, no se aparta de mí, busca protección, ya un cuerpo de hombre, guapo como su abuelo, ¡pero aún tan tierno!, a veces me acompaña a nuestro banco, Krito le habla, recuerdo cuando yo era la discípula, me admira cómo encaja con nosotros, no nos estorba, aunque desearíamos estar solos, otro miembro de un círculo secreto, el de nosotros dos, también entra Ahram aunque lo ignore, aunque su entrada sea mortal, cuatro seres tan distintos, trenzados por la vida en su tapiz, tejedora misteriosa, la vida incluida la muerte, ¡qué plenitud!, cada día siendo el último, lo siento como último, «es el último verano», lo repetía Vesterico lanzando su risa bárbara, risa de vientre, una oleada de risa arrollándolo todo, ni Uruk reía de ese modo, sólo sabe de la vida el moribundo, sólo de la salud el enfermo, aquellos días del lagarto recobrándome, sólo valora la libertad el prisionero, a Krito le excita nuestro riesgo tan próximo, la vida frontera de la muerte, sólo así tiene filo, el cuerpo lo sabe, tiene su fuerza propia, ¡cuántas veces decidía por mí en el burdel de Bizancio!, un cliente comprándome y tomándome, jadeando sobre mí y yo indiferente, de pronto mi cuerpo se excitaba, mi voluntad negándose a seguirle, pero mi cuerpo vencía, compartía el estallido final de su jinete, yo me sentía violada, pero nada que hacer: el cuerpo era más fuerte, no tenía nada que ver con el amor, mi amor por Ahram y Krito, vosotros me invadís toda, me arrebatáis a los dos tiempos supremos, primero el deseo, el saboreo anticipado, los tanteos amorosos, el encandilamiento demorado, negarse a la carne ya enardecida, estarse abrazando sin tocarse aún, y luego el otro tiempo, la ascensión hasta el fuego, la gloria del abismo, el oleaje, la anegación carnal, el vivir absoluto, y en medio de esos tiempos el placer, tiempos de Krito y Ahram, ¡qué diferentes y qué hermanados!, qué capaces de darme lo que esperé al nacerme, hasta encontrarles sólo amé precursores, Ahram no lo es de Krito, ambos únicos, son ramas bifurcadas, razas distintas, ambos en lo más alto y lo más hondo, y Krito enamorado de Ahram, lo inesperado que no me sorprendió, ¿cómo Ahram no adivinó?, ¿cómo no tomó ese amor?, quizás porque son únicos, porque Krito es señor en otra esfera, absurdos miedos de Krito, ¿se hubiera decidido hacia mí sin el tiempo del lagarto?, fue preciso sentirse rey a la sombra de la torre, en el jardín salvaje, ¿y yo misma, me hubiese decidido? porque sólo entonces vi claro, comprendí mi vacío, supe ponerle un nombre, él tardó más en ver, la sabiduría del hombre está en las ideas, la de la mujer en los sentidos, en la piel, en la carne que acierta sin razones, no nos perdemos por vericuetos, no nos desorientamos en los corredores, la vida es un laberinto inmenso, mucha gente se queda donde nace, en el patio, en un cuarto, pero hay miles de habitaciones, y sectores en ruinas, sótanos y azoteas, puertecitas medio ocultas, y un dios en cada estancia, muchos y todos el mismo, el anhelo del hombre, y hay que conocer lo esencial, no nos alientan esperanzas sino el esfuerzo mismo, sostener la vida que nos gasta y nos mantiene, vivir es tiempo en marcha, incluso el tiempo del lagarto, Eulodia se pregunta por qué me arreglo tanto, no puede contenerse, «¿es que vamos a salir?», la tranquilizo, voy solamente al banco de los delfines, a darle a Krito la gran sorpresa, su brazalete en mi brazo, la diosa me lo ha devuelto, es su bendición, su aprobación de todo, yo no esperaba tanto cuando bajé a la cueva, adoré la imagen, le pedí el regreso de Ahram, que no me lo quitara, de pronto la mar me atrajo, el sol de la mañana cabrilleando las aguas, recordé mis paisajes submarinos, la movible red de luz que penetraba, sus jugueteos entre las algas, me desnudé y lancé a la mar, las conocidas rocas me parecieron otras, un corpulento mero se acercó a contemplarme, su ojo protuberante, su boca abriéndose y cerrándose, era viejo, algo desescamado ya, se movía despacio, se me ocurrió preguntarle si ha visto sirenas todavía, los peces no nos transmiten pensamientos, pero captan los nuestros, como en tierra el perro los del amo, solamente el delfín logra expresarse, sólo él nos hablaba a las sirenas, movió el mero la cola negando, se fue tras unos sargos, entonces me atrajo aquella luz, el sol penetraba hasta un claro arenoso, vi un cangrejo alzando algo en su pinza, un objeto redondo, me acerqué, el cangrejo dobló hacia mí sus ojos, ¡alzaba el brazalete!, el que arrojé a la mar nueve años atrás, increíble, allí estaba, se me agotaba el aire, justo cogerlo y remontar, me llevé al cangrejo prendido de su pinza, acabó abriéndola y volvió a hundirse, a flote ya aún no podía creérmelo, el brazalete en mi mano, Ahram me lo prohibió rechazando así a Krito, la diosa me lo devolvía entregándome a Krito, eso es lo que ha ocurrido, la diosa nos aprueba, ya todo está en sus manos y ahora estoy segura, imposible dudar, Ahram comprenderá o no, hará de nosotros lo que quiera, pero la verdad es la vida, la lealtad debida es a la vida.
—¿Entonces, dónde está Ahram? ¿Qué hace?
Krito interroga a Soferis y Artabo. Ambos acaban de examinar el nuevo mensaje llegado desde el Campo, con la firma del hombre de Artabo, dando cuenta de que no han vuelto a surgir problemas. Lo inquietante es que viene dirigido a Ahram, suponiéndole por tanto en Alejandría y añadiendo así inquietudes a la ignorancia de su paradero.
Por otra parte, y en respuesta a la petición de informes solicitados a diversos agentes de la región, el corresponsal sabeo en Maarib —un hombre importante, almacenador del incienso local para su envío a Alejandría— asegura no saber nada de Ahram, pero notifica el inexplicable ataque a una de sus caravanas por agresores indudablemente palmirenos, según un superviviente. Quizás el percance no tenga nada que ver con la desaparición del Navegante pero, en todo caso, ¿qué tienen que hacer en la región unos hombres de Palmira, atacando los bienes de su aliado? Según el informe no eran forajidos irresponsables sino hombres de guerra y Odenato tiene muy controlada la seguridad de la región.
Los tres amigos reunidos en el despacho de Soferis reflexionan inquietos, temiendo tener que resignarse ya a una desgraciada pérdida en la mar, pues un hombre tan notorio como Ahram no pasaría inadvertido en esa zona. Debaten la cuestión y acaban separándose sin concluir nada. Deberían hacer algo, pero ¿qué?
Krito se aleja pesaroso en dirección al banco de los delfines cuando, ya cercano, ve correr hacia él a una Glauka descompuesta y suelta sobre sus hombros la cabellera, pegado a su cuerpo la mojada túnica. Se alarma Krito temiendo algún accidente cerca de la cueva, donde últimamente pasa Glauka las mañanas buscando el recuerdo de Ahram y el alivio al bochornoso calor del verano en su apogeo. Pero el grito de Glauka anuncia algo muy distinto:
—¡Krito, corre! ¡Vamos a la Casa! ¡Ahram naufragó y está en peligro!
Krito, estupefacto, trata de saber algo más, mientras se apresura junto a ella. La explicación va surgiendo fragmentaria y desordenada.
—Bajé a la gruta, como siempre; estaba muy inquieta, de repente apareció un delfín, me extrañó tan cerca de la roca, ya sabes que rehúyen las aguas del puerto, saltó además torpemente, parecía herido, me dio pena y quise ayudarle, me lancé al agua y me acerqué, no huyó de mí, quería decirme algo, ya sabes que transmiten como las sirenas, estaba agotado, de nadar por un estrecho muy largo, con tierra siempre a cada lado y de aguas malas, sin darse cuenta se había metido por allí, tropezaba con embarcaciones, desde una de ellas le habían lanzado un arpón, lo llevaba clavado junto a la cola, se lo desprendí, ¡si hubieras visto su mirada de agradecimiento!
—Pero Ahram, ¿qué pasa con él?
—Te he contado todo eso para que me creas… Antes, en mares más calientes, el delfín había atravesado una tempestad, un navío capeaba también el temporal, cayó un hombre al agua y quedó flotando, se sostenía sólo con las piernas, o no sabía nadar o estaba empeñado, según el delfín, en sujetar un trozo de cuerda con sus manos atrás, no las separaba de la espalda… ¿Comprendes?, ¡el hombre estaba atado, Krito!, por eso no avanzaba en el agua, el delfín se compadeció, le fue empujando hacia una tierra, le dejó en la más cercana… ¿Te das cuenta? Ahram estaba amarrado y le habían arrojado así al agua o se había tirado él…
—¿Por qué había de ser Ahram? —interrumpe Krito, incrédulo.
—Es verdad, no te lo he dicho: por fuerza era él, sólo así me explico que el delfín se sorprendiera al ver en mi cuello la medalla, ésta, le intrigaba, ¿por qué le llamó tanto la atención?, es que el hombre del agua llevaba otra igual, esta mía es idéntica, ya sabes que me la regaló Ahram… ¡Es él!, ¿no me crees?, ¡tenemos que salvarle!… He retenido al delfín, le he pedido que no se aleje, recordará que le he librado del arpón, además le he dado carne de cangrejo, les encanta pero no pueden abrirlos, he mandado a Eulodia a traer mariscos, que arroje la carne a la mar, el delfín podrá guiarnos, he vivido con ellos…
Krito quisiera creerla pero es difícil, aún conociendo el pasado de Glauka. No duda del naufragio pero ¿por qué ha de ser Ahram?
—Cálmate, por favor. ¿Cómo puedes estar tan segura?
—Los delfines no engañan; sólo mienten los humanos… Ahram estará en un islote, por eso no ha dado noticias, si es que vive, en algún peñasco de donde no ha podido salir solo… ¡Y tiene que vivir, quiero que viva!
Mientras habla arrastra a Krito, entra en la Casa con él conduciéndole, entre los siervos y escribas atónitos, hasta el despacho de Soferis, donde todavía se encuentra Artabo. Ambos miran con asombro a la pareja, aguardando una explicación.