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Authors: Paco Ignacio Taibo II

Tags: #Biografía, Ensayo

Ernesto Guevara, también conocido como el Che (50 page)

BOOK: Ernesto Guevara, también conocido como el Che
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El pelotón de Rogelio Acevedo ataca la cárcel y la audiencia. El de Ribalta entra al barrio del Condado en medio del júbilo popular. La gente sale a la calle, le lleva café y comida a los rebeldes. Comienza la fabricación de molotovs, se produce la organización de las milicias del barrio. Se inicia la presión sobre la periferia del "Leoncio Vidal." Hay un par de intentos de los militares por penetrar utilizando tanques que son rechazados a tiros. El ejército no insiste. El Che aproxima la comandancia a la zona de combate, de la Universidad a las oficinas y talleres de Obras Públicas a menos de un kilómetro, sobre la carretera central, el punto donde han cortado las vías del tren.

A pesar de los primeros éxitos, el combate no es fácil. Nuestros hombres se batían contra tropas apoyadas por unidades blindadas y las ponían en fuga, pero muchos de ellos pagaron con la vida su arrojo y los muertos y heridos empezaron a llenar los improvisados cementerios y hospitales.

El pelotón del Vaquerito se ha posesionado de la estación del ferrocarril. Allí el primer teniente Hugo del Río recibe una llamada telefónica singular: "Sonó el teléfono y lo tomé: Era un jefe militar preguntando cómo estaba la situación en esa zona. Le respondí que el Ejército Rebelde se encontraba por las calles de la ciudad. Entonces me dijo que no me preocupara, que pronto la policía establecería el orden. Yo le contesté que eso era difícil, porque el Ejército Rebelde dominaba la situación. Me preguntó que quién hablaba. Le contesté que el primer teniente Hugo del Río. Me preguntó que si de la guardia o de la policía. Le respondí que de ninguno de los dos, sino del Ejército Rebelde (...) se incomodó de mala manera y me dijo que tenía que tener valor de ir a buscarlo al cuartel de La Esperanza. Se lo informé al Che y me dijo que fuera..."

Hacia la una, El Che conversa con dos de sus capitanes, Guile y el Vaquerito, en una casa propiedad del doctor Pablo Díaz. Ha estado dirigiendo las operaciones sobre la marcha, apareciendo sorpresivamente en uno y otro punto de la ciudad donde se desarrollan los combates. Tiene una caótica, pero al fin y al cabo única visión de conjunto que le proporciona el contacto entre todas las zonas de conflicto y la dirección permanente de las acciones. Un poco después se iniciaría el combate en la comandancia de policía y el ataque a la Loma del Capiro que protagonizarán los pelotones de Guile y Alfonso Zayas.

Divididos en tres grupos, los rebeldes ascienden la loma usando granadas para desalojar a los soldados. Les disparan con morteros. Los rebeldes se protegen del fuego del tren utilizando la misma loma y logran desalojar a los soldados en un combate frontal y a cuerpo descubierto. Las tropas descienden por el lado opuesto de la loma para refugiarse en los vagones.

Hacia las tres de la tarde el tren comienza a replegarse para no quedar bajo el fuego de los rebeldes, quienes ahora aprovechan las ventajas de la altura del pequeño cerro. Las dos máquinas lo impulsan velozmente marcha atrás. El maquinista lo lleva unos cuatro kilómetros sin saber que hay unos 20 metros de vías levantadas un poco más adelante. De repente el tren se eleva, descarrila y la locomotora fuera del riel va a dar contra un garaje destrozando automóviles a su paso. El ruido es tremendo, no sólo el impacto, el chirrido de los vagones descarrilando. El novelista Edmundo Desnoes ofrece una extraña imagen: "El tren quedaba inmóvil, despuntado. Botellas verdes de Coca Cola, opacas de cerveza Hatuey, transparentes de Cawy; latas de jugo de tomate Libby's, de peras Bartlet, de sopas Campbell, de espárragos y petitpois estallan sobre los vagones, envolviendo en humo y fuego el convoy volcado y torcido por las puntas. El humo y el fuego borraban aquí y allá el oscuro acero del tren."

El teniente Roberto Espinosa, con una parte del pelotón de Guile avanza sobre los vagones en el crucero de la calle Independencia y la carretera de Camajuaní, y sin darles tiempo a reaccionar captura a 41 soldados. Espinosa cuenta: "Los guardias no se atrevían a abandonar el tren, así es que no sabían cuántos éramos en verdad. Nosotros no dejábamos de tirarles, y el que se asomaba, quedaba. Además ellos estaban medio atontados por el choque y el descarrilamiento." Los 18 rebeldes controlan a los 350 soldados. En el techo de una casa a unos 35 o 40 metros se instala una ametralladora calibre 30 que dispara perforando la parte sin blindar del techo de los vagones, comienzan a volar sobre el tren los primeros cocteles molotov. Espinosa ha conquistado tres de los 22 vagones y mantiene sobre los demás la presión y el fuego.

El Che y el capitán Pardo son avisados de los acontecimientos en el tren cuando se encontraban en el centro de la ciudad haciéndole frente a una tanqueta. El Che se moviliza a toda velocidad hacia el lugar del descarrilamiento. Al llegar; no pudo resistir la tentación de meterse en medio del combate y se subió a un vagón descarrilado donde había un cañón de 20 milímetros. Se estableció entonces una lucha muy interesante en donde los hombres eran sacados con cocteles molotov del tren blindado, magníficamente protegidos aunque dispuestos sólo a luchar a distancia, desde cómodas posiciones y contra un enemigo prácticamente inerme, al estilo de los colonizadores con los indios del oeste norteamericano. Acosados por hombres que, desde puntos cercanos y vagones inmediatos, lanzaban botellas de gasolina encendida, el tren se convertía gracias a las placas de blindaje, en un verdadero horno para los soldados.

Mientras se estaba combatiendo, un mensajero llegó corriendo a informar que estaban arribando refuerzos a los batistianos por el camino de Camajuani. El Che dejó a Pardo al mando de las fuerzas de asalto y fue hacia allá para organizar la defensa.

Continúa el tiroteo y el lanzamiento de molotovs. Una hora más tarde Pardo propone una tregua. Después de hablar con un sargento que lo amenaza con una thompson y que se niega a rendirse y con el jefe médico del tren, logra entrevistarse con el comandante Gómez Calderón, quien acepta hablar con El Che, pero en el tren. Pardo envía un mensajero a localizar al comandante de la columna. Poco después reaparece El Che, quien no se ha alejado demasiado porque la noticia había sido falsa. Leovaldo Carranza de la Cruz Roja, quien lo acompaña, sube a una farola y agita una bandera blanca. A su espalda escucha una Voz que le dice: "¿Tienes miedo?" Aleida se encuentra allí sonriendo.

El Che dejó su arma y a mitad de camino se encontró con el comandante Gómez, quien traía la suya. Cuando El Che se lo señaló el oficial batistiano entregó su pistola al hombre de la Cruz Roja.

—Yo quiero hablar donde no nos oiga la tropa —pidió el oficial, El Che aceptó. Marcharon juntos hacia un vagón.

—Comandante le doy mi palabra de honor que si nos deja regresar a La Habana no tiramos un tiro más.

El Che sonrió

—Yo creo en su palabra de honor, pera no quiero que esas balas maten más cubanos, ni aquí ni allá.

El Che les da un Cuarto de hora y hace personalmente responsable al comandante del posible derramamiento de sangre si no se rinden. El oficial no resiste los 15 minutos; instantes después los soldados comienzan a descender sin las armas. Son cerca de las siete de la tarde. Se teme que los aviones bombardeen, mientras aún hay luz, si se dan cuenta de que ha cesado el combate. Los rebeldes contemplan el botín obtenido con ojos de sorpresa. Ali Babá en la Cueva, Pizarro ante los tesoros incas; seis bazookas, cinco morteros de 60 milímetros, cuatro ametralladoras calibre 30, un cañón de 20 milímetros, 38 ametralladoras ligeras browning, granadas, 600 fusiles automáticos, una ametralladora calibre 50, cerca de un millón de balas. Sus cañones antiaéreos, sus ametralladoras del mismo tipo, sus fabulosas cantidades de municiones. Es un armamento superior al de todas las fuerzas rebeldes que operan en Santa Clara.

Las armas se llevan a diferentes puntos de la ciudad. Un bazuca viajará velozmente, por órdenes del Che, a Yaguajay, para Camilo. De acuerdo a lo pactado, El Che ordena a tres de sus hombres, el doctor Rodríguez de la Vega, Núñez Jiménez y Serafín Ruiz de Zárate que se lleven los prisioneros desarmados (cerca de 400) a Caibarién, donde serán entregados a la fragata ahí estacionada para que sean trasladados a La Habana. Guevara tiene que librarse de los prisioneros. En plena batalla no puede disponer de hombres para que los custodien y además piensa que la desmoralización que causaría en La Habana la llegada de los derrotados soldados del tren, puede ser enorme. Sin embargo no deja de ser absurda la medida. Tres revolucionarios, tan sólo, transportan 400 prisioneros.

Poco después la aviación comienza a bombardear las ruinas del tren. El Che le pide a una activista del 26 que lleve una carta a la planta de radio para que manden refuerzos de Caballete de Casa, ahora sí, hay con que armarlos. En Santa Clara los rebeldes siguen avanzando. El pelotón de Alberto Fernández progresa rumbo al parque Vidal librando fuertes escaramuzas en el camino-; el del Vaquerito guiado por un adolescente, se aproxima a la estación, de policía. Las fuerzas del Directorio llegan al cuartel del escuadrón 31. La escuadra de Hugo del Río, después de tener un dramático enfrentamiento con un blindado y una tanqueta con la que se dan de bruces y cambian disparos, se une al Vaquerito.

A pesar de no tener corriente eléctrica, una buena parte de los vecinos sigue en las horas de la noche las incidencias de la batalla y se entera de la captura del tren blindado escuchando la CMQ, que ha sido puesta en operaciones por un grupo de miembros del movimiento clandestino del 26 de Julio siguiendo órdenes del Che. La CMQ funciona con una planta auxiliar, que puede ser escuchada con radios de pilas. Por el éter viaja el mensaje: "Atención, esta columna 8 'Ciro Redondo' del Ejército Rebelde del Movimiento 26 de Julio, dentro de unos momentos transmitirá su programa al pueblo de Cuba y especialmente al de Las Villas, sobre el avance de la Revolución Cubana. Continúa el avance de las fuerzas rebeldes de la columna 8 que asedian Santa Clara. Más de 300 soldados y oficiales pertenecientes al cuerpo de ingenieros del ejército acaban de rendirse."

A la mañana siguiente, el 30 de diciembre, Radio Rebelde desmintió la noticia difundida por los cables internacionales, de que El Che estaba muerto: "Para tranquilidad de los familiares en Suramérica y de la población cubana, aseguramos que Ernesto Che Guevara no solamente se encuentra vivo y en la línea de fuego, sino que además de haber ocupado el tren blindado a que nos referimos hace unos instantes, dentro de muy poco tiempo tomará la ciudad de Santa Clara, ya asediada desde hace días."

El armamento del tren había servido para movilizar al resto de la reserva de los campamentos de Caballete de Casa, el Pedrero, Gavilanes y Manacas hacia la zona de combate. Con estas nuevas fuerzas y aprovechando el impulso obtenido desde el día anterior, los diferentes pelotones rebeldes, apoyados plenamente por la población, logran nuevas victorias.

Hacia las 12:00 del mediodía las fuerzas que mantienen el cerco sobre el cuartel del escuadrón 31, y que se han visto beneficiadas con una ametralladora del botín del tren, resisten un contraataque del ejército.

La aviación había iniciado su machacar contra las posiciones rebeldes con menor éxito que el día anterior. Las fuerzas aéreas efectuaron ese día 30 operaciones sobre la ciudad. Poco después del bombardeo, cayó en manos de los rebeldes el cuartel de Los caballitos. Algunos soldados intentaron una salida desesperada tratando de llegar al escuadrón 31, pero quedaron atrapados entre los fuegos de los rebeldes y los de los soldados sitiados. Varios fueron muertos o heridos, la columna del Directorio hizo prisioneros al resto.

De todos los enfrentamientos del día, el más violento se da en torno a la estación de policía, donde se defienden cerca de 400 policías y soldados apoyados por tanquetas y dirigidos por el coronel Cornelio Rojas, quien tiene sobrados motivos para no rendirse a causa de sus recientes actividades como torturador y asesino de civiles. Contra la estación actúa el pelotón suicida del Vaquerito. Los rebeldes estaban teniendo grandes dificultades para aproximarse. Las escuadras de Tamayo, Hugo del Río, Emérido Merino y Alberto Castellanos, y una parte del pelotón de la comandancia del Che, que los está apoyando, no cuentan con más de 70 hombres, y no tienen en las angostas calles facilidad de movimientos; los rebeldes han tenido varios heridos. Como si esto fuera poco, la estación de policía, situada frente al parque del Carmen, se encuentra a tan sólo 500 metros del cuartel "Leoncio Vidal" y puede producirse en cualquier momento un contraataque. Emendo Merino, quien al mando de su escuadra se ha venido aproximando a la estación, combatiendo casa a casa y sacando a tiros de cada una a los guardias, a quien le acaban de dejar hecho un colador el sombrero, recibe la orden del Vaquerito de buscar una mejor posición para atacar, utilizando una nueva táctica: hay que ir por dentro de las casas. La escuadra de Merino comienza a romper las paredes avanzando por el interior de las casas hacia la iglesia que está enfrente de la estación de policía. Los vecinos colaboran con ellos. Una serie de avenidas, invisibles desde el exterior, van cruzando por dentro las manzanas de ese barrio.

También se avanza por las azoteas. El Vaquerito se arriesga demasiado. Sus compañeros se lo censuran. El Vaquerito contesta como acostumbra: "la bala que lo va a matar a uno nunca se oye." Toma posiciones en una azotea de la calle Garofalo a unos 50 metros de la estación de policía con Orlando Beltrán y Leonardo Tamayo, quien repuesto de sus heridas en el hospital de Cabaiguán se ha reincorporado. Orlando cuenta; "No hicimos más que parapetarnos, cuando vimos un grupo de seis guardias corriendo por el medio del parque. Nosotros los atacamos, pero dos tanques que había cerca, en la calle, nos empezaron a disparar con las Treinta." Tamayo prosigue: "Le grité: ¡Vaquerito, tírate al suelo, que te van a matar! No lo hizo. Al poquito rato, le grité desde mi posición: Oye, ¿qué te pasa que no tiras? No contestó nada. Miré y lo vi lleno de sangre. Inmediatamente lo recogimos y lo llevamos hasta donde estaba el médico. El tiro era mortal. Un tiro en la cabeza de Mi."

El Che, quien va al encuentro de los atacantes recorriendo el túnel que se ha creado derribando los muros, se encuentra con los hombres que transportan el cadáver de el Vaquerito. Las crónicas recogen la frase desolada del comandante ante el más agresivo de sus capitanes, el más pintoresco, el más temerario: Me mataron cien hombres. Tras ordenar que el cuerpo sea llevado al hospital, El Che llega hasta el cerco que hay sobre la estación de policía y nombra jefes de pelotón a Tamayo y Hugo del Río. Algunos soldados combaten mientras lloran. Aumenta la presión sobre la estación. Se había logrado tomar la central eléctrica y toda la parte noroeste de la ciudad, dando al aire el anuncio de que Santa Clara estaba casi en poder de la Revolución. En aquel anuncio que di como Comandante en Jefe de las fuerzas armadas de Las Villas, recuerdo que tenía el dolor de comunicar al pueblo de Cuba la muerte del, capitán Roberto Rodríguez, El Vaquerito, pequeño de estatura y de edad, jefe del pelotón suicida, quien jugó con la muerte una y mil veces en lucha por la libertad.

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