Ernesto Guevara, también conocido como el Che (118 page)

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Authors: Paco Ignacio Taibo II

Tags: #Biografía, Ensayo

BOOK: Ernesto Guevara, también conocido como el Che
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Dos meses más tarde, en mayo del 76, en el extremo opuesto del espectro político, fue el general Joaquín Zenteno Anaya, quien sien-fio comandante de la viii División transmitió la orden de ejecutar al Che, el que sería ajusticiado a balazos en París, cuando ejercía las funciones de embajador de Bolivia, por un efímero comando autonombrado "Brigada Internacionalista Che Guevara", que nunca volvió a actuar después de esta operación. Zenteno recibió tres tiros a quemarropa de calibre 7.65 ante la puerta de su oficina. Los investigadores lo relacionaron con que había sido acusado públicamente de proteger a viejos nazis ocultos en Bolivia, como Barbie.

Gary Prado Salmón, el capitán que capturó al Che, sufrió una herida de bala que le perforó los dos pulmones y le lesionó la columna vertebral, dejándolo paralítico, cuando se enfrentaba a la ocupación de un campamento petrolero en Santa Cruz por un grupo fascista a principios del 81. Curiosamente el tiro se lo dio accidentalmente uno de sus propios soldados, cuyo nombre nunca fue dado a conocer.

Veinte años después de los sucesos el ex ministro del Interior, Antonio Arguedas, cumplía una condena de ocho años por el secuestro de un comerciante en una cárcel boliviana tras haber sido tiroteado y bombardeado por desconocidos a finales de la década de los sesenta.

Poco se sabe sobre el destino del suboficial Mario Terán; aunque se ha dicho en algunos periódicos que vaga alcoholizado por las calles de Cochabamba, perseguido en sus pesadillas por la imagen del Che, y que al igual que el sargento Bernardino Huanca, ha tenido que someterse a frecuentes tratamientos siquiátricos.

CAPÍTULO 62

Imágenes y fantasmas

El poeta Paco Urondo, quien habría de morir años más tarde asesinado por los militares argentinos, escribió al conocer la muerte del Che desde Buenos Aires: "Durante una semana lloverá ininterrumpidamente y los menos crédulos, o los no supersticiosos, pensarán que es una casualidad, una mera casualidad: que es un poco excepcional lo que está ocurriendo, pero fortuito. Los amigos van llegando cada vez más mojados, esta vez se largó en forma este tiempo de porquería. Pero las conjeturas esta vez no son a la porteña, es decir, no se habla de la humedad y las calamidades que desencadena: ni del hígado, esta vez se conjetura de otra manera, no hay serenidad, hay silencio."

Celia, la cuarta hija del Che, nacida en el 63, el penúltimo año del comandante en el Ministerio de Industria, dos años y medio antes de la salida del Che hacia La Paz, una mujer que sólo puede recordar a su padre en los recuerdos de otros, ha intentado leer el diario de Bolivia muchas veces, sin poderlo hacer.

Fidel ha visto frecuentemente al Che en sueños en estos últimos años. Le confiesa al periodista italiano Gianni Miná que El Che le habla, "le dice cosas..."

Ana María, la hermana, le contará a principio de los años setenta a un periodista español: "A veces siento que me están mirando más allá de mí misma, como si yo fuera él de alguna manera, y una siente que no es nadie y no sabe cómo reaccionar ni qué hacer. He tenido que aprender a vivir en esta circunstancia."

Esto no es inusitado, todos sabemos de qué manera cruel y maravillosa los muertos dejan un gran vacío, un agujero tierno en las personas cercanas que los sobreviven. Pero Ernesto Guevara había creado en aquellos años un halo mágico, que ni siquiera su desaparición impidió que siguiera tocando a tantos que nunca lo conocieron.

Después del paso de la guerrilla por sus tierras y de haber cobijado en su escuela el cadáver del Che, una tremenda sequía asoló el pueblo de La Higuera, animales y plantas morían y los campesinos tuvieron que emigrar. La voz popular, los rumores en voz baja, las consejas, lo atribuían a un castigo divino por haber dejado morir al Che a manos de los soldados.

Surge entre los campesinos de Cochabamba una extraña letanía: "Almita del Che, por intermedio de usted quiero conseguir el milagro de que se cure mi vaquita, concédamelo almita del Che."

En el pueblo de La Higuera se muestran como relicario fragmentos del pelo o pedazos del pantalón ensangrentado del comandante Guevara. En Lagunillas, un fotógrafo ambulante ha hecho su agosto vendiendo fotos: muchos de los pobladores se precian de tener la verdadera foto del Che muerto sobre la plancha de piedra del lavadero del Hospital de Malta, la foto del Cristo laico.

La enfermera de Vallegrande que lo desnudó confiesa: "A veces sueño con El Che y lo veo vivo, él me visita y me habla, y me dice que me va a sacar de esta miseria en que vivo."

La escuela de La Higuera fue derruida, se construyó en su lugar una posta sanitaria que nunca funcionó, a la que no llegaron jamás ni médicos ni medicinas. Al paso de los años se levantó de nuevo una escuela, en el 71, el periodista uruguayo González Bermejo la visita:

—¿Qué sabes del Che? —le pregunta a un niño campesino en un descuido de la maestra.

—Es ése que está ahí —responde y señala un retrato de Simón Bolívar.

Francisco Rivas, campesino de las cercanías de La Higuera, 60 años, 14 hijos, narra: "Entonces no me daba cuenta. Ahora sé que he perdido mucho."

En una iglesia de Matanzas, Cuba, Ernesto Guevara se encuentra en un retablo, perdido en medio de los santos de una corte celestial católica; sin embargo, en una iglesia en el estado de Tamaulipas, México, comparte una esquina de un mural con el diablo.

La muerte de Ernesto Guevara provocó estupor, desconcierto, asombro, turbación, rabia, impotencia, en millares de hombres y mujeres. En tan sólo 11 años escasos de vida política y sin quererlo, El Che se había vuelto material simbólico de la tantas veces pospuesta o traicionada revolución latinoamericana, y nuestra única certeza en aquellos años era que el material de los sueños nunca muere. Sin embargo Ernesto Guevara había muerto en Bolivia. El poeta Mario Benedetti dejó constancia:

Así estamos

Consternados

Rabiosos

aunque la muerte sea

uno de los absurdos previsibles

Pasaron los años. La estatua de bronce de siete metros que se encuentra en Santa Clara es de José Delarra, el mismo que le dio a un astronauta cubano una cara del Che en porcelana para que Viajara a la estratósfera. Se trata de un Che Guevara fornido, casi gordo, con una barba santaclosesca, no sonríe. Ese es el problema con las estatuas. El bronce reproduce mal la sonrisa.

Entrevisto a Dariel Alarcón en una casa en las afueras de La Habana, es un hombre dicharachero, sonriente, pero hacia el final de la entrevista una sombra cruza por el cuarto cuando recuerda que Inti, Villegas, Tamayo, él, quizá hubieran podido rescatarlo aquella tarde de octubre. Es una de esas cosas que no dejan vivir.

Con Manresa, converso en la oscuridad, el barrio habanero sufre de un apagón. A veces la voz se detiene, se adivinan las emociones.

—Ustedes, los guevaristas, los hombres que vivieron junto al Che dan la impresión de estar marcados, de tener una huella, con la Z en la frente con la que marcaba El Zorro —le digo.

—Nosotros éramos unos pobres diablos que quién sabe a dónde nos iría a llevar la vida y estábamos esperando encontrarnos con un hombre como El Che.

Se hace un largo silencio. Luego se oye un sollozo. Uno no sabe qué más preguntar.

Esta sensación de abandono, de que El Che se había ido sin ellos, mata. Joel Iglesias entró en una profunda crisis que lo llevó al alcohol, Mora se suicidó, Díaz Arguelles nunca pudo perdonar al Che que llevara a su íntimo amigo Gustavo Machín y no a él, no lo perdonó ni siquiera cuando murió en Angola deteniendo a los blindados sudafricanos años más tarde, en una epopeya que nada pide a las hazañas del Che. Ameijeiras se debate entre decir que él hubiera podido frenar los voluntarismos del Che y el dolor por no haber estado allí para frenarlos; Dreke durante muchos años se preguntó ¿qué había hecho mal en África para que no lo llevara a Bolivia? Y por más que "nada" era la respuesta, la pregunta corroe al personaje. Los Acevedo, se lo siguen preguntando. Igual que su amigo Fernández Mell; que Aragonés, quien sufrió una tremenda enfermedad al regreso de África que casi lo mata; Estrada, a quien despachó en Praga porque era muy visible; Borrego su viceministro; Oltuski, que aún no ha escrito el libro para decir que en tantas cosas no estaban de acuerdo... Y cuando hablo con ellos podría apostar la cabeza sin riesgo de perderla, afirmando que en Cuba todavía hoy, casi 30 años después de su muerte, existe un centenar de hombres y mujeres que hubieran vendido el alma al diablo por poder morir con El Che en Bolivia.

Encontraré vina última foto del Che en casa de Teo Bruns en Ham-burgo, es un cartel con la leyenda: "Compañeros: Tengo un póster de todos ustedes en mi casa. Che." Se agradece el respiro, el retorno del humor ácido que tantas veces practicó en vida.

Juan Gelman, mi vecino y amigo, escribió hace tiempo:

"Pero/lo serio es que en verdad/el comandante Guevara entró a la muerte/ y allá andará según se dice/ bello/ con piedras bajo el brazo/soy de un país donde ahora/ Guevara ha de morir otras muertes/ cada cual resolverá su muerte ahora/el que se alegró ya es polvo miserable/el que lloró que reflexione/ el que olvidó que olvide o que recuerde."

El recuerdo.

Hay un recuerdo. Desde millares de fotos, pósters, camisetas, cintas, discos, videos, postales, retratos, revistas, libros, frases, testimonios, fantasmas todos de la sociedad industrial que no sabe depositar sus mitos en la sobriedad de la memoria, El Che nos vigila. Más allá de toda parafernalia retorna. En era de naufragios es nuestro santo laico. Casi 30 años después de su muerte, su imagen cruza las generaciones, su mito pasa correteando en medio de los delirios de grandeza del neoliberalismo. Irreverente, burlón, terco, moralmente terco, inolvidable.

NOTAS

Las referencias a libros, películas y artículos dadas aquí de manera sintética pueden encontrarse de manera precisa en la bibliografía.

CAPÍTULO 1

1)
Fuentes

El mejor texto resulta sin duda las memorias de su padre, Ernesto Guevara Lynch: "Mi hijo El Che", que hay que leer con el necesario distanciamiento con el que se tiene que trabajar todo el material elaborador del santoral guevarista: repletas de anécdotas, algunas veces fuera de encuadre cronológico. Se complementan con las entrevistas que le dio a Mariano Rodríguez ("El niño de las sierras de Altagracia" en "Con la adarga al brazo") y a Mario Mencia.

Es extraordinariamente útil el trabajo de Adys Cupull y Froilán González "Ernestito vivo y presente", que más allá del simplismo de algunos pies de foto y el carácter iconográfico, tiene la virtud de ser una recopilación exhaustiva de testimonios y una muy buena selección de fotografías no conocidas previamente.

Al Che sin duda le hubiera puesto muy nervioso tanta reverencia ante su infancia, es un tema del que hablaba muy poco; la única referencia en escritos posteriores aquí citada se encuentra en una carta a Lisandro Otero del 23 de junio del 63, nada autocomplaciente, que se recoge en algunas ediciones de sus obras escogidas.

Hay algunas entrevistas con su madre, que tocan el tema de la infancia y la primera juventud de El Che; la mejor sin duda es la realizada por Julia Constenla: "Cuando Ernesto Guevara aún no era El Che."

El testimonio de su hermana Ana María se encuentra en "Hablan la hermana y el padre del Che", publicado en la revista ABC de Lima. El testimonio de su hermano Juan Martín en "Mí hermano El Che", de Luis Adrián Betancourt. El de su hermano Roberto en el libro citado de Cupull y González. Su prima la Negrita, Carmen Córdoba de la Serna, testimonia en "Ernesto y los poemas de amor" una entrevista de Cupull y González publicada en Verde Olivo.

La genealogía familiar de los Guevara y los Lynch se encuentra en el apéndice de la edición española de "Mi hijo El Che."

Una buena recolección de testimonios de amigos de infancia puede encontrarse en el reportaje de Elio Constantín: "Por las huellas del Che en su 45 aniversario" y en el artículo de Mariano Rodríguez Herrera: "El niño de las sierras de Altagracia."

Sobre su estancia en Córdoba existe un excelente y lúcido texto escrito por Dolores Moyano Martín: "A memoir of the young Guevara", en aquellos años su vecina, y los recuerdos de Alberto Granado en "El Che y yo" en el libro colectivo "Guevara para hoy."

Muy interesante la visión que del joven Ernesto tienen sus amigos "republicanos" españoles, los niños del exilio, Fernando Barral y José Aguilar, recogidas en las narraciones "Che estudiante" y "La niñez del Che", respectivamente.

Aportan pequeños elementos a este capítulo su acta de nacimiento, el "Atlas histórico, biográfico y militar de Ernesto Guevara", una entrevista con Raúl Maldonado que luego fuera su estrecho colaborador; la biografía de JGS en la revista mexicana Sucesos, los artículos de Mariano Rodríguez Herrera: "Un joven llamado Ernesto", de Aldo Isidrón del Valle y Fulvio Fuentes: "Che, niñez, adolescencia, juventud" y los apuntes pata una biografía del Che del propio Aldo Isidrón. Las referencias a sus cuadernos de adolescencia en María del Carmen Ariet: "Che, pensamiento político."

2)
Diccionario filosófico

Son siete cuadernos, se ha perdido el cuatro. Ariel, quien fuera auxiliar de su viuda. Alei-da March, tuvo acceso a estos documentos aún inéditos y cerrados pata la mayoría de los historiadores y los comentó en su libro. Un par de páginas se reproducen en "Ernestito... " Parece ser que El Che mantuvo estas anotaciones hasta ]955 en México, cuando tenía 27 años.

CAPÍTULO 2

1)
Fuentes

En "Mi hijo El Che", su padre rescata uno de los cuadernos, el primero, sobre su viaje en bicimoto por las provincias argentinas. Su reflexión sobre su primer contacto con la Medicina en un discurso a los trabajadores del Ministerio de Salud en 1960. Referencias en su libro "Diario de Viaje" y en los trabajos de Granado: "Con El Che por Sudamérica" y "El Che y yo": Granado también entrevistado por Isidrón en "Un viaje en moto de Argentina a Venezuela."

La correspondencia y relación con Tita Infante en "Cálida presencia" y en el texto de Tita: "Evocación de ti a un año de la muerte del Che" en el epílogo de "Ahí va un soldado de América."

Los testimonios de Ana María. Carlos Figueroa. Juan Martín, en el trabajo de Cupull y González "Ernestito..."

Ver sus calificaciones uiversitarias en el apéndice de la edición española de "Mi hijo El Che." Resultan interesantes además los trabajos de Coustantín, Elmar May, "Che Guevara" y Daniel James: "Che Guevara, una biografía", y el de Cárdenas: "Médico y soldado", así como el citado de Dolores Moyano y el reportaje "Hablan el padre y la hermana del Che."

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