Ernesto Guevara, también conocido como el Che (115 page)

Read Ernesto Guevara, también conocido como el Che Online

Authors: Paco Ignacio Taibo II

Tags: #Biografía, Ensayo

BOOK: Ernesto Guevara, también conocido como el Che
4.33Mb size Format: txt, pdf, ePub

Un poco después el suboficial Carlos Pérez entra al cuarto y hace un disparo contra el cuerpo; no será el único, el soldado Cabero, para vengar la muerte de su amigo Manuel Morales, también dispara contra El Che

Los diferentes testimoniantes parecen estar de acuerdo en la hora de la muerte de Ernesto Che Guevara, hacia la 1:10 de la tarde del domingo 9 de octubre de 1967.

La maestra les grita a los asesinos.

Un cura dominico de una parroquia cercana ha intentado llegar a tiempo para hablar con Ernesto Guevara. El sacerdote Roger Schiller cuenta: "Cuando me enteré de que El Che estaba detenido en La Higuera conseguí un caballo y salí para allá. Quería confesarlo. Sabía que había dicho
Estoy frito.
Yo quería decirle:

"—Usted no está frito. Dios sigue creyendo en usted.

"Por el camino me encontré un campesino:

"—No se apure, padre —me dijo— ya lo liquidaron."

Hacia las cuatro de la tarde el capitán Gary Prado retorna al pueblo tras la última incursión de los rangers en las quebradas cercanas. En la entrada a La Higuera el mayor Ayoroa le informa que han ejecutado al Che; Prado hace un gesto de disgusto. Él lo capturó vivo. Se preparan a transportar el cuerpo en el helicóptero. Piarlo le amarra la mandíbula con un pañuelo para que el rostro no se distorsione.

Un fotógrafo ambulante toma lotos de los soldados rodeando al cadáver en una camilla, son fotos domingueras, pueblerinas, sólo están ausentes las sonrisas. Una foto registra a Prado, al cura Schiller, a doña Ninfa al lado del cuerpo.

El cura entra a la escuela, no sabe qué hacer, recoge los casquillos y los guarda, luego, se pone a lavar las manchas de sangre. Quiere limpiar parte del terrible pecado de que hayan matado a un hombre en una escuela.

A Mario Terán le han prometido un reloj y un viaje a West Point para asistir a un curso de suboficiales. Las promesas no se cumplirán.

El helicóptero se eleva llevando amarrado en su patín el cadáver del Che Guevara.

CAPÍTULO 58

El cadáver desaparecido

Vallegrande, 0 770 kilómetros al sureste de La Paz, sede de la viii División, diez de la mañana, 10 de octubre del 67. El periodista uruguayo Ernesto González Bermejo aporta la descripción del escenario: "Un pueblo como tantos otros, con su plaza mayor, una fuente seca, un busto en memoria de alguien, canteras; la alcaldía, con su reloj eternamente parado a las cinco y diez de quien sabe qué día, la farmacia de Julio Duran; el almacén Montesclaros; la tienda de doña Eva, que también acoge pensionistas y la iglesia, claro, llamada, tal vez un poco presuntuosamente catedral."

Los militares bolivianos ansiosos de mostrar su triunfo convocan a la prensa. No han dado tiempo a que el cadáver del comandante Guevara se enfríe. En el cinismo han llegado más lejos, aunque nadie más que ellos lo sepa en estos momentos, han proclamado la muerte del Che cuando aún estaba vivo; El presidente Barrientos lo anunció a las 10 de la mañana hablando confidencialmente con un grupo de periodistas en La Paz, y el coronel Joaquín Zenteno desde el cuartel de la viii División a la una de la tarde, en una conferencia de prensa. Su versión establecía que Guevara había muerto en un enfrentamiento entre el ejército y la guerrilla en las cercanías de La Higuera, a unos 35 kilómetros de Vallegrande: "La lucha se prolongó durante cuatro horas (...) pero Guevara alcanzado en la ingle y el pulmón, murió al comienzo del combate."

La una y cincuenta minutos llega a Vallegrande el jefe del ejército, el general Ovando, acompañado por el general Lafuente y el contralmirante; Ugartechea. Visitan el casino militar donde se velan los cadáveres de los soldados muertos en las últimas operaciones. Ovando se nota tieso, rígido, como ocultando el nerviosismo. Es ésta una extraña victoria, que provoca miedos a los triunfadores más que júbilo.

Cuatro horas después, exactamente: a las cinco de la tarde, el helicóptero aterriza en el aeropuerto conduciendo un cuerpo atado a uno de los patines. La operación de traslado parecer estar' a cargo de un hombres vestido con uniforme militar pero sin distintivos, que llama la atención de la prensa y del que se dice es agente de la CIA. Varios periodistas le toman lotos, se trata del Doctor González. Su compañero Félix Rodríguez también se encuentra rondando por la pista. Los periodistas se acercan a los agentes, les preguntan ¿de dónde vienen? ¿De Cuba? ¿De Puerto Rico? —From Nowhere.

Y luego Rodríguez le grita a su compañero:
"Let's get the hell out of here."

Un campesino que ha acudido al aeropuerto ve pasar el cuerpo: "Se veía hombre cabal. El estaba como si no hubiera muerto. Estaba sobre una camilla y sus ojos mirándonos que parecía vivo." En medio de un despliegue enorme de soldados el cuerpo es transportado, en una camioneta chevrolet cerrada, al Hospital San José de Malta donde lo depositan sobre una losa en la lavandería.

En el hospital lo desviste la enfermera Susana Osinaga: "Tenía puesta una chamarra, sus pantalones, una gorra negra con un cosidito no sé si era rojo o verde, una estrellita marinera. Tres medias en cada pie, unas color café, unas rayaditas y otras azulitas." Colaboran dos médicos y el coronel Selich, que no se separa del cuerpo.

En la lavandería se produce la segunda conferencia de prensa y se muestra el cuerpo que algunos habrían de ver como una reproducción hiperrealista del cuadro de Rembrandt "La lección de anatomía del profesor Tulp." El periodista Alberto Zuazo, corresponsal de la UPI registra: "La transparencia, levemente acuosa de unos ojos verdes expresivos, además de una especie de sonrisa enigmática que levemente se dibujaba en el rostro, daban la impresión de que aquel cuerpo estaba con vida. Pienso que más de uno, de la veintena de periodistas que fuimos a Vallegrande, aquel 10 de octubre de 1967, sólo esperábamos que Ernesto Che Guevara nos hablase."

Se suceden las fotografías mientras un militar señala minuciosamente los impactos de bala, como si quisiera dejar claro que El Che ha muerto. Fotos que un día después se publicarían en todo el mundo.

Los militares se equivocaban de nuevo al querer exorcizar el fantasma del Che, al tratar de demostrar más allá de toda duda que El Che Guevara estaba muerto, al someterlo a la racionalidad de las brutales fotografías de un cadáver. A las falsas pruebas de la razón. Las terribles fotos del rostro, la placidez extraña del descanso tras un año de terribles hambres, asma, fiebres, desconciertos, dudas, cautiva, gracias a las magias tecnológicas de los servicios cablegráficos a millones de personas en el planeta. En América Latina, en medio de la terrible tradición cristiana de adorar santos llenos de heridas, cristos torturados, la imagen era necesariamente evocadora.

Muerte, redención, resurrección.

Convocados por estos fantasmas los campesinos de Vallegrande desfilan ante el cadáver, en fila india, en medio de un terrible silencio. Cuando el ejército trata de controlar el acceso se produce una avalancha y un cordón de soldados es roto. Esa noche se encenderían por primera vez veladoras en los ranchitos de la pequeña ciudad. Nacía un santo laico, un santo de los pobres.

A las cinco y media los altos oficiales se retratan con el cadáver. Ovando pone en boca del Che al ser capturado herido la frase: "Soy El Che, valgo mas muerto que vivo." Luego repetiría una variante: "Soy El Che y he fallado." Es el inicio de lo que sería una larga cadena de desinformaciones. Un oficial del ejército muestra el diario a los periodistas. Cita una frase supuestamente escrita por El Che: "Nunca pensé que los soldados bolivianos pudieran ser tan duros."

El presidente Lyndon Johnson recibe la primera noticia de la muerte del Che a las 6:10 de la tarde en un memorándum de W. Rostow, que le informa del reporte del diario "Presencia" sobre la captura y de una declaración de Barrientos a las 10 de la mañana diciendo que El Che estaba muerto. Curiosamente no utiliza las informaciones de la CIA, la versión de primera mano mucho más precisa.

La reacción de La Habana es cautelosa, cinco días más tarde Fidel reconocería que ante la llegada de las fotografías se fue lentamente aceptando la certeza de que El Che estaba muerto; pero se esperaban confirmaciones más precisas. No era ésta la primera vez que la prensa asesinaba al Che en cualquier parte del mundo. Lo que Fidel no podía decir era que la incertidumbre la producía el que las comunicaciones con la guerrilla estuvieran rotas desde varios meses antes y que incluso eran nulos los contactos con los restos de la red urbana.

Hacia el final de la tarde se produce la autopsia, el director del hospital y un interno, Abraham Baptista y José Martínez Casso, se hacen cargo de la tarea bajo la vigilancia de Toto Quintanilla, jefe de inteligencia del Ministerio del Interior y del "Doctor González" de la CIA; necesariamente en su reporte domina la ambigüedad. En el acta de defunción se puede leer: "Su fallecimiento se debió a múltiples heridas de balas en el tórax y las extremidades."

En el acta de la autopsia se reconocen nueve heridas de bala: dos en las piernas, una en el tercio medio de la pierna derecha y otra en el tercio medio del muslo izquierdo en sedal; dos en las regiones claviculares, dos en las costales y una en el pectoral y se atribuye como causa de la muerte: "las heridas del tórax y la hemorragia consecuente."

Pero un oficial del ejército ha contado ante los periodistas diez heridas, una más que en el acta, ésta última en la garganta, y que no ha sido mencionada en la autopsia. La contradicción pasa desapercibida en estos primeros momentos, así como también el hecho de que las heridas en el tórax eran mortales, por lo tanto, de ser la autopsia correcta, El Che no podía haber sido capturado vivo aunque gravemente herido y trasladado aún vivo a La Higuera, como se había dicho en la segunda conferencia de prensa y con la herida en la garganta, mucho menos podía haber hablado con sus captores. La chapucería del ejército boliviano comienza a mostrarse. Se pusieron de acuerdo para ejecutarlo, pero no para explicar cómo había muerto.

Les queda ahora a los militares una tarea pendiente, decidir qué hacer con el cuerpo. A las 10 de la mañana ha llegado un telegrama del jefe del estado mayor, el general Juan José Torres: "Restos de Guevara deben ser incinerados y cenizas guardadas aparte." Pero no se puede desaparecer el cuerpo sin antes haber logrado una identificación concluyente. Más peligroso aún que la tumba del Che, es el fantasma del Che. Ovando sugiere que se le corte la cabeza y las manos y se embalsamen para poder obtener de ellas más tarde una identificación que no deje lugar a dudas. El agente de la CIA, Félix Rodríguez, trata de convencer a Ovando de que es suficiente con las manos, para confirmar las huellas digitales, que el gobierno boliviano quedaría a los ojos del mundo como una tribu de bárbaros si le cortan la cabeza.

Nuevamente se practica una operación en el hospital. La situación de tensión, la carnicería con el cuerpo muerto, resulta demasiado para uno de los médicos, el doctor Martínez Casso, quien se emborracha. Es el doctor Abraham quien le corta las manos al cadáver a la altura de las muñecas y las introduce en un cilindro con formol. Se toma además una mascarilla del rostro, pero, según testimonio de la enfermera Susana Osinaga, "al hacer la mascarilla de cera le destrozaron la cara."

Hacia las tres de la mañana de la madrugada del 11 de octubre, el coronel Zenteno y el teniente coronel Selich, a cargo de la operación, comisionan al capitán Vargas Salinas, el hombre que hace un mes emboscó a la guerrilla de Vilo Acuña, para que disponga del cadáver del Che y de los cuerpos de Pacho Montes de Oca, Olo Pantoja, Simón Cuba, Aniceto, el Chino Chang, René Martínez Tamayo, siete en total. Por ningún motivo debe quedar una tumba localizable del Che, no debe haber en Bolivia un lugar donde pueda rendirse culto al muerto y sus compañeros. Originalmente se habla de incinerarlos, aunque uno de los médicos les ha explicado a los militares lo difícil que resulta incinerar un cuerpo sin horno crematorio.

A pesar de las precauciones, un anciano que trabaja enfrente del Hospital de Malta los verá operar en la oscuridad y se lo cuenta diez años más tarde al periodista Guy Guglietta:

—Pusieron su cadáver en la vieja lavandería y después lo sacaron junto con los otros. Se lo llevaron esa noche en un gran camión del ejército. Tiraron los cadáveres sobre el camión y partieron.

—¿Dónde fue el camión?

—¿Quién sabe?

Pero el periodista Erwin Chacón, de "Presencia", quien no ha sido invitado a la fiesta que Ovando da a los militares en el casino de Vallegrande esa noche, tiene una vaga idea. Ha estado haciendo guardia ante el Hospital de Malta y puede seguir el rastro del camión hasta el cercano cuartel. Ahí se pierden las huellas. Sabe también que Selich y Vargas son los hombres que han tenido la sucia tarea de enterrar clandestinamente, de desaparecer, el cuerpo del Che.

El cadáver había sido trasladado en un camión hasta el cuartel del regimiento Pando en Vallegrande. Ahí estaban a la espera de la escuadra nocturna de enterramiento cuatro tanques de combustible listos para incinerar los cuerpos, a pesar de la advertencia de los médicos, pero amanecía el 11 de octubre y el capitán Vargas se decidió por un entierro clandestino. Aprovechando la existencia de unas obras a un costado del regimiento y al lado de la pista de aviación, los enterradores arrojaron los cuerpos a un hoyo y los cubrieron de tierra con una volqueta.

Para los efectos de la opinión pública, el cuerpo ha desaparecido. A partir de ese momento los altos mandos del ejército boliviano entran en una fiesta de declaraciones contradictorias y ridículas respecto al destino del cadáver del Che. Mientras Torres decía que había sido incinerado, Ovando hablaba de un entierro secreto y Barrientos lo confirmaba, lo que obligaba a Torres a corregir diciendo que primero había sido incinerado y luego enterrado.

El 13 octubre a las 6:15, Lyndon Johnson recibe un memorándum de Rostow: "Señor presidente, se me dice que le preguntó a Covey Olivier si era verdad que los bolivianos habían cremado el cuerpo del Che Guevara. La CIA le dijo al Departamento de Estado que ése era el caso."

Un día después tres inspectores de la policía argentina realizan pruebas caligráficas con los diarios y toman huellas digitales a las manos que se conservan en el recipiente lleno de formol. La identificación resulta positiva al compararse con viejos documentos de identidad.

Other books

Area 51: The Legend by Doherty, Robert
Ojalá fuera cierto by Marc Levy
Burning Bright by Megan Derr
A Deadly Judgment by Jessica Fletcher
The Future of the Mind by Michio Kaku
Deliver the Moon by Rebecca J. Clark
In Defence of the Terror by Sophie Wahnich
Odds Against Tomorrow by Nathaniel Rich
Through the Ice by Piers Anthony, Launius Anthony, Robert Kornwise