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Authors: Bill Bryson

Tags: #Ensayo, Historia

En casa. Una breve historia de la vida privada (43 page)

BOOK: En casa. Una breve historia de la vida privada
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El experto en gérmenes más famoso del mundo es casi con toda seguridad el doctor Charles P. Gerba, de la Universidad de Arizona, cuya dedicación a esta especialidad es tal que eligió Escherichia como segundo nombre de uno de sus hijos, en honor a la bacteria
Escherichia coli
. El doctor Gerba confirmó hace unos años que los gérmenes del hogar no siempre están en grandes cantidades allí donde cabría esperar. En una famosa investigación, calculó el contenido bacteriano de distintas habitaciones en diversas casas y descubrió que la superficie normalmente más limpia era el asiento del inodoro. Y ello se debe a que la limpiamos con desinfectante con más frecuencia que cualquier otra superficie. En contrapartida, la superficie de las mesas de trabajo tiene en promedio más bacterias que el asiento del inodoro.

La zona más sucia era el fregadero de la cocina, seguido muy de cerca por las superficies de la cocina, y el objeto más sucio era el trapo de cocina. La mayoría de trapos de cocina están impregnados de bacterias y, cuando utilizamos esos trapos para secar las superficies (o los platos, o la tabla para cortar el pan, o las barbillas grasientas, o cualquier otra superficie), los microbios se transfieren de un lugar a otro, permitiéndoles con ello nuevas oportunidades de criar y proliferar. La segunda forma más eficiente de propagar gérmenes, descubrió Gerba, es tirando de la cadena del inodoro con la tapa levantada. Esta acción arroja al ambiente miles de millones de microbios. Muchos se quedan en el aire, flotando como minúsculas burbujas de jabón, a la espera de ser inhalados, durante un espacio de tiempo que puede llegar a las dos horas; otros se instalan en objetos, como el cepillo de dientes. Una nueva razón, claro está, para bajar la tapa del inodoro.

Casi con toda seguridad, el descubrimiento más memorable de los últimos años con respecto a los microbios lo realizó una emprendedora estudiante de secundaria de Florida que comparó la calidad del agua de los servicios de los restaurantes de comida rápida de su ciudad con la calidad del hielo de los refrescos. Descubrió que, en el 70 % de los establecimientos inspeccionados, el agua de los servicios estaba más limpia que el hielo.

Lo que es quizás más destacable de todas estas multitudinarias formas de vida es lo poco que a veces sabemos de ellas, y lo reciente que es lo poco que sabemos. Los ácaros no se descubrieron como tales hasta 1965, aunque en todas las camas viven millones de ellos. En un momento tan tardío como 1947, un corresponsal médico del
New Yorker
escribía: «Los acáridos se encuentran en este país de forma muy excepcional y hasta hace poco eran prácticamente desconocidos en la ciudad de Nueva York». Poco después, a finales de la década de 1940, los residentes de un complejo de apartamentos llamado Kew Gardens, en el neoyorquino distrito de Queens, empezaron a caer enfermos con síntomas similares a los de la gripe. La enfermedad llegó a conocerse como «la fiebre misteriosa de Kew Gardens», hasta que un astuto exterminador se dio cuenta de que también los ratones enfermaban y, estudiando el caso con más detalle, descubrió unos ácaros diminutos entre su pelaje —los mismos ácaros que supuestamente no existían en cantidades notables en Norteamérica— que transmitían la viruela del raquitismo a los ocupantes de los apartamentos.

Un nivel similar de ignorancia se aplica asimismo a criaturas de mayor tamaño, y en gran parte a uno de los animales más importantes y menos comprendidos de todos los que a veces se encuentran en las casas modernas: los murciélagos. Los murciélagos no gustan a casi nadie, una verdadera pena, pues hacen mucho más bien que mal. Comen cantidades impresionantes de insectos, beneficiando con ello tanto a personas como a los cultivos. Los murciélagos pardos, la especie que se encuentra más comúnmente en Estados Unidos, consumen hasta seiscientos mosquitos a la hora. El diminuto murciélago pipistrelo —que no pesa más que una moneda de tamaño pequeño— aspira tres mil insectos él solito en el transcurso de una redada nocturna. Sin los murciélagos, habría en Escocia una cantidad mucho mayor de sus característicos mosquitos, más garrapatas en Norteamérica y más fiebres en los trópicos. Los árboles de los bosques quedarían consumidos a mordiscos. Los cultivos necesitarían más pesticidas. El universo natural se convertiría en un lugar lleno de estrés. Los murciélagos son también imprescindibles para el ciclo vital de muchas plantas silvestres gracias al papel que desempeñan en la polinización y la dispersión de sus semillas. Un murciélago seba —un pequeño murciélago de América del Sur— consume hasta sesenta mil diminutas semillas en una noche. La distribución de semillas que realiza una única colonia de murciélagos seba —unos cuatrocientos individuos— puede producir nueve millones anuales de nuevos árboles frutales. Sin los murciélagos, estos árboles frutales ni siquiera llegarían a existir. Los murciélagos son asimismo críticos para la supervivencia en estado salvaje de los aguacates, las balsas, las bananas, la fruta del pan, los anacardos, el clavo, los dátiles, los higos, las guayabas, los mangos, los melocotones y el cactus saguaro, entre muchas otras plantas.

En el mundo existen muchos más murciélagos de lo que la gente cree. De hecho, cerca de una cuarta parte de las especies de mamíferos —unas mil cien en total— son murciélagos. Su tamaño oscila entre el minúsculo murciélago abejorro, que en realidad no es más grande que un abejorro y, por lo tanto, es el menor de todos los mamíferos, hasta el magnífico zorro volador de Australia y del sur de Asia, cuyas alas pueden alcanzar una envergadura de hasta un metro y medio.

En el pasado se han hecho intentos de sacar provecho de las especiales características de los murciélagos. Durante la Segunda Guerra Mundial, el ejército norteamericano invirtió mucho tiempo y dinero en un extraordinario plan para armar a murciélagos con diminutas bombas incendiarias y lanzarlos desde aviones en grandes cantidades —hasta un millón a la vez— sobre territorio japonés. La idea era que los murciélagos se posasen en aleros y tejados, y que poco después los pequeños detonadores de los temporizadores se accionasen y los animales se prendieran fuego, provocando cientos de miles de incendios.

Pero crear la cantidad necesaria de minúsculas bombas y temporizadores exigía mucha experimentación y genialidad; finalmente, en la primavera de 1943, los trabajos habían avanzado lo suficiente como para programar una prueba en Muroc Lake, California. Por no decir algo peor, las cosas no salieron según lo preveía el plan. Por tratarse de un experimento, los murciélagos iban armados cual bombas vivientes cuando fueron lanzados. Pero la idea no era buena. Los murciélagos no aterrizaron en ninguno de los lugares designados, sino que destruyeron todos los hangares y la mayoría de los almacenes del aeropuerto de Muroc Lake, además del coche de un general del ejército. El informe del general sobre los sucesos de aquel día debía de ser de interesante lectura. En cualquier caso, el programa fue cancelado poco después.

Un plan menos disparatado para utilizar a los murciélagos, pero que tampoco alcanzó el éxito esperado, fue el concebido por un tal doctor Charles A. R. Campbell, de la Tulane University Medical School. La idea de Campbell consistía en construir «torres murciélago» gigantes, donde los murciélagos se posaran y criaran y que utilizaran como base para devorar mosquitos. Con ello, creía Campbell, se reduciría de forma sustancial la malaria y se obtendría guano en cantidades comercialmente rentables. Se construyeron varias torres, y algunas siguen todavía en pie, aunque en estado precario, pero el invento nunca funcionó. Por lo que se ve, a los murciélagos no les gusta que les digan dónde tienen que vivir.

En Estados Unidos, los murciélagos fueron perseguidos durante años por las autoridades sanitarias debido a la exagerada —y a veces irracional— preocupación de que transmitían la rabia. La historia empezó en octubre de 1951, cuando una mujer anónima del oeste de Texas, esposa del dueño de una plantación de algodón, se tropezó con un murciélago en la carretera al salir de su casa. Creyó que estaba muerto, pero cuando se inclinó para mirarlo, el animal dio un salto y le mordió en el brazo. Un hecho excepcional. Los murciélagos norteamericanos son insectívoros y nunca se ha oído decir que hayan mordido a un humano. La mujer y su marido desinfectaron y vendaron la herida —era pequeña— y ya no le dieron más importancia. Tres semanas después, la mujer ingresó delirando en un hospital de Dallas. Estaba «salvajemente agitada» y no podía ni hablar ni tragar. Su mirada era de terror. Fue imposible ayudarla. La rabia puede tratarse con éxito, pero solo si el tratamiento es inmediato. En cuanto aparecen los síntomas, ya es demasiado tarde. Después de cuatro días de indecible angustia, la mujer entró en coma y murió.

Empezaron a brotar casos dispersos de personas mordidas por murciélagos rabiosos en otros lugares: dos en Pennsylvania, uno en Florida, Massachusetts y California, dos más en Texas. Todo ello en el espacio de cuatro años, por lo que no puede decirse que fuera un hecho incontrolado, pero causó preocupación. Finalmente, el día de Año Nuevo de 1956, un funcionario de salud pública de Texas, el doctor George C. Menzies, ingresó en un hospital de Austin con síntomas de rabia. Menzies había estado estudiando cuevas en la zona central de Texas en busca de pruebas de la existencia de murciélagos transmisores de la rabia, pero no había recibido ningún mordisco ni había estado expuesto a la rabia. Aun así se había infectado, y después de dos días de cuidados intensivos falleció de la manera habitual, con sufrimiento y terror, con los ojos como platos.

El caso recibió amplia cobertura y dio como resultado una histeria vengativa. Funcionarios de alto nivel llegaron a la conclusión de que el paso necesario y urgente no era otro que la exterminación. Los murciélagos se convirtieron en las criaturas con menos amigos de Estados Unidos. Y siguieron años de firme persecución en los que la población de murciélagos en muchos lugares sufrió una depredación espantosa. En un caso en concreto, la mayor colonia de murciélagos del mundo, localizada en Eagle Creek, Arizona, experimentó un descenso de su población tal que pasó de treinta millones de individuos a tres mil en cuestión de pocos años.

Merlin D. Tuttle, un destacado especialista en murciélagos estadounidense y fundador de Bat Conservation International, una institución sin ánimo de lucro dedicada a los murciélagos, relató una historia, publicada en el
New Yorker
en 1988, de un caso en que los funcionarios de salud pública de Texas le dijeron a un granjero que, si no mataba a los murciélagos que habitaban en una cueva situada en sus terrenos, él, su familia y su ganado corrían un grave riesgo de contraer la rabia. Siguiendo esas instrucciones, el granjero llenó la cueva de queroseno y le prendió fuego. La explosión mató a casi un cuarto de millón de murciélagos. Cuando Tuttle entrevistó posteriormente al granjero, le preguntó cuánto tiempo llevaba su familia como propietaria de aquellas tierras. «Cerca de un siglo», le respondió el granjero. «Y en todo ese tiempo —prosiguió Tuttle— ¿habían tenido algún problema con la rabia?» «No», le respondió el granjero.

«Y cuando le expliqué el valor de los murciélagos y lo que había hecho, se derrumbó y se echó a llorar», dijo Tuttle. De hecho, tal y como Tuttle destacó, «muere anualmente más gente como consecuencia de intoxicaciones alimentarias en los picnics de la Iglesia que personas hayan podido morir a lo largo de la historia por contacto con los murciélagos».

Hoy en día, los murciélagos se cuentan entre los animales en mayor peligro. Cerca de una cuarta parte de las especies de murciélagos están en las listas de observación por posible peligro de extinción —una proporción asombrosa y horrorosamente elevada para una criatura tan vital como esta— y unas cuarenta especies están a punto de ser extinguidas. Al ser los murciélagos animales tan solitarios y a menudo tan complicados de estudiar, las cifras en lo referente a su población siguen siendo inciertas. En Gran Bretaña, por ejemplo, no se sabe muy bien si sobreviven diecisiete o dieciséis especies de murciélago. Las autoridades carecen de pruebas suficientes para decidir si el mayor murciélago con orejas de ratón está extinto o simplemente se encuentra en horas muy bajas.

Lo que

es seguro es que las cosas van a ponerse más feas en todas partes. A principios de 2006, se descubrió entre los murciélagos que hibernaban en una cueva de Nueva York una nueva enfermedad tremendamente letal de origen fúngico, conocida como el síndrome de la nariz blanca (porque en las víctimas deja blanco el pelaje que rodea su nariz). La enfermedad mata hasta el 95 % de los murciélagos infectados. Se ha expandido ya a media docena de estados más y seguirá expandiéndose. A finales de 2009, los científicos seguían sin tener idea sobre el hongo que mata a su huésped, cómo se contagia, dónde se originó o cómo detenerlo. Lo que es seguro es que el hongo se adapta y sobrevive en condiciones frías, una mala noticia para los murciélagos de gran parte de Norteamérica, Europa y Asia.

Hay criaturas tan modestas y con frecuencia tan poco estudiadas, que apenas somos conscientes de que están al borde de la extinción. Gran Bretaña perdió veinte especies de mariposa nocturna a lo largo del siglo
XX
, y apenas protestó nadie por ello. Cerca del 75 % de las especies británicas de mariposa nocturna ha sufrido un declive de su población. La intensificación agrícola y los pesticidas cada vez más potentes se cuentan entre las causas probables de estos descensos, pero nadie lo sabe en concreto. Las especies de mariposas sufren el proceso de un modo similar, con al menos ocho de ellas en sus cifras más bajas de todos los tiempos y de nuevo por motivos que no pasan de simples suposiciones. Las repercusiones podrían ser considerables. Muchas aves son peligrosamente dependientes de una población sana de mariposas nocturnas y mariposas. Una sola familia de herrerillos comunes podría necesitar unas quince mil orugas por temporada. Por lo tanto, los descensos en la población de insectos significan también un descenso en la población de aves.

III

Pero hay que decir que el movimiento en cuanto al número de poblaciones de ciertas especies no va siempre en descenso. A veces, las poblaciones aumentan de forma desmesurada, en ocasiones de tal modo que conforman incluso la historia. Y esto nunca ha sido más cierto que en 1873, cuando los granjeros del oeste de Estados Unidos y las llanuras de Canadá experimentaron una visita de alcance devastador. Llegaron, como salidas de la nada, nubes de langostas de las Montañas Rocosas, gigantescos amasijos chirriantes de movimiento y voracidad que ofuscaban el sol y devoraban todo lo que se interponía en su camino. Dondequiera que aterrizaran los enjambres de insectos, los efectos eran atroces. Devastaron campos y huertos y consumieron prácticamente todo aquello sobre lo que se posaron. Comían cuero y lona, coladas tendidas al sol, la lana del lomo de ovejas vivas, incluso los mangos de madera de las herramientas. Un testigo del fenómeno dijo, asombrado, que llegaban en cantidades tan espectaculares que apagaron incluso un incendio de considerable envergadura. Fue, según muchos testigos, como vivir el fin del mundo. El ruido era ensordecedor. Se estima que una nube podía llegar a alcanzar tres mil kilómetros de longitud por ochenta de anchura. Tardaba hasta cinco días en pasar en su totalidad por un punto determinado. Y se cree que una nube podía llegar a contener diez mil millones de insectos, aunque hay estimaciones que sitúan la cifra incluso en 12,5
billones
, con un peso de 27,5 millones de toneladas. Fue, sin lugar a dudas, la reunión más enorme de seres vivos jamás vista en la Tierra. Nada conseguía desviar a las langostas. Cuando dos nubes coincidían, se cruzaban y emergían por el otro lado sin víctimas. Ni a golpes de pala ni rociándolas con insecticida se conseguían resultados significativos.

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