El espectro del Titanic (11 page)

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Authors: Arthur C. Clarke

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: El espectro del Titanic
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Bradley señaló al cachorro.

—Eso no me parece muy geométrico.

Con sorpresa, vio que Ada le recompensaba con una sonrisa encantadora.

—Tendría que ver a
Lady
cuando la secan después del baño, con el pelo apuntando en todas las direcciones. Parece un bonito fractal en tres dimensiones.

Bradley no entendió el chiste pero coreó la carcajada general. Ada tenía un sentido del humor que la salvaba; podría llegar a gustarle, siempre que recordara que debía tratarla como si tuviera el doble de edad.

Con arrojo, Bradley aventuró otra pregunta.

—Ese número 1,999 que está pintado en el cobertizo será una alusión al famoso programa fin de siglo de tu madre, supongo.

Donald Craig rió entre dientes.

—Buen intento, Jason. Es lo que supone la mayoría. Explícaselo despacito, Ada.

La formidable Miss Craig depositó en la hierba a su cachorro que se alejó a investigar la base del ciprés más cercano. Bradley tuvo la desagradable impresión de que Ada trataba de calcular su coeficiente intelectual antes de responder:

—Si mira atentamente, Mr. Bradley, verá que hay un signo menos delante del número y un punto encima del último nueve.

—¿Y eso?

—Eso quiere decir, en realidad, menos uno coma nueve nueve nueve nueve por los siglos de los siglos.

—Amén —dijo Pat.

—¿Y no sería más fácil poner menos dos?

—Eso es exactamente lo que dije yo —rió Donald Craig—. Pero no le venga con eso a un matemático de verdad.

—Creí que usted era bastante bueno.

—Oh, nada de eso; comparado con Edith, yo soy un humilde aporreador de bytes.

—…y comparado con la señorita, supongo. Realmente, he empezado a perder pie y, en mi profesión, eso puede ser grave.

La risa de Ada ayudó a disipar la extraña sensación de incomodidad que Bradley sentía desde hacía unos minutos. Aquel lugar tenía algo que le deprimía, un algo amenazador que gravitaba en el umbral de la conciencia. De nada servía tratar de analizarlo deliberadamente: aquel huidizo jirón de recuerdo se escurría tan pronto como él trataba de asirlo. Tendría que esperar. Ya llegaría en su momento.

—Me ha preguntado qué leía, Mr. Bradley…

—Llámame Jason, por favor…

—…pues mire.

—Debí suponerlo. Él también era matemático, ¿no? Pero debo confesar que no he leído
Alicia
. Nuestro equivalente más próximo es
El mago de Oz
.

—Yo también lo he leído. Pero Dodgson, es decir, Carroll, es mucho mejor. ¡Cómo le hubiera gustado esto!

Ada señalaba con un movimiento de la mano los estanques y la caseta con su enigmática inscripción.

—Verá, Mr. Brad…, Mr. Jason…, esto es Extremo Oeste. Menos dos es el infinito para el conjunto M; más allá, no hay absolutamente
nada
. Esta parte por la que ahora andamos es la Punta y este estanque pequeño es el último de los miniconjuntos del lado negativo. Un día plantaremos un arriate de flores, ¿verdad, Pat? Esto dará una idea del fantástico detalle que puede haber en torno a los lóbulos principales. Y hacia allí, en el Este, la cúspide en que se unen los dos lagos mayores, es el Valle del Hipocampo, a menos punto siete cuatro cinco. El origen, cero cero, desde luego, está en el centro del lago mayor. El conjunto no se prolonga hacia el Este; la cúspide del Cruce de los Elefantes, allí, frente al castillo, está alrededor de más punto dos siete tres.

—Me fío de tu palabra —respondió Bradley, completamente apabullado—. Tú sabes perfectamente que yo no tengo ni la más remota idea de lo que me estás hablando.

Esto no era del todo cierto, ya que resultaba evidente que los Craig habían utilizado su dinero para construir este paisaje al que habían dado la forma de una estrambótica función matemática. Parecía una obsesión relativamente inofensiva; había formas mucho peores de gastar el dinero. Y debían de haber dado mucho trabajo a la gente del pueblo.

—Me parece que ya es suficiente, Ada —dijo Donald Craig con más firmeza que la demostrada hasta el momento—. Vamos a dar un poco de almuerzo a Mr. Jason antes de que lo arrojemos de cabeza al conjunto M.

Salían de la avenida arbolada en el punto en que el estrecho canal se conectaba con el más pequeño de los estanques, cuando el cerebro de Bradley desbloqueó el recuerdo. Claro… el agua tranquila, la barca, los cipreses: ¡todos los elementos clave del cuadro de Böcklin! Era increíble que no se hubiera dado cuenta antes…

La obsesiva música de Rachmaninov brotó de las profundidades de su cerebro… sedante, familiar. Ahora que había identificado la causa de su leve desazón, la sombra se apartó de su espíritu.

Ni siquiera después creyó realmente que aquello hubiera sido un presentimiento.

XIX. «¡Suban al
Titanic

Lenta, morosamente, miles de toneladas de hierro empezaron a vibrar; parecía que un monstruo marino fuera a despertar. Las cargas explosivas que trataban de desprenderlo del fondo levantaban grandes nubes de sedimento que escondían en sus remolinos al barco naufragado.

El lodo empezaba a aflojar su abrazo secular, las enormes hélices se desincrustaban del fondo. El
Titanic
iniciaba el ascenso al mundo que abandonara hacía mucho tiempo, toda una larga vida.

La superficie hervía con la turbulencia de las profundidades. Del espumeante torbellino surgió un esbelto mástil que todavía sostenía la cofa desde la que Frederick Fleet diera la fatal noticia: «¡Iceberg a proa!».

Y la proa cortaba ya la superficie. Seguía la destrozada superestructura, la extensa cubierta, las gigantescas anclas cuyo transporte necesitara veinte caballos, las tres grandes chimeneas y el muñón de la cuarta, la gran mole de hierro acribillada de ojos de buey y, finalmente:

TITANIC

LIVERPOOL

La pantalla del monitor se oscureció. En el estudio, se hizo un breve silencio de respetuosa admiración por los efectos especiales de la película.

Entonces, Rupert Parkinson, a quien nunca faltaban las palabras, comentó, compungido:

—Temo mucho que la realidad no sea tan espectacular. Desde luego, cuando rodaron esa película no sabían que el
Titanic
estaba partido en dos ni que
todas
las chimeneas habían desaparecido…, aunque hubieran debido figurárselo.

—¿Es verdad que el modelo que usaron para la película costó más que el barco original? —preguntó el presentador del Canal Diez, Marcus Kilford, llamado también
Mucus o Killjoy
(«Matalegría») por sus enemigos que eran legión.

—Eso dicen, y podría ser cierto, habida cuenta de la inflamación.

—Y ese chiste…

—…¿que hubiera sido más barato bajar el Atlántico? Créame, estoy harto de oírlo.

—Entonces, punto en boca —dijo Kilford jugueteando con el famoso monóculo que era su símbolo personal. Se creía que aquella ostentosa antigualla sólo servía para hipnotizar a los entrevistados y que carecía de función óptica. El departamento de Física del King's College de Londres había hecho un análisis informático de las imágenes reflejadas por el cristal cuando el monóculo captaba las luces del estudio, y afirmaba haberlo comprobado con un 95 por ciento de seguridad. La duda sólo se despejaría cuando alguien se apoderara del objeto, pero hasta el momento, todas las tentativas habían fracasado. Parecía estar inamoviblemente unido a Marcus, quien había advertido a posibles rateros que el adminículo estaba provisto de un minidispositivo de autodestrucción. Si éste era accionado, él no se hacía responsable de las consecuencias. Desde luego, nadie le creía.

—En la película —prosiguió Marcus—, se habla de inyectar espuma en el casco para sacar a flote el barco, como si fuera lo más natural. ¿Hubiera dado resultado?

—Depende de cómo se hubiera hecho. La presión es tan fuerte
(cuatrocientas
atmósferas) que cualquier espuma normal se comprimiría instantáneamente. Nosotros aplicaremos el mismo principio mediante nuestras microesferas. Cada una contiene su burbujita de aire.

—¿Tan robustas son como para resistir esa enorme presión?

—Sí; pruebe usted a aplastar una.

Parkinson esparció un puñado de canicas de vidrio sobre la mesita de centro. Kilford tomó una y silbó con auténtica sorpresa.

—¡Si casi no pesa!

—Es lo más nuevo —respondió Parkinson con orgullo—. Y han sido probadas en la fosa de las Marianas a una profundidad tres veces superior a la del
Titanic
.

Kilford se volvió hacia su otro personaje invitado.

—¿Y no hubieran podido hacer esto con el
Mary Rose
en 1982, doctora Thornley?

La arqueóloga marina movió negativamente la cabeza.

—Pues no: era un problema muy diferente. El
Mary Rose
estaba a poca profundidad, y nuestros buzos pudieron poner debajo un soporte. Después, la mayor grúa flotante del mundo, lo subió.

—Coser y cantar, ¿verdad?

—Sí; pero estuvo a punto de haber infartos cuando aquel tirante metálico se rompió.

—No tiene usted que jurármelo. Y ese casco lleva casi un cuarto de siglo en el dique de Southampton,
y todavía
no puede ser exhibido. ¿Su trabajo en el
Titanic
será más rápido, Mr. Parkinson, suponiendo que puedan subirlo?

—Desde luego; ésa es la diferencia entre la madera y el hierro. El mar impregnó las tablas del
Mary Rose
durante cuatro siglos. No es de extrañar que se tarde tanto tiempo en sacarlo ellas. Toda la madera del
Titanic
ha desaparecido; ya no hay que preocuparse de ella. Nuestro problema es la herrumbre; y a esa profundidad hay muy poca, gracias al frío y a la falta de oxígeno. La mayor parte del barco está o muy bien… o fatal.

—¿Cuántas de esas… microesferas necesitarán?

—Unos cincuenta Mil millones.

—¡Cincuenta mil
millones! ¿Y
cómo las bajarán?

—Sencillamente, las dejaremos
caer
.

—¿Con un peso atado a cada una? ¿Otros cincuenta mil millones?

Parkinson sonrió con cierto aire de superioridad.

—No exactamente. Nuestro Mr. Emerson ha inventado una técnica tan simple que nadie cree que vaya a funcionar. Pondremos una tubería desde la superficie hasta el barco. Extraeremos el agua con una bomba… y después, simplemente, echaremos las microesferas desde la superficie y las recogeremos abajo. Sólo tardarán unos minutos en bajar.

—Pero, sin duda…

—Oh, desde luego, tendremos que poner compuertas de aire comprimido a uno y otro extremo. Pero, esencialmente, será un proceso continuo. Cuando lleguen las microesferas, serán embaladas en fardos de un metro cúbico cada uno que nos darán una flotabilidad de una tonelada por unidad, y su tamaño será manejable para los robots.

Markus se volvió hacia la silenciosa arqueóloga.

—Doctora Thornley, ¿usted cree que funcionará?

—Supongo que sí —dijo la mujer sin convicción—, pero no soy especialista en el tema. ¿Y no tendrá que ser muy fuerte ese tubo para resistir la enorme presión del fondo?

—Eso no supondrá ningún problema; utilizaremos el mismo material. Como dice el lema de mi empresa:
TODO PUEDE HACERSE CON CRISTAL
.

—¡Publicidad no,
por favor
!

Kilford se volvió hacia la cámara y dijo en tono solemne pero con ojos chispeantes:

—Deseo aprovechar la oportunidad para desmentir rotundamente el malicioso rumor según el cual Mr. Parkinson fue visto en un lavabo de la BBC entregándome una caja de zapatos llena de billetes usados.

Todos se rieron, pero detrás del grueso cristal de la cabina de control, el productor susurró a su ayudante:

—Si vuelve a hacer esa bromita, empezaré a pensar que es verdad.

—¿Puedo hacerle una pregunta? —dijo la doctora Thornley inesperadamente—. ¿Qué hay de sus… digamos rivales? ¿Piensa que lo consigan antes?

—Bien, yo les llamaría amistosos contrincantes.

—¿Sí? —dijo Kilford escépticamente—. El primero que consiga sacar a flote su parte se llevará toda la publicidad.

—Nosotros
hacemos un planteamiento a largo plazo. Cuando nuestros nietos vengan a Florida a bucear en el
Titanic
, no les importará saber si lo subimos en el 2012 o en el 2020, aunque, desde luego, nos gustaría conseguirlo antes del centenario. —Se volvió hacia la arqueóloga—. Desearía que pudiéramos llevarlo a Portsmouth y preparar una exposición. Seria muy interesante ver juntos a la
Victoria
de Nelson, el
Mary Rose
de Enrique VIII y el
Titanic
. Cuatrocientos años de construcción naval británica. Toda una idea.

—Yo no me lo perdería —dijo Kilford—. Pero ahora me gustaría hacer un par de preguntas serias. Ante todo, se habla mucho todavía de…, bien, profanación me parece una palabra muy fuerte. Pero ¿qué podemos decir a las personas que consideran el
Titanic
como una tumba y dicen que no hay que tocarlo?

—Yo respeto su punto de vista, pero es un poco tarde para tener esos escrúpulos. Ya se han hecho
cientos
de buceos al
Titanic y
a otros barcos naufragados, con la pérdida de muchas vidas humanas, pero la gente sólo parece hacer objeciones cuando se trata del
Titanic
. ¿Cuántas personas murieron en el
Mary Rose
, doctora Thornley, y ha protestado alguien de su trabajo?

—Unas seiscientas, casi la mitad de la bajas del
Titanic
, y el barco era sólo una fracción de su tamaño. No; nunca hemos tenido quejas serias. En realidad, todo el país aplaudió la operación. Al fin y al cabo, fue sufragada con fondos privados.

—Una circunstancia que la gente no suele tomar en consideración es la de que
dentro del Titanic
debieron de morir pocas personas. La mayoría lo abandonaron y murieron ahogados o congelados.

—¿No hay posibilidad de encontrar cadáveres?

—Absolutamente ninguna. Allá abajo hay montones de criaturas hambrientas.

—Bien, me alegro de haber despejado esta triste incógnita. Pero existe algo tal vez más importante…

Kilford cogió una de las pequeñas esferas de cristal y la hizo rodar entre el índice y el pulgar.

—Van ustedes a arrojar al mar
miles de millones
de estas esferas. Inevitablemente, muchas se desperdigarán. ¿Y el impacto ecológico?

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