Read El espectro del Titanic Online

Authors: Arthur C. Clarke

Tags: #Ciencia ficción

El espectro del Titanic (15 page)

BOOK: El espectro del Titanic
5.79Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

»Mis amigos del Japón han desarrollado un sistema de congelación muy eficaz utilizando corriente eléctrica. Allá abajo la temperatura ya es de casi cero grados centígrados, por lo que se necesita muy poca refrigeración adicional.

»Ya hemos fabricado los cables de flotabilidad neutra y los elementos termoeléctricos, y nuestros robots submarinos empezarán a instalarlos dentro de unos días. Todavía estamos en negociaciones para conseguir la electricidad, y esperamos firmar contratas dentro de poco.

—¿Y cuando, ya tengan su iceberg de las profundidades, qué?

—Bien… De eso prefiero no hablar todavía.

Aunque ninguno de los presentes lo sabía, esto no era una evasiva. Realmente, no sabía lo que harían a continuación, y estaba desconcertado. ¿Qué había querido decir Kato en su última conversación? Sin duda bromeaba; desde luego, no era muy cortés eso de dejar a los socios en la ignorancia…

—Bien, Donald. ¿Algún comentario, Jason?

Bradley movió negativamente la cabeza.

—Nada importante. El plan es audaz, pero nuestros científicos no tienen nada que objetar. Y, desde luego, tiene, ¿cómo lo llaman ustedes?, justicia poética.

—¿Rupert?

—Estoy de acuerdo. Es una idea preciosa. Espero que

resultado.

Parkinson consiguió transmitir con su tono un sincero sentimiento de pesar por el fracaso que evidentemente consideraba inevitable. Fue una pequeña representación magistral.

—Bien, ahora le toca a usted. ¿En qué fase se encuentran?

—Nosotros utilizamos técnicas convencionales; nada exótico. Dado que a la profundidad del
Titanic
existe una presión de cuatrocientas atmósferas, no es práctico bombear aire comprimido para elevar un objeto. Por ello, utilizaremos esferas de vidrio hueco; tienen la misma flotabilidad a cualquier profundidad. Serán empaquetadas a millones en bloques del tamaño adecuado. Es posible que algunas se coloquen en puntos estratégicos del barco por medio de pequeños VT's, perdón; Vehículos Teledirigidos. Pero la mayoría serán fijadas a una plataforma elevadora que instalaremos bajo el casco.

—¿Y cómo piensan ustedes sujetar el
casco
a la
plataforma
?

Era evidente que se ha documentado, pensó Bradley con admiración. La mayoría de profanos hubieran dado por descontado este detalle, como si no mereciera especial atención; pero era la clave de toda la operación.

Rupert Parkinson sonrió ampliamente.

—Donald tiene sus secretillos, y nosotros, también. Pero dentro de poco haremos unas pruebas que Jason, amablemente, ha aceptado presenciar, ¿verdad?

—Sí, siempre que la Marina de los Estados Unidos pueda prestarnos el
Marvin
a tiempo. La AIFM no tiene submarinos de gran profundidad propios. Pero estamos en ello.

—Un día me gustaría sumergirme con usted… supongo —dijo Kilford—. ¿Se puede bajar una videocámara a los restos?

—Con la fibra óptica, no hay inconveniente; ya tenemos varios circuitos monitores.

—Magnífico, empezaré a hostigar a mi productor. Bien, veo que hay muchas lucecitas encendidas. Nuestro primer comunicante es Mr… perdón, debe de ser Miss… Chandrika de Silva, de Notting Hill Gate. Adelante, Chandrika…

XXIV. Hielo

—Estamos en un mercado de compradores —dijo Kato sin disimular el júbilo—. Las Armadas de los EE.UU. y de la Unión Soviética hacen guerra de precios. Por poco que apretemos, nos
pagarán
para que nos quedemos con sus juguetes radiactivos.

Los Craig lo miraban desde el otro lado del mundo, por la última maravilla de la técnica de la comunicación. El POLAR 1, inaugurado a bombo y platillo hacía sólo unas semanas, era el primer cable de fibra óptica tendido bajo el Círculo Polar Ártico. El sistema telefónico mundial, al quedar eliminado el largo recorrido hasta el satélite y la leve pero irritante demora, había mejorado sensiblemente; los interlocutores ya no se interrumpían ni perdían tiempo esperando la respuesta. Como había dicho el director general de INTELSAT sorbiéndose las lágrimas y sonriendo de labios afuera: «Ahora podremos dedicar los satélites comerciales a la misión para la que Dios los había destinado: la de servir a los aviones, barcos y automóviles, y a todos los que prefieran comunicar al aire libre».

—¿Ha cerrado ya algún trato?

—Todo quedará listo a finales de semana. Un ruski y un yanqui. Competirán entre sí para ver cuál de los dos trabaja mejor. ¿No es preferible esto que tirarse bombas uno al otro?

—Desde luego.

—Los ingleses y los franceses también tratan de entrar en liza, lo cual nos permite exigir mejores condiciones, desde luego. Podríamos, incluso, alquilar uno de los suyos para reserva. O para el caso de que decidiéramos acelerar el trabajo.

—¿Sólo para mantenernos al ritmo de «Parky and Co.» o para subir antes nuestra parte?

Hubo un corto silencio; lo justo para que la pregunta viajara hasta la Luna y regresara.

—¡Por favor, Edith! —dijo Kato—. Yo me refería a demoras imprevistas. Recuerde que esto no es una carrera. ¡Ni pensarlo! Los dos prometimos a la AIFM subirlo entre el 7 y el 15 de abril del 12. Estamos procurando asegurarnos de que vamos a cumplir el plazo, eso es todo.

—¿Y lo cumplirán?

—Permitan que les muestre una pequeña película casera. Les ruego que quiten la modalidad de grabación. No es la versión definitiva, pero me gustaría conocer su opinión.

Donald recordó que los estudios japoneses tenían larga y merecida reputación en la construcción de modelos a escala y la obtención de efectos especiales. (¿Cuántas veces había sido destruido Tokio por colecciones de monstruos?). La reproducción del barco y del fondo marino era tan exacta que no tenías la impresión de que aquello fuera un modelo a escala. El que no supiera que debajo del agua la visibilidad nunca sobrepasa los cien metros, como máximo, hubiera podido tomarlo por los verdaderos restos.

La aplastada parte trasera del
Titanic
(equivalente a un tercio aproximadamente de su longitud total, descansaba sobre un llano de lodo, rodeada de los restos que habían caído en forma de lluvia cuando el barco se partió por la mitad). La popa en sí estaba en bastante buenas condiciones, aunque una parte de la cubierta había sido arrancada, pero la parte anterior estaba como si un martillo gigante se hubiera hundido en ella. Del fondo asomaba sólo la mitad del timón: dos de las tres enormes hélices estaban completamente sepultadas. Desprenderlas iba a ser un problema difícil.

—Un buen revoltijo, ¿verdad? —dijo Kato alegremente—. Pues miren.

Un tiburón pasó nadando lentamente y, al descubrir la imaginaria cámara, se alejó alarmado. Bonito detalle, pensó Donald, aplaudiendo mentalmente a los encargados de la animación.

Ahora el tiempo se aceleró. A la derecha de la imagen, parpadeaban los números que indicaban los días: a cada segundo transcurrían veinticuatro horas. Unas esbeltas viguetas descendían del líquido cielo y se ensamblaban formando un bastidor alrededor de los restos. Gruesos cables se introducían en el destrozado casco.

Día 400: había transcurrido más de un año. El agua, hasta ahora invisible, empezaba a hacerse lechosa. Primeramente, la parte superior, después la retorcida plancha del casco y, por último, todo, hasta el mismo fondo, fue desapareciendo lentamente en un enorme bloque blanco y reluciente.

—Día 600 —dijo Kato orgullosamente—: el mayor cubito del mundo, salvo que no tiene forma de cubo. Piensen en las neveras que eso hará vender.

En Asia, quizá, pensó Donald. Pero no en el Reino Unido, ni en Belfast. Ya se habían elevado protestas, gritos de: «¡Sacrilegio!» y amenazas de boicotear todos los productos japoneses. En fin, eso era problema de Kato, y él así lo comprendía.

—Día 650: ahora el fondo ya se habrá solidificado hasta varios metros por debajo de las hélices. Todo estará encerrado en un bloque. Lo único que tendremos que hacer es subirlo a la superficie. El hielo sólo nos dará una parte de la flotabilidad que necesitamos. De modo que…

—…van a pedir a Parky que les venda unos cuantos millones de microesferas.

—Aunque no lo crea, Donald, habíamos pensado en hacerlas nosotros. Pero ¿copiar tecnología occidental? ¡Ni pensarlo!

—Entonces, ¿qué han inventado?

—Algo muy simple: utilizaremos tecnología realmente avanzada.

»No se lo digan a nadie…, pero vamos a subir el
Titanic
con cohetes.

XXV. Jason Jr.

Había momentos en los que el director delegado (Atlántico) de la Autoridad Internacional de los Fondos Marinos no tenía funciones oficiales, porque las dos partes de la operación
Titanic
avanzaban sin tropiezos. Pero Jason Bradley no era de la clase de personas que disfrutan descansando.

Puesto que no tenía que preocuparse de cumplir rigurosamente las exigencias del cargo (las rentas de sus inversiones eran varias veces superiores a su sueldo de la AIFM) se consideraba un agente libre. Otros podían verse encerrados en sus casillas del organigrama de la Autoridad, pero Jason Bradley viajaba a placer, visitando aquellos departamentos que le parecían más interesantes. A veces informaba al DG y a veces, no. Y, generalmente, era bien recibido, porque iba precedido de su fama y otros jefes de departamento lo veían más como un visitante exótico que como un rival.

Los otros cuatro subdirectores (Pacífico, Índico, Antártico y Ártico) se mostraban bien dispuestos a explicarle lo que ocurría en sus respectivos imperios oceánicos. Desde luego, ahora todos estaban unidos contra un enemigo común: el aumento general del nivel del mar. Después de más de una década de agrios debates, se había reconocido que el nivel del mar subía entre uno y dos centímetros al año.

Bluepeace y otros grupos ecologistas daban la culpa al Hombre; los científicos no eran tan categóricos. Si bien era cierto que los miles de millones de toneladas de CO2, de las centrales térmicas y de los automóviles contribuían en cierta medida al funesto «efecto invernadero», la madre Naturaleza seguía siendo la principal causante; ni los más heroicos esfuerzos de la Humanidad podían compararse a la contaminación producida por un volcán grande. Pero estos argumentos parecían muy académicos a los pueblos cuyos hogares podían dejar de existir dentro de pocas décadas.

Franz Zwicker, científico jefe de la AIFM, estaba considerado como el mejor oceanógrafo del mundo, opinión que él no se esforzaba en rebatir. Lo primero que la mayoría de sus visitas veían al entrar en su despacho era la portada de la revista
Time
con el pie: «Almirante del Mar Océano». Y ninguna de aquellas visitas se libraba de una disertación o, por lo menos, unas frases de propaganda acerca de la Operación NEPTUNO.

Es un escándalo —solía decir Zwicker—, tenemos fotos de la Luna y de Marte que muestran detalles del tamaño de una casa pequeña… ¡y la mayoría de
nuestro
planeta nos es completamente desconocido! Se gastan miles de millones en trazar el esquema genético del ser humano, con la esperanza de conseguir avances en medicina… un día. Me parece muy bien; pero levantar mapas del fondo marino con una resolución de un metro sería rentable inmediatamente. ¡Porque, con una cámara y un magnetómetro, localizaríamos
todos los
barcos naufragados desde que el hombre empezó a navegar!

A los que le tachaban de monomaníaco, solía dar la célebre respuesta de Edward Teller:

—Eso no es verdad. Yo tengo varias monomanías.

De todos modos, era indudable que la Operación NEPTUNO era la que predominaba y, después de varios meses de trabajar con Zwicker, Bradley había empezado a compartirla… por lo menos, cuando no lo acaparaba el
Titanic
.

El resultado, al cabo de meses de estudio y de exploración informática, fue el Visor Experimental de Largo Alcance Mk. Las siglas oficiales, VELA, duraron sólo una semana y entonces, de la noche a la mañana, fue sustituido…

—No se parece a su padre —dijo Roy Emerson.

Bradley empezaba a cansarse del chiste, aunque por razones que ninguno de sus colegas, salvo el director general, podía adivinar. Pero generalmente conseguía esbozar una débil sonrisa mientras mostraba la última maravilla del laboratorio a los visitantes de gran importancia. Los visitantes medianamente importantes eran atendidos por el subdirector de Relaciones Públicas.

—Nadie creerá que no le han puesto ese nombre por mí, pero es la verdad. Se da la coincidencia de que el robot de la Marina de los EE.UU. que hizo el primer reconocimiento por el interior del
Titanic
se llamaba Jason Junior. Este fue bautizado así en honor suyo.

»De todos modos, nuestro J. J. es mucho más sofisticado… y completamente autónomo. Puede accionarse por sí mismo durante días… y hasta semanas, sin intervención humana, no como el primer J. J. que era controlado por un cable; alguien dijo que era como un perrito atado a la correa;
este J. J.
puede recorrer el fondo de todos los océanos, olfateando todo lo que le parezca interesante.

Jason Junior no era mucho mayor que un hombre, tenía forma de torpedo grueso y estaba provisto de cámaras que enfocaban hacia delante y hacia abajo. La propulsión principal se la imprimía un ventilador multiaspa y varios pequeños propulsores articulados permitían controlar la posición. Su cápsula hidrodinámica tenía varias protuberancias que alojaban instrumentos, pero carecía de los manipuladores extenores de la mayoría de vehículos teledirigidos.

—¿Cómo? ¿Sin manos?

—No las necesita… eso nos da un contorno mucho más limpio, mayor velocidad y alcance. J. J. es sólo un explorador; siempre nos podemos llegar a examinar lo que haya descubierto en el fondo. O debajo, con su magnetómetro y su sonar.

Emerson estaba impresionado; ésta era la clase de máquina que atraía a su instinto mecanicista. La transitoria fama que le había proporcionado el «Limpiasón» se había evaporado hacía tiempo, aunque, no, afortunadamente, sus ingresos.

Al parecer, él era hombre de una sola idea; todos sus inventos posteriores habían fracasado; incluso su tan cacareado experimento para dejar caer microesferas hasta el
Titanic
por un tubo de aire había resultado una bochornosa
débâcle
. «El agujero en el mar» de Emerson se resistía obstinadamente a permanecer abierto y las esferas se atascaban a medio camino, a no ser que el caudal fuera tan pequeño que resultaba inoperante.

BOOK: El espectro del Titanic
5.79Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Only Mine by Susan Mallery
La horda amarilla by George H. White
The Jaguar's Children by John Vaillant
Bridge to Terabithia by Katherine Paterson
Stalker Girl by Rosemary Graham
Rain by Michelle M. Watson
The Losing Game by Lane Swift
Laced With Magic by Bretton, Barbara