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Authors: Arthur C. Clarke

Tags: #Ciencia ficción

El espectro del Titanic (6 page)

BOOK: El espectro del Titanic
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La breve secuencia de vídeo de la enciclopedia era de pesadilla: Bradley se preguntó si los submarinistas del Puget Sound dormían bien. Pero le proporcionó un dato vital. ¿Cómo conseguían aquellos intrépidos deportistas, muchos de ellos mujeres, inducir a un pacífico molusco a salir de su escondite y enzarzarse en un combate cuerpo a cuerpo? No podía creer que la respuesta fuera sencilla.

Jason, tras detenerse a hacer un par de pedidos insólitos a su proveedor habitual, cogió la maleta y se dirigió al aeropuerto.

—Serán los cien mil que he ganado con más facilidad —se dijo Jason Bradley.

XI. Ada

Una criatura tiene un doble handicap cuando el padre y la madre son personas brillantes, y los Craig habían hecho la vida de su hija más difícil aún al imponerle el nombre de Ada. Este claro homenaje a la primera teórica de la informática del mundo era el perfecto exponente de sus ambiciones para el futuro de la niña; aunque, por supuesto, hacían fervorosos votos para que éste fuera más feliz que el de la desdichada Lady Ada Lovelace, la hija de Lord Byron.

Por lo tanto, les afligía ver que Ada no tenía especial predisposición para las matemáticas. Cuando nació la niña, los amigos de los Craig solían decir que, antes de los seis años, tendría que haber descubierto, por lo menos, el teorema binomial. En realidad, la niña utilizaba su ordenador sin mostrar el menor interés por su funcionamiento; era sólo otro de los aparatos domésticos, como los videófonos, los controles remotos, los sistemas accionados por la voz, el televisor mural, el colorfax…

Ada incluso parecía tener dificultades con la simple lógica, y las entradas AND, NOR y NAND la desconcertaban. La niña tomó una instantánea ojeriza a los operadores booleanos y llegó a echarse a llorar ante un enunciado SI/ENTONCES.

—Démosle tiempo —suplicaba Donald a la, con frecuencia, impaciente Edith—. No es falta de inteligencia. Yo no entendí la aritmética recursiva hasta después de los diez años. Quizá lo suyo sea el arte. En el último boletín tenía excelentes en dibujo, modelado en arcilla…

—Y un deficiente en aritmética. Pero lo peor de todo es que no parece
importarle
. Eso es lo que me preocupa.

Donald no estaba de acuerdo, pero comprendió que, si lo decía, no conseguiría más que empezar otra disputa. El quería mucho a Ada como para ver en ella ni el menor defecto; mientras estuviera contenta y fuera relativamente bien en la escuela, se daba por satisfecho. A veces, pensaba que hubiera sido preferible no ponerle un nombre tan evocador. Pero Edith todavía parecía determinada a tener una hija genio. Esta era la menor de sus desavenencias. Realmente, de no ser por Ada, haría tiempo que se hubieran separado.

—¿Y qué hay del cachorro? —preguntó Donald, para cambiar de tema—. Sólo faltan tres semanas para el cumpleaños, y se lo prometimos.

—Bien —dijo Edith suavizando el tono momentáneamente—, todavía no está decidida. Espero que no elija algo enorme, como un gran danés. De todos modos, no es una promesa. Le dijimos que dependería de las notas.

Eso lo dijiste

, respondió Donald en silencio. Cualesquiera que sean las notas, Ada va a tener el perrito, aunque pida un perro lobo irlandés… que, si bien se mira, sería el más adecuado para esta inmensa propiedad.

Donald todavía no estaba seguro de que aquello fuera una buena idea, pero podían permitírselo y hacía tiempo que él había renunciado a discutir con Edith, una vez ella tomaba una decisión. Edith había nacido y se había criado en Irlanda y deseaba por encima de todo que Ada tuviera los mismos privilegios.

Conroy Castle había permanecido descuidado durante medio siglo y algunas de sus dependencias estaban en ruinas. Pero lo que quedaba era más que suficiente para una familia moderna, y los establos estaban bien conservados, porque últimamente habían alojado una escuela de equitación. Después de una buena limpieza y desinfección química, acomodaron perfectamente los ordenadores y el equipo de comunicaciones. La gente del pueblo pensaba que se había perdido con el cambio.

Pero, en general, los vecinos del lugar se mostraban bastante amistosos: al fin y al cabo, Edith era una irlandesa que había triunfado, aunque se hubiera casado con un inglés. Y aplaudían los esfuerzos de los Craig para devolver a los hermosos jardines por lo menos un vestigio de su esplendor decimonónico.

Una de las primeras preocupaciones de Donald, después de que hicieran habitable la planta baja del ala oeste, fue la de reparar la cámara oscura, cuya cúpula era un apéndice (no faltaba quien decía un grano) tardovictoriano de las almenas del castillo. La mandó construir Lord Francis Conroy, gran aficionado a la astronomía y fabricante de telescopios, durante la última década de su vida, después de que quedara paralítico, porque su orgullo le impedía consentir que le llevaran en silla de ruedas por sus posesiones. Lord Conroy pasaba horas contemplando la finca desde su observatorio y dando instrucciones a su ejército de jardineros con señales de banderas.

La lente se hallaba en sorprendente buen estado y proyectaba una brillante imagen del mundo exterior en el visor horizontal. Aquel instrumento fascinaba a Ada por la sensación de poder que le proporcionaba cuando enfocaba con él las tierras del castillo. Decía que era mucho mejor que la televisión… y que las viejas y aburridas películas que sus padres estaban proyectando continuamente.

Y hasta allí, sobre las almenas, no llegaba el sonido de sus voces irritadas.

XII. Un molusco de tamaño insólito

La primera mala noticia llegó poco después de que Bradley iniciara su tardío almuerzo. La «Chevron Canada» alimentaba bien a sus pasajeros distinguidos y Jason sabía que cuando llegara a St. John's poco tiempo tendría para comidas sosegadas.

—Siento molestarle, Mr. Bradley —dijo la azafata—, pero hay una llamada urgente de la oficina central.

—¿Puedo hablar desde aquí?

—Me temo que no, porque también hay vídeo. Tendrá que hablar desde ahí detrás.

—Maldita sea —dijo Bradley llevándose a la boca un trozo de espléndido filete tejano. De mala gana, apartó el plato y se dirigió a la cabina de comunicaciones situada en la cola del reactor. El vídeo era unidireccional, por lo que siguió masticando tranquilamente mientras Rawlings le daba su informe.

—Nos hemos documentado sobre los pulpos, Jason. Los de la plataforma se molestaron de que te rieras cuando te hablamos del tamaño.

—Lo siento. Miré en mi enciclopedia. Los pulpos más grandes que se conocen no tienen ni diez metros de envergadura.

—Pues mira esto.

Aunque la imagen que parpadeaba en la pantalla correspondía a una fotografía muy vieja, su definición era excelente. Mostraba a un grupo de hombres en una playa, rodeando una masa informe del tamaño de un elefante. Siguieron, en rápida sucesión, varias fotografías más, todas ellas muy claras; pero resultaba imposible adivinar lo que mostraban.

—Si tuviera que apostar, diría que es una ballena medio descompuesta. He visto, y olido, más de una. Tienen ese aspecto exactamente. Y, como no seas biólogo marino, no puedes identificarlas. Así nacen las serpientes de mar.

—No está mal, Jason. Es exactamente lo que la mayoría de especialistas dijeron en aquel momento, que por cierto era 1896. Y el lugar es Florida, para ser exactos, la playa de San Agustín.

—Se me está enfriando el bisté y esto no me abre el apetito precisamente.

—Termino en seguida. Ese bocadito pesaba unas cinco toneladas; afortunadamente, en el Smithsonian se conservó un trozo que cincuenta años después pudo volver a ser examinado por los científicos. No existe la menor duda de que
era
un pulpo; y debía de tener una envergadura de casi setenta metros. De manera que nuestro buzo no iba tan descaminado cuando habló de cien metros.

Bradley guardó silencio un momento mientras procesaba esta inesperada y poco grata noticia.

—Cuando lo vea lo creeré —dijo—. Pero no estoy seguro de querer verlo.

—Por cierto —dijo Rawlings—, tú no habrás hablado de esto con nadie, ¿verdad?

—Pues claro que no —dijo Jason secamente, molesto por la insinuación.

—Pues, de algún modo, los periodistas se han enterado. Los titulares de los fax informativos ya le llaman
Oscar
.

—Buena publicidad. ¿Qué te preocupa?

—Nosotros esperábamos que pudieras librarte del huésped sin tener a nadie mirando por encima de tu hombro.

Ahora vamos a tener que andarnos con pies de plomo; no hay que hacer daño al querido
Oscar
. Los de la Asociación Mundial para la Defensa de la Naturaleza están alerta. Y Bluepiece no digamos.

—¡Esos chalados!

—Puede que tengas razón. Pero a los de la Defensa de la Naturaleza hay que tomarlos en serio. Recuerda quién es su presidente. No queremos indisponernos con palacio.

—Me esforzaré por ser amable. Nada de bombas nucleares, desde luego. Ni siquiera una pequeña.

El siguiente bocado de su ya casi frío bisté le trajo un curioso recuerdo. Más de una vez, Bradley había comido pulpo, y le había gustado.

Esperaba poder evitar que ahora se invirtieran los papeles.

XIII. El poder de las pirámides

Cuando Ada, sollozando, fue enviada a su habitación, Edith y Donald Craig se miraron con incredulidad.

—No lo entiendo —dijo Edith por fin—. Ada no es una niña rebelde. En realidad, se llevaba bien con Miss Ives.

—Y ésta es la clase de prueba que a ella le gusta. Nada de ecuaciones: sólo bonitos dibujos y seleccionar respuestas. Déjame leer esa carta otra vez…

Edith se la entregó mientras seguía mirando el examen causante del disgusto.

Estimado Mr. Craig:

Lamento tener que comunicarle que me he visto obligada a suspender a Ada por insubordinación.

Esta mañana, su clase tuvo que hacer la prueba de percepción visual que le acompaño. Ella resolvió muy bien todos los problemas (95%), salvo el número 15. Sorprendentemente, fue la única de la clase que dio una respuesta incorrecta a esta pregunta tan sencilla.

Cuando se lo hice observar, no quiso admitir su equivocación. Incluso cuando le mostré la respuesta impresa, insistió tercamente en que todos estábamos en un error. Entonces, por disciplina, tuve que enviarla a casa.

Lo lamento sinceramente, ya que, en general, es una niña muy dócil. Quizás hablando con ella, puedan hacerla entrar en razón.

Suya afectísima,

ELIZABETH IVES (Directora)

—Casi da la impresión de que trataba de hacerlo mal
adrede
.

Edith movió negativamente la cabeza.

—Me parece que no. Aun con este error, hubiera sacado un buen promedio.

Donald contempló las pequeñas figuras geométricas de colores, causantes del disgusto.

—Sólo se puede hacer una cosa —dijo—. Ves a hablar con ella y trata de calmarla. Dame diez minutos. Con unas tijeras y un poco de cartulina, lo dejaremos bien sentado de una vez para siempre, y basta de discusiones.

—Me temo que eso sólo sea tratar los síntomas y no la enfermedad. Lo que debemos averiguar es
por qué
se empeña en que estaba en lo cierto. Es casi algo
patológico
. Quizá tengamos que enviarla a un psiquiatra.

A Donald ya se le había ocurrido la idea, pero la había rechazado inmediatamente. Años después, recordaría con frecuencia la ironía de aquel momento.

Mientras Edith consolaba a Ada, él, con el lápiz y la regla, trazó los triángulos necesarios, los cortó y pegó los extremos, formando tres muestras de las dos figuras geométricas más fáciles: dos tetraedros y una pirámide, todas, con los lados iguales. Parecía un ejercicio infantil, pero era lo menos que él podía hacer por su adorada y afligida hija.

»15 (a) —leyó—: tenemos dos tetraedros idénticos, cada uno tiene cuatro triángulos equiláteros, o sea, ocho en total.

»Si unimos cualquiera de las dos caras, ¿cuántas caras tendrá el cuerpo resultante?».

Era una prueba tan fácil que cualquier niño debía poder hacerla. Dado que dos de los ocho lados desaparecían en el cuerpo resultante, que tenía forma de diamante, la respuesta, evidentemente, era seis. Por lo menos, Ada había contestado bien
a esto

Sosteniendo la figura entre el índice y el pulgar, Donald hizo girar el pequeño diamante de papel y lo dejó caer en la mesa con un suspiro. Sus dos componentes se separaron.

»15 (b): aquí tenemos un tetraedro y una pirámide, cada uno con aristas de la misma longitud. La pirámide tiene base cuadrada y cuatro lados triangulares. Por lo tanto, en conjunto, las dos figuras suman nueve caras.

»Si unimos cualquiera de los lados triangulares, ¿cuántas caras tendrá la figura resultante?

Siete, naturalmente, murmuró Donald, puesto que dos de las nueve caras quedarán en el interior del nuevo cuerpo… Distraídamente, juntó las pequeñas figuras de cartón por sus caras triangulares.

Entonces parpadeó.

Abrió la boca.

Permaneció en silencio un momento, comprobando lo que veían sus ojos. Por su cara se extendió una lenta sonrisa, y dijo suavemente por el intercomunicador:

—Edith, Ada… venid a ver esto.

En cuanto Ada, con los ojos irritados y todavía hiposa, entró en la habitación, su padre la levantó en brazos.

—Ada —susurró acariciándole el pelo—. Estoy muy orgulloso de ti. —El asombro de la cara de Edith le satisfizo más de lo normal.

—Nunca lo hubiera creído —dijo Donald—. La respuesta era tan evidente que los que prepararon la prueba no se molestaron en comprobarla. Mira…

Cogió la pirámide de cinco caras con una mano y la unió a una de las caras del tetraedro.

La figura resultante seguía teniendo sólo cinco lados. No los siete que cabía esperar

—Aunque he hallado la respuesta —prosiguió Donald y había cierto respeto en su voz, mientras miraba a su hija que ahora sonreía—, todavía no puedo
visualizarlo
mentalmente. ¿Cómo
sabías
tú que las otras caras se alineaban de este modo?

Ada lo miró con extrañeza.

—¿Y cómo no iban a alinearse? —dijo.

Se hizo un largo silencioso, mientras Donald y Edith digerían la respuesta y, casi simultáneamente, sacaban la misma conclusión.

Ada podía tener poca predisposición para la lógica o el análisis pero su sentido espacial, su intuición geométrica, era extraordinaria. Desde luego, superior a la de sus padres, para no hablar de los que habían preparado la prueba, y sólo tenía nueve años…

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