En primera persona, Jaimito, un hombre en la cuarentena, cuenta su peculiar vida (pasada y presente). Jaimito vive solo en Miami donde graba su programa de televisión, Sofía, su ex mujer, vive con sus dos hijas en Lima, y su novio, Martín, en Buenos Aires. Jaime viaja constantemente a estas tres ciudades para atender a las diferentes facetas de su vida. Odia y ama con la misma intensidad la televisión… aunque por lo general le trae muchos problemas. Adora vivir solo y tener el piso lleno de calcetines, clips… Siempre tiene frío, es un frío crónico, así que se viste con seis pares de calcetines, cuatro jerséis, siempre amarillos o rojos. Ha mentido tanto que ya no sabe distinguir su verdad, en el caso de que ésta exista. Con su ex mujer tiene una buenísima relación y adora a sus hijas, a las cuales concede todos los caprichos del mundo con tal de verlas felices y riendo. Martín, su novio, se lleva muy bien con sus hijas pero no con su ex mujer, que no le perdona que publicara un libro en el que contaba la relación con Jaime. Ridículo, brillante, divertido, impredecible, gamberro, canalla, ocurrente, temible, real, el protagonista de esta novela es el ser más contradictorio que imaginarse pueda. Un ser caprichoso que se ríe de sí mismo y que no está dispuesto a callarse por vergüenza, un chico grande, famoso por su descaro: Jaime Bayly. Ésta es su novela más divertida y sincera.
Provocador, perezoso, romántico, autodestructivo, contradictorio, infiel, vanidoso, frívolo, coqueto, seductor y un auténtico canalla. Así es Jaime Bayly, un escritor y presentador de televisión en la cuarentena que tiene su vida organizada en un tenso equilibrio.
La relación con Martín, su novio y el único hombre del que ha estado enamorado, no es fácil, pero no quiere perderlo. Debe recorrer miles de kilómetros cada semana para ver a sus hijas, Camila y Lola, a las que adora sin condiciones. Su ex, Sofía, no termina de aceptar su bisexualidad. Su familia se escandaliza ante su exhibicionismo. Su ex suegra lo quiere matar. Él los ama a todos y lo escribe todo, es su manera de quererlos. Jaime Bayly retrata el particular mundo de Jaime Bayly con su indiscutible talento, su destreza narrativa y su brillante sentido del humor en esta descarada e inolvidable novela.
«Soy agnóstico pero rezo en los aviones. Soy materialista pero no me gusta ir de compras. Tengo amor propio pero soy autodestructivo. Soy autodestructivo pero con espíritu constructivo. Soy narcisista pero con impulsos suicidas. Soy libertino pero no me gusta el sexo. Soy libertario pero no sé lo que es eso. Creo en la democracia pero no me gusta ir a votar. Creo en el sexo seguro pero soy sexualmente inseguro. Soy impúdico pero no me gusta andar desnudo. Soy bisexual pero asexuado. Me gusta leer pero no leerme. Me gusta escribir pero no que me escriban. Soy provocador pero ya no me provoca serlo. Hablo de mi vida privada pero nunca de mi vida pública. Soy frívolo pero profundamente. No consumo drogas pero las echo de menos. Creo en el amor a primera vista pero soy miope. Me gusta ir contra la corriente pero sólo si sirve a mi cuenta corriente. Soy un mal escritor pero una buena persona. Soy una buena persona pero no cuando escribo.»
Jaime Bayly
El canalla sentimental
ePUB v1.0
Polifemo707.08.12
Título original:
El canalla sentimental
Jaime Bayly, 2008.
Editor original: Polifemo7 (v1.0)
ePub base v2.0
A Lola
La historia comienza en Miami. Es febrero, hace un frío inusual para la ciudad, voy a la televisión todas las noches, soy un rehén de la televisión porque no tengo suficiente talento para ganarme la vida como escritor o porque no tengo suficiente coraje para vivir pobremente como escritor.
Camila, mi hija mayor, que está de vacaciones con Sofía, su madre, en una playa de Lima, me escribe una lista de encargos. Como le gusta hacer bien sus tareas, consigue copiar y adherir al correo electrónico las imágenes de los productos que me encarga, de modo que, al ver claramente las cosas que me está pidiendo, no me equivoque cuando vaya a comprarlas. Se trata de ropa y cosas para el colegio.
Camila trata de enviarme esa lista por correo electrónico, pero, a pesar de que lo intenta en varias ocasiones, no la recibo, tal vez porque su buzón de Hotmail no le permite mandar un correo tan pesado o porque nada que se envíe desde Lima llega nunca a su destinatario o porque el azar conspira contra nosotros. Al pasar dos o tres días y confirmar que no me ha llegado, intenta enviármela desde una casilla de Gmail, pero, de nuevo, algo incierto impide que llegue a mi computadora.
Impaciente, le sugiero que entre a mi correo electrónico y me lo envíe a otro buzón que tengo en ese mismo servidor, que es uno que permite enviar correos pesados, con imágenes en alta resolución. Le digo por teléfono mi clave. Ella toma nota y me dice que entrará a mi correo y me enviará la lista. Al colgar, me pregunto si sentirá curiosidad de leer mis correos y, por las dudas, borro unos pocos, de índole amorosa, que prefiero que no lea.
Por suerte recibo el correo con los encargos, lo imprimo, voy a las tiendas elegidas por Camila y compro las cosas que me ha pedido. Días después viajo a Lima y le entrego el bolso con sus encargos.
Camila y Lola, mis hijas, quedan al cuidado de su abuela, mi ex suegra, porque Sofía viaja a Berlín y yo, a Buenos Aires. Estando las niñas en el colegio, mi ex suegra encuentra en el escritorio de Camila un papel en el que mi hija ha anotado mi correo y la clave que le dicté por teléfono.
Mi ex suegra no me quiere y tiene buenas razones para no quererme. Ve el papel con mi correo y mi clave y no duda en encender la computadora y meterse a espiar mis correos. No la culpo. Yo hubiera hecho lo mismo.
Lo que más desea es encontrar algún correo en el que hable mal de su hija Sofía, mi ex esposa, pero no consigue encontrarlo, porque no tengo razones para hablar mal de ella, sólo para hablar bien.
Mi ex suegra quisiera encontrar un correo envenenado contra Sofía para mostrárselo y decirle una vez más lo ruin y despreciable que soy y para probarle que no la quiero, que nunca la quise.
Pero no lo encuentra.
Luego lee algunos correos que nos hemos enviado Martín y yo, correos en los que resulta evidente que la amistad ha sido desbordada por una forma de amor que roza más la complicidad fraternal que las servidumbres convencionales de la vida en pareja. Se escandaliza por las palabras tiernas o cariñosas que nos decimos, por los diminutivos cursis, cargados de afecto, por las alusiones a los juegos amatorios que decimos echar de menos, y quizá incluso nos envidia.
No espera encontrar lo que se abre de pronto ante sus ojos: correos amatorios inflamados no de una sino de cuatro mujeres que me escriben desde distintas ciudades y a las que respondo de un modo no menos apasionado. Una se llama Lucía, es española, muy guapa, tiene veinte años, quiere ser escritora y vive en Vigo. Otra, Gabriela, es uruguaya, está casada con un futbolista en actividad (que es arquero) y dice que nunca le ha sido infiel, pero que no quiere pasarse la vida sin conocer íntimamente a otro hombre (los arqueros siempre sufren). La más osada se llama Claudia, es argentina, está casada, vive en Mar del Plata y ama a su esposo, pero se permite tener amantes a escondidas (tal vez por eso ama tanto a su esposo). Ana vive en Liniers y tiene en la espalda un tatuaje con mi nombre.
Mi ex suegra lee consternada esos correos llenos de amor (o de promesas amorosas) y tal vez piensa: Este maricón no es tan maricón como yo creía.
Lo que no sabe es que ninguna de esas mujeres ha tenido intimidad amorosa conmigo, sólo me han escrito prometiéndome que la tendrán, pero tal vez eso nunca ocurrirá y lo que necesitaban era escribirlo, permitirse esa pequeña, secreta infidelidad.
Mi ex suegra reenvía todos esos correos amorosos (o mentirosos, esto aún no está claro) al buzón de Sofía, que está en Berlín. Debemos suponer que quiere demostrarle que soy un pervertido, un hombre de lujuria insaciable que se aparea con varones y hembras de distintas nacionalidades (acusación que quizá no carece de fundamento y cuya prueba más conspicua se halla, en su opinión, en las novelas que he publicado).
Sofía lee los correos de mis amigas y seguramente piensa: Jaime es un caso perdido, menos mal que me divorcié de él. Tiene el buen gusto de no decirme nada y sigue con su vida atareada. Es, como se ve, una mujer encantadora.
No contenta con eso, mi ex suegra envía a esas mujeres un correo escrito en mayúsculas (algo insólito en mí) que dice: «NO ME GUSTAS PORQUE SOY MARICÓN Y TENGO MARIDO ARGENTINO, ADIÓS.»
Luego lee otros correos, de editores o agentes literarios o ejecutivos de televisión que me sugieren hacer tal o cual programa, y se enfada al comprobar que todavía trabajo y que me gusta mi trabajo (porque es todo menos un trabajo), y en venganza envía a esas personas un correo también escrito en mayúsculas (algo que siempre he encontrado atroz) que dice: «NO CUENTEN CONMIGO, TENGO SIDA Y ME ESTOY MURIENDO, ADIÓS.»
Mi ex suegra parece estar deseando hace años que yo contraiga esa enfermedad, porque cuando publiqué mi primera novela, me dijo por teléfono: «Ojalá que te mueras de sida tirado como un perro en las calles de Miami.» Para su desconsuelo, he contraído otros males en esta última década, principalmente el de la obesidad y el de la fatiga crónica, pero no el que me desea con tanto ardor.
Al día siguiente, recibo correos de novias cibernéticas, amigos, editores, agentes y ejecutivos de televisión, que me piden explicaciones por las líneas descomedidas que han recibido desde mi buzón y recién entonces me entero de que alguien ha penetrado en ese territorio íntimo y ha escrito unas líneas horrendas en mi nombre.
Hago algunas simples pesquisas y confirmo que es mi ex suegra la que ha espantado de ese modo tan pintoresco a la poca gente que aún me aprecia o hace esfuerzos riesgosos por quererme.
Enseguida trato de cambiar mi clave o contraseña, pero, por razones de seguridad, me preguntan cuál es mi película favorita y no sé responder. Escribo ocho, diez nombres de películas que me han gustado mucho, pero ninguno es la respuesta correcta, y por eso me impiden cambiar mi contraseña.
Escribo entonces Less than zero y descubro que es o era mi película favorita.
Finalmente les escribo a Lucía, Gabriela, Claudia y Ana, pidiéndoles disculpas, explicándoles el espionaje del que he sido víctima y rogándoles que le escriban unas líneas a mi ex suegra, diciéndole que soy un amante memorable, el mejor que han tenido.
Al caer la noche, camino al videoclub y alquilo Less than zero.
Es otoño en Buenos Aires. Grabo entrevistas para un canal de televisión. Me pagan en efectivo.
Como no confío en los bancos, decido esconder el dinero en casa.
A pesar de que no hace tanto frío, sigo usando cuatro pares de medias. No son medias comunes, son polares, de alta resistencia al frío. Tengo muchas medias, entre nuevas y usadas, desperdigadas en la habitación. Meto los billetes dentro de una media polar y la arrojo de vuelta al piso. Pienso:
Un ladrón no buscaría nunca dentro de una media. Pienso: Soy una persona astuta. Luego sigo con mi vida y me olvido del asunto.
Con los días, la cantidad de ropa sucia resulta excesiva. Todas las medias están usadas, tiradas en el piso. Debo lavarlas.