El caballero del templo (23 page)

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Authors: José Luis Corral

Tags: #Histórico

BOOK: El caballero del templo
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Diez años al frente de su compañía, bregado en batallas en la guerra de Sicilia y experimentado en el mando de hombres duros y sin escrúpulos, Roger de Flor se había convertido en un caudillo formidable. Pero ahora su protector, el rey Fadrique, ya no lo necesitaba, y sus hombres se habían quedado sin su principal fuente de ingresos. Unos seis mil almogávares, fieros y rudos soldados mercenarios reclutados en las zonas montañosas de los reinos de Aragón y Valencia y en el condado de Barcelona, que no sabían hacer otra cosa que combatir, fueron licenciados; no tendrían otro remedio que buscarse el pan en una nueva guerra.

Molay llamó a Castelnou; quería comentarle las novedades llegadas de Sicilia, pero sobre todo encomendarle un plan arriesgado aunque irrenunciable.

—Siéntate, hermano Jaime —le indicó con la mano, señalándole una silla al lado de la ventana del cuarto que el maestre del Temple utilizaba como gabinete de trabajo en el edificio principal de la encomienda de Nicosia—; tengo trabajo para ti.

—Dime, hermano maestre.

—¿Ya sabes las noticias acerca de Sicilia?

—Sí, sé que se ha firmado la paz.

—¿Y lo del traidor Roger de Flor? Al oír este nombre, Castelnou sintió un vuelco en el estómago. Hacía tiempo que no había oído hablar de él, aunque sabía que había estado al servicio del rey de Sicilia.

—Ese canalla… —musitó Jaime—. ¿Qué ha sido de él?

—Se ha quedado sin trabajo. Hace tiempo que pretendemos atraparlo, aunque hasta ahora no ha sido posible; mientras lo protegía el rey de Aragón o su hermano el de Sicilia, no podíamos hacer otra cosa que reclamar su entrega, pero las cosas han cambiado. Esta paz lo ha dejado sin apoyo, y por eso vamos a ir a por él. Lo que hizo en Acre no puede quedar sin castigo; el Temple fue burlado por ese ladrón sin entrañas, y como maestre de la Orden no puedo consentirlo. Buena parte de nuestro prestigio se desvaneció cuando ese canalla nos robó
El halcó
, nuestra mejor galera.

—¿Qué plan has pensado, hermano maestre?

—Ejecutarlo. Su acción merece la muerte, pero si es posible, antes lo traeremos hasta aquí vivo y será juzgado conforme a nuestra regla. Aunque esta misión va a ser muy difícil. Se ha convertido en el caudillo de una compañía de varios miles de hombres, todos ellos aguerridos y forjados en años de combates navales y terrestres. Sus soldados se llaman almogávares, y por lo que sabemos veneran a su jefe casi como a un dios, de modo que va a ser difícil llegar hasta él. Ahora bien…, existe una posibilidad.

—¿Cuál?

—Que te conviertas en uno de ellos. Te harás pasar por un mercenario catalán; eres natural del norte de esa región, y viviste allí durante toda tu infancia y juventud, no te será difícil interpretar ese nuevo papel.

—Pero, ¿cómo llegaré hasta él?

—Enrolarte en su compañía de armas no será difícil, y menos aún teniendo en cuenta tu habilidad con la espada. Ahora bien, acercarte a él será más complicado; sabemos que una guardia personal de cincuenta hombres le cubre las espaldas día y noche, por lo que tendrás que actuar con sumo cuidado.

—Olvidas una cosa, hermano maestre. Roger de Flor me conoce; en mi viaje a Tierra Santa desde Barcelona fue su galera la que nos llevó hasta Acre, y después me enfrenté con él en ese puerto, aunque Roger estaba sobre el puente del navío y yo en el muelle. Es probable que me reconozca.

—No lo creo. Durante estos años habrá visto a miles de hombres como tú. Te conoció hace años como caballero templario: barba, pelo rapado, hábito blanco… Ahora tendrás un aspecto muy distinto. Te afeitarás la barba y el bigote, te dejarás el pelo largo, al menos hasta la altura de los hombros, y vestirás como un almogávar. Ya cambiaste tu aspecto por el de un mercader catalán cuando fuiste a negociar la alianza con los mongoles. Con tu nueva imagen, no te reconocería ni tu propia madre.

—Yo no olvidaré jamás su rostro; recuerdo muy bien su mirada cuando nos robó
El halcó
. para hacer negocios con las atribuladas damas de Acre. Ese día ganó una verdadera fortuna, y lo hizo extorsionando a mujeres indefensas, aprovechándose de su desesperación y utilizando nuestra mejor galera. Es un traidor.

—Sí, todo eso es cierto, hermano Jaime, pero las circunstancias han cambiado. Sus hombres lo veneran porque se comporta como uno más de ellos; y, por cierto, el Temple no está bien visto entre la gente que lo rodea. Hay muchos que piensan que lo que hizo en Acre fue un acto digno de aplauso. Son demasiados los que se alegran de que se burlara de la Orden. Tenemos más enemigos de lo que parece, son muy poderosos y no dudarán en ayudar a Roger de Flor si eso nos perjudica o nos molesta. No lo olvides.

—¿Qué debo hacer? —preguntó Castelnou.

—Atrapar a Roger de Flor mediante un engaño. Escucha atentamente. He enviado a dos espías para que intenten convencer a ese alemán renegado de que el rey de Armenia está interesado en contratar sus servicios como comandante militar junto con toda su compañía. Tenemos que lograr que caiga en la trampa y que crea que es verdad cuanto se le diga. Unas galeras del Temple, camufladas como si hubieran sido contratadas por el rey de Armenia, recogerán a los almogávares en Bari, con la promesa de trasladarlos desde allí hasta las costas de Cilicia. Pero nada de eso será cierto; todas las galeras serán desviadas a diversos puertos bizantinos, menos aquella en la que esté embarcado Roger de Flor. Esa recalará en el puerto de Limasol, y allí lo estaremos esperando.

—Aguarda. Roger de Flor es un marino experto, dicen que el mejor de todo el Mediterráneo; se dará cuenta enseguida de la trampa. Para él no será difícil averiguar que las naves son templarias, que han sido dispersadas a propósito y que la suya navega hacia Chipre y no hacia otra parte.

—Hemos previsto esa contingencia. Una mujer viajará en la misma galera que Flor, una mujer muy hermosa, demasiado hermosa como para resistir la tentación de tomar su cuerpo tras varios días de travesía; bastarán unos polvos en una copa de vino para que pierda el sentido y entre en estado de sopor hasta que se encuentre en nuestras manos.

—¿Y los demás almogávares? ¿Crees que se mantendrán tranquilos si saben que su jefe ha sido apresado?

—Sin su caudillo al frente, la compañía se deshará como la nieve bajo los rayos del sol de mediodía. Puede que incluso contratemos a algunos de ellos como soldados a nuestro servicio. ¿Sabes?, los mongoles y Hethum de Armenia están reconsiderando su actitud; saben que lo que hicieron tras el triunfo de Hims fue un fatal error; su precipitada retirada permitió que los mamelucos se rehicieran, y todo nuestro plan se vino abajo pese a la victoria. Hemos recibido noticias del rey de Armenia; ha hablado con el ilkán Ghazan y ambos están dispuestos a emprender una nueva campaña, ahora con la intención de acabar de verdad con los mamelucos.

»No quisiera morir sin ver de nuevo nuestro estandarte blanco y negro ondear sobre los muros de Jerusalén y a nuestros hermanos rezar ante el sepulcro del Salvador. Podemos tener una segunda oportunidad, y desde luego no hay que desaprovecharla. Y si este plan resulta como espero, el Temple volverá a ser poderoso para mayor gloria del Señor.

»Y si encerramos a ese condenado Roger de Flor en una de nuestras cárceles, mi alma podrá descansar en paz, porque habré cumplido el mandato que los hermanos me otorgasteis al elegirme como vuestro maestre.

Capítulo
II

J
aime de Castelnou se recortó la barba y se dejó crecer el pelo. Su nuevo aspecto debía ser bien distinto del de un caballero templario, para parecerse poco a poco a un verdadero almogávar, uno de esos hombres fieros y rudos nacidos en las tierras fragosas y montaraces de los dominios del rey de Aragón, siempre dispuestos a la gresca a cambio de una soldada, y a cumplir las órdenes de su jefe hasta el fin. Bueno, en esa cuestión al menos Jaime estaba acostumbrado, pues la obediencia al superior y la disciplina según la regla templaria es lo que había practicado en los últimos catorce años de su vida.

La compañía de Roger de Flor era un verdadero ejército compuesto por seis mil hombres y treinta y dos barcos, entre los que había varias galeras de guerra tan bien equipadas como las venecianas, las genovesas o las del rey de Aragón; muchos de ellos viajaban con sus familias, de modo que no sólo luchaban por una soldada, sino también por el pan de los suyos y la continuidad de su linaje.

Desde que Fadrique de Sicilia le comunicara que ya no necesitaba de sus servicios militares, Roger de Flor había buscado un nuevo monarca al que ofrecer sus armas y las de sus hombres. La compañía de almogávares era una máquina construida para la guerra, y funcionaba con una extraordinaria precisión y eficacia. La lealtad al jefe y la defensa mutua eran dos características que le otorgaban la homogeneidad en la que radicaba su fuerza.

El comandante de los almogávares, mientras el maestre del Temple y Jaime de Castelnou definían un plan para capturarlo, tomó una decisión inesperada que desbarató el plan ideado por Molay. En la primavera de 1302 envió unos emisarios ante la corte del emperador de Bizancio. Constantinopla, la populosa ciudad que los cruzados saquearan hacía ya un siglo, había vuelto a recuperar su condición de capital del imperio Bizantino tras varios decenios de dominio latino. Pero Bizancio seguía amenazado por la cercanía de una potencia que crecía en fuerza y en poder. Los turcos otomanos, fieros guerreros descendientes de una tribu semi nómada que había emigrado desde el centro de Asia hacia Occidente dos siglos atrás, amenazaban a la propia Constantinopla desde sus posesiones en Anatolia donde acababan de fundar un reino.

Roger de Flor evaluó su complicada situación y concluyó que la única salida que se le presentaba era ofrecerse como mercenario al emperador bizantino Andrónico II. En principio, el emperador dudó, pues la anterior experiencia con los latinos había sido demoledora para Bizancio, pero no tenía un ejército con el que hacer frente a la amenaza de los turcos y al fin accedió, y permitió que Roger de Flor y su compañía se desplazaran hasta sus dominios. Los almogávares serían las tropas de choque del Imperio a cambio de una cuantiosa paga.

Jaime de Castelnou, en su nuevo papel de soldado de fortuna, se dirigió al encuentro de los almogávares, que se habían concentrado en el puerto siciliano de Mesina para viajar hacia Bizancio. Allí se enteró de que el plan que acordara con Molay ya no servía para nada; las galeras enviadas por el Temple como si fueran del rey de Armenia habían tenido que regresar a Chipre con la hermosa mujer que debería haber embaucado al caudillo de los almogávares, y Castelnou dudó entre seguir adelante él solo o renunciar a acabar con Flor y regresar a Chipre. Lo más sensato hubiera sido volver a Nicosia y trabajar en un nuevo plan, pero Jaime tomó la decisión de seguir el rastro del renegado. Ya se le ocurriría alguna cosa en cuanto pudiera contactar con él.

Durante varias semanas recorrió las costas del oeste de Grecia, recalando en varios puertos hasta que entró en contacto con una de las galeras almogávares en un puerto de la isla de Corfú. El capitán que la mandaba receló de aquel extraño individuo que apareció de pronto solicitando enrolarse en la Compañía, pero las referencias que le proporcionó eran creíbles. Jaime le dijo que era natural del condado de Ampurias y que había estado al servicio del conde hasta que marchó a Tierra Santa para cumplir una promesa hecha a su padre antes de que éste muriera. Castelnou describió con tal precisión de detalles su solar de nacimiento y su peripecia que el capitán lo aceptó. Cuando le preguntó si sabía combatir, el templario le respondió que no había hecho otra cosa en su vida. El almogávar sonrió irónico y le dijo que si se atrevía a combatir con espada contra él.

—Será tan sólo una prueba, y lo haremos con espadas de madera. Comprende que debo cerciorarme de que sabes manejar un arma; en este oficio es lo único que interesa que conozcas.

—Está bien —aceptó el templario.

Los dos contendientes se dirigieron a la playa seguidos por la mayor parte de la tripulación de la galera, empuñaron sendas espadas de madera y se pusieron en guardia. El capitán almogávar se mostraba confiado, pues su destreza en la esgrima era bien conocida por sus hombres, que gritaban por si alguien quería apostar sobre quién ganaría aquel combate, alzando el brazo y mostrando unas monedas en la mano. Nadie lo hizo por Castelnou.

Tras un breve tanteo, el capitán se arrojó sobre el templario con una contundencia demoledora; Jaime apenas pudo repeler el primer golpe, fortísimo, que le lanzó de arriba abajo, y que no esperaba que fuera tan poderoso. Pero se rehizo de inmediato y pudo desviar sin dificultad la segunda estocada, que iba directa a su cuello. Rehecho del primer envite, el templario contraatacó con un par de fintas que causaron la admiración de los espectadores y la sorpresa del almogávar. Instantes después el capitán había perdido su espada y se dolía de un hábil golpe recibido en la muñeca con la que la sostenía. La espada de madera de Castelnou apuntaba directamente a la nuez del capitán, que se había quedado de pie e inmóvil, absolutamente sorprendido por la rapidez de su adversario.

—Vaya —dijo al fin—, en verdad que sabes manejar una espada.

—Te has confiado y he tenido suerte —repuso Jaime.

—No lo creo. Tú no eres un simple mercenario en busca de una soldada. Tienes demasiada sangre fría.

—No me ha quedado otro remedio; he combatido en varias batallas con los mamelucos, y ante sus espadas de fino acero damasceno o te espabilas o eres hombre muerto.

—Nos serás útil. Considérate uno de los nuestros. Mi nombre es Martín de Rocafort.

—Yo soy Jaime de Ampurias.

—Bueno, si tú lo dices…, pero no creo que ése corresponda a tu verdadero nombre, aunque si cumples con el código de los almogávares me importa un comino quién diablos seas. Lo único que aquí se exige es lealtad al jefe y a tus compañeros; de dónde vengas o cuál sea tu pasado no tiene el menor interés para nosotros.

Los hombres de la galera vitorearon a su nuevo compañero y algunos se acercaron a saludarlo y a darle palmaditas en la espalda alabando la proeza que había protagonizado al desarmar al capitán Rocafort. Castelnou ya era un almogávar.

Capítulo
III

L
os capitanes de todos los barcos de la compañía de Roger de Flor tenían orden de concentrarse en el pequeño puerto de Malvasía, en la península griega de Morea, para emprender juntos la travesía del Egeo hacia Constantinopla.

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