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Authors: Marc Acito

Tags: #Humor

De cómo me pagué la universidad (16 page)

BOOK: De cómo me pagué la universidad
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Odio las jodidas reuniones para animar a nuestro instituto.

Por alguna inexplicable razón, se le pide al Coro del Espectáculo que actúe. El Coro del Espectáculo no es ni un coro ni da espectáculo, y, a consecuencia, también lo odio, especialmente porque la señorita Tinker nos ha pedido que interpretemos nuestro popurrí de canciones de
Mary
, a pesar de que no tiene absolutamente nada que ver con el ánimo de nuestro instituto. Comenzamos con un arreglo
a cappella
de la canción
Mary's a grand old name
del musical de Elvis,
¡Chicas! ¡Chicas! ¡Chicas
!, cantada en una armonía a seis, seguida de una interpretación por parte de las chicas de
How do you solve a problem like Maria?
de la película
Sonrisas y lágrimas
, mientras los chicos cantan
María
, de
West side story
simultáneamente, lo cual crea el desafortunado efecto de sonar como si acabáramos de besar a una monja que tiene un problema. Entonces, vergonzosamente, continuamos con
Proud Mary
, completada con una coreografía descafeinada a lo Tina Turner, pero como si estuviera interpretada por personas con discapacidad para seguir el ritmo. Resultamos tan marchosos como un coro de un templo de mormones. El público ni intenta ocultar su desdén; todos se ríen abiertamente mientras terminamos con nuestra conmovedora interpretación del
Ave Maria
de Schubert.

El público de instituto es el peor.

Como Natie, la señorita Tinker parece ser inmune a cualquier tipo de humillación, y nos lanza valientemente una sonrisa de ardilla, llena de dientes, alentándonos a sonreír al público, pese a que corremos el inminente peligro de que nos lancen algún objeto contundente. Esta mujer, o es una completa ilusa, o está muy medicada. Después, los miembros del Coro del Espectáculo reptamos hacia nuestros asientos de primera fila, preguntándonos si habrá alguna manera de hacernos la cirugía estética, para resultar irreconocibles durante lo que queda del año escolar.

El director Farley, el Gilipollas Universal, se sube al escenario.

—De acuerdo, chicos, sentaos, sentaos —dice, y añade más humillación a lo ocurrido al insistir en que el público nos dé otra ronda de aplausos.

Esta vez la gente no nos abuchea, solamente se oye la llovizna deprimente de los aplausos poco entusiastas. Tomo la mano de Kelly y me hundo un poco más en mi asiento.

—Ahora tenemos algo muy especial para vosotros, que estoy seguro que disfrutaréis mucho. Por primera vez traen a nuestro instituto la locura del
break dance
—dice, pronunciando las palabras «
break
» y «
dance
» como si se tratara de un término de un país remoto al que no quisiera ofender—. ¡Los Maestros del Chelo!

El telón se abre y revela a unas dos docenas de tipos negros. El público se vuelve loco, y todos llegan a la misma conclusión desconcertante: estos tipos no tienen ningún instrumento. El momento es escalofriante, mucho peor que nada que haya tenido que soportar el Coro del Espectáculo. Veo a TeeJay, vestido con una chaqueta brillante de deporte y pantalones a juego, que corre hacia la parte frontal del escenario y grita:

—¡Somos los Maestros del
Suelo
! —protesta, pero apenas se le puede oír a través de la música y las risas.

Miro a Kelly. Ella se muerde el labio y me aprieta la mano con más fuerza. Como decía, el público de instituto es el peor.

La mayor parte del Coro del Espectáculo es respetuoso y atento, todos nos sentamos hacia adelante, con las cabezas ladeadas, como si estuviéramos observando el baile nativo de una tribu zulú que ha venido de visita. Está claro que resulta condescendiente, pero es mejor que las tres sopranos que corren en un ataque de pánico al darse cuenta de que casi la totalidad de los alumnos negros del instituto están ahí arriba y que ellas se han dejado los bolsos en la parte de atrás del escenario.

No puedo esperar a dejar esta prisión de pijos.

ϒ

En cuanto llega el día de Acción de Gracias, Kelly y yo decidimos acudir a El Partido. Ahora será mejor que diga que nunca he ido a El Partido; nunca he querido ir a El Partido; de hecho, me importa una mierda El Partido. No obstante, Doug juega hoy y Kelly quiere ir, y si dejo que estos dos tengan esta experiencia enriquecedora sin mí, estoy frito, así que no voy a dejar que eso ocurra.

Se trata de un día de otoño frío y luminoso, con un cielo tan azul como la sangre que corre por las venas de la vieja guardia de Wallingford. El aire tiene ese aroma tostado de las hojas secas, y estoy decidido a parecer tan deportivo y otoñal como me sea posible para la ocasión. Así que me pongo un jersey trenzado de pescador, una camiseta de algodón e incluso cambio mi sombrero habitual de Sinatra por un gorro de lana.

Y al tener a una antigua animadora a mi lado, no contemplo el partido de la misma manera irónica y distanciada con la que lo haría con Ziba o Natie, por ejemplo. Está claro que se trata del típico ritual repetitivo: empieza y se detiene, empieza y se detiene. No obstante, debo admitir que disfruto con las animadoras de Battle Brook, que son un batallón de chicas negras, cuya coreografía en la que agitan el trasero es digna de MTV. Además, tienen unos himnos excelentes, como éste:

¡Costillas, costillas,

os vamos a ganar por la patilla!

¡Estofados, estofados,

y con los ojos cerrados!

Para mí, sin duda gana a «Listos para ganar, listos para luchar». Miro cómo se elevan y caen sus culos altos y duros mientras alientan a los suyos y siento vergüenza por Amber Wright y el resto de las animadoras de Wallingford, que en comparación resultan tan marchosas como un grupo de
Girl Scouts
. La muchedumbre de Wallingford se da cuenta de que estamos quedando en ridículo, por lo que algunos de los tipos borrachos con fondos fiduciarios de sus padres, situados en las tribunas, comienzan a cantar:

Qué más da, qué más da.

Acabaréis trabajando para mí

y mi papá.

Veo que alguna gente se ríe por lo bajo, disfrutando del chiste, pero sin querer que parezca que es así.

Kelly está muy atenta al partido, y me siento como un estúpido, porque mi novia me tiene que explicar cómo funciona. Todo un semestre jugando al fútbol no parece haberme revelado los misterios del deporte, ni su atractivo, por lo que me deleito tomando nota mental de la gracia natural de Doug en el campo; catalogando cualquier signo de su lenguaje corporal que podría fundamentar la evidencia de deseos homosexuales reprimidos.

Al finalizar, Kelly y yo esperamos a Doug junto a los vestuarios. No sé si este comportamiento entre bastidores es parte del programa obligado tras el fin del partido, y me siento raro, ahí de pie, sin nada que hacer. TeeJay sale y saluda a cuatro chicas negras que no había visto jamás.

De acuerdo, Edward, intenta no sonar como un gilipollas.

—TeeJay, tío —digo—. ¿Qué
passsa
?

Soy un gilipollas. ¿Por qué cuando veo a alguien negro me convierto en un estúpido?

—Eh, Edward, ¿qué tal? —murmura.

—Un partido estupendo —digo.

—Sí, lástima que perdiéramos.

Mierda. Uno no se encuentra con estos inconvenientes en el teatro. Aunque la obra sea una bazofia, nadie lo admite.

TeeJay nos presenta a las chicas con las que está, que resultan ser sus primas de Battle Brook: Bonté, Shezadra y una cuyo nombre no alcanzo a pillar, pero que juraría que suena algo parecido a Neumonía. Mira por encima de su hombro en dirección a su cuarta prima, una chica pequeña con pinta de querubín, que lleva puesto un anorak con capucha.

—Y ésta es Margaret —concluye.

Pobre Margaret. Además de que cuando llegó ella se habían acabado los nombres interesantes, parece ser que todos los genes glamourosos también habían sido usados. Blancos o negros, supongo que todos los grupos tienen su Cabeza de Queso.

Doug emerge de los vestuarios con su uniforme, llevando el pelo de punta apuntando en diferentes direcciones, al haberlo mantenido bajo el casco. Kelly y yo le hacemos señas y trota hacia nosotros. Duncan y UTE nos miran como si fuéramos extraterrestres.

Kelly le da un abrazo a Doug tan fuerte como le es posible, teniendo en cuenta las hombreras del uniforme de él, le besa en las mejillas y le dice:

—¡Has estado genial!

—¿Lo dices en serio? —pregunta Doug.

Sus ojos brillan como si fueran canicas cuando ella comienza a enumerar todas las cosas buenas futbolísticas que hizo durante el partido, cosas que no puedo repetir porque no tengo ni la más remota idea de lo que está hablando. Y continúa durante un buen rato, como si fuera el jodido comentarista deportivo del programa de los lunes.

Dios mío. Ella es una rubia de piernas largas a la que le gusta el fútbol y hacer pajas. Él es un deportista musculoso con un lado sensible y una polla enorme.

Estoy acabado.

Dieciséis

A
pesar del amor compartido que Kelly y Doug sienten por los balones, es a mí a quien invitan para la cena del día de Acción de Gracias, y decido recalcar ese hecho dándole la mano a Kelly durante todo el trayecto hacia el coche, mientras las hojas secas crujen bajo nuestros pies y el aire frío de otoño busca nuestras pieles. La empujo suavemente contra Elvimma mientras nos enrollamos ahí mismo, en el aparcamiento. De vez en cuando paramos para saludar a alguien a quien conocemos. Sabe tan bien y su cuerpo se amolda tan bien a mis manos…, es casi como si estuviéramos diseñados para estar juntos. De hecho, todo esto de ir al partido con la novia suena tan normal, tan americano, tan a la manera en la que un adolescente se debe sentir, que durante un instante imagino que soy un niño bien de facciones marcadas y curtidas, como un Kennedy, con el pelo revuelto por el viento. Agarro con fuerza a Kelly.

No quiero dejarla ir, ni a ella, ni a ese pensamiento.

El interior de la casa está cálido y huele a buena comida. Kelly y yo entramos en la cocina, en la que Kathleen está luchando con las páginas de un libro de recetas, mientras tiene las manos llenas de harina. Junto a ella, hay una botella abierta de chardonnay.

—¿No es un poco temprano para el vino? —pregunta Kelly.

—Es solamente para cocinar —replica Kathleen bruscamente. No es un día fácil para ella. Ninguno de sus otros hijos va a venir a casa, ya que Brad se ha ido a casa de los padres de su novia, y Bridget está pasando su primer año de universidad en el extranjero—. Cariño —dice, dirigiéndose a mí—, hay una chica un tanto pesada llamada Paula que no para de llamar.

Me pasa una factura de la electricidad con un número escrito en la parte trasera. Mientras Kelly ayuda con la cena y actúa como vigilante del chardonnay de su madre, yo pesco el teléfono en medio del holocausto nuclear que es la sala de estar. Lo acabo de encontrar bajo una copia del libro
Cuando a la gente buena le pasan cosas malas
, cuando veo al Continente Lincoln aparcando delante de la casa.

Camino hacia la entrada justo a tiempo para ver a Paula salir del coche, que prácticamente todavía está en marcha, con la cabellera y las tetas agitándose.

—¡Edward! —grita, y su boca se alza en el mejor estilo «arriba el telón, luces encendidas».

Lleva una boina de color frambuesa con una pluma de avestruz que sale disparada, y un abrigo largo de terciopelo arrugado del color de las ranas. Corre a través del jardín y prácticamente me alza del suelo al abrazarme. Entonces se pone las manos en las caderas, lo cual no es una buena señal.

—¿Qué coño está pasando? —pregunta.

—¿A qué te refieres?

—He llamado a tu casa, y Leni Riefenstahl se ha negado a decirme, bajo ningún concepto, dónde estabas, así que he probado de llamarte aquí, y la madre de Kelly me ha dicho que estabas en el partido de fútbol, en el jodido partido, por el amor de Dios, así que inmediatamente supuse que había pasado algo terrible. Algo terrible de verdad.

—Estaba en el jodido partido de fútbol —digo, saboreando la ironía del momento.

Paula me lanza una mirada atónita, como de película de miedo.

—¿Quién coño eres tú y que has hecho con el jodido Edward Zanni? —pregunta.

—¿Qué pasa contigo y con la palabra joder? —le respondo.

—Ah, así es como hablan en Nueva York —dice, lanzando su bufanda por encima del hombro, y acto seguido añade de manera conspirativa—. Y no sólo lo digo, también lo practico, Edward.

—¡No! —grito.

—¡Sí! —grita ella a su vez, batiendo sus diminutas manos y saltando arriba y abajo.

Agarro un pedazo de carne de su brazo y la dirijo hacia el porche de la entrada.

—Cuéntamelo todo.

—Bueno —comienza—, se llama Gino Marinelli. Ya lo sé, suena como si fuera un plato de pasta, pero es un brillante alumno de cine de la Universidad de Nueva York. Nos conocimos cuando hice una prueba para su película.

—¿Vas a salir en una película? —pregunto.

—Bueno, en realidad todavía no lo ha decidido, pero a quién le importa, ¡ya no soy
virgen
! ¿No es
extático
? Yo, la chica que siempre tuvo que interpretar los papeles de madre. —Paula saca una polvera y se inspecciona la cara—. Ah, y no sabes la diferencia que ha aportado a mi arte, Edward, ni te lo imaginas. ¡Hice una improvisación en la que recreaba la pérdida de mi virginidad y mi profesor me puso un diez! ¡Un
diez
!

—¿Simulaste practicar el sexo delante de toda la clase?

—No, tonto. Lo hice en privado, sabes, porque era algo muy personal y revelador. Oh, Edward, tienes que venir,
debes
entrar en Juilliard. Es tan…
profundo
. Dios mío, y el año que viene, ni te lo imaginas. El año que viene ni te imaginas quién viene a dar clase. Venga, intenta adivinar.

—Eh…

—John Gielgud. El jodido sir John Gielgud. ¿Te lo puedes creer? Edward, ¿estás bien? ¿Vas a vomitar?

—Estoy bien —respondo, con la cabeza entre las rodillas.

—¿Qué pasa? Venga, me estás asustando.

—Oh, hermana…

Busco su mano diminuta y le cuento todo mi sórdido drama familiar. Al hablar con ella me siento bien, pero me resulta extraño que mi vida pueda cambiar de manera tan drástica en tan poco tiempo. Cuando termino, Paula se levanta, se quita los guantes y dice:

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