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Authors: Marc Acito

Tags: #Humor

De cómo me pagué la universidad (14 page)

BOOK: De cómo me pagué la universidad
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Natie.

Prosigue:

—Así que no se trata de forzar la puerta ilegalmente, sino más bien de abrir una cerradura
alegalmente
, lo cual, por lo que yo sé, no es una ofensa penada por la ley.

—Aun así, suponiendo que añadiera mi nombre a esa lista, ¿crees que Burro se va a tragar eso de que otra persona me inscribió?

Natie frunce su carita de masa de pan.

—Venga ya —dice—. Si fuera tan lista, ¿tú crees que estaría dando clase de gimnasia?

Puede que no sea la mejor idea que ha tenido en su vida, pero merece la pena intentarlo.

Trece

S
i en alguna ocasión decidís abrir la puerta de entrada e invadir vuestro instituto, dejadme que os diga que no es tan fácil como parece. No se puede simplemente abrir la puerta y pasear a conveniencia. Por razones que todavía no comprendo, la llave de Natie sólo le permite el acceso al cuarto de calderas del sótano. Parece el escenario de una película de terror: está lleno de tuberías húmedas y mohosas, con ruidos de golpes inexplicables y esa zona lúgubre cubierta por armazón, iluminada por una bombilla desnuda en la que esperas que el psicópata asesino en serie acabe con el confiado vigilante nocturno. Desde ahí hay que ascender por un tramo de escaleras a gatas, para no disparar los detectores de movimiento. La destreza con la que Natie, poco dado al esfuerzo físico, cumple la tarea me hace sospechar que ya lo ha hecho con anterioridad. Una vez que llegamos a la primera planta, nos podemos mover libremente, aunque todavía nos mantenemos en un estado hiperconsciente debido al miedo que nos produce la posibilidad de ser pillados. Doug ha venido con nosotros (porque sin él no sería una acción de vandalismo creativo); vagamos por los pasillos vacíos juntos, con la única compañía del ruido que hacen mis zapatillas en el suelo de linóleo. Y lo que es peor, mi rodilla izquierda cruje a cada paso.

—Por Dios, Ed, pareces el maldito hombre orquesta —dice Doug.

Por la noche todo parece distinto (las aulas, los pasillos, las oficinas), y mucho más siniestro y aterrador, como si estuviéramos visitando un universo paralelo maléfico. Soy consciente de cada eco, de cada cambio de luz, de cada movimiento.

Es emocionante.

Natie nos acompaña a Doug y a mí hasta el gimnasio y nos deja allí, para poder ir a la oficina principal a buscar algunas fichas de castigo y hacer algunas falsificaciones para sus «clientes». Aparentemente se ha labrado una pequeña industria entre los
drogatas
blancos ricos que pueden permitirse pagar una suma considerable para limpiar sus expedientes académicos.

—Os veré aquí a las 2.00 a.m. —dice—. Y no vayáis dando vueltas por ahí. Vosotros no sabéis dónde están las alarmas.

Doug y yo nos tenemos que meter en el vestuario de las chicas para entrar en el despacho de Burro, y al hacerlo me doy cuenta de que los profesores de gimnasia tienen que ir a trabajar todos los días a los vestuarios. Pese a que todo el asunto tiene unas ciertas connotaciones sexuales, la verdad es que tiene que ser un coñazo, especialmente para los hombres. Hay pocas cosas que huelan peor que los pies de un adolescente.

La puerta del despacho de la señorita Burro está cerrada.

—¿Y ahora qué? —pregunta Doug.

—Tenemos que esperar a que vuelva Natie, supongo.

Doug se acerca a las taquillas y tira de las puertas, para ver si alguna se abre.

—Siempre me he preguntado cómo sería el vestuario de las chicas —comenta.

Miro a mi alrededor.

—No tan distinto del de los chicos, ¿verdad?

—Supongo que no —contesta.

Seguimos a través de las duchas hasta llegar a la piscina.

El recinto está húmedo y huele a moho y cloro. El único ruido es el que hace el agua al chocar con los filtros.

Doug arquea las cejas como Groucho Marx y me mira.

—¿Qué tal un baño? —pregunta.

El agua es oscura, da miedo, e indudablemente está fría, pero no voy a pasar por alto la oportunidad de ver a Doug desnudo. Normalmente tengo que tomarme demasiadas molestias para que eso ocurra: llego temprano a su casa para tener la posibilidad de que esté saliendo de la ducha o me autoinvito a quedarme a dormir pese a que su padre, el amargado conductor de camiones, me da escalofríos. Doug se quita la ropa de la misma manera que lo hacen los niños pequeños, como si estuviera deseoso de liberarse de todas las prendas. Sin embargo, hay algo casi elegante en la manera en que se quita la camiseta, empezando por la parte de abajo, en vez de tirar del cuello, como hago yo. Tomo nota mental de este hecho, para quitarme la camiseta de la misma manera en el futuro. Pasa junto a mí y compruebo que los músculos de sus piernas son como los de los libros de anatomía, por lo que me avergüenza que mi cuerpo sea tan fofo. Permanece desnudo ante el borde de la piscina, deja suelta su cobra y hace sonar los huesos de su espalda antes de tirarse al agua negra y plateada describiendo un arco perfecto. Desciendo la mitad de los escalones y miro cómo salta como un delfín, y la manera en que su culo reaparece periódicamente en la superficie del agua. Nada hacia mí.

—¿No te metes?

Estoy atascado en ese momento en el que quieres meterte y tienes miedo de dar el último paso. Así que en vez de hacerlo permanezco de pie, temblando como un idiota.

—Está muy fría —digo, mientras me castañetean los dientes.

—Cobardica —contesta, y me toma de la muñeca y me lanza hacia el agua.

Todo lo que llego a oír es el sonido del agua al pasar junto a mí; durante un momento me siento perdido. Nado hacia la superficie y busco a Doug, pero no le veo. Chapoteo hasta el centro de la piscina, sin tener muy claro qué debo hacer a continuación. Nadar en una piscina a oscuras de noche es un tanto aterrador, como si en cualquier momento fuera a empezar a sonar la música de
Tiburón
.

En ese instante, Doug me agarra del tobillo y me tira hacia abajo.

Empezamos a luchar, cada uno intentando que el otro no pueda subir a la superficie a respirar. El cuerpo de Doug es duro al tacto y, pese a que lucho por conseguir aire, me encuentro envidiándole. (Debe de ser estupendo, eso de ir por la vida con un sentido de firmeza debajo de ti, como si tuvieras unos buenos cimientos.) Cuando ya no podemos más, ascendemos a la superficie.

—Muy divertido —digo, dando un grito ahogado.

Doug me lanza una sonrisa de lobo y siento cómo sus piernas rozan las mías al mantenerse a flote en el agua. Está muy guapo con el pelo mojado, apartado de la cara, como si fuera una antigua estrella de cine. Estoy a punto de acercarme a él y besarle en los labios.

—¿Qué pasa? —pregunta.

—Nada. ¿Por qué?

—Me miras de manera rara.

—Eso es porque eres raro —contesto, antes de salpicarle con el agua.

Se sumerge y vuelve a hundirme, y una vez más el agua ruge alrededor de mis oídos. Busco sus piernas y acabo con la cabeza junto a su entrepierna, con su polla aplastada contra mi cuello y los músculos de la parte de atrás de sus muslos se tensan al sentir mis manos. Para poder respirar, le aparto, pero en cuanto lo hago, Doug se zafa, mete las manos entre mis piernas y me toca el culo.

Pego un gritito, como si fuera una niña, y el sonido hace eco en el recinto. Doug se aleja de mí dando brazadas de espaldas.

—El test de la hernia —dice, guiñándome un ojo.

Así es como me imagino que debe de ser la vida con un amante masculino: dura, divertida y llena de tocamientos; me deleito con la masculinidad agradable de todo el asunto. Sigo a Doug hasta la parte menos profunda, en la que hacemos la vertical y realizamos concursos en los que aguantamos la respiración hasta que se hacen casi las dos de la madrugada.

No tenemos toallas, por lo que nos sentamos en el suelo a que nos seque el aire. Doug se estira boca arriba, pone las manos detrás de la cabeza y cierra los ojos. Me fijo en su cuerpo delgado y torneado, que me recuerda al cuerpo de Cristo en la cruz. (¿Soy sólo yo, o realmente es extraño que las iglesias tengan estatuas en las que nuestro Señor crucificado parece un triatleta?)

—Ed, ¿puedo preguntarte algo?

Me doy la vuelta y veo que Doug ha abierto los ojos. Me ha cazado.

—Claro —digo.

—Prométeme que no te lo tomarás mal.

—Claro que no.

Siento que mi corazón pega un brinco. Desgraciadamente, toda la sangre acude a mi entrepierna.

Doug se recuesta sobre los codos.

—¿Eres gay?

Catorce

S
e lo toma bien, de hecho se lo toma muy bien, y vuelve a recordarme sus
homocredenciales
(el omnipresente tío gay gimnasta alemán). De hecho, parece admirarme por ser bisexual, como si eso me convirtiera en una especie de aventurero sexual fuera de la ley. Zorrón rebelde sin causa.

—De todos modos, tienes que entender que yo no lo soy —dice—. No hay nada de malo en ello, claro que no, pero yo soy totalmente heterosexual, ¿entiendes?

A mí me parece que entiende demasiado. Ahora sólo tengo que encontrar una manera de vencer su resistencia sin tener que recurrir a darle un golpe en la cabeza con un instrumento pesado.

Natie no nos puede meter en el despacho de Burro, pero se ofrece a romperme un dedo. Yo rechazo su oferta y vuelvo mi atención al asunto de la universidad.

Por suerte, el señor Lucas se ofrece a alegar en mi defensa frente a Al. No obstante, la mera idea de que los dos se conozcan (en pleno estilo
Encuentros en la tercera fase
), me provoca un fuerte dolor en el pecho, como si alguien me agarrara el corazón y no me dejara ir.

Quiero reafirmar mi identidad de artista llevando mis pantalones color verde lima y la chaqueta de judo del mismo color, pero Kathleen me aconseja que llegaré más lejos si me visto de manera conservadora (o «normal», como dice ella); así que me pongo pantalones de vestir y una camisa que llevo por dentro del pantalón, lo cual deja ver un cinturón trenzado horrible que me he puesto, como los que usan los pijos. Con mi corte de pelo Hall n' Oates parezco una jugadora de golf lesbiana.

Como estoy sin trabajo por el momento (a la que haces un par de llamadas personales cuando eres televendedor, te echan), me deslizo al interior del auditorio a ver el primer acto del ensayo de
El milagro de Anna Sullivan
. Es la primera vez que veo el espectáculo desde que lo dejé, y en el momento en el que Kelly aparece me olvido completamente de mis preocupaciones. Su actuación en el papel de Annie Sullivan es una revelación absoluta para mí. Para empezar, es completamente convincente, incluyendo el acento irlandés y los problemas de vista; de hecho acabo por olvidar que estoy viendo a Kelly, de lo alucinado que estoy ante su actuación. No tenía ni idea de que pudiera ser tan buena. Es tan real, tan desgarradora, que me hace tener ganas de llorar (suponiendo que realmente pudiera hacerlo), en parte porque estoy muy orgulloso de ella, y en parte porque deseo de manera desesperada estar ahí arriba, resultando real y desgarrador.

Cuando se encienden las luces al final del primer acto, veo a Doug apoyado contra la pared, junto a la puerta, con su mata de pelo mojada y desarreglada de haberse dado una ducha después del entrenamiento. Lleva la camiseta húmeda en varios lugares, como si se hubiera secado rápidamente para poder llegar. Se echa la bolsa de deporte sobre el hombro y pasea por el pasillo central, dándose palmadas en el pecho con una mano a modo de aplauso. Kelly se quita las gafas oscuras que lleva durante la obra para poder ver bien quién es, y en cuanto le divisa, su cara se ilumina. Él deja sus cosas en el suelo, se abalanza sobre el escenario con un salto elegante y corre hasta Kelly para poder darle un abrazo que dura un poco demasiado para ser considerado amistoso. Se separan, pero él sigue agarrando sus brazos delgados con sus manos grandes de mono, asintiendo con la cabeza de manera vehemente mientras habla, sin duda elogiando su actuación. Kelly responde, mirando hacia el suelo de manera tímida y, ocasionalmente, levantando la vista desde debajo de su flequillo y haciendo gestos del tipo: «¿De verdad lo crees?». Me mantengo en el fondo de la sala, mirándolos. Se les ve tan bien juntos, a los dos, como dos modelos de anuncios de yogures, que casi prefiero no interrumpirles, pero me consumen los celos de tal manera que me veo obligado a correr hacia el escenario y separarles.

Lo único que sucede es que no estoy muy seguro de quién estoy más celoso.

No espero a llegar al escenario antes de gritar «Hola», y los dos se dan la vuelta, con cara de sorpresa, pero también con pinta de estar contentos de verme. Kelly adelanta los brazos y se acerca hacia mí, como hace la gente cuando quiere animar a un niño pequeño a que dé sus primeros pasos. Me deslizo entre sus brazos y le doy un beso largo para que Doug lo vea; después le sostengo la cara entre mis manos y miro sus ojos desiguales.

—Has estado genial —digo, como si mi opinión tuviera que importar más que la de Doug, lo cual es cierto—. Es, sin duda, el mejor trabajo que has hecho jamás.

Kelly sonríe y me abraza con fuerza.

—Puedo actuar de verdad, ¿a que sí? —susurra en mi oído.

La levanto en el aire, pese a que no tengo la fuerza suficiente para hacerlo.

—Sí, definitivamente sí —digo, haciéndola girar en el aire. Nos separamos, pero sigo tomándola de las manos—. Me encantaría llevarte a casa —continúo—, pero tengo que hacer algo con Al y…

—No importa —interrumpe Kelly—, Doug me llevará.

Sin embargo, no se da la vuelta para preguntárselo, lo cual me hace pensar que esto se ha convertido en una práctica habitual durante mi ausencia.

Desde el auditorio, el señor Lucas brama:

—Un trabajo excelente, señoras y señores, excelente. —Mira por encima de sus gafas y blande una muleta ante Kelly—. Señorita Corcoran, señorita Corcoran, señorita Corcoran —dice—. Está usted llena de sorpresas. Hoy ha sido su mejor día hasta la fecha.

Kelly está tan contenta que da saltitos sin moverse del sitio.

—Ahora, lárguense todos —dice—. El señor Zanni y yo tenemos una cita.

Doug me hace un gesto de apoyo levantando los pulgares y recoge su bolsa de deporte y la mochila de Kelly. Ella me da un beso ligero en la mejilla y me susurra al oído: «Buena suerte». Me invade una ola de tristeza, un sentimiento parecido al que tengo cuando mi madre se va por enésima vez; vuelve esa sensación desagradable a mi pecho. Que le den por saco a Al por hacerme esto.

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