Un cadáver en los baños (14 page)

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Authors: Lindsey Davis

Tags: #Histórico, Intriga

BOOK: Un cadáver en los baños
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El rey había acaparado a Helena. Eso me dejó reducido a un marido como un cero a la izquierda que los seguía con paso cansino acompañado de Verovolco. Podría soportarlo. Helena no era un cero a la izquierda como esposa. Cuando quisiera algo de mí, dejaría a un lado el orgullo de la nobleza britana como si fuera una sardina demasiado caliente.

Cualquier mujer tenía que quedar impresionada ante un tipo que equipaba todos los suelos de su casa con mosaicos totalmente nuevos. Eso es preferible a que te engatusen con un guiñapo de alfombra y la promesa de que tú mismo, el haragán cabeza de familia, enyesarás la hornacina del dormitorio «cuando tengas un momento».

XIV

—Llegas tarde, Falco; ahora no te puedo atender… —Justo cuando estaba fulminando con la mirada a Helena, a quien no esperaba, Pomponio se quedó a medias. Había visto al rey.

—Tengo muchas ganas de escuchar tu actual perspectiva sobre nuestro proyecto —declaró el real cliente. El arquitecto no podía hacer nada más que ponerse furioso—. Tú haz como si yo no estuviera —propuso gentilmente Togidubno.

Eso iba a ser difícil porque su trono portátil, su séquito y los peludos sirvientes que constantemente le ofrecían bandejas llenas de refrigerios importados dentro de unos pequeños platos hechos de esquisto, ocupaban en esos momentos casi toda la habitación de los planos. Ya habían derramado unas cuantas olivas, en aceite cremoso condimentado con trozos de distintas hierbas, sobre unos dibujos de alzada.

Pomponio mandó llamar a un par de ayudantes arquitectónicos. Se suponía que tenían que echar una mano en la presentación. Así, al menos, se aseguraba de que el público quedara admirado. Ambos eran unos diez años más jóvenes que él pero estaban aprendiendo todas sus malas costumbres gracias a su magnífico ejemplo. Uno de ellos copiaba el peinado liso del jefe del proyecto; el otro compró un enorme escarabajo a un joyero alejandrino de pacotilla. Entre los dos tenían menos personalidad que una zanahoria pasada.

Esos viejos barracones debían de estar a punto de venirse abajo. En su interior corría más el aire que en las tiendas del ejército. La habitación de los planos se calentaba con braseros antiguos. Con tanta gente amontonada ahí dentro, ya estábamos todos sudando. A causa de eso, no tardarían en secarse las pieles donde estaban dibujados los planos del arquitecto, y entonces crujirían. Un bibliotecario de una sala de mapas quedaría horrorizado ante esas condiciones de ventilación. Yo mismo sentí que estaba a punto de alabearme.

Habían colgado un extenso dibujo de los planos listo para nosotros; bueno, preparado para impresionarme. En él se mostraba un gigantesco complejo de cuatro lados con innumerables habitaciones situadas alrededor de un enorme jardín interior. Estaba rematado con un sombreado azul allí donde tocaba al mar. Las zonas en color verde no sólo indicaban el inmenso jardín principal, emplazado en el centro de las cuatro alas, sino, además, otro vasto parque en el lado sur, que se extendía hacia abajo hasta el puerto.

—El nuevo palacio —Pomponio empezó a hablar dirigiéndose directamente a mí como si no pudiera esperarse de él que se preocupara por reyes tribales o mujeres— va a ser la mayor urbanización romana y la más magnífica al norte de los Alpes.

Era de suponer que el cuartel general del gobernador en Londinio sería igual de enorme. Iba a resultar complicado impresionar a los dignatarios oficiales que tuvieran la necesidad de ser sofisticados, tanto como dar alojamiento a los administradores de la provincia. Puesto que yo no lo había visto, no dije nada. Quizá mi frugal colega Frontino había optado por dirigir Britania desde un entoldado de festival.

Pomponio se aclaró la garganta. Me lanzó una mirada fulminante, pensando que no prestaba atención. Yo sonreí mostrando los dientes, como si creyera que necesitaba que lo tranquilizaran. Eso lo desconcertó.

—Esto… el acceso principal es por el camino de Noviomago, por donde circulará la mayor parte del tránsito desde la capital tribal y más allá. Para recibirlos, mi propuesta es una sensacional fachada exterior. El monumental frente este es lo primero que aparece ante la vista de los visitantes; en él predominará un vestíbulo de entrada central que en el exterior tendrá dos fachadas con frontones espectaculares, cada una de ellas con seis columnas macizas de unos seis metros de altura.

Interiormente, el espacio se divide en unidades más pequeñas, como las arcadas, en primer lugar para proporcionar un soporte lateral…

—¿El techo pesa un poco…? —sonó más gracioso de lo que era mi intención.

—Obviamente. En segundo lugar, las características del diseño atraerán a la gente, que establecerá un continuo flujo de circulación hacia el interior…

—¡Magnífico!

Pomponio creyó que pretendía ser ofensivo. Quizá sí lo quería. Crecí en pisos abarrotados, donde el continuo flujo de personas lo proporcionaba mi madre cuando empuñaba la escoba contra las nalgas de los rezagados.

—Las mejoras proyectadas incluyen unas refinadas estatuas y una espectacular laguna ribeteada de mármol con un importante detalle en forma de fuente. —El arquitecto hizo un gorgorito—. Mi intención es hacer resaltar la magnitud y los accesorios de primera calidad sin que causen sensación de opresión a los ocupantes, y a la vez destacar la línea de visión a través del vestíbulo hacia los jardines de diseño formal que habrá más adelante. Se trata de un concepto superior: una vivienda de patricio refinado para un cliente de clase alta con criterio.

Togidubno masticaba una manzana sumamente jugosa que acaparaba toda su atención, por lo que esos halagos poco entusiastas quedaron desperdiciados.

—En el ala este también se incluye una sala de actos semipública. Las estancias adjuntas, equipadas con buen criterio y con sus propios patios de acceso restringido, se han diseñado teniendo en mente la paz y la relajación…

—¿Y no van a ser muy ruidosas si están situadas tan cerca de la entrada principal? —preguntó Helena con demasiada buena educación.

Pomponio la miró fijamente. Esos tipos que se las dan de artistas pueden controlar a chicas altas con acentos y gustos patricios, pero sólo cuando se trata de sus propias amantes subyugadas. Habría dejado que repartiera exquisiteces en alguna velada, pero en cualquier otro contexto Helena Justina era una amenaza.

—Son habitaciones de invitados para funcionarios menores que estén en misiones temporales.

—¡Oh, Falco! Estoy deseando que te vuelvan a asignar otra misión en Noviomago —exclamó Helena maliciosamente. (Yo no tenía ninguna intención de volver). Acto seguido, animó a Pomponio a que continuara—. ¿Has mencionado los jardines de diseño formal?

—El patio central combinará la elegancia visionaria con la formalidad serena. Un espectacular paseo cercado con setos, de unos doce metros de ancho, conducirá a la sala de audiencias de enfrente. A izquierda y derecha, unos equilibrados y armoniosos parterres de tamaño insólito aportan un esplendor atenuado por la paz que proporciona el espacio abierto. Más que seguir una línea sencilla, a esta vía principal se le dará un tratamiento de vegetación esculpida que probablemente sea boj: arcos y cuadrados alternados podados en los setos de un follaje de serio colorido oscuro…, una referencia a la mejor tradición mediterránea.

—¿Por qué hay un solo árbol dibujado ahí? —pregunté. Había un gran espécimen marcado en la zona noroeste de los campos de césped formales. Estaba en una posición bastante extraña.

El arquitecto se ruborizó levemente:

—Es sólo una indicación.

—¿Existe quizás alguna cisterna de desagüe que se tenga que ocultar?

—¡El árbol aliviará la monotonía! —intervino el rey. Sonó tajante. No había duda de que entendía los planos de su obra—. Cuando salga de la sala de audiencias y mire a mi izquierda, un árbol adulto atenuará las sobrias líneas horizontales del ala norte…

—¿Sobrias? Creo que encontrará —dijo Pomponio, contrariado— que la elegante repetición…

—Tendría que haber otro árbol en el otro cuadrante que quedara en equilibrio con éste y que escudara el ala sur de manera similar —interrumpió Togidubno con frialdad, pero Pomponio no le prestaba atención.

—Unas urnas —siguió parloteando— proporcionarán bellos rincones para conversar; todas las fuentes se van a montar de manera que aporten un deleite auditivo. Todos los senderos estarán delimitados por setos triples. Las plantas se colocarán en unos arriates esculpidos con formas geométricas, de nuevo rodeados con setos recortados. Le he pedido al jardinero paisajista que intente conseguir especies sofisticadas…

—¿Qué? ¿Sin flores? —preguntó Helena con una risita.

—¡Yo insisto en que haya color! —le dijo bruscamente el rey a Pomponio. Éste pareció a punto de emprender una airada defensa de los contrastes de la textura de las hojas, pero se lo pensó mejor. Parpadeó y dirigió la mirada hacia mí. Le irritó que yo notara la tensión que había entre él y el rey.

—Quizá tendría que pedirle al jardinero paisajista que consulte a vuestra propia gente sobre las plagas —le sugirió alegremente Helena a Togidubno. O intentaba difundir el mal ambiente, o estaba siendo picara. Yo sólo sabía lo que creía.

—¡Plagas! —entonó el rey al tiempo que miraba a su hombre, Verovolco. Se estaba divirtiendo de verdad—. ¡Apunta eso!

—Babosas y caracoles —le explicó Helena a Pomponio con más detalle—. Roya. Daños causados por los insectos…

—¡El incordio de los pájaros! —contribuyó el rey con inteligente interés. Entre los dos, Togidubno y Helena, provocaron arranques de frustración a Pomponio.

—Cuéntame más cosas —interrumpí yo: Falco, por una vez la voz de la razón—. Sin duda tu monumental entrada al ala este inicia una serie de efectos imponentes.

—Una avenida impresionante —asintió Pomponio—. Una triple sucesión: un fabuloso esplendor al atravesar el vestíbulo; luego, el sorprendente contraste de la naturaleza en los jardines de diseño formal, totalmente circundados y privados, aunque de tremendas proporciones; después, mi diseño visionario para el ala oeste. Ése es el clímax de toda la experiencia. Veintisiete habitaciones de un gusto exquisito que enfrente tendrán una columnata clásica. En el centro se encuentra la sala de audiencias. Se le dará un aspecto más imponente mediante una base formada por un alto estilóbato.

—No escatimes con los estilóbatos —oí que murmuraba Helena. Los estilóbatos son unas plataformas de bloques de piedra que clan altura y dignidad a las columnatas y frontones. Pomponio era un hombre que parecía colocarse a sí mismo en un estilóbato invisible. No podía ser yo el único al que le habría gustado bajarlo de ahí de un empujón.

—Toda el ala oeste se alza un metro y medio por encima del nivel del jardín y las demás estancias. Un tramo de escaleras colocadas contra esta plataforma fija la línea de visión en el frontón de la inmensa fachada…

—¿Has elegido una estatua para ponerla antes de las escaleras? —preguntó el rey.

—A mí me parece que… —Pomponio dudó, aunque no con la torpeza con que podría haberlo hecho— una estatua desmerecería las líneas limpias que he proyectado. —De nuevo, el rey pareció molesto. Seguramente quería una estatua suya, o al menos de Vespasiano, su patrón imperial.

Pomponio se apresuró a seguir hablando:

—Al subir las escaleras y mirar hacia arriba, el visitante se encontrará ante una majestuosidad teatral. La sala de audiencias real tendrá forma de ábside, bordeada de bancos de elegantes maderas actuales. El suelo será una creación de mi mosaiquista principal, que supervisará en persona tanto la construcción como el diseño. Una sensacional media cúpula de unos seis metros de ancho corona el ábside, con un techo abovedado, estucado y con estrías blancas que se harán destacar con tonos regios: carmesí, púrpura de Tiro, azules de los más cálidos e intensos. Allí, los visitantes se encontrarán al gran rey de los britanos, exaltado al trono como una divinidad…

Dirigí la mirada hacia el gran rey. Tenía una expresión inescrutable. Aun así, me pareció que estaba dispuesto a probarlo. Impresionar a la gente con su poder y riqueza iba a ser el pan nuestro de cada día. Si la civilización significaba que tenía que fingir ser un dios exaltado al trono entre las estrellas, en lugar de ser simplemente el lancero más infalible de entre su grupo de chozas, entonces estaba totalmente de acuerdo en trepar a su pedestal y colocar las constelaciones a su alrededor de la manera más artística posible. Bueno, es mejor que estar en cuclillas sobre un taburete de tres patas que se tambalea mientras unos pollos te dan picotazos en las botas.

Pomponio todavía seguía con su cantinela.

—… la idea que tengo de las cuatro alas es que cada una debe estar vinculada a las demás en cuanto al estilo, pero debe ser distinta en su concepción. El sólido eje formado por el ala oeste, el jardín formal y el ala este constituyen la zona pública. Las alas norte y sur serán más privadas, en hileras simétricas con discretas entradas a unos conjuntos de habitaciones exquisitas, colocadas alrededor de unos patios privados cercados. El ala norte, en particular, contendrá unas salas para albergar ágapes de celebración. El ala sur está flanqueada por columnatas en dos lados, uno de los cuales ofrece vistas al mar. El ala este, con su magnífica entrada y el vestíbulo que hace de punto de reunión, satisface las funciones públicas, pero queda detrás del visitante a medida que éste va avanzando. Una vez se adentra en los elementos interiores, la gran ala oeste constituye el centro del complejo con su sala de audiencias y las oficinas administrativas, por lo que es allí donde he situado las estancias reales…

—¡No! —en esa ocasión el rey soltó un rugido. Pomponio dejó bruscamente de hacer gorgoritos.

Se hizo el silencio. Al final, Pomponio había topado con un gran problema. Miré a Helena; ambos observamos con curiosidad.

—Vamos, ya hemos hablado otras veces de esto —se quejó Pomponio, que estaba tieso como una garrapata en el ojo de una oveja—. Es esencial para la unidad del concepto…

El rey Togidubno lanzó el corazón de su manzana a un plato. La edad no le había mermado la vista. Su puntería fue perfecta.

—No estoy de acuerdo. —Su voz era fría—. La unidad puede conseguirse empleando características comunes de diseño. Los detalles estructurales y la decoración temática vincularán cualquier elemento dispar —esgrimía estrambóticos términos abstractos con bruscos floreos…, igualando con creces al arquitecto.

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