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Authors: David Trueba

Tags: #Drama

Saber perder (36 page)

BOOK: Saber perder
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A mí me gustan cosas tuyas, le tranquilizó Sylvia. Nombró a Bob Dylan. Estos días atrás lo había oído en casa de Ariel. Al parecer su amigo Marcelo Polti era un obsesivo de Dylan y se lo había dado a conocer a Ariel.

Lorenzo recogió su cedé. Esta tía estaba buenísima, dijo señalando a la cantante en la portada. Era viril, fibrosa, pero nos encantaba. Si quieres te lo dejo. Vale, le dijo Sylvia, pero sonaba más a consuelo que a verdadero interés. Le agradó encontrar a su padre locuaz, expansivo, más alegre que en los últimos días. Tanto que Lorenzo se atrevió a preguntar. Bueno, no me cuentas nada de tu vida. ¿No te habrás echado novio? Porque con esas horas que tienes de llegar. Estoy de vacaciones, papá. O sea que si estuvieras con alguien me lo contarías... No sé, depende, si fuera algo serio... ¿A qué llamas algo serio? Todo es serio, dijo él. No, todo no es serio, sostuvo Sylvia con convencimiento.

Hace unos meses, una amiga de Lalo que estuvo cenando en su casa nos contó que un día se encontró por la calle a su hija, que debe de tener tu edad, morreándose con una amiga, una cosa superapasionada en un banco de la calle, cerca de donde viven, fumándose un porro, yo qué sé qué más y la tía estaba supercabreada con la hija porque no le había contado nada pese a que tenían muy buen rollo entre ellas. Yo le dije los hijos no cuentan nunca nada. ¿No? Yo no le contaba nada a mis padres.

La mera conversación aburría a Sylvia. Pero valoraba el esfuerzo, quizá fabulado, del padre por tener acceso a algo de su intimidad.

Un día, cuando vivía en casa de los abuelos, llego a cenar y me dice mi padre, hace rato llamó la chica esa, tu novia. Y yo no les había contado nada, ni conocían a Pilar, pero mi padre dijo tu novia con una naturalidad que me mató. Y me preguntaron cómo se llamaba, yo dije que Pilar y la abuela me dijo a ver si un día sube a casa y la conocemos. Y un día la subí a casa y se la presenté. No sé, me parecen las cosas normales, sin grandes confesiones, «papá, tengo algo importante que decirte», recitó con voz de falsete.

Sylvia se encogió de hombros. ¿No sé si quieres sonsacarme algo o qué?, preguntó a su padre. No, no, que no, sólo me ha dado por contártelo, estábamos hablando, ¿no?

Lorenzo salió de la habitación. La energía que lo impulsaba le llevó a tratar de cocinar algo más complejo que lo que sus conocimientos le permitían ni siquiera apoyados en alguno de los libros de cocina que adornaban el estante cercano. Sylvia se fue un rato después. Lorenzo no la oyó regresar hasta bien entrada la madrugada. Pasada la una.

La liturgia había comenzado con un canto en grupo. El pastor ha tomado la palabra. Saluda a los presentes y les habla con un verbo dulce que Lorenzo no ubica con exactitud. Les dice es domingo y en este día le concedemos al Señor nuestra reflexión, nuestros pensamientos y también nuestra alegría en este lugar común que es la iglesia. Habla cercano y buscando la mirada de los feligreses. Lleva una camisa blanca abotonada hasta el límite del cuello. En la primera fila hay un tipo grueso, el trasero le rebosa a ambos lados de la silla de tijera, tiene una guitarra entre sus grandes manazas. Toca una canción que Lorenzo cree haber escuchado antes en algún sitio. Alguien me ha dicho que la vida es bien corta, y que el destino se burla de nosotros, y alguien me ha dicho que la vida está llena de trabajos, y que a veces nos llenará de dolor, pero alguien también me ha dicho que Dios nos ama todavía, nos ama todavía. Dios nos ama todavía.

La puerta se abre y Lorenzo se vuelve para ver entrar a Daniela. Ella se sorprende al encontrarlo, pero no se dirige hacia él, a su lado. Avanza por el lateral y se une a la gente de las primeras filas. Lorenzo la entrevé cuando saluda discreta y se une a la ceremonia. No aparta los ojos de ella. Apenas Daniela se vuelve un par de veces para comprobar que él sigue allí. En una de las ocasiones lo hace mientras canta con los demás una canción sobre la misericordia de Dios con los pobres.

El pastor habla de la vida cotidiana, de la presencia de Dios en las cosas más nimias, de su presencia definitiva en cada suceso diario. Al fondo de la papelera donde echáis los restos del día, está él; en la escalera del metro o en el ascensor os observa para ver cómo reaccionáis con los desconocidos; olvidaros de esas discusiones eternas sobre el alma y la fe, imaginadlo en cada rincón de vuestras vidas. Pero no os está juzgando, él ya os conoce, os está acompañando para que no le olvidéis nunca. ¿Veis esas cámaras de vigilancia que ponen en ciertos edificios?, pues Dios tiene esas cámaras instaladas dentro de nosotros. A cada rato los feligreses le responden en voz alta, como si entablaran un diálogo. Y luego se interrumpen para cantar de nuevo y dar palmas.

Cualquier creyente es un pastor de almas. Vosotros sois un pastor, en la calle, en vuestro trabajo, en vuestra familia. Podéis ser la luz que ilumina al que no ve. Es nuestra misión. Salvarnos a nosotros y salvar a la mayor cantidad de gente que nos rodea. Somos misioneros de barrio.

Al terminar los reunidos apartan las sillas y charlan un rato formando un círculo antes de escapar hacia la calle. Algunos traen paquetes de arroz, frijoles, huevos y los dejan en bolsas de plástico sobre la mesa del pastor. Lo repartiremos, claro que sí, les dice él. Daniela se acerca a Lorenzo acompañada del pastor y los presenta. Bienvenido, le dice el hombre, espero verte a menudo por aquí. Gracias, responde Lorenzo.

Sale a la calle con Daniela. Él propone dar un paseo. Pero ella le dice que tiene que quedarse a preparar bolsas con la comida para la gente necesitada, ayuda al pastor a repartirlo entre los pobres que se acercan al local. Si lo hubiera sabido traigo algo. No, es voluntario, le explica Daniela. Se quedan parados un instante en la acera.

Yo no quería que nos despidiéramos mal. Quizá me precipité la otra noche, comienza a disculparse Lorenzo. Pero para mí es importante que no nos distanciemos por eso. Quiero conocerte mejor. Que tú también me conozcas a mí, Lorenzo se escucha, suena ridículo, influenciado por la manera de hablar del pastor. Te resultará raro pero no quiero dejarte pasar, como algo que se cruzó en mi vida pero que no sé, no llegué a conocer del todo. Por eso estoy aquí, quería decírtelo. Wilson me explicó que ésta era tu iglesia. ¿Wilson conoce el camino?, sonríe Daniela. ¿Creí que sólo conocía el camino a los bares?

Lorenzo ignora el comentario y clava los ojos en Daniela, como si esperara algo que no termina de llegar.

Estás muy solo, ¿verdad?, le pregunta ella. Estás muy solo.

16

Ariel ha reclinado el asiento y trata de dormir. En la zona de preferente el espacio es amplio y a su lado un hombre de traje lee la prensa económica color salmón mientras bebe a sorbitos un jerez. Como en la ida, el pasaje va repleto de familias instaladas en España que han vuelto a Argentina por Navidad. En la fila de acceso al avión se mezclaban publicitarios, profesores universitarios, cierta burguesía, con viajeros más humildes con grandes bolsas y gesto de tensión cuando han de mostrar el pasaporte.

Es día 2 de enero y el principio de año siempre establece una especie de esperanza generalizada, como una página en blanco.

En la última fila de preferente, estirado cuan largo es, con antifaz en los ojos, entre ronquidos estruendosos, duerme Humberto Hernán Panzeroni, portero de un equipo andaluz que vino a saludar efusivo a Ariel al coincidir en el vuelo.

Humberto es grande, veterano de la liga española, donde lleva casi seis años. Llegó a ser tercer portero de la selección en los pasados Mundiales. Se sentó en el brazo del asiento de Ariel para hablarle y cada vez que cruzaba a su lado una azafata se volvía, no se sabía muy bien si para facilitarle el paso o para cortejarla. Odio viajar en primera, acá mandan a las azafatas veteranas, las más tiernitas van en turista, el mundo al revés. Tenía un incisivo de un blanco distinto al resto de la dentadura y Ariel recordó que perdió un diente en un choque contra uno de sus defensas, lo vio en la televisión.

Atrás tengo a la mujer con los tres niños, en primera te sacan un ojo de la cara. Por el bebito que no tiene ni asiento te cobran mil euros. Hablaron un rato de la actualidad de su profesión, del estado del país y luego le anunció que comenzaba a sentir los efectos de las pastillas y se echó a dormir.

Los días en Buenos Aires han sido intensos y le devolvieron a Ariel todo aquello que echaba de menos. Ha pensado en Sylvia, incluso hablaron por teléfono. Eran las cuatro de la mañana en Buenos Aires y Sylvia recibió la llamada con una mezcla de alegre euforia y nerviosismo.

En Ezeiza, al llegar, su hermano Charlie le esperaba en la boca de la manga, charlando con la azafata de tierra. Se abalanzó sobre Ariel y lo estrujó en sus brazos, obstaculizando la salida del resto del pasaje. Cogió la bolsa de mano de Ariel y se la cargó al hombro. Has cambiado, le dijo, ahora tú pareces el hermano mayor. Al pasar junto a una chica vestida de Papá Noel con pantaloncitos cortos y ajustados que repartía publicidad le pegó un codazo. Le llevó en un coche nuevo hasta casa de los padres. Lo tengo a prueba, si me gusta me lo quedo. No ves que ahora vivo de ser el hermano de Arielito Burano, el Plumita que marca goles en España, se sintió obligado a explicarle Charlie. Acá se cotizan los goles en Madrid, ésos no los marca cualquiera.

De camino a casa, Charlie le puso al día de los asuntos familiares. La madre andaba débil de nuevo, con alguna depresión, toma pastillas de hierro o de cobre o no sé qué y el viejo está bien, encerrado los ratos libres en el tallercito como si fuera el negocio de su vida. Le comentó los nuevos nombres de la política local, le contó alguna desgracia cercana, murió la madre de, le secuestraron el hijo a, cerró la tienda de, se fueron a España los... Aquí si no te pasó algo malo que contar la gente se enoja. Ariel atendía a su hermano pero sin apartar los ojos de la ciudad que emergía al lado de la autopista. Había echado de menos todo aquello, el orden diferente de las casas, el perfil dentado de los edificios, el distinto color, las publicidades familiares, los semáforos en lo alto de la calle, el ferrocarril elevado, los comercios sobre la vereda. En el barrio había basura acumulada de días junto a los árboles, por la huelga, le explicó Charlie, y habían cambiado la puerta de acceso por una metálica con videocontrol. Las cosas no están tan mal como te van a decir que están, le previno Charlie. Y sacate el pulóver que estamos a treinta grados, atorrante.

En casa le recibieron entre lágrimas. Sus sobrinos habían crecido y Ariel les dijo no sé si les quedarán bien las camisetas que les traje. Le tendió al padre una bolsa con turrón, pacharán, jamón de jabugo cerrado al vacío y la revista Hola para su cuñada. ¿Ganasteis el Apertura?, le preguntó su padre, y todos se echaron a reír. Ariel le explicó que hasta junio no acababa el campeonato en España. Y qué más dará, dijo el padre. Tú sabes que el pintor Dalí decía que el fútbol no se arreglaría hasta que el balón fuera hexagonal. Igual a mí hasta me venía mejor, dijo Ariel. Su madre había engordado en exceso, Ariel la encontró vieja y cansada.

¿Te paran por la calle, la gente te conoce?, le preguntó su cuñada. Ya te digo, explicó Charlie, en España te piden autógrafos en todas partes, en la servilleta, en el boleto del colectivo, en la remera. ¿Te acordás aquel pibito que te pidió que le firmaras en las notas de la escuela?

En la calle Ariel disfrutó de la vista de la gente, el buen clima. Pronto apretará el calor. Muchos amigos habían salido de viaje de verano hacia las playas. Lo invitaron a Villa Gesell a la casa en el mar de unos íntimos, pero tenía ganas de quedarse en Buenos Aires. Sentado en una terraza en un esquinazo cerca de Recoleta de tanto en tanto le gritaban desde la acera de enfrente, monstruo, o alguien le mostraba el pulgar hacia arriba por la ventanilla de un coche o un señor le preguntaba ¿te tratan bien los gallegos?

Quería aprovechar la semana de vacaciones para verse con los amigos. ¿Qué hacemos para Fin de Año? Algo en casa, tranquilos, le propuso Charlie. Con su hermano habló de la aclimatación a España, del juego del equipo, de sus necesidades. Me han dicho que tenés novia, le dijo de pronto. ¿Quién te dijo? Tengo mis informadores. Ariel no sabía muy bien cuánto sabía su hermano y se limitó a decir, sí, bueno, hay una chica, pero nada... Luego supuso que quizá hablaba con Emilia.

Volvió a su piso de Belgrano, Walter lo tenía mejor decorado que cuando él vivía. Hasta utilizaba la azotea, que Ariel apenas disfrutó. Había instalado allí un balancín. Treparon siete escalones metálicos de una escalera tambaleante y se instalaron en lo alto con un termo de mate. El edificio, cercano al estadio Monumental, se codeaba con los más altos de la zona. Todos con superbalcones de acrílico, reposeras caras y vista privilegiada al río que se parece al mar. Qué bien se estaba aquí, le dijo Ariel, en Madrid vivo en un sitio bien diferente.

Marcelo lo convidó a un asado y reunió amigos, todos cuervos, advirtió.

Le mostró los últimos avances del estudio, le dijo que a lo mejor viajaba a Madrid con su nueva gira, llamada Secuestro Express, formé una banda estupenda, estoy contento. Se le veía feliz, seguro de sí. El disco acababa de salir, y ya me lo piratean en cada rincón de la red, además tienes que poner buena cara y agradecerle a esa puta gente que te robe, pero, bueno, como se decía antes, mejor que te roben a que te maten. Ariel se quiso marchar pronto, pero Marcelo le insistió, hoy hay marcha de piqueteros, quedate, no hay nada que hacer en la calle. Convocaba el Bloque Piquetero Nacional, la Corrientes Clasista y Combativa, el Frente Darío Santillán, el PTS, el MAS, Ariel volvía a familiarizarse con la política local.

Cenaron en familia la noche de Navidad, Papá Noel trajo regalos de madrugada y a las cuatro de la mañana Ariel daba vueltas en la cama sin poder dormir, absorto, con el oído puesto en los pájaros y algún generador cercano, el paso del tren elevado cerca de casa, el rumor de la autopista. Su habitación le parecía ahora la habitación de un escolar, un lugar detenido en el tiempo, como si ya no le perteneciera. Sus trofeos infantiles, las fotografías colgadas de sus equipos juveniles, las cajas con juegos, los pocos libros. Toda la vida soñando con poder vivir del fútbol y ahora que lo hacía sentía que ya no disfrutaba como entonces. Le gustaba más entrenar que jugar, en la mañana cuando llegaba al campo encontraba la hierba fresca, acogedora, sin la presión del partido.

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