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Authors: John Ajvide Lindqvist

Tags: #Terror

Puerto humano (55 page)

BOOK: Puerto humano
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No. Fuera. Fuera
.

Sintió una punzada en el pecho, rehuyó la imagen de Maja y se obligó a evocar el sabor metálico en la lengua, los labios cerrados alrededor de los cañones de la escopeta y el dedo en el gatillo. Se empapó de aquella imagen y recuperó la calma.

Un rato después oyó que Anna-Greta y Simon subían la escalera y entraban en la habitación de enfrente. A esas alturas él ya estaba tan metido en su propia muerte que realmente desapareció de este mundo y se quedó dormido.

La horquilla de zahorí

—Pero, hombre de Dios, ¿cómo se te ocurre hacer una cosa así a estas alturas?

—Parecía que ya iba siendo hora.

—¿Ha sido una ocurrencia tuya?

Simon vaciló antes de responder. Göran se echó a reír dándole una palmadita en el hombro.

—No, si ya decía yo. No parecía una ocurrencia tuya. Pero sí muy propia de Anna-Greta.

Simon hizo una mueca y dijo puerilmente:

—Yo también quiero, de verdad.

—Sí, sí, de eso estoy seguro —bromeó Göran—. Pero no te imagino... de rodillas.

Simon miró de reojo las piernas anquilosadas de Göran y su torpe manera de andar.

—También a mí me cuesta imaginarte hincándote de rodillas.

Salieron del bosque y bajaron hacia Kattudden. Ya habían retirado lo peor del destrozo, pero cuando atajaron cruzando el terreno de Carlgren en donde uno de los árboles talados casi cayó sobre la caseta del retrete, tuvieron que cruzar entre las ramas cortadas y palos para leña, que probablemente seguirían allí tirados bastante tiempo. Göran dio una patada a una botella de plástico vacía y dijo:

—La verdad es que no sé si tiene sentido.

—¿El qué?

—No, bueno, hemos tratado de mantener un poco de vigilancia por las noches. Para que no ocurra nada más. Pero no podemos seguir así eternamente.

—¿Estás pensando en tu casa?

—Sí. Si esto sigue así, antes o después arderá también. Si no los cogemos antes, claro.

La casita de Göran estaba en el extremo meridional de Kattudden. Una prolongación del bosque la separaba de los terrenos que el padre de Holger había vendido al agente inmobiliario. Simon comprendía bien la preocupación de Göran. Si se produjera un fuego grande y con la dirección del viento en contra, la casa de Göran también se vería envuelta en llamas. En tal caso de nada iba a servirle tener un pozo recién perforado.

—Ya veremos cómo se presentan las cosas —dijo Simon—. Luego siempre puedes esperar con la perforación.

—Sí, claro.

Cruzaron el pueblo y Simon echó una ojeada a la antigua residencia de verano de los Grönwall. A Simon se le secó la garganta al pensar en lo que le había pasado a la chica que vivía allí. Continuaron por el corto sendero que iba hasta la casa de Göran.

—¿Qué piensas tú de todo esto? —le preguntó Göran—. ¿Le ves alguna explicación?

—Ninguna —mintió Simon sacando su horquilla de zahorí de madera de serbal, que utilizaba para salvar las apariencias.

—¿Crees que podrás encontrar aquí algún venero limpio? —le preguntó Göran—. Sé que ya ha habido problemas con eso antes.

—Vivir para ver —sentenció Simon, y empezó a tantear el terreno mientas caminaban hacia la casa.

Göran se sentó en las escaleras de la entrada a mirar a Simon, que iba recorriendo el terreno despacio con la horquilla en una mano y la otra metida en el bolsillo. Le pareció que era una técnica algo rara. Göran había visto antes en dos ocasiones a zahoríes con la horquilla, y aquellos sujetaban con mucho cuidado la horquilla con las dos manos. Esta técnica de Simon de coger la horquilla con una mano ni la había visto ni había oído hablar nunca de ella.

Bueno, por lo que respecta a Göran, Simon podía ir si quería hacia atrás y con la horquilla en la boca, con tal de que encontrara agua buena. Aunque no sirviera de nada.

Göran suspiró mientras miraba la fachada de aquella casa que su abuelo había construido hacía ya más de cien años. Pensó que sería una tremenda pérdida. Solo una pequeña llama y toda esa parte de la historia familiar quedaría arrasada.

Cuando volvió a mirar hacia el terreno, Simon se había parado y estaba escrutando el suelo.

Así que había de todos modos
.

Göran se levantó para acercarse a él, pero se quedó paralizado cuando Simon alzó la cabeza y sus miradas se cruzaron. Pasaba algo.

Simon tenía los ojos de par en par y la boca abierta, la horquilla se le cayó de la mano y retrocedió como si hubiera recibido un golpe fuerte.

—¡Simon!

No hubo respuesta y Göran siguió en dirección a Simon, que se tambaleaba por el césped con la mirada vacía. De su boca salieron un par de palabras y a Göran le pareció que sonaban como:

—Yo... sé.

Plomo viejo

Anders se despertó con la casa silenciosa y vacía, por dentro y por fuera. No había ningún movimiento y solo se oían los propios ruidos de la vivienda. Se quedó un rato acostado mirando el techo de madera pintado de blanco. Nada había cambiado. La oscuridad estaba allí agazapada dispuesta a atacar, solo su decisión la frenaba.

Se levantó y se vistió despacio y con esmero con la ropa que Anna-Greta le había dejado preparada. Después se deslizó escaleras abajo. El reloj de la cocina marcaba las once y cuarto y Simon y Anna-Greta habían salido cada uno a sus tareas, todo estaba como era de esperar. Abrió la puerta que había al pie de la escalera.

Los trastos viejos eran dos habitaciones, de siete u ocho metros cuadrados cada una e inicialmente pensadas para los niños que nunca llegaron. Ahora estaban repletas de todo tipo de cachivaches y recuerdos que habían caído en el olvido, cosas que podían servir para algo pero que nunca lo hacían, y cerca de la entrada se apilaban los objetos que más se usaban, como las herramientas y los trastos de pintar.

Anders pasó junto a un montón de ropa o trapos cubiertos con una bandera sueca y siguió hasta el cuarto de dentro. Allí estaba más oscuro porque tapaba la ventana una mesa vieja puesta de canto y el olor a moho y a viejo era más fuerte. Anders encendió la lámpara del techo.

El cuarto estaba lleno de redes viejas, aperos de labranza, ruecas y cosas por el estilo. Alguien del programa de televisión
Antikrundan
probablemente habría podido encontrar objetos de valor en aquel revoltijo. Lo que él buscaba estaba enfrente, apoyada en una silla rota, como si estuviera esperándole.

Se agachó y cogió la escopeta de dos cañones, le dio unas vueltas y encontró el mecanismo para abrir la recámara. Los cañones estaban vacíos. Anders agachó la cabeza. La oscuridad aguzaba el oído y se acercaba sigilosamente a él, que lo percibía como un creciente dolor en el estómago.

Se puso los cañones en la boca, cerró los labios alrededor de ellos y colocó el dedo en el gatillo. La oscuridad se detuvo, retrocedió un poco. Él consiguió un respiro.

Le temblaban las manos cuando dejó la escopeta y empezó a buscar los cartuchos. Buscó en el suelo, encima de las mesas y detrás de las redes. El miedo a la oscuridad hizo que le temblara todo el cuerpo cuando retiró un montón de periódicos viejos, introdujo la mano detrás de una cómoda y sintió los gránulos de las cagadas secas de los ratones resbalando bajo sus dedos.

De pronto se sentó, abrió el cajón inferior de la cómoda y allí, entre viejas piedras de afilar y llaves de cerraduras que ya no existían, encontró la caja. Una insignificante caja de cartón marrón con ocho cartuchos. Anders respiró aliviado, cogió uno de los cartuchos y lo examinó.

Aquel pequeño mecanismo mortífero era bastante más nuevo que la escopeta. Un cilindro rojo de cartón grueso envolvía un montón de perdigones de plomo bien apretados. En la parte inferior tenía un casquillo dorado con el fulminante y la carga de pólvora.

Anders toqueteó con la uña el pequeño círculo que había en el centro del casquillo, un golpe en ese círculo y se encendía la pólvora, explotaba y disparaba los perdigones.

Así de sencillo, realmente
.

Cogió la escopeta, metió el cartucho en la recámara y cerró los cañones. Pasó el dedo por el percutor y lo echó hacia atrás hasta que el sonido indicó que estaba en su sitio.

Qué sencillo
.

Toda la escopeta no era más que una construcción alrededor del pequeño percutor que tenía que hincar el pico al fulminante y después... se terminó. En unos pocos segundos habría terminado finalmente.

Probablemente lo mejor sería apoyar la culata contra un rincón para que el retroceso no hiciera que la escopeta se moviera de su posición y los perdigones solo lo hirieran sin acabar con él. Pasó la vista alrededor de las paredes del cuarto y, al mismo tiempo que constataba que podía despejar fácilmente la esquina donde estaban las redes, fue consciente de su egoísmo.

Es el día de su boda
.

Pero él no podía esperar. Dejó la escopeta con cuidado y descolgó la red que estaba más afuera.

Puedes esperar. Puedes esperar un día
.

Se detuvo con la red en los brazos meneando la cabeza.

Tienes que aceptarlo. Por duro que sea. Hazlo por ellos. No puedes hacerles esto
.

Él sabía que era cierto. Con el peso de la red contra el pecho esperó a que la oscuridad se lanzara sobre él en castigo por su vacilación. Pero no apareció. Confiaba en él. Se armó de paciencia.

Mañana
.

Anders sabía que Simon y Anna-Greta iban a hacer un pequeño viaje de novios a Finlandia al día siguiente. Entonces podría hacerlo. Y, además, tener la delicadeza de no hacerlo
aquí
, en su casa. Era un egoísmo desmedido, por otra parte sabía dónde lo iba a hacer, qué lugar era el apropiado para regalos y ofrendas.

Volvió a aflojar el percutor y escondió la escopeta cargada detrás de las redes, se fue a la cocina y se sirvió un café mientras esperaba a Simon.

Simon no llegaba.

Habían quedado en coger juntos el barco de la una, pero eran las doce y media y Simon no aparecía. Anders pensó que en su estado de enajenación lo había entendido mal la noche anterior, y que era en el muelle donde se tenían que encontrar.

Iba a disimular y vivir un día más, por ellos. Luego se acabaron las consideraciones. Ya era bastante disgusto que se enteraran al volver del viaje, pero era inevitable. Él no podía seguir viviendo solo para que ellos estuvieran contentos.

Pero un día más podía disimular, así que mientras se fumaba un cigarrillo comprobó en el espejo qué aspecto tenía, si era aceptable para una boda. La camisa blanca y los pantalones le estaban un poco grandes, pero los zapatos le quedaban increíblemente bien. En el ropero de la entrada encontró una de las deslucidas chaquetas de Simon y se la puso.

Cuando cerró la puerta de la calle tras de sí y un nuevo día nublado le dio la bienvenida, creyó que iba a ser capaz de superar también aquella prueba. El arma estaba cargada y lista, solo sería cuestión de veinte horas o así hasta que él la utilizara.

La oscuridad, de momento, parecía contentarse con el hecho de que los preparativos hubieran finalizado, y le soltó incluso con la mirada un par de veces mientras él bajaba caminando hacia el muelle.

Simon tampoco estaba allí. Había unas veinte personas reunidas en el muelle y todas iban a Nåten y a la boda, pero faltaba el novio. Anders se acercó a Elof Lundberg, que llevaba un magnífico abrigo que conjuntaba penosamente con su eterna visera.

—¿Has visto a Simon?

—No —contestó Elof—. ¿Es que no está allí ya?

—Sí. Estará allí.

Anders se apartó e intentó recordar lo que le había dicho Simon.

Iba a ir a buscar agua para Göran, ¿no era así?

Anders echó un vistazo, pero Göran tampoco se encontraba en el muelle. Para mayor ignominia, a Anders se le pasó por la cabeza una ligera esperanza: que hubiera ocurrido algo. Algo que hiciera que hubiera que suspender la boda. Algo que le permitiera volver al cuarto de los trastos viejos hoy mismo.

El barco de pasajeros tocó puerto y todo eran charlas y risas entre los invitados a la boda que subieron a bordo. Cuando el barco zarpaba de popa, Anders estaba en la proa mirando hacia el embarcadero de Simon. A lo mejor había cogido su propio barco para trasladarse hasta Nåten.

Pero el barco estaba en el muelle y al novio no se le veía por ninguna parte.

Nada se opone

Anders permaneció en la proa durante toda la travesía sin hablar con nadie, y cuando llegaron fue el primero en desembarcar y encaminarse rápidamente a la iglesia. Detrás de él venían los alborozados invitados.

La iglesia de Nåten estaba en un bello emplazamiento, en un alto cerca del mar, y el cementerio se extendía por toda la pendiente hasta la orilla, donde el ancla emblemática que adornaba todas las publicaciones de la iglesia reposaba como un freno impidiendo que las lápidas y las cruces resbalaran hasta el agua.

La ceremonia no iba a empezar hasta media hora después. Anders se imaginó que los contrayentes esperarían a que fuera la hora en punto dentro de la casa de la parroquia, al lado de las rejas del cementerio. Subió la pequeña escalera y llamó. Como no llegó nadie a abrirle, entró.

Había un par de mesas alargadas dispuestas para los invitados y dos tartas de gambas profusamente decoradas llamaban la atención desde una mesa más pequeña colocada en el centro de la sala. Tras una puerta en el otro extremo se oían voces femeninas.

Ella tiene que saberlo
.

El murmullo de los invitados se oía cada vez más cerca. Anders cruzó la sala, llamó tímidamente a la puerta y la abrió.

A pesar de que estaba casado con la muerte y ya no le importaba nada, no pudo evitar sobresaltarse al ver a su abuela con el vestido de boda.

Anna-Greta llevaba su cabello largo y gris en un recogido ondulado que captaba la pálida luz de la ventana de manera que caía sobre ella como una lluvia de plata. El vestido beis con las flores blancas realzaba su elegante aspecto. Llevaba la cara ligeramente maquillada para acentuar el brillo de los ojos.

A su lado había dos mujeres de su edad sentadas cada una en su silla, ocupadas con algo del vestido. Anders recorrió el cuarto con la mirada. Allí no estaba Simon.

—¿Qué tal estoy? —preguntó Anna-Greta.

—Maravillosa —dijo Anders sinceramente—. ¿Ha estado Simon por aquí?

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