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Authors: John Ajvide Lindqvist

Tags: #Terror

Puerto humano (52 page)

BOOK: Puerto humano
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—Siéntate y toma un café.

Anders se mordió los labios y se frotó las manos, pero luego se quitó el anorak y el gorro y cogió una silla.

—¿Has salido con el barco? —le preguntó Simon.

Anna-Greta le sirvió el café y Anders se lo tomó agarrando la taza con las dos manos, como si tuviera frío.

—He estado en Gåvasten.

Anna-Greta le puso la mano en el brazo.

—¿Qué es lo que ha pasado?

Anders se encogió de hombros convulsivamente.

—Nada. Solo que estoy poseído por mi propia hija y obsesionado con que ella está en algún sitio en el mar y con que las gaviotas están vigilando...

—Ha habido otros —reconoció Anna-Greta—. Otros que han estado... poseídos.

A Simon le sorprendió que Anna-Greta hablara abiertamente de algo relacionado con el mar. Tal vez consideró que ya no podía ocultarle esa información y que era mejor que lo supiera así. Anders dejó de golpear el suelo con el pie y escuchó atentamente a Anna-Greta mientras ella le explicaba lo que le había pasado a Karl-Erik y lo de los niños en el muelle.

—¿Por qué? —preguntó Anders cuando ella terminó—. ¿Por qué pasan estas cosas? ¿Cómo es posible que ocurran?

—Eso no lo sé —admitió Anna-Greta—. Pero pasan. Y no solo a ti.

Anders asintió y se quedó mirando fijamente el fondo de la taza de café. Se le movían los labios como si estuviera leyendo en los posos un texto invisible. De repente alzó la mirada y preguntó:

—¿Por qué son malos? Parece que solo son los... malos.

Anna-Greta respondió como si fuera sopesando cada palabra antes de pronunciarla:

—Son... casi solo personas malas... las que han desaparecido. A través de los años. Malas. O agresivas. Elsa Persson. Torgny. Sigrid. Y otras así en el pasado.

Anders miró de Anna-Greta a Simon.

—Maja no era mala —afirmó Anders buscando apoyo en los ojos de ellos. No llegó. Ambos desviaron la mirada sin decir nada. Anders se levantó violentamente de la silla extendiendo las manos.

—¡Maja no era mala! Solo era una
niña
. ¡No era mala!

—Anders —terció Simon cogiéndole del brazo, pero este se sacudió.

—¡Qué es lo que estáis diciendo!

—No decimos nada —dijo Anna-Greta—. Nosotros solo...

—No, no decís nada. No decís nada. Estáis diciendo... que Maja era mala. No lo era. Eso es absolutamente falso. Lo que decís es una locura.

—Eres tú quien lo dice —repuso Anna-Greta.

—No, ¡yo no lo digo! ¡Eso es absolutamente falso!

Anders se dio la vuelta y salió corriendo de la cocina. Se abrió la puerta de la calle y se cerró de un portazo. Simon y Anna-Greta se quedaron sentados a la mesa en silencio un buen rato. Finalmente Anna-Greta dijo:

—Lo ha olvidado.

—Sí —confirmó Simon—. Se lo ha reconstruido así.

Así fueron las cosas

Anders vagó por el pueblo. Fue hasta Kattudden y contempló la devastación allí; se sentó abajo en la playa y estuvo tirando piedras a través de la débil capa de hielo que se extendía a lo largo de la orilla; regresó al pueblo y pasó un buen rato en el muelle mirando hacia Gåvasten.

Empezaba a anochecer cuando regresó a casa. En la puerta de la calle había una nota de Simon, que volviera a casa de Anna-Greta para hablar más sosegadamente. Anders rompió la nota y la estrujó.

La casa estaba helada pero no quería encender la cocinilla, porque entonces verían el humo de la chimenea y bajarían a hablar con él. Él no quería hablar, no quería discutir sobre ese tema nada en absoluto.

Cogió una manta en el cuarto de estar, se envolvió con ella y se sentó a la mesa de la cocina. Con las últimas luces del día estudió las fotografías de Gåvasten. La sonrisa de Cecilia, la mirada ausente de Maja mirando hacia el este.

Anders había embalado todas las cosas de su apartamento, había pensado empezar una nueva vida en Domarö. Ni siquiera se había traído la fotografía de Maja, la fotografía con la careta.

El trol del diablo
.

Anders se frotó los ojos y meneó la cabeza. Se sabía la fotografía de memoria, sin necesidad de tenerla delante. La expresión expectante del rostro de Maja después de asustarle.

Papá Noel feo, regalos feos
...

—¡Que no!

Anders se levantó de la mesa tapándose los oídos con las manos como si eso pudiera evitar que se colara el recuerdo de su voz; aquella tierna vocecilla sentada a los pies del árbol de Navidad cantando...

—Yo vi a papá matando a Papá Noel, yo...

¡Todos los niños hacen esas cosas!

Anders abrió la puerta de la despensa y vio que quedaba un paquete de vino, lo abrió y bebió con tanta ansiedad que le resbaló por las comisuras de los labios.

Era una vida maravillosa... la quería tanto
...

—¡Mierda de calcetines! Os odio.

Se dio la vuelta y vio la botella de ajenjo, dio un trago y se enjuagó la abrasadora náusea con más vino. El estómago se le revolvió en protesta y tuvo que ir corriendo al servicio para vomitar, pero cuando se inclinó sobre la taza no salieron más que un par de eructos agrios. Se sentó en el suelo y apoyó la espalda en el radiador caliente.

No era verdad que Maja era mala. Se enfadaba con facilidad, sí. Tenía mucha fantasía, sí. Pero mala, no.

Anders dio un cabezazo hacia atrás, se golpeó la nuca contra el borde del radiador y vio las estrellas. Salió tambaleándose a la cocina y cogió de nuevo las fotografías, contemplando a su familia. Los ojos cálidos y tiernos de Cecilia que miraban a los suyos. Le temblaba el labio inferior cuando descolgó el teléfono y marcó su número. Cecilia respondió a la segunda señal.

—Hola, soy yo —dijo Anders.

Se oyó un leve suspiro al otro lado del hilo.

—¿Por qué llamas?

Anders se pasó la mano con fuerza por la cabeza un par de veces, frotándose el cuero cabelludo.

—Tengo que preguntarte una cosa. Maja no era mala, ¿verdad?

La respuesta tardaba en llegar y Anders se arañó tan fuerte la cabeza con las uñas que empezó a sangrar.

—Es que dicen eso —continuó Anders—. Lo aseguran. Pero tú y yo... nosotros sabemos que no era así, ¿verdad?

Con cada segundo que pasaba sin que Cecilia respondiera fue creciendo dentro de la cabeza de Anders algo tan grande, que le hacía tanto daño, que habría podido desgarrarse toda la cabeza.

—Anders —respondió por fin Cecilia—. Después de aquello... tú has reconstruido el pasado, te has creado una imagen de ella que no se corresponde con la realidad.

La voz de Anders se convirtió en un susurro.

—¿Qué estás diciendo? Pero si era una niña muy buena. Era muy... buena.

—Sí, lo era. También era una niña muy buena. Pero...

—Yo jamás pensé otra cosa. A mí me parecía que era maravillosa. Siempre.

Cecilia se aclaró la voz y cuando volvió a hablar había una determinación impaciente en su voz.

—Como tú quieras. Pero no fue así, Anders.

—¿Cómo fue entonces? Yo siempre pensé que ella era... lo más maravilloso que uno podía imaginarse.

—Eso es algo que tú te has inventado luego. Tú no podías con ella. Una vez llegaste a bromear con cambiarla por...

Anders tiró el auricular. Ya era de noche fuera de la ventana. Estaba temblando de frío. Se puso de rodillas y se arrastró a gatas hasta el cuarto de baño, volvió a ponerse con la espalda contra el radiador mirando fijamente al lavabo mientras se chupaba los labios hasta que la boca le supo a metal.

Tenía los brazos caídos con el dorso de las manos contra el suelo. Olía ligeramente a pis y tenía la boca pastosa después de un día sin beber otra cosa más que vino y ajenjo. Él era una pequeña nada deshidratada, el resto arrugado de algo que quizá ni siquiera había existido.

—No soy nada.

Se lo dijo a sí mismo en voz alta en medio de la oscuridad y halló consuelo en aquellas palabras, así que las repitió:

—No soy nada.

No era ninguna novedad que su vida los últimos años se había convertido en una mierda. Lo sabía. Pero creía que al menos conservaba los recuerdos de una vida feliz, de unos años dichosos con Maja y Cecilia.

Pero aquello tampoco era así. Ni siquiera eso.

Se rió a hurtadillas, se volvió a reír un poco más. Luego se tumbó de bruces y lamió el suelo alrededor del retrete, continuó hacia arriba lamiendo la cerámica. Sabía salado. Los pelos se le quedaban pegados a la lengua pero él seguía chupando. Limpió los bordes, quitó los residuos del retrete y terminó tragándose toda la porquería amarga acumulada en la boca.

Así. Ya está. Así
.

Se puso de pie, respiró profundamente un par de veces y lo repitió otra vez:

—No soy nada.

Ya estaba dicho. Asunto resuelto. Con pasos más resueltos fue a sentarse de nuevo a la mesa de la cocina y miró hacia Gåvasten, que ya había empezado a emitir sus señales nocturnas. Flotó en un mar de calma absoluta. Sin olas de esperanza ni recuerdos falsos en el horizonte.

Me has abandonado
.

Sí. No había podido localizar ese sentimiento mientras lo albergó, pero ahora, cuando lo había abandonado, sentía su ausencia. Maja ya no estaba dentro de él. Él la había expulsado. Ella le había abandonado.

Nada
.

Estuvo media hora con la cabeza apoyada encima de los brazos, quedándose helado, mientras admitía cómo habían sido las cosas. Maja había sido terrible. Él a menudo había deseado no haberla tenido nunca. Lo había dicho en voz alta algunas veces: que deseaba que pudiera desaparecer. Poder cambiarla por un perro, por un perro bueno.

Yo quería que ella desapareciera. Y desapareció
.

Maja lloraba y gritaba y pataleaba en cuanto no tenía lo que quería. Rompía inmediatamente las cosas que no funcionaban como ella quería. No conocía límites. No se atrevían a dejarle mirar la programación infantil porque había tirado un jarrón contra la pantalla cuando un personaje de dibujos animados dijo algo que no le gustó. ¿Cuántas horas no se habían pasado recogiendo cuentas después de que Maja las hubiera tirado, cuántas recogiendo hojas arrancadas de los cuadernos de dibujo y de los tebeos?

Así fue. Así había sido. Como tener una bestia en casa, y había que andar con cuidado, estar siempre atentos para no despertar su mal genio. La habían llevado al médico, habían estado con ella en la Unidad de Psiquiatría Infantil, pero no había remedio. Lo único que esperaban era que se le pasara con los años.

A Anders le castañeteaban los dientes y tiró con fuerza de la manta para arroparse mejor.

Ahí estaba el origen de sus enormes remordimientos, que primero había intentado hacer desaparecer con bebida y luego, a fuerza de trabajo pertinaz, había conseguido reprimir: que él tenía la culpa de todo. Él había deseado que ella desapareciera, sólo que desapareciera, y eso fue exactamente lo que pasó. Él había hecho que ocurriera.

—Todos los padres se echan la culpa cuando a sus hijos les pasa algo —les explicó el terapeuta de familia al que Cecilia le había obligado a acudir.

Seguro que llevaba razón. Pero esos padres probablemente con el paso del tiempo podrían llegar a la conclusión de que no eran culpables de que su hijo hubiera sido atropellado, tuviera cáncer o se hubiera perdido en el bosque. Al menos ellos no lo habían deseado. Y si lo habían deseado, por lo menos el niño había desaparecido de una forma natural, en la medida en que pueda existir algo así.

Maja había dejado de existir como si no hubiera existido nunca, como si alguien hubiera deseado que... desapareciera. Pero no se puede desaparecer así, y, por lo tanto, la explicación de que Anders había deseado su desaparición era tan válida como cualquier otra, y a eso se atenía él. Por más vueltas que le daba, siempre llegaba a la misma conclusión: él había matado a su propia hija.

Cuando Cecilia lo abandonó después de que él se hubiera destrozado con la bebida, entonces surgió en mitad de las sombras su última tabla de salvación: se fabricó una memoria a su medida. En días y noches de borrachera fue forjándose un pasado nuevo. Uno en el que Maja había sido una niña absolutamente maravillosa y él la había querido con un amor puro y sencillo.

Él no había pensado nunca cosas horribles de ella y, por lo tanto, era incomprensible que hubiera podido desaparecer. Era una gran tragedia en la que él no tenía nada que ver, él, que había querido a su hija más que a nada en el mundo.

Esa había sido su historia. Hasta ahora.

Anders se estremeció cuando sonó el teléfono. No se sentía capaz de contestar y después de seis señales se quedó de nuevo en silencio. No podía hablar con nadie. No existía, no era nada.

Apoyó de nuevo la cabeza entre las manos y escuchó el vacío, y escuchando ese vacío se le ocurrió otra reflexión.

Si yo quería deshacerme de ella... ¿por qué fue tan terrible cuando ella desapareció? Debería de haberme... alegrado. En último extremo, sucedió lo que yo había deseado
.

Anders se levantó de la silla. Le crujían las rodillas tiesas de frío mientras daba una vuelta por la cocina.

La respuesta era evidente: en el fondo, en lo más profundo de sí mismo, no lo había deseado nunca. Por más agotadora que fuera, también había momentos buenos. Y habían empezado a ser cada vez más, y más largos. El cambio en el que ellos habían confiado había comenzado. El último día, la excursión a Gåvasten era un ejemplo. Maja casi se había comportado como una niña normal durante varias horas.

Y era a esa niña, la niña curiosa, apasionada y vivaz a la que él había amado y a la que había estado dispuesto a esperar, aguantando ataques de histeria y juguetes rotos. Iba por buen camino. Después desapareció y él solo pudo recordar sus malos pensamientos hasta que se volcó hacia el otro lado.

Nunca llegué a conocerla
.

No. Cuando estaba en mitad del suelo de la cocina envuelto en la manta se dio cuenta de que el quid de la cuestión se podía expresar así: él no había sabido nunca quién era Maja. Había habido demasiados cuidados alrededor de ella. Si los niños pueden ser malos, ¿era Maja realmente mala? No lo sabía. No la conocía.

Y ahora ella lo había abandonado.

Sobre el cielo

—¿Papá? ¿Qué pasa cuando uno se muere?

—Hay...

—Yo creo que uno va al cielo, ¿no lo crees tú?

—... sí.

BOOK: Puerto humano
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