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Authors: John Ajvide Lindqvist

Tags: #Terror

Puerto humano (48 page)

BOOK: Puerto humano
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Arvid miró fuera de la sala en el momento en que Sofia corría hacia Mårten y Emma. Los agarró de los buzos a la altura del pecho y los atrajo hacia sí. Emma consiguió zafarse, lo cual permitió a Sofia sujetar a Mårten con las dos manos. El pobre chico gritaba como un loco cuando Sofia lo arrastró hasta el borde del muelle y lo tiró. Los gritos continuaron mientras él pudo sujetarse en el borde y luego acabaron de golpe.

El transbordador se encontraba a unos cincuenta metros del muelle y las gaviotas se iban alejando de allí, se alzaban hacia el cielo formando una cortina de aleteos y chillidos.

Todo aquello estaba tan fuera de lugar que tuvieron que pasar un par de segundos antes de que el cerebro de Arvid admitiera que no estaban jugando, que Sofia había tirado de verdad al pequeño Mårten al agua helada.

¿Y dónde está Maria?

Sofia enseñó los dientes y se abalanzó sobre el resto de los niños, que asustados huyeron hacia la isla. Era como la canción «El oso duerme, el oso duerme», pero el oso en realidad era peligroso y no servía de nada ir con cuidado.

Arvid, mientras corría hasta el borde del muelle, vio con el rabillo del ojo que el barco de pasajeros aún se encontraba muy lejos para que Roger pudiera ayudarles. Arvid miró dentro del agua y vio el buzo azul claro de Mårten justo por debajo de la superficie.

Vaciló. No sabía si debía hacerlo. Él solo tenía trece años y el agua estaba casi a cero grados, y tenía que haber alguna persona mayor que...

El abuelo. El abuelo habría podido
.

No alcanzó a pensar nada más antes de que las manos, actuando por su cuenta, bajaran la cremallera de la cazadora y empezaran a quitársela. El buzo de color azul claro de Mårten se veía cada vez más azul oscuro a medida que se hundía, y no había nadie más que Arvid que pudiera salvarle.

Arvid acababa de quitarse la cazadora y estaba a punto de coger aire cuando le dieron un empujón en la espalda que le lanzó fuera del muelle. Se volvió en mitad de la caída y alcanzó a ver a Sofia mirándolo fijamente con ojos de loca, antes de caer los dos metros y hundirse en el agua.

El frío le dejó sin aire, se le contrajeron los pulmones, no podía respirar. Vio la afilada proa del barco de pasajeros a unos diez metros. Se dirigía derecho hacia él y oyó el ruido de los motores cuando Roger dio marcha atrás.

Haciendo un gran esfuerzo, Arvid consiguió aspirar un poco de aire, contuvo la respiración, hundió la cara en el agua y buceó. La nariz, la boca y los ojos se le congelaron pero en ese momento solo existía una cosa, que era llegar hasta el bulto azul que se encontraba justo por debajo de él.

Dio otra brazada y el rugido de los motores le retumbaba en la cabeza cuando notó que sus pies abandonaban la superficie. Le dolían los oídos debido a la presión e intentó impulsarse con los pies, pero con las gruesas botas no pudo conseguirlo; dio otra brazada, la última antes de que se le acabara el aire, alargó el brazo y pudo agarrar por la espalda la tela del buzo de Mårten.

Increíblemente, tuvo los reflejos suficientes para echarse hacia un lado antes de salir a la superficie. Nadando con el brazo libre, empujándose como podía con las piernas, sacó a Mårten del agua como quien levanta un trofeo, antes de salir él mismo y tomar aire jadeando.

Sus cabezas salieron a la superficie a tan solo un metro del casco de metal del transbordador. Arvid ya no era capaz de oír nada, era como si tuviera tapones de hielo en los oídos. Sobre su cabeza, el cielo estaba lleno de gaviotas mudas.

El buzo de Mårten estaba lleno de agua y quería arrastrarlos a los dos hacia abajo, pero Arvid consiguió agarrarse a uno de los neumáticos de tractor que colgaban alrededor de los bordes del muelle, avanzó agarrándose al neumático siguiente. Cuando llegó a la esquina del muelle, oyó que le estaba gritando alguien desde lejos, pero no hizo caso. Sujetando la cabeza de Mårten fuera del agua avanzó hacia la orilla.

Bordeó la esquina y vio borrosamente que otra persona se arrastraba hacia tierra unos metros delante.

Maria... bien... bien
...

Sus manos no querían obedecerle ya. Al intentar agarrarse al último neumático que quedaba hasta alcanzar la orilla, notó que tenía los dedos congelados y estos se le resbalaron por la dura superficie de goma.

Desde el muelle le tiraron un bichero y él trató de agarrarlo, pero no podía cerrar los dedos alrededor del palo redondo. Creyó que se iba a hundir, pero el garfio se le quedó enganchado en el borde del jersey y fue arrastrado hacia la orilla con su carga.

Después de un par de metros sintió que sus piernas se movían de una forma rara, hasta que comprendió que tocaban el fondo. El bichero se le desenganchó del cuello del jersey y el agua le salpicaba la cara cuando Roger saltó dentro del agua y lo arrastró hasta la orilla. Se dio cuenta de que Maria ya estaba allí y que lo miraba con los ojos abiertos de par en par y la cara blanca como la tiza.

Sintió un tirón.

—Arvid, Arvid. Suelta. Tienes que soltar.

Roger tiraba de su brazo izquierdo, el brazo con el que sujetaba a Mårten. Arvid intentaba abrirlo pero no podía porque el brazo se había quedado congelado. El único sitio en el que conservaba algo de calor era en la boca, y consiguió abrir los labios para decir:

—No puedo.

Arvid miró a Mårten y vio algo maravilloso. El chico movió la boca y tosió arrojando un poco de agua sobre la cara de su salvador. Estaba vivo. Haciendo un poco de fuerza, Roger consiguió abrir el brazo de Arvid y sacar a Mårten.

Mientras Roger se afanaba para quitarle el buzo y envolverlo en su propio forro polar, se acercaron Ulla y Lennart Qvist, que habían venido en el barco, y se hicieron cargo de Maria y de Arvid.

Se oían gritos que llegaban desde el muelle y Arvid, con ayuda, consiguió ponerse de pie, vio que había dos personas mayores sujetando a Sofia, que se agitaba de un lado a otro, dando alaridos como un animal e intentando morderlas. Las gaviotas daban vueltas alrededor de los contendientes como si fueran el exaltado público de un combate de boxeo, revoloteando y chillando a su alrededor.

Mårten iba llorando en los brazos de Roger, que lo llevaba a casa, y también Maria, de la mano de Ulla, iba sollozando, con los labios azules de frío. Arvid se quitó el jersey, Lennart lo envolvió en un abrigo grande y le dio unas palmadas.

—Lo has hecho muy bien, Arvid.

A Arvid le temblaban de tal manera las mandíbulas que no podía apenas hablar. Señaló agarrotado hacia las gaviotas locas y hacia Sofia, que, maldiciendo y pataleando, era arrastrada hacia la orilla.

—¿Por qué... pasa... esto?

—Nadie sabe —contestó Lennart—. Nadie sabe. Ahora vamos.

Con las piernas temblándole, Arvid se dejó guiar rodeando el matorral de espino cuesta arriba hacia el pueblo. Cuando vio que su camino iba a cruzarse con el de Sofia se paró.

—¿Quieres hacerme un favor?

—Sí, claro —afirmó Lennart—. ¿Qué quieres?

—¿Puedes ir a buscar mi cazadora?

Mientras Lennart fue a buscar la cazadora, Arvid se quedó allí con su abrigo bien apretado alrededor del cuerpo viendo como arrastraban a Sofia hasta su casa. Las gaviotas iban tras ellos, dando vueltas sobre sus cabezas como si hubieran olido el rastro de una presa y solo esperaran el momento propicio para atacar.

Cuando Lennart regresó, Arvid le devolvió el abrigo, se puso la cazadora de cuero sobre la piel desnuda y le dijo que ya podía valerse por sí mismo. Después siguió caminando hacia casa con el agua chapoteándole dentro de las botas.

A la altura de la tienda se paró y se quedó mirando hacia el camino por el que llevaban a Mårten a su casa, seguía llorando desconsoladamente, pero estaba vivo. Arvid se ajustó mejor la cazadora alrededor del cuerpo, sintiéndola.

Qué raro era aquello.

Fue la primera vez que notó que la cazadora daba calor. Y ya no le estaba grande. Le sentaba bien. Pero que muy bien.

De vuelta a Gåvasten

A Anders el frío le pellizcaba las mejillas y le hacía llorar los ojos. Se había arropado lo mejor que pudo y llevaba puesto el chaleco salvavidas debajo del anorak, pero el viento al navegar se colaba por todos los resquicios, no había hecho más que la mitad del trayecto hasta Gåvasten y ya estaba congelado.

Al principio pensó que le pasaba algo raro en los ojos, que veía puntos delante, pero a esta distancia pudo comprobar que las manchas que se arremolinaban en el cielo alrededor de Gåvasten en realidad eran pájaros. A aquella distancia no se podía decir qué tipo, pero parecían de diferentes tamaños y, por lo tanto, de diferentes especies.

Los veinte caballos del motor de la lancha de Simon zumbaban continuamente y el casco de fibra de vidrio golpeaba contra las olas. Anders tenía la cara tan congelada de frío que ya no notaba si le saltaba alguna gota en las mejillas o en la barbilla. Iba con la mirada fija en Gåvasten y la mano izquierda girando el acelerador a la máxima velocidad. Era una flecha disparada desde Domarö que mantenía el rumbo directo al ojo de buey del faro.

No obstante, no pudo evitar que algo se filtrara y minara su decisión firme como un témpano de hielo. Un temblor desagradable, viscoso, iba creciendo en su pecho a medida que se acercaba al faro y a aquel hervidero de pájaros. Una sensación de sobra conocida, como un pariente nauseabundo: miedo. Un miedo primario que le hizo escorar la flecha y reducir la velocidad.

La resonancia del ruido del motor se volvió más penetrante cuando soltó el acelerador y dejó que el barco ronroneara despacio los últimos cien metros. Los pájaros que volaban alrededor del faro eran ciertamente de diferentes especies. El aleteo salvaje del porrón, los eíderes, con sus cuerpos pesados, y el elegante vuelo de las gaviotas al amor de las corrientes de aire. Había incluso algunos cisnes columpiándose en el mar cerca del faro.

¿Qué hacen?

Había muchos pájaros en el aire volando alrededor del faro, pero aún más apelotonados sobre la superficie del agua. No parecía que se propusieran nada con ese comportamiento más que mostrar un frente unido:
aquí estamos
.

De todos modos era desagradable. Anders no había visto
Los pájaros
, pero podía imaginarse perfectamente lo que supondría que semejante cantidad de pájaros, de repente, se decidiera a atacar. De momento no parecía que tuvieran esa intención, pero ¿y cuando atracara en la isla?

Cuando el barco se deslizó entre el primer grupo de pájaros, estos se apartaron enseguida nadando, y a Anders le pareció que lo miraban agresivamente. Decidió utilizar la única arma o protección que tenía a mano.

Soltó el acelerador y dejó el motor en punto muerto mientras buscaba la botella de plástico, respiró profundamente y dio un par de tragos del ajenjo concentrado.

La repugnancia le ardió en la boca, la garganta, el estómago, y sus llamas se propagaron hasta la cabeza, flameando en el cerebro. Anders contuvo una arcada, enroscó el tapón y volvió a coger el timón. Los pájaros se alejaban nadando, formando para él una calle libre de plumas hasta la roca.

Vaciló un par de segundos antes de poner el pie en la roca. Luego se bajó del barco y miró a su alrededor. Los pájaros seguían dando vueltas arriba en el aire y a Anders le pareció que sus gritos se intensificaban. Pero no se lanzaban al ataque. Arrastró el barco lo mejor que pudo y lo amarró a una piedra.

Estaba de nuevo en Gåvasten.

La primera y última vez que había estado allí las rocas estaban cubiertas de nieve. Ahora pudo observar que relucían, pulidas por el mar, y que las vetas de color rosa y blanco que discurrían a través de la piedra gris formaban un dibujo, manchado de cagadas de gaviotas. Se quedó parado con los brazos colgando y la boca abierta, mientras el dibujo se liberaba del fondo y se concentró formando un... alfabeto.

Un idioma
.

Las líneas en todas las direcciones, los puntos aislados y los garabatos eran signos, partes de un sistema de escritura tan complicado que su pensamiento no era capaz de descifrarlo, solo de constatar que estaba allí.

Como un bebé al que hubieran puesto una Biblia en las manos y la tirase al comprobar que no se podía chupar, Anders apartó la mirada de la escritura de las piedras y continuó subiendo hacia el faro por la cara este. Ese no era su idioma, no significaba nada para él.

No sabía cómo tenía que buscar puesto que no sabía lo que buscaba, pero iba registrándolo todo puntualmente como si fuera una madeja que tuviera que desenredar. Necesitaba encontrar el punto de debilidad donde poder introducir el dedo y empezar a hurgar.

No encontró ningún punto así. El mundo era impenetrablemente sólido y estaba lleno de mensajes que él no sabía interpretar.

Las formaciones escalonadas de la roca del faro que se hundían en el mar, los bloques erráticos aislados y las capas de guijarros en las grietas configuraban nuevas señales que querían decir algo. Cuando alzó la vista sintió cierto desasosiego al ver que las bandadas de pájaros creaban figuras en el cielo, figuras cuyos contornos se dispersaban continuamente dando lugar a nuevas formas.

Todo me habla. Y yo no entiendo el significado
.

Anders se agachó y se mojó las manos en un charco de agua de lluvia cristalina, se frotó la cara y cerró los ojos un momento.

Cuando los volvió a abrir, una parte de las visiones habían desaparecido y entornando los ojos pudo subir hacia el faro. La puerta estaba abierta, como aquella vez. Se alegraba de una cosa: los alucinógenos del ajenjo bloqueaban casi todos los recuerdos. Podría decirse que, por el contrario, lo situaban
aquí y ahora
de un modo tan intenso que le resultaba doloroso. Pero, de todos modos, preferible.

Abrió la puerta y el cepillo petitorio le dio la bienvenida. Se rebuscó en los bolsillos y como no encontró nada pasó de largo. Se paró y sonrió.

Quizá sea ahora cuando ataquen los pájaros
.

No. Mientras subía las escaleras los oía fuera, donde seguían chillando y cloqueando. ¿Entendían el idioma de otras especies? Probablemente, no, pero, en tal caso, ¿cómo sabían que tenían que juntarse?

Todo habla. Todo escucha
.

Iba acariciando la pared con la mano derecha mientras subía. Cruzó la sala circular y siguió subiendo la escalera hasta el reflector.

BOOK: Puerto humano
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