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Authors: John Ajvide Lindqvist

Tags: #Terror

Puerto humano (46 page)

BOOK: Puerto humano
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Anna-Greta asintió para sí misma apuntando ligeramente con el índice en el aire como si acabara de acordarse de algo.

—Creo que fue por eso por lo que les acompañé. Porque quería ver como hacían la inmersión.

Simon tenía un comentario muy chistoso en la punta de la lengua pero se abstuvo de soltarlo y Anna-Greta prosiguió:

—El buceador este fue bajando, el cordel se iba deslizando desde una polea arriba en el barco. Había algo hipnótico en aquello. No podíamos ver al buzo, solo podíamos mirar aquella polea que chirriaba dando vueltas para suministrar cordel al buzo mientras se sumergía. Y de pronto... se paró. Dejó de salir cordel, como si hubiera llegado al fondo. Lo cual no podía ser cierto porque solo habían salido siete u ocho metros de cordel y allí hay por lo menos treinta metros de profundidad. El cordel no se movió en un buen rato y yo pensé que había encontrado un nuevo escollo. Estaba allí pensando qué nombre ponerle, en caso de que hubiera que ponerle alguno. Y entonces...

Anna-Greta describió con la mano un rápido movimiento circular.

—... entonces el cordel empezó de nuevo a salir. Pero más deprisa de lo que lo había hecho antes. Mucho más deprisa. Diez metros, quince, veinte, veinticinco. La polea dejó de chirriar, empezó a... repiquetear. Luego aumentó la velocidad hasta convertirse en un puro zumbido. Treinta, cuarenta, cincuenta metros. En cuestión de segundos. Como si no se estuviera hundiendo en el agua, sino cayendo en el aire. No podíamos hacer nada. Alguien intentó coger el cordel y se abrasó las manos. El cordel siguió hundiéndose todo el tiempo, otros treinta metros, se salió de la polea y desapareció en el agua. Con la misma velocidad.

Anna-Greta bebió un poco de Fanta y se aclaró la garganta.

—Eso fue lo que pasó. Y por eso quiero que tengas cuidado. —Dejó el vaso en la mesa y añadió—: Como tenían que buscarle alguna explicación a aquello, dijeron entonces que se había quedado enganchado a un submarino. Absurdo, pero cierto. Nunca apareció. Como te habrás imaginado.

Simon se quedó observándola mientras ella se secaba los labios con la servilleta. No daba la más mínima impresión de que acabara de contar algo incomprensible, parecía como si se hubiera visto
obligada
a explicar cómo funciona lo de la electricidad para que uno no juegue con los enchufes.

—Yo tengo cuidado —aseguró Simon—. Creo.

Dieron un paseo por Norrtälje y hablaron de si iban a vivir juntos después de casarse. Bueno, hablaron no es exacto.
Bromearon
sobre ello. En realidad los dos estaban de acuerdo desde el principio en que ambos querían seguir viviendo como antes.

Ni hablar de hacer un viaje de novios, pero quedaron en reservar un viaje de ida y vuelta en el ferry a Finlandia. Comer bien y al menos dar unos simbólicos pasos de baile si Dios y las caderas se lo permitían.

A las cinco subieron en el autobús de vuelta a Nåten y a las seis menos cuarto estaban ya a bordo del barco de vuelta. Simon observó la superficie oscura del agua y le pareció que había cambiado. Ya no veía la superficie, veía
la profundidad
. Él había estudiado la carta náutica, había hablado con la gente y sabía que la bahía de Domarö tenía una profundidad entre veinte y sesenta metros en las afueras de Nåten. Al norte y al este había fosas de cien metros o más.

La profundidad
.

El colosal espacio del que se trataba, la inmensa cantidad de agua que había solo entre Nåten y Domarö, que estaba allí esperando en la oscuridad, mostrando solamente su superficie resplandeciente, inofensiva.

Simon se imaginó el barco con el que dentro de poco viajarían hasta Finlandia.
Silja Symphony
. Cientos de camarotes y una larga avenida comercial en medio. Diez pisos y seguro que ciento cincuenta metros de proa a popa.

Miró abajo, hacia el agua que se arremolinaba a lo largo del estrave, y pensó: «Podría hundirse aquí y desaparecer. No se notaría nada de nada. Yacería ahí abajo».

Sintió un estremecimiento que le recorrió la columna y rodeó con el brazo los hombros de Anna-Greta mientras se acercaban a Domarö.

En el muelle los esperaba un comité de bienvenida. Eran las mismas personas que se habían reunido en la Casa de la Misión, salvo Tora Österberg y Holger. Ni Karl-Erik.

Tora no había tenido fuerzas para acudir y Holger estaba con Göran vigilando a Karl-Erik. Como dijo Johan Lundberg: «Para que no se le ocurra hacer otra burrada».

Lasse había sido trasladado al hospital de Norrtälje para que le suturaran las heridas, pero se había negado a permanecer allí un minuto más del tiempo estrictamente necesario. Cuando volvieron con él a casa, su mujer, Lina, se había comportado con la misma insensatez. Ella, que normalmente era toda amabilidad, había escupido y puesto verdes a los que iban con Lasse, y parecía otra persona. Dejó pasar a su marido pero a nadie más. Ni siquiera les invitó a un café.

Esto era lo que le estaban contando a Anna-Greta. Ignoraban a Simon abiertamente y, pese a que Anna-Greta lo cogió de la mano para mantenerlo dentro del círculo, el grupo consiguió cerrarlo alrededor de Anna-Greta y dejarlo fuera. Pasados un par de minutos se hartó. Le hizo una presión en la mano a Anna-Greta y le dijo al oído que iba a ver qué tal estaba Anders.

Sintió un aguijonazo de mala conciencia cuando se volvió después de alejarse un poco y la vio en el muelle rodeada de figuras oscuras, como una bandada de cornejas. Aunque tal vez no fuera mala conciencia, pensó mientras seguía hacia la Chapuza. Tal vez era envidia.

Ella no es vuestra. Ella es mía. ¡Mía!

La Chapuza estaba a oscuras y en silencio, pero cuando Simon entró en la cocina vio que se veía luz por debajo de la puerta del dormitorio. Abrió con cuidado y encontró a Anders durmiendo en la cama de Maja con un muñeco de Bamse entre los brazos. Simon se quedó observándolo un rato, después salió y cerró la puerta con cuidado.

Encendió la luz de la cocina y buscó papel y lápiz, le escribió una nota acerca de la boda. Estaba a punto de marcharse cuando se fijó en la base de las cuentas. Observó el dibujo detenidamente. Después añadió algo a la nota y salió de la casa.

Anna-Greta ya estaba en casa. No había mucho que discutir en realidad. El único plan de acción en el que podían estar de acuerdo todos era el que ya se había puesto en marcha: mantener a Lasse y a Karl-Erik bajo control y esperar a ver cómo se desarrollaban las cosas. Ella se quitó sus botas nuevas y se masajeó los pies, doloridos después del viaje a Norrtälje.

—Siento que los otros se portaran así —se disculpó—. Con el tiempo se acostumbrarán.

—Lo dudo —afirmó Simon sentándose—. ¿Les has contado lo de Elin?

—¿Cómo iba a hacerlo?

—No. Claro.

Anna-Greta puso los pies en las rodillas de Simon y este se los masajeó ausente. Tenía las manos de nuevo en su sitio, una parte natural del cuerpo.

Magia. Guardasecretos
.

Todo aquello era como un número de magia. Un efecto que se veía en la superficie y parecía fantástico, pero detrás de todo ello había un mecanismo que si se conocía era muy sencillo. Quizá. Quizá no. A Simon le gustaría poder aplicar sus antiguas dotes a ese efecto precisamente y encontrar el compartimento oculto, el movimiento secreto. Quizá fuera todo tan sencillo como un hilo invisible o un doble fondo, si uno lo descubría. Pero él no lo veía.

—Hay una cosa que no entiendo —dijo Anna-Greta, y dobló los dedos de los pies, que crujieron un poco—. Elin. Anders. Karl-Erik. Lasse. Lina. ¿Por qué ellos? ¿Por qué precisamente
ellos
?

—Hay muchas cosas que yo no entiendo. Y esa es una de ellas. ¿Dónde se encuentra el hilo?

El escondite

Cuando echó mano al despertador y con los ojos aún medio dormidos consiguió descifrar lo que indicaban las agujas, Anders no pudo dar crédito a lo que veía. Eran las siete menos veinte. A juzgar por la luz que entraba, era por la mañana, no por la tarde. Por lo tanto no había dormido más que un cuarto de hora, a pesar de que estaba muerto de cansancio.

Se volvió boca arriba apretando el despertador contra su pecho. Incomprensiblemente, hacía mucho tiempo que no se sentía así de descansado. Notaba el cuerpo relajado y la cabeza vacía, serena. Sentía como si hubiera dormido...

Espera un momento
...

Cabía otra posibilidad, claro. Que hubiera dormido un día entero. Que ya fuera sábado. Cerró los ojos. Pero ya se habían despejado y no tenían ninguna gana de volver a cerrarse. Había dormido suficiente. La única explicación posible era que había dormido veinticuatro horas y un cuarto.

O cuarenta y ocho. O setenta y dos. O
...

Tenía unas endiabladas ganas de hacer pis, la vejiga lo presionaba como un tumor. Sin embargo, no acababa de levantarse. Era tan increíblemente agradable estar al calorcillo dentro de la cama y sentirse
descansado
. No había tenido ni una noche tranquila desde que llegó a Domarö. Ahora las había recuperado todas de un tirón. Encogió las piernas y se volvió hacia la pared, donde encontró a un viejo amigo.

Bamse
.

Ese Bamse grandote había sido el muñeco preferido de Maja cuando estaban en Domarö. No quiso nunca llevárselo a la cuidad, no, Bamse era de Domarö y tenía que quedarse allí esperándola hasta la próxima vez que viniera.

Anders le acarició el gorro de fieltro azul, los ojos abiertos de para en par, los botones de los tirantes de sus pantalones de carpintero.

—Hola, Bamse.

Se sentía tranquilo. Ayer o anteayer sus pensamientos ya habrían empezado a acosarle, a dar vueltas alrededor de su cabeza buscando una explicación de por qué Bamse estaba a su lado si cuando él se acostaba el osito estaba debajo de la cama, al fondo.

Pero ahora no. No, no. Bamse estaba ahí. Qué bien.

Además, ahora sabía cómo eran las cosas. Había sido él mismo el que había cogido a Bamse, o mejor dicho: lo había hecho su cuerpo. Maja había querido tener su osito al lado mientras dormía y se había servido del cuerpo de su padre para conseguir lo que quería.

—Buenos días, cariño.

Esperaba oír una respuesta en su interior, pero no llegó. También podía aceptar eso. Creía que debería sentir algo, que tenía que haber un sitio dentro de sí mismo que fuera ella, pero no pensaba averiguarlo ahora. Las cosas estaban bien como estaban, con Bamse y todo. Ella estaba allí.

Se sonrió.

—¿Te acuerdas de esta? —Tosió para aclararse la garganta después de tantas horas y cantó en voz baja la versión que había hecho Maja de la canción de Bamse:

Bien por Bamse, el más fuerte de todos

aunque le gusta mucho pelear
,

supermiel, supermiel de la abuela

toma Bamse cuando va a empezar a dar
.

Esa había sido una de sus diversiones favoritas, jugar con las canciones y las expresiones, con el idioma. Sobre todo para... sí, empeorar las cosas. Normalmente todo empezaba por un error que ella luego iba extendiendo. Uno de sus favoritos había sido decir
ful
, en lugar de
jul
[13]
. De manera que en Navidad se daban paquetes feos, ponía un árbol feo y antes de Navidad se juntaban para hacer diversas actividades feas. Luego venía el feo Papá Noel.

A Anders le dolía la vejiga, frunció el entrecejo. Se acordaba de cómo se sentaba Maja repitiendo de manera casi obsesiva todas las cosas que eran «feas». Música fea, ambiente feo. El verso que ella había añadido a la canción de «Yo vi a mamá besando a Papá Noel», acababa con que papá mataba al Papá Noel. Al feo Papá Noel.

No aguanto más
.

Anders se dio la vuelta y salió de la cama, corrió medio encogido hacia el baño, donde probablemente echó la meada del siglo. Sintió su cuerpo limpio, capaz, listo para cualquier cosa. Tiró de la cadena y se le vino a la cabeza Elin. Su cabello flotando alrededor de ella mientras se hundía...

¡Basta!

Se lavó la cara con agua fría y sació la sed bebiendo del grifo. No iba a pensar en aquello. Nunca más. Ya había pasado, había terminado, aquello pertenecía al pasado. Era como si aquella mañana le hubieran regalado un cuerpo y un cerebro nuevos. No pensaba utilizarlos para chapotear en el fango de cosas que no tenían remedio. Ya había tenido suficiente.

Tenía un hambre voraz y, de pie ante el frigorífico, se preparó tres trozos de pan crujiente de centeno, Knäckebröd, con huevas de bacalao mientras se hacía el café. No paraba de comer, le crujía hasta la cabeza cuando miró por la ventana y advirtió que la bahía estaba llena de gaviotas. No tenía miedo.

No tengo miedo
.

Engulló el último bocadillo observando el movimiento de las gaviotas llevadas por las corrientes, cómo se elevaban y relucían capturadas por la luz horizontal del sol y luego se dejaban caer de nuevo sobre la superficie.

No tengo miedo
.

Había vivido ya tanto tiempo con distintos grados de terror y de angustia, que ese se había convertido en su estado natural. Ahora se había terminado. Ahí no había más que la bahía, el cielo azul, las gaviotas y su propio cuerpo sin miedo que lo observaba todo a la luz del otoño.

Era maravilloso.

Se alejó de la ventana y vio la base con las cuentas. Abrió los ojos de par en par, acarició con la mano la superficie lisa que ya era más grande que la que tenía pinchos. Habían colocado cuentas, habían colocado muchas cuentas...

Las he colocado yo
.

... mientras él dormía. Montones de cuentas azules ensambladas en su sitio, y la gran mancha blanca en el centro ya estaba terminada, rodeada de azul, y aparecía a su lado otra mancha más pequeña, en la parte superior a la izquierda.

Mientras miraba aquel dibujo incomprensible, empezó a tomar forma un pensamiento, pero antes de que consiguiera atraparlo, vio la nota.

«Anna-Greta y yo nos casamos en Nåten el domingo a las dos. Nos gustaría que vinieras. Simon»
.

Debajo del nombre había una posdata, y cuando Anders la leyó, se golpeó la frente y exclamó:

—¡Idiota! ¡Pues claro!

Observó de nuevo el dibujo de cuentas y no pudo comprender cómo no lo había visto inmediatamente.

¿No es una carta náutica?

Lo azul era el mar, la mancha blanca y grande del centro era Domarö y la mancha pequeña era Gåvasten. Estaba torpemente realizada y los colores claro y oscuro, al revés de como solían aparecer en las cartas náuticas, pero igualmente le sorprendía, pensaba que debería haberlo visto hace tiempo, cuando los contornos de Domarö empezaron a tomar forma.

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