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Authors: John Ajvide Lindqvist

Tags: #Terror

Puerto humano (21 page)

BOOK: Puerto humano
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¿Quién eres?

Después de cincuenta años juntos, Simon lo sabía todo de ella. Menos una cosa: quién era. Ella le había contado lo que había hecho antes, él la había acompañado durante casi dos terceras partes de su vida y sabía cuál iba a ser su reacción frente a cualquier situación. Pese a todo, no podía huir de aquella sensación: él no sabía quién era ella.

Quizá era algo con lo que todo el mundo tenía que convivir, con independencia de lo unidos que estuvieran, pero no acababa de creerse que fuera eso exactamente. Aquí había algo más. Algo parecido a lo que pasaba con... el Spiritus. Él no le había contado nunca a ella lo que tenía en su caja de cerillas. Por lo tanto, de alguna manera él también era un extraño para ella.

¿Por qué no se lo he contado?

No lo sabía. Algo le dijo que no debía. Probablemente estuviera relacionado lo uno con lo otro.

Simon suspiró profundamente y se volvió hacia el borde de la cama, y con ciertas dificultades consiguió sentarse. Si su cuerpo se volvía treinta años más joven cuando hacía el amor, después de hacerlo se volvía otros treinta años más viejo. Le crujían las articulaciones, los músculos se quejaban y él se sentía listo para el sarcófago.

No habrá muchas más ocasiones
.

Se puso los calcetines, los calzoncillos y los pantalones. Eso era lo que había pensado en los últimos años cada vez que acababan de hacer el amor. Pero llegado el momento, la maquinaria se ponía en funcionamiento. Mientras durara.

Se puso como pudo la camiseta y la camisa, apagó la vela y salió del dormitorio sin hacer ruido. Apoyándose en el pasamanos bajó los escalones con cuidado, de uno en uno. La madera crujía por el viento que azotaba las esquinas, la vieja casa se quejaba más aún que su cuerpo. El vendaval había dado paso a una verdadera tormenta y él debería bajar a ver cómo estaba su barco.

¿Y si se ha soltado?

Pues no habría nada que hacer. Él ya no podía realizar semejantes maniobras. Pero al menos podía ver cómo estaban las cosas. Recogió el jersey que estaba tirado en una silla de la cocina, se lo puso y abrió la puerta de la calle.

El viento empujó la puerta y él tuvo que luchar contra su fuerza unos segundos para conseguir cerrarla sin hacer ruido. Después cruzó los brazos alrededor del cuerpo y bajó, más que andando, arrastrando los pies hacia su casa.

Era una tormenta magnífica, aunque resultaba difícil disfrutar de ella. Los abedules grandes se movían amenazadoramente sobre la casa y si alguno de ellos caía donde no debía los daños serían considerables. Simon pensó, como cada vez que llegaba un temporal de viento, que debería talarlos y, como siempre, cuando el viento dejaba de soplar, lograba olvidarse del asunto porque aquello exigía demasiado trabajo.

Volvió la cara hacia el mar y el viento del norte arremetió contra él con todas sus fuerzas. El faro de Gåvasten parpadeaba a lo lejos y el mar...

... el mar
...

Algo se desprendió en su interior. Una pieza imprescindible se descolocó.

... el mar
...

Simon buscó apoyo a tientas y se agarró a una rama del manzano. Una manzana olvidada en el árbol se desprendió con el movimiento y cayó al suelo con un ruido sordo apenas audible.

... se desprende... cae
...

La rama cedió bajo su peso y él se desplomó sobre la hierba. Al caer, aquella se le escurrió de las manos y al rebotar le golpeó en la mejilla. Sintió el escozor y cayó de espaldas con los ojos abiertos de par en par. Lo que se había desprendido se agitaba en su interior y se sintió mareado. Y débil. Débil.

El manzano agitaba las ramas como si quisiera borrar las estrellas del cielo, y Simon permanecía inmóvil observándolo. Las estrellas titilaban a través de las hojas que aún quedaban en el árbol y él se quedó sin fuerzas en el cuerpo.

No tengo fuerzas. Me muero
.

Permaneció mucho tiempo así esperando el final y le dio tiempo a pensar muchas cosas. Pero las estrellas siguieron brillando y el viento siguió soplando. Intentó mover el brazo y lo consiguió. Se le cerró la mano alrededor de la fruta caída y la dejó descansar así un rato. El desfallecimiento remitió un poco, pero aún se sentía débil.

Se puso de rodillas y luego de pie, se quedó así, tambaleándose como un brote de álamo al viento. Sentía algo raro en una mano y cuando miró para ver lo que era, vio que aún sujetaba la manzana. La tiró. Arrastrando los pies se encaminó de nuevo hacia su casa.

Ha pasado algo
.

Cuando finalmente llegó a la puerta, miró hacia el muelle entornando los ojos. Se veía muy poco bajo la débil luz del faro y de las estrellas, pero le pareció que el barco estaba donde debía estar. Sin duda, el dique del muelle paraba lo peor. No habría podido hacer nada, y menos ahora, pero se quedaba más tranquilo sabiendo que seguía teniendo un barco.

Entró como pudo y encendió la luz, se sentó junto a la mesa de la cocina con la respiración ligeramente entrecortada e intentó hacerse a la idea de que aún seguía vivo. Había estado convencido de que iba a morir e incluso había aceptado aquella certidumbre. Desplomarse bajo el manzano de Anna-Greta y ser arrastrado por el vendaval. Había cosas peores, mucho peores.

Pero resulta que no sucedió eso
.

Un pensamiento había arraigado en él durante su marcha a paso de hormiga hacia casa, una sospecha. Sacó del cajón de la mesa la caja de cerillas y la abrió. Pese a que era lo que se imaginaba, no pudo evitar asustarse.

La larva estaba gris. Su piel, antes tan negra y brillante, se había encogido y resecado, tenía un color gris ceniza. Simon movió la caja con cuidado. La larva se retorció un poco y Simon respiró aliviado. Acumuló saliva y dejó caer un escupitajo. La larva, al contacto con la saliva, se movió, pero no mucho.

Estaba floja, se estaba debilitando.

Como yo
.

El vendaval hizo temblar los cristales de la ventana. Simon estaba sentado sin apartar los ojos de la caja, tratando de comprender. Si era él o el Spiritus el que empezaba, si era él quien influía en el Spiritus o al contrario. Quién era el culpable. Si es que alguno de ellos lo era.

O un tercero. Que nos influye a los dos
.

Miró a través de la ventana y parpadeó. El faro de Gåvasten le devolvió el saludo.

Comunicación

A Anders le despertó el frío. La tormenta soplaba con fuerza alrededor de la Chapuza y en el interior de la casa dominaban los vientos de suaves a moderados. Se movían las cortinas y el aire frío que se filtraba le daba en la cara. Se levantó con la manta echada sobre los hombros y se acercó a la ventana.

El mar estaba picado. Las crestas de las olas se agitaban con furia a la luz de la luna y algunas gotas llegaban hasta los cristales, que crujían bajo el empuje del vendaval presagiando alguna desgracia. Las viejas ventanas de cristal doble eran una frágil defensa contra la furia de la naturaleza. Además, un par de ellas ya tenían grietas.

¿Y qué hago si se rompe algo?

Que sea lo que Dios quiera. Encendió la luz de la cocina y bebió un par de vasos de agua, encendió un cigarrillo. El reloj de la pared marcaba la dos y media. El humo del cigarrillo se arremolinaba con las corrientes de aire que recorrían la casa. Se sentó a la mesa e intentó hacer anillos de humo, pero no lo consiguió.

En una esquina de la plancha estaban pinchadas unas cincuenta cuentas azules y cinco blancas. Las blancas estaban puestas juntas, rodeadas de azules. Anders se frotó los ojos intentando recordar cuándo las había puesto allí. Había vuelto a casa bastante borracho, y había colocado algunas cuentas al azar. Después ya no recordaba nada más, solo que se acostó en el sofá y que se quedó dormido escuchando el viento.

La figura formada en blanco y azul era absurda y no muy bonita. Carraspeó para soltar una flema que el humo había formado en su garganta y miró alrededor en busca de un cuchillo o algo semejante para sacar las cuentas. Había un lápiz junto a la plancha de cuentas, lo cogió antes de darse cuenta de que no le servía para nada.

Fue entonces cuando vio las letras.

El lápiz estaba encima de unas letras, escritas directamente en la mesa, con tanta fuerza que habían quedado marcadas en la vieja madera. Anders se echó hacia delante y leyó:

LLFVAMF

Anders miró fijamente las letras, pasó el dedo por las ligeras marcas que las formaban.

Llfvamf

Su mirada se quedó clavada en aquellas torpes letras sin atreverse a mirar ni a derecha ni a izquierda. Un escalofrío le recorrió la espalda.

Aquí hay alguien
.

Alguien le estaba observando. Tensó los músculos de las piernas, se armó de valor y sin previo aviso se levantó de la silla con tanto ímpetu que esta cayó hacia atrás. Recorrió la cocina con la mirada, los rincones, las sombras. Allí no había nadie.

Miró por la ventana, pero aunque se colocó las manos alrededor de los ojos, los pinos tapaban la luz de la luna, por lo que resultaba imposible ver si había alguien allí fuera. Alguien que le observaba.

Se cruzó las manos sobre el pecho como para evitar que se le saliera el corazón. Alguien había estado allí dentro y había escrito aquellas letras. Probablemente el mismo que le observaba. En medio de un arrebato salió corriendo hacia la puerta de la calle. No estaba cerrada con llave. La abrió y vio el columpio moviéndose en todas direcciones azotado por el viento, dando vueltas y golpeando el tronco del árbol. Aparte de eso, nada más.

Regresó a la cocina y se lavó la cara con agua fría, se secó con un paño de la cocina y trató de serenarse un poco. No lo consiguió. Sentía un miedo horrible, sin saber de qué. Una ráfaga de viento muy fuerte hizo temblar la casa y se oyó un crujido.

Al instante uno de los cristales del cuarto de estar se hizo añicos y saltó por los aires. Anders gritó. Los trozos de cristal caían al suelo mientras él seguía gritando. El viento recorrió la casa llevándose por delante todo lo que estaba suelto y pesaba poco, esparciéndolo alrededor, silbando en el tiro de la chimenea, ululando en todos los rincones, y Anders con él. Con el viento revolviéndole el cabello y envuelto por una ráfaga de aire húmedo, Anders seguía de pie gritando con los brazos apretados compulsivamente alrededor del pecho. No dejó de gritar hasta que se hizo daño en la garganta.

Se le aflojaron los brazos y él se relajó un poco, respirando con la boca bien abierta.

No ha sido nadie. Es solo el viento. Ha sido el viento el que ha roto el cristal. Nada más
.

Cerró la puerta de la cocina y el viento se batió en retirada, hacia el cuarto de estar, donde Anders podía oír su pelea con los periódicos viejos y los papeles. Se sentó a la mesa y apoyó la cabeza entre las manos. Allí seguían las letras. No se las había llevado el viento.

LLFVAMF

Se apretó los oídos con las manos y cerró los ojos con fuerza. Detrás de los párpados todo se volvió de color rojo oscuro, pero no se libró. Las letras aparecían en amarillo claro delante su retina, desaparecían y volvían a aparecer.

LLFVAMF

De repente retiró las manos, se levantó y miró a su alrededor. No. Los dibujos no estaban allí. De dos zancadas alcanzó la puerta de la cocina, tiró de ella y pasó por el cuarto de estar sin reparar en el viento, que voló la manta que llevaba sobre los hombros.

Entró en la habitación y cerró la puerta, se puso de rodillas junto a la cama de Maja y rebuscó con la mano hasta que encontró lo que buscaba. La carpeta de plástico con los dibujos de Maja. Con manos temblorosas quitó la goma de la carpeta y extendió los dibujos encima de la cama.

La mayoría no tenía nada escrito, y si lo tenía ponía: «Para mamá», «Para papá».

Pero había uno
...

Dio la vuelta a los diferentes dibujos de árboles, casas, flores para mirar por detrás y finalmente lo encontró. Por la parte de atrás de un dibujo con cuatro girasoles y algo que podría ser un caballo o un perro, Maja había escrito:

PARA LA BISABUFLA ANNA-GRFTA

Le había llevado diez minutos y dos rabietas escribir aquello. Los intentos anteriores estaban borrados con rabia. Hizo aquel dibujo para el cumpleaños de Anna-Greta y por algún motivo nunca se lo entregó. Así pues, ponía: «Para la bisabuela Anna-Greta».

La A estaba escrita de la misma manera, pero lo que hizo que Anders se apretara la boca con la mano y que las lágrimas le arrasaran los ojos fue un fallo menos habitual: en los dos casos faltaba el último palito de la E.

En realidad había sabido desde el principio lo que ponía en la mesa, pero se negaba a aceptarlo. Estaba escrito exactamente con la misma letra que la del dibujo, y ponía:

«Llévame». Eran las tres y cuarto y Anders sabía que no iba a dormir. La tormenta había amainado un poco y lo único sensato sería arreglar el estropicio del cuarto de estar, y, si podía, tapar la ventana de alguna manera.

Pero no se sentía con fuerzas. Se sentía al mismo tiempo agotado y completamente desvelado, su cabeza trabajaba febrilmente. Lo único que podía hacer era estar sentado a la mesa entrelazando los dedos mientras miraba el mensaje que había recibido de su hija.

Llévame
.

¿De dónde tenía que llevarla? ¿Dónde tenía que buscarla? ¿A dónde tenía que llevarla? ¿Cómo?

—¿Maja? Maja, cariño, si me oyes... di algo más. Explícame más. No sé qué tengo que hacer.

No hubo respuesta. Él estaba a punto de diluirse de inquietud, de desintegrarse y convertirse en un fantasma. Si es que ella era un fantasma. A no ser que, por el contrario, ella haya estado aquí realmente y...

Pero, en ese caso, ¿por qué se volvió a marchar?

Se levantó y dio una vuelta alrededor, no podía estarse quieto. Se fijó en unas botellas vacías de Imsdal, el agua que llevaban a veces cuando salían de excursión. Eran botellas de medio litro. Puesto que no llegaba a ninguna conclusión, podía ponerse a hacer algo. Podía, muy bien, poner su plan en marcha.

Sacó de la despensa los seis briks de vino de mesa español que se había traído a Domarö. Llenó las cuatro botellas de agua con vino hasta un tercio de su volumen. Después rellenó una de ellas con agua del grifo y dio un sorbo. No sabía bien. Sabía más a agua del grifo con sabor a vino que a vino aguado.

BOOK: Puerto humano
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