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Authors: John Ajvide Lindqvist

Tags: #Terror

Puerto humano (22 page)

BOOK: Puerto humano
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En el fondo de la despensa encontró dos paquetes pequeños con zumo de uva. Echó medio decilitro en una de las botellas, encima del vino. Luego terminó de llenar la botella con agua. No sabía para nada a aguachirle, más bien como un vino muy suave. Tal vez, un cuatro y medio por ciento de alcohol, más o menos como la cerveza.

Enroscó la tapa y sacó la boquilla para poder beber el líquido, se bebió medio decilitro.

Así de sencillo era su plan para superar su deseo constante de beber hasta emborracharse como una cuba: iba a beber de manera constante, pero menos. Se iba a mantener en un nivel de embriaguez aceptable desde de la mañana a la noche. Contaba con que tanto la necesidad destructiva y agotadora como las aristas más punzantes de su existencia se ablandaran de aquella manera y se volvieran más manejables.

Preparó el resto de las botellas del mismo modo. Al terminar, aún le quedaban cinco briks de vino y un paquete de zumo. Con ellos rellenaría las cuatro botellas cuando estuvieran vacías.

Llévame
.

Anders cerró los ojos y trató de imaginárselo. De imaginarse cómo Maja entraba en la cocina, cogía el lápiz, escribía aquellas letras y luego... luego... puso unas cuentas y se fue. Aún llevaba puesto el buzo rojo, que estaba empapado, iba chorreando agua por donde pasaba y las cuencas de sus ojos estaban vacías. Los voraces peces habían...

¡Basta!

Abrió los ojos y sacudió la cabeza, dio un trago a la botella. La imagen seguía allí. El cuerpo menudo, su cara redonda, el buzo rojo empapado...

Examinó el suelo para ver si había restos de agua. No había nada.

He sido yo mismo quien lo ha escrito. He sido yo quien ha puesto ahí las cuentas
.

Eso pudo ser. Y, entonces, él estaba a punto de volverse loco del todo. Pero, claro, el caso es que había un lapso de tiempo del que no recordaba nada, ¿o no? Fue durante ese tiempo olvidado cuando...

No
.

Él
creyó
que había padecido una pérdida temporal de la memoria al ver las cuentas, porque no recordaba que él las hubiese puesto allí. Pero ahora había otra explicación.

Llévame
.

Golpeó la mesa con los nudillos.

—¡Muéstrate! ¡Di algo más! ¡No me hagas esto!

Él no podía creer que estuviera tan mal de la cabeza. La única explicación era que alguien le estaba jugando una mala pasada, o... que eso era precisamente lo que parecía que pasaba. Que Maja seguía en este mundo de alguna manera e intentaba comunicarse con él.

Dejó descansar las palmas de las manos sobre la mesa. Hizo un par de respiraciones profundas, tranquilo y con cuidado. Luego asintió en silencio.

Sí. Eso es. Lo he decidido. Eso es lo que creo
.

Continuó asintiendo, dio otro trago de vino y encendió un cigarrillo. Ahora se sentía mejor. Cuando había aceptado lo que pasaba. Dio una profunda calada, retuvo el humo y se recostó en el respaldo de la silla, luego lo expulsó lentamente. El viento había amainado tanto que el humo ni siquiera se dispersaba antes de llegar al techo.

Lo creo. Tú existes
.

El círculo de luz de la lámpara se amplió y se convirtió en un calor que creció en su pecho hasta que estalló en una alegría limpia y pura.

¡Existes!

Tiró la colilla al fregadero, se levantó y empezó a dar vueltas con los brazos extendidos. Dio unos torpes pasos de baile, saltando y dando vueltas hasta que se mareó, empezó a toser y tuvo que sentarse. La alegría seguía ahí, chisporroteaba y brotaba, quería salir de alguna manera.

Sin pensárselo dos veces acercó el teléfono y marcó el número de Cecilia. Él recordaba aún el número, puesto que ella se había quedado con el piso de sus padres en Uppsala, cuando ellos se mudaron a un chalé. Seguía teniendo el mismo número que cuando eran adolescentes y se pasaban horas hablando por teléfono, deseando volver a verse. Si es que Cecilia seguía viviendo allí.

Sonaron tres señales. Anders apretaba con fuerza el auricular, miró el reloj e hizo una mueca. Eran las cuatro pasadas. Entonces se le ocurrió pensar que tal vez no fuera la mejor hora del día para llamar. Dio un trago a la botella cuando escuchó la quinta señal.

—¿Sí?

Era Cecilia, y sonaba tan recién levantada como cabía esperar. Anders tragó el vino que tenía en la boca y dijo:

—Hola, soy yo. Anders.

Hubo un silencio de unos segundos, luego Cecilia dijo:

—No me llames cuando estás borracho. Ya te lo he dicho.

—No estoy borracho.

—¿Cómo estás entonces?

Anders se quedó pensándolo. La respuesta era sencilla.

—Alegre. Estoy alegre. Y me ha parecido que... debía llamarte para contártelo.

Cecilia suspiró y Anders lo recordó. Él ya había hecho este tipo de llamadas a Cecilia en muchas ocasiones. Después de la separación él la había llamado a veces para decirle... ¿qué le decía? Estaba borracho y no podía recordarlo. Pero nunca la había llamado para decirle que estaba contento. O, eso creía.

—¿Ah, sí? —dijo Cecilia—. ¿Y por qué estás contento?

No sonaba como si ella estuviera interesada de verdad, pero él tenía que hacerse cargo, así que respiró profundamente y le espetó:

—Maja se ha puesto en contacto conmigo.

Se oyó el ruido de la ropa de la cama al otro lado del hilo cuando Cecilia se sentó.

—¿Qué estás diciendo?

Anders le contó lo que había pasado. Omitió el encuentro con Elin y lo del vino, dijo solo que se había quedado dormido y que se despertó por la noche y encontró lo que encontró en la mesa de la cocina. Mientras hablaba pasaba el dedo por las letras del tablero de la mesa, sobre la plancha de cuentas.

Cuando terminó de contárselo, se produjo un silencio largo. Anders carraspeó y preguntó:

—¿Qué dices?

Por el ruido que oyó al otro lado, Anders comprendió que Cecilia se había acostado de nuevo.

—Anders, he conocido a otro.

—Ah, ¿es eso?

—Así que... ya no puedo hacer mucho más por ti.

—Pero... no se trata de eso.

—Entonces, ¿de qué se trata?

—De que... de que... Cecilia,
es
verdad. En serio. Lo que te he contado es verdad.

—¿Qué quieres que haga?

Lo sencillo se volvió de pronto complicado. Anders se quedó mirando la mesa como buscando una pista. Su mirada quedó una vez más prendida de aquellas siete tenues letras.

—No sé. Yo... solo quería contártelo.

—Anders. El tiempo que pasamos juntos... aunque acabó como acabó... si necesitas ayuda. Si de veras, de veras necesitas ayuda... Pues te ayudaré. Pero si no, no. No puedo. ¿Entiendes?

—Sí, entiendo. Pero... pero...

Las palabras se le quedaban pegadas a los labios antes de salir. Oía lo que había dicho, cómo había discurrido la conversación. Y se dio cuenta de que ella no podía decir más que justo lo que había dicho.

¿Qué habría dicho yo?

Se quedó pensándolo. Él se habría abalanzado sobre la posibilidad, habría estado dispuesto a creer casi cualquier cosa. ¿O no? Él también se habría resistido a creer en los milagros. Pero, de todos modos, no habría contestado como Cecilia. Habría creído sus palabras solo para tener un pretexto para estar con ella. Sintió un pinchazo en el pecho y tosió.

Cecilia esperó a que terminara de toser antes de despedirse.

—Buenas noches, Anders.

—¡Espera! Solo una cosa. ¿Qué puede significar?

—¿El qué?

—Llévame. ¿Qué puede significar?

Oyó la respiración de Cecilia, pero no era un suspiro, por el sonido de fondo parecía un gemido. Podía haber estado a un tris de decir otra cosa, pero lo que dijo fue:

—No sé, Anders. No lo sé. Buenas noches.

—Buenas noches.

Después de respirar, añadió:

—Perdona. —Pero la línea se cortó y ella no le había oído. Anders dejó el auricular y apoyó la frente en la mesa.

Otro
.

Ahora se daba cuenta de lo mucho que en algún rinconcito de su corazón alcoholizado había esperado que ellos, pese a todo, en algún sitio, de alguna manera...

Otro. Estaba allí, ¿habría escuchado? No. No parecía que hubiera allí otra persona. Cecilia no hablaba como si hubiera otra persona escuchando.

Eso significa que todavía no viven juntos. Quizá
...

Se dio un golpe con la frente contra la mesa, fuerte. Un dolor blanco recorrió su cabeza. La maraña de pensamientos se desenredó llevada por la corriente.

Ríndete. Ríndete
.

Levantó la cabeza y el dolor era un líquido que cambiaba de posición, fluía de la frente hasta la nuca y se quedaba allí. Miró alrededor de la cocina con los ojos despejados y dijo:

—Solo estamos tú y yo.

El mar abrazaba las piedras de la playa, se retiraba y volvía a abrazarlas. Hacia delante y hacia atrás, hacia delante y hacia atrás. Siempre el mismo movimiento eterno. Coger y soltar, y vuelta a empezar.

Se sentía cansado, no podía más.

Con el dolor de cabeza en su sitio y tranquilo, Anders se levantó, cruzó el cuarto de estar, ignorando los cristales esparcidos por el suelo y las virutas para encender que habían salido volando y ahora crujían bajo sus pies, y continuó hasta el dormitorio. Sin encender la luz ni desnudarse se deslizó dentro de la cama de Maja y se cubrió con su edredón.

Ahora está bien. Tranquilo
.

Miró la cama de matrimonio en medio de la habitación levemente iluminada por la luz de la luna a través de la ventana.

Ahí está la cama grande. Si tengo miedo, puedo ir a ella
.

Cerró los ojos y se durmió en un par de segundos.

Hallazgo en la playa

Cuando llamaron a la puerta a las ocho y media, Simon solo había dormido un par de horas. El viento y los malos presagios le habían mantenido despierto hasta que las primeras luces del amanecer entraron por la ventana del dormitorio. Entonces el viento había amainado y él mismo al final se tranquilizó y se entregó a un sueño superficial. Sentía el cuerpo torpe y pesado como si se moviera debajo del agua; cuando se levantó de la cama, se puso la bata y fue tambaleándose hasta la puerta.

Por su aspecto, Elof Lundberg parecía que se había despertado cuando Simon se había dormido. En plena forma y con los ojos bien espabilados, la visera en su sitio. Elof examinó a Simon e hizo una mueca.

—¿Estás en la cama?

—No —contestó Simon girando la cabeza a ver si se le quitaba la rigidez de la nuca—. Ya, no.

Simon miró severamente a Elof, pidiéndole que dijera de una vez qué quería. No tenía ganas de cháchara. En ese momento. Y menos con Elof. Elof se percató del recibimiento y se mostró ofendido. Se le descolgó el labio inferior y alzó las cejas.

—No, nada. Solo venía a decirte que tu barco se ha soltado. Por si te interesa saberlo.

Simon suspiró.

—Sí, claro que me interesa. Muchas gracias.

Elof no pudo por menos que frotarse las manos y apuntarse el tanto. Aquí viene él con la mejor de las intenciones y le reciben de esa manera tan seca. Y dijo:

—Claro que a algunos les gusta así. Atado solo con una cuerda. Pero el motor está rozando con el muelle. Y eso puede que no sea tan bueno.

—No, claro que no. Gracias.

Elof seguía allí como si esperara alguna especie de recompensa, pero Simon sabía que no era eso. Solo quería ayudarle con el barco y que después le invitara a tomar un café y se sentaran a hablar un rato de lo que podía pasar cuando se soltaban los barcos y todo eso. Que entre vecinos tenían que ayudarse lo mejor que pudieran.

Pero Simon no tenía ganas, así que Elof, después de estar un rato asintiendo y esperando sin que Simon dijera nada, se frotó las manos y dijo:

—Bueno. Pues se acabó lo que se daba. —Dicho lo cual se marchó con aire visiblemente ofendido.

Simon cerró la puerta y fue a encender la cocinilla.

Si el barco ha estado así toda la noche podrá pasar así un rato más
.

Elof y él habían mantenido una buena relación hasta que Maja desapareció. Cuando Anders y Cecilia volvieron a la capital, Simon fue a visitar a Elof para preguntarle qué había querido decir cuando ambos estaban en el mirador acristalado y Elof le dijo que llamara a Anders y que le dijera que volviera a casa.

—¿Por qué me dijiste eso? —le preguntó entonces Simon.

Elof pareció de pronto ocupadísimo con el guiso de carne con patatas,
pytt i panna
, que estaba preparando y, sin levantar la vista de la tabla de cortar, contestó:

—Solo fue una ocurrencia.

—¿Qué quisiste decir?

Elof siguió cortando en dados las patatas cocidas con exagerada meticulosidad. Evitando mirar a la cara a Simon.

—Nada especial. Solo se me ocurrió pensar que quizá no fuera bueno... que ellos estuvieran allí.

Simon se sentó en una silla de la cocina mirando fijamente a Elof hasta que él terminó de cortar las patatas y se vio obligado a levantar la vista.

—Elof. ¿Sabes algo que yo no sepa?

Elof se levantó, le dio la espalda y se puso a trajinar con la sartén y la mantequilla. Y, encogiéndose de hombros, contestó:

—No, ¿qué iba a saber yo?

Al final Simon se dio por vencido y se marchó, dejando a Elof con sus patatas cortadas y sus dados de beicon. Desde aquel día la relación se había deteriorado. Simon no podía imaginarse qué era lo que Elof sabía, pero algo era y no podía conformarse con que él se negara a contárselo. Pues se trataba de la nieta de Simon. O tanto como su nieta.

Cuando Simon se lo contó a Anna-Greta, ella tomó más o menos partido por Elof. Dijo que se habría tratado de alguna ocurrencia que había tenido y que no era para darle tanta importancia. ¿De qué podría tratarse, si no?

Simon dejó las cosas como estaban. Pero no lo había olvidado.

La cocinilla no quería encender. Después de la tormenta de la pasada noche el viento se había quedado sin fuerzas. Estaba totalmente en calma y la cocinilla no tiraba. Simon echó un chorrito de alcohol de quemar sobre la tímida llama que, no obstante, ardía y el fuego se avivó con un soplido de asombro.

Se acercó bostezando hasta una de las sillas de la cocina. Se había dejado imprudentemente la caja de cerillas encima de la mesa. Al abrir la caja vio que la larva parecía que se había recuperado un poco. Ya no tenía la piel de color gris si no negro claro, si es que existe ese color. Pero no era reluciente, ni siquiera después de que Simon le echara saliva. Ya no parecía moribunda, pero tampoco sana.

BOOK: Puerto humano
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