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Authors: John Ajvide Lindqvist

Tags: #Terror

Puerto humano (47 page)

BOOK: Puerto humano
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Aquello era una revelación, como si finalmente las piezas fueran encajando, el dibujo apareció, cayó el velo. Anders se sentía ebrio por el descubrimiento y batía palmas de puro entusiasmo, pero se paró en medio de una palmada. Se quedó mirando fijamente el dibujo de cuentas.

Es una carta náutica. ¿Ah, sí? ¿Y?

Lo que tenía ante sí era una rudimentaria carta de navegación en la que aparecían representados Domarö, Kattholmen y Gåvasten, y Ledinge empezaba a aparecer.

¿Y?

Parecía exactamente igual que una carta náutica normal, solo que más tosca. Él tenía en la estantería una carta de navegación normal. ¿Para qué quería aquello? ¿Qué podía decirle que él no supiera ya?

—¿Por qué haces esto? ¿Por qué has hecho esta... carta,
fea
?

De pronto se puso furioso y le invadió un deseo imperioso de mandar toda aquella mierda al infierno, ya se había abalanzando incluso con las dos manos sobre la base de cuentas, cuando consiguió detenerse. Se miró las manos, se sujetó una con la otra.

Se le vino a la cabeza uno de sus juegos de palabras favorito. A Maja no le había gustado mucho, pero a él le parecía que era divertido. Cambiar la palabra «mano» por «mono»
[14]
en diferentes expresiones. Llevar a alguien del mono. Dame tu mono, yo soy tu mono derecho. Y su favorita. Anders se miró las manos y dijo en voz alta:

—Que tu mono derecho no sepa lo que hace tu mono izquierdo.

Así es
.

Se sentó en una silla para calmarse. Aquella furia súbita no era suya, era de Maja, que podía ponerse así de furiosa por cualquier bobada. Como los calcetines el día que desapareció. Ahora, a través de él, se había enfadado por la carta de navegación. De la misma forma que se había puesto tan contenta cuando vio que
era
una carta de navegación.

No. Bueno, sí
.

Se inclinó de nuevo sobre la base de cuentas. Si fuera ella la que hubiera hecho el mapa entonces no podía alegrarse al descubrirlo. Y además... ¿cómo iba a poder Maja dibujar una carta náutica? Él le había enseñado la carta alguna vez cuando habían salido con el barco, pero era imposible que la niña hubiera podido hacer... una copia.

Solo podía haberlo hecho él. Por lo tanto era él mismo quien había realizado aquella carta sin saberlo y era ella quien había...

Apoyó la cara en las manos.

Que tu mono derecho no sepa lo que hace tu mono izquierdo
.

Si Maja quería ponerse en contacto con él, ¿por qué hacerlo de aquella manera tan complicada que llevaba tanto tiempo? ¿Por qué no escribir o decir sencillamente lo que tuviera que decir?

Porque un mono no sabe lo que hace el otro
.

Y, además...

Anders tomó aire y contuvo la respiración, escuchó dentro de sí mismo y fuera. Allí no había nada. Nadie le observaba, nadie iba tras él. De momento. Pero sí que existían.

Tú, querida Maja, tampoco puedes estar aquí. Te cogeremos también, todo se andará
.

Había que tener cuidado. Si uno se dejaba ver demasiado, ellos se fijarían. Eso era lo que le había pasado a Elin. Quizá. Así que tenía que tener cuidado. Avanzar poco a poco para evitar que le descubrieran.

Maja era muy buena jugando al escondite. Casi demasiado buena. Si encontraba un buen escondite, podía permanecer en él el tiempo que hiciera falta. Ni siquiera cuando se rendían y le gritaban para que saliera, salía. Siempre tenía uno que encontrarla.

El último verano le habían enseñado a jugar al rescate y hacía lo mismo. Si para otras cosas era extremadamente impaciente, para los juegos tenía una paciencia infinita. Se quedaba escondida hasta que el que tenía que encontrarla empezaba a bajar la guardia y se iba hacia el otro lado. Entonces ella salía corriendo. Podía esperar escondida el tiempo que fuera necesario.

Anders se sirvió una taza de café y lo fue saboreando despacio, a conciencia, visualizando cómo el líquido caliente y ligeramente amargo fluía en su interior y una vez más iba limpiando los canales. Estaba empezando a montarse otra empanada mental y no quería.

Contempló el mar, el cielo, las gaviotas concentrándose en el calor de la garganta, del pecho, del estómago.

Aquello funcionó en parte, y con los ojos medianamente despejados volvió a mirar el dibujo de cuentas. Si era lo que él creía, que Maja estaba jugando a una especie de escondite donde de lo que se trataba era de evitar que te descubrieran, debería haber algún motivo, algún bote al que dar una patada.

Anders fue a buscar la carta de navegación, la comparó con la base de cuentas. A grandes rasgos las distancias y las escalas eran correctas. Las formas de las islas eran demasiado cuadradas pero más o menos correctas. No había ninguna diferencia que llamara especialmente la atención.

Dejó la carta y se frotó los ojos. Cuando volvió a mirar descubrió, por contra, que faltaba algo.

Pero si aquí faltan
...

Se inclinó sobre la base de cuentas y observó el montón de bolas blancas que formaban Gåvasten. En el borde superior había un pequeño corredor en el que no había ninguna cuenta encajada, una línea vacía.

¿Qué significa? ¿Significa algo?

Buscó las fotografías en el cajón de la cocina y las extendió sobre la mesa delante de él. Se concentró en la cara de Maja, en la mirada de Maja. Sí, era lo que él pensaba. La niña desviaba la atención hacia algo que se encontraba hacia el este, hacia la línea vacía.

Papá, ¿qué es eso?

Anders miró por la ventana. Más allá de la alfombra de gaviotas que cubría la bahía se divisaba el minúsculo faro blanco. Apenas un reflejo de la luz de la mañana, una baliza en el cielo.

Diez minutos después se había puesto ropa abrigada, había buscado las herramientas y había montado el motor fuera borda en la tabla. La temperatura había descendido varios grados y estaba cerca de cero, pero después de haber tirado unas veinte veces del cable de arranque, él tenía calor suficiente.

Comprobó todo lo que se podía comprobar, puso aceite lubricante en todas las piezas desmontables e inyectó gas de arranque en el filtro del aire, desenroscó las bujías y las secó a pesar de que estaban secas, las volvió a poner en su sitio, echó gasolina y golpeó el motor con la palma de la mano.

—¡Y ahora arrancas, cabrón!

Tiró cinco veces sin que el motor diera la más mínima señal de vida, ni siquiera un carraspeo del carburador.

Anders gritó:

—¿Qué hostias pasa contigo, hijo de la gran puta? —Y tiró del cable con todas sus fuerzas. Echó todo su peso hacia atrás y, cuando el cable se partió, se cayó de espaldas cuan largo era y se golpeó la rabadilla contra el suelo.

Se puso en pie, levantó el motor de la tabla, bajó dando tumbos hasta el embarcadero y, cogiendo impulso con el hombro, lanzó el motor lo más lejos que pudo.

Algunas gaviotas que nadaban cerca del embarcadero se echaron a volar asustadas cuando el motor cayó al agua y desapareció de la vista. Anders estaba jadeando después del esfuerzo y se agachó hacia delante apoyando las manos en las rodillas mientras decía en voz baja:

—¡Ahí tienes! No te lo creías, ¿eh?

Las gaviotas volvieron a posarse en la superficie del agua y lo miraron con sus ojos negros.

Cuando se tranquilizó se dio cuenta de que lo que acababa de hacer no era muy sensato. Podía tratarse de un fallo sencillo y había gente en el pueblo que sabía de esas cosas. Mientras estaba pensando eso, de pronto algo lo empujó a correr y esconderse. Había actuado mal y ahora tenía que esconderse en algún lugar oscuro en que nadie pudiera encontrarlo.

¡Rápido! ¡Antes de que venga alguien!

Se dio la vuelta y recorrió la mitad del camino hacia tierra firme con pasos cortos y sigilosos antes de conseguir frenarse. Sacudió la cabeza y cruzó los brazos alrededor del cuerpo.

¿Qué estoy haciendo?

Sabía lo que hacía: no sabía lo que hacía. Uno de los monos no sabía. Los monos daban vueltas uno alrededor del otro, corrían el uno tras el otro. Anders se abrazó a sí mismo diciendo con voz suave, tranquilizadora:

—Está bien. No pasa nada. No estoy enfadado. Nadie está enfadado.

¿Seguro?

—Sí, sí. Seguro del todo. El motor, que era tonto.

No digas eso del motor. Se va a poner triste
.

No era la voz de Maja lo que oía, solo eran sus propios pensamientos, pero estaban... dirigidos. Se veía inducido a seguir un modelo de comportamiento, unas ideas que no eran suyas. Se apretó las muñecas contra las sienes.

Esto me va a volver loco. Es una de esas cosas que suelen decirse, pero esto... me voy a volver loco
.

Se irguió y respiró profundamente un par de veces. Recuperó el control, era Anders. Llegaba a sus oídos el susurro suave del viento, el chapoteo del mar y voces lejanas procedentes del muelle. Voces indignadas y llantos de niños. Por un momento pensó que aquello tenía que ver con él, pero quedaba muy lejos. Había un montón de gente en el muelle y tenía lugar alguna discusión, no podía entender acerca de qué.

Eso no va conmigo
.

Se serenó y se dirigió a tierra firme. Simon le había dicho que podía tomar prestado su barco siempre que quisiera y eso era precisamente lo que pensaba hacer.

La confusión desapareció y a medida que avanzaba hacia el embarcadero de Simon volvían cada vez más la determinación y la lucidez que sintió por la mañana. Él sabía lo que tenía que hacer, había descubierto una pista.

Ahora solo tenía que seguirla.

Niños malos

En Domarö había siete niños que hacían entre primero y sexto curso. Siete niños que estaban todas las mañanas a las ocho menos cuarto esperando el transbordador que los llevaba a la península, iban a la escuela de Nåten. Los adultos y los alumnos del ciclo superior iban antes para que les diera tiempo a llegar a la escuela de Rådmanby o al trabajo en Norrtälje.

Pese a la diferencia de edad que había entre ellos, desde Mårten y Emma que iban a primero hasta Arvid que hacía sexto, había compañerismo dentro del grupo. Los pequeños aprendían de los mayores y además iban juntos, esperaban juntos y se preocupaban los unos de los otros.

En parte ese compañerismo se manifestaba también en la escuela. Si alguien molestaba o insultaba a uno de los alumnos pequeños de Domarö en el patio de la escuela, podía muy bien ocurrir que uno de los mayores saliera en su defensa. Quizá por defender el orgullo de Domarö, quizá para poder mirarse a los ojos los unos a los otros, quizá a causa de una empatía espontánea que se iba forjando a lo largo de mañanas de lluvia y frío o de sol radiante.

Sea como fuere, lo cierto es que formaban un grupo, y lo sabían. Que eran siete y que eran de Domarö.

Precisamente aquella mañana la mayoría de los chicos estaban mirando la gran cantidad de gaviotas que se habían congregado en la bahía. La temperatura había caído bastantes grados por la noche y los pájaros parecían congelados allí posados y flotando con las corrientes, moviéndose de vez en cuando como para mantener el calor.

Los niños iban mejor abrigados. Mårten y Emma, embutidos en buzos de nailon forrado, Maria, que hacía quinto, llevaba una bufanda grande y gorro, Johan y Elin, de tercero, algo más discretos, pero bien abrigados.

Arvid estaba tiritando de frío dentro de la sala de espera. Había heredado una cazadora de piel de su abuelo y era su pertenencia más querida, pero no daba mucho calor en un día como ese. Su abuelo había trabajado para Salvamento Marítimo y era de esos a los que no les afectaba ni el frío ni el calor; era capaz de sacar las redes de los agujeros hechos en el hielo con las manos y apagaba los cigarrillos con el índice y el pulgar. Él había sido el ídolo de Arvid, pero había muerto de cáncer unos meses antes. Arvid entonces había heredado su cazadora y había descubierto que le quedaba demasiado grande y que daba poco calor. Pero era de su abuelo y —a decir verdad— además era muy chula.

Había seis niños. La séptima aún no había aparecido. Era Sofia Bergwall, la hija de Lasse y de Lina, que aquella mañana se había retrasado.

Maria miraba hacia la parte alta del camino. Aunque Sofia tenía un año menos, era la mejor amiga de Maria y habían ido juntas desde pequeñas, cuando les cuidaba la misma persona. Se hacía aburrido esperar el barco sin Sofia. Maria se volvió hacia el mar y más allá de la alfombra de gaviotas se acercaba el barco. Tardaría unos minutos antes de atracar, pero Sofia solía llegar con tiempo. Maria se humedeció los labios y entonces vio que Sofia venía andando allá arriba, a la altura de la tienda.

Maria saludó con la mano, pero parecía que su mejor amiga no la veía. Caminaba de una forma grave y extraña, no iba muy abrigada y parecía preocupada por algún problema serio. Maria sabía lo que le había pasado el día antes a Lasse, el padre de Sofia, y pensó que sería por eso.

Sofia ni siquiera saludó cuando bajó hasta el muelle, solo llegó y se alejó hacia el borde derecho; se quedó mirando fijamente a las gaviotas que habían empezado a levantar el vuelo en bandadas desordenadas cuando se acercaba el transbordador.

—Sofi, ¿qué te pasa? —Maria puso la mano en el hombro de su amiga, pero Sofia solo dio un bufido y se volvió para el otro lado. Maria observó la ropa que llevaba su amiga y meneó la cabeza. No lo entendía. La madre de Sofia siempre se preocupaba de que Sofia fuera bien abrigada, pero hoy no llevaba ni gorro ni guantes y solo un anorak ligero que apenas protegía contra el viento.

A Maria le dio mucha pena. Desde pequeña había sido una niña muy sensible a los problemas ajenos, que sufría si veía sufrir a otras personas. Por eso se quitó la bufanda y empezó a ponérsela a Sofia.

—Tienes que tener frío, porque hace...

Las palabras «mucho frío» se le congelaron en los labios cuando Sofia se volvió. Tenía una mirada tan horrible que Maria chilló y soltó la bufanda.

—No me toques —silbó Sofia, y Maria levantó las manos para protegerse o para mostrar que no pensaba hacer nada más, pero antes de que tuviera tiempo de decir nada, Sofia la agarró de la cazadora.

Arvid estaba mirando las pintadas de la sala de espera. Al oír gritar a Maria no le dio mayor importancia, pensó que sería alguna tontería de las chicas. Pero luego el grito cambió de tono y al poco se oyó un chapuzón.

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