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Authors: John Ajvide Lindqvist

Tags: #Terror

Puerto humano (54 page)

BOOK: Puerto humano
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Pero la situación había cambiado.

Cambió cuando Elin Grönwall empezó a quemar casas en Kattudden, cuando Karl-Erik y Lasse Bergwall se volvieron locos con las motosierras y Sofia Bergwall tiró a otros niños del muelle. Cuando la gente mala volvió a Domarö.

Simon no sabía si se podía decir directamente que Maja era mala. Él también había tenido sus peleas con ella y la verdad es que no era una niña «buena». Era temperamental, hiperactiva e irascible. Se reía si alguien se caía y se hacía daño, ya lo creo. Le gustaba aplastar mariposas entre las manos, también. Pero ¿mala? Simon también había visto en ella unas impetuosas ganas de vivir y una imaginación que en el mejor de los casos se iría encauzando con los años.

Pero, ni siquiera así.

Si Anders realmente llevaba a Maja o una parte de ella dentro de sí, no era bueno que él pensara que llevaba a un ángel. No era seguro que Maja le quisiera bien, y él tenía que ser consciente de ello.

Así había razonado Simon al negarse a pronunciarse sobre la bondad de Maja cuando Anders se lo preguntó. La situación reinante ya no permitía hacerlo.

Anders se estremeció en el suelo del barco y Simon le puso el puño en la frente, le transmitió otro impulso de calor a través de la sangre. Anders tenía aún el buzo rojo bien agarrado con la mano izquierda, un buzo que Simon también reconoció.

¿Cómo es posible?

Simon estaba delante del espejo de su dormitorio probándose ropa cuando oyó los gritos.

—¡Deteneos, cabrones! ¡Deteneos!

Simon tiró la ropa y corrió hasta la ventana de la cocina.

No resultaba fácil ver solo a la luz de la luna y lo que observó abajo en el embarcadero de la Chapuza era absurdo. Sin embargo, él podía reconocer una situación de emergencia cuando la veía y lo más deprisa que pudo se dirigió tambaleándose a la puerta, salió y siguió hacia abajo en dirección al embarcadero.

Cuando llegó al barco, Anders se había parado lejos en mitad de la bahía.

Spiritus, Spiritus
...

Afortunadamente, Simon tenía la caja de cerillas en el bolsillo del pantalón y, al tiempo que cerraba los dedos alrededor de la caja, creyó comprender cómo podía explicarse aquello. Anders también tenía un Spiritus, pero igual que Simon había evitado hablar de ello. ¿Cómo podría explicarse si no la avenida de hielo que se dibujaba en el mar como una línea negra?

Simon puso gasolina en el motor, sacó el estárter y arrancó. En la situación apremiante en la que se encontraba se le olvidó meter el estárter al acelerar, y se le caló el motor. Tuvo que tirar unas cuantas veces más antes de que el motor volviera a arrancar, y para entonces Anders había empezado a volver hacia tierra y a hundirse.

Cuando Simon vio el faro del motocarro que se dirigía hacia Anders rodando sobre el agua, se dio cuenta de que quizá la existencia de otro Spiritus no fuera la explicación correcta. Que todo lo que había visto hasta ahora se quedaba corto. Hasta ahí alcanzó a pensar antes soltar el amarre y poner rumbo a toda velocidad hacia la bandada de pájaros que caía de la luna.

Anders tosió un par de veces y abrió los ojos. Miró a Simon y asintió débilmente. Luego se acercó el buzo, lo abrazó contra su pecho y dijo:

—Me engañaron.

Durante un buen rato no dijo nada más. Permaneció tendido en el barco apretando el buzo entre las manos. Después se sentó con ciertas dificultades y apoyó la espalda contra la bancada central. Luego se miró la ropa, se tocó la camisa.

—¿Por qué no estoy... mojado? —Miró a Simon arrugando el entrecejo—. ¿Cómo has conseguido sacarme el agua?

Simon se rascó la cabeza observando el parche del buzo. Bamse llevaba un montón de tarros de miel y estaría seguramente muy contento. La luz de la luna no era suficiente para ver de qué humor estaba.

Anders volvió la cabeza hacia atrás y miró a la bahía, hacia el punto donde Simon le había recogido.

—¿No ha ocurrido? Ha sido solo... ¿no ha ocurrido?

Simon apretó los ojos con fuerza, los abrió de nuevo, carraspeó y dijo:

—Sí, claro que ha ocurrido. Y creo que... hay unas cuantas cosas que tienes que saber.

En casa de Anna-Greta estaba puesta la televisión, aunque ella no la estaba viendo. Era una costumbre, una mala costumbre, que tenía Anna-Greta, así que el ruido de personas que gritaban y se disparaban unas a otras era el sonido que se oía de fondo cuando Simon sentó a Anders en la cocina, lo abrigó con una manta y le sirvió una copa de coñac.

Cuando Anna-Greta fue al cuarto de estar para apagar la tele, Simon la siguió. Un hombre sudoroso que estaba delante de un edificio de color gris metálico desapareció de la pantalla y Simon dijo en voz baja:

—Él tiene que saberlo. Todo.

Anna-Greta no pestañeó. Miró detenidamente a Simon y luego, inclinando de manera casi imperceptible la cabeza, advirtió:

—Entonces él también será...

—Lo sé —la interrumpió Simon—. Pero eso no importa. Ya andan tras él. Tiene que saber lo que es.

Le contó a Anna-Greta a grandes rasgos lo que había pasado fuera en la bahía. Luego volvieron los dos a la cocina, se sentaron enfrente de Anders y le contaron toda la historia.

Abandonado

El temple de acero. Anders nunca había comprendido el contenido de esa expresión: que era necesario un temple de acero para cambiar algo. Aún no sabía muy bien lo que significaba, pero ahora podía imaginarse lo que se sentía.

Él se había desesperado, había estado perdido en la nada, luego había perseguido una esperanza enardecida. Había pasado del frío intenso a la súbita calidez en unos pocos minutos, un proceso inverso al del templado que da al acero su fortaleza. Él se había quedado destemplado. Tenía todos los nervios a flor de piel y el cuerpo flojo como una pera podrida. De no haber estado agarrado a la mesa, se habría caído al suelo y habría formado un charco. Con cada vaso de agua que bebía se sentía más y más diluido.

Anna-Greta y Simon hablaban y contaban la historia. Sobre el pasado de Domarö, lo del pacto con el mar y la gente que había desaparecido. Sobre la isla que había perseguido a su padre y sobre los cambios que se estaban produciendo en el mar últimamente.

Anders escuchó y comprendió que le habían informado de unos hechos asombrosos. Pero no acababa de asimilarlo, le resbalaban. Los ojos se le iban todo el tiempo al buzo rojo que estaba tendido delante de la cocina para que se secara.

Escuchaba con atención, sin embargo le parecía una historia como otra cualquiera, una historia que no iba con él. Su historia había tenido que ver con Maja, y esa historia ya se había acabado. Ese era el pensamiento que le machacaba el cerebro como el torno agudo de un dentista:
me han engañado. Ellos. Y ella
.

Maja había colaborado en todo ello. Ella lo había abandonado y había vuelto con ellos. Ahora era uno de los espíritus malos, una de todas esas personas malas que habían perdido la vida, que habían sido sacrificadas, que voluntariamente se habían tirado al mar. Todo había sido un juego para engañarlo, para atraerlo.

Hacia Gåvasten
.

Y él había ido. Lo más probable era que le hubieran cogido ya de día si no hubiera sido por las gaviotas. Las aves no iban a atacarle, al contrario, lo habían protegido formando una pared entre él y quienes querían cogerlo.

Me llevaste allí. Y luego me abandonaste
.

Él había sido consciente todo el tiempo de la presencia de Maja. Primero pensó que ella estaba en la casa, luego se dio cuenta de que estaba dentro de él. Ahora lo había abandonado. Él lo sabía. Ella había hecho lo que tenía que hacer. Y luego lo había abandonado.

Pasaron las horas y él iba haciendo preguntas donde debía para que el relato continuara. Tenía miedo de quedarse solo, abandonado a sus pensamientos.

Gåvasten
.

La piedra de las ofrendas. Que daba. Y quitaba. Y quitaba.

Ahora se lo había quitado todo. Anders ya no oía las voces de Simon y de Anna-Greta. Miraba fijamente el buzo rojo de Maja y realmente todo había llegado ya a su fin. No había, por así decirlo, nada por lo que seguir viviendo.

¿Por qué voy a vivir?

Con las voces zumbando al fondo, trató de buscar una razón por la que seguir arrastrándose entre el cielo y la tierra. No halló ninguna. A cada persona se le otorgaba un cierto número de posibilidades, un cierto número de caminos a seguir. Él había llegado al final de todos ellos.

Lo único que quedaba era el miedo al dolor.

No advirtió que Simon y Anna-Greta habían dejado de hablar mientras él estaba dando vueltas a las posibles alternativas.

Lo último que quería era ahogarse. Colgarse era muy desagradable, además de inseguro. Pastillas no tenía. Beber hasta matarse llevaba su tiempo.

Por un breve instante se vio a sí mismo un poco desde fuera y notó que esos pensamientos le llenaban de paz. Por fin se había decidido, y eso le hacía sentirse... bueno, bien no, pero le dolía menos. En el fondo hasta sentía una pizca de excitación expectante.

Va a ser mejor
...

La última posibilidad de que existiera realmente algo al otro lado agitó levemente las alas. Un lugar o un estado donde hubiera alegría, felicidad. Un sitio hecho para él. No era lo que él creía, pero...

Todo es posible
.

Sí, todo es posible. ¿No había quedado demostrado durante las últimas semanas? No sabemos nada y todo es posible, ¿por qué no un cielo o un paraíso?

Entonces se le ocurrió. La escopeta. Esa de la que habían hablado Simon y Anna-Greta en su relato. Él sabía que Anna-Greta no solía tirar las cosas y probablemente la escopeta seguía guardada en algún sitio, quizá en el cuarto de las cosas viejas.

Anders asintió para sí mismo. La escopeta estaba bien. Respondía a todas sus necesidades. Era rápido, era seguro y había un contraste atractivo en el hecho de usar la misma arma que había salvado la vida de su padre y por ende la suya. Ponerle fin con la misma arma.

Así va a ser
.

Tomada la decisión y resuelta la manera de hacerlo, advirtió el silencio que reinaba en la cocina. Se puso algo nervioso por si había hablado en voz alta sin ser consciente de ello y con una sonrisa neutral se dirigió a Simon y a Anna-Greta:

—Sí —afirmó—. Son muchas cosas a tener en cuenta.

Anna-Greta lo miró profundamente a los ojos y Anders terminó su réplica con un gesto pensativo, como si realmente le hubieran dado algo en lo que pensar, pese a que él solo había oído algunos fragmentos de lo que ellos le habían contado.

—Anders —dijo Simon—. No puedes vivir ahí abajo mientras... siga pasando esto.

Anna-Greta precisó:

—Vivirás aquí.

Anders asintió agradecido, y contestó luego:

—Gracias. Será lo mejor. Gracias. —Y dirigiéndose a Simon—: Gracias por todo.

¿Por qué no dejaste que me hundiera?

Como Simon seguía mirándole con desconfianza, Anders buscó en su memoria algún detalle del que echar mano para que pareciera que había estado escuchando. Lo encontró y añadió:

—Es increíble lo de ese... Spiritus.

—Sí —reconoció Simon.

Pero la tensión y el desasosiego no desaparecieron del ambiente. Anders comprendió que no era un buen actor y eso se le notaba. Si aquello seguía así la conversación iba a tomar un nuevo rumbo y eso era lo que él no quería, así que dejó que su cuerpo se derrumbara y dijo:

—Estoy completamente agotado.

Eso al menos era cierto y surtió el efecto deseado. Anna-Greta se levantó para ir a prepararle la cama y Anders se quedó en la cocina con Simon.

—¿Queda un poco más de coñac? —preguntó Anders solo por decir algo, y Simon buscó la botella y le sirvió. Anders se fijó en dónde guardaba la botella, por si lo necesitaba para llevar a cabo lo que tenía que llevar a cabo.

Se bebió el contenido de la copa y eso tampoco le hizo ningún efecto, solo cayó y se dispersó en las sombras del cuerpo. Simon seguía observándolo, parecía que estaba a punto de preguntarle algo, pero Anders se le adelantó tirando de otro de los hilos que recordaba de su relato.

—¡Qué raro lo de los Bergwall! —constató—. Que todos ellos parezcan... afectados.

Para alivio de Anders, Simon picó:

—He pensado mucho en ello —reconoció—. Por qué ciertas personas se han visto expuestas. Elin, los Bergwall, Karl-Erik. Y tú.

Antes de que consiguiera contenerse ya lo había soltado:

—Ella ha desaparecido.

Simon se inclinó sobre la mesa.

—¿Quién ha desaparecido?

Anders podía haberse mordido la lengua, pero se encogió de hombros e intentó decirlo todo lo tranquilo que pudo:

—Ella me ha abandonado. Maja. Estoy libre. Eso es bueno.

Oyó los pasos de Anna-Greta bajando la escalera y se levantó, dobló la manta y la dejó en el respaldo de la silla. Simon también se levantó y Anders, para evitar posibles preguntas, se acercó a él y le dio un abrazo.

—Buenas noches, Simon. Gracias por lo de esta noche.

Anders no se puso nada sentimental cuando Simon le dio unas palmaditas en la espalda devolviéndole el abrazo. Había tomado la decisión con tal convencimiento que a todos los efectos era como si ya estuviera muerto. Solo era una cuestión de tiempo y elección del sitio donde llevar a cabo la muerte en el mundo real.

Anna-Greta le contó cómo tenían pensado que discurriría el día siguiente y Anders asintió a todo. Era fácil. En general, advirtió Anders, todo era mucho más fácil cuando uno estaba muerto. Aquello era un remedio universal, una medicina milagrosa. Todo el mundo debería probarlo. Al subir por la escalera hasta el piso de arriba miró de soslayo en dirección al cuarto de los trastos viejos.

¿Cuándo?

Lo antes posible. La ligera euforia que ahora planeaba en su pecho no iba a durar mucho, eso ya lo comprendía él. Si aplazaba su ejecución, volvería la aulladora oscuridad sin fondo. Tenía que ocurrir pronto, muy pronto.

Oyó las voces de Anna-Greta y Simon en el piso de abajo al entrar en el cuarto de los invitados, que estaba enfrente del dormitorio de Anna-Greta. Ella le había dejado a la vista ropa prestada para el día siguiente. Él se desnudó y se metió en la cama, se sentía expectante como un niño la víspera de su cumpleaños, vio ante sí a Maja saltando en su cama y abriendo sus regalos mientras ella...

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