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Authors: John Ajvide Lindqvist

Tags: #Terror

Puerto humano (58 page)

BOOK: Puerto humano
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—Cuando tu bisabuelo era pequeño vivía otro hombre en el oeste de la isla que perdió a su mujer en el mar. Él ocultó cómo había ocurrido. Pero nunca dejó de buscarla.

Anna-Greta apuntó hacia el este.

—¿Has oído hablar de los restos de un naufragio? ¿En las rocas de Ledinge? Cuando yo era joven aún se podían ver algunos restos, pero ahora ya han desaparecido. Eran los restos de su barco. Yo no sé lo que haría para... irritarlo de aquella manera. Pero su barco apareció después allí, tierra adentro, en lo alto de una montaña. Destrozado.

—Perdona —interrumpió Simon—. ¿Has dicho que era de la zona
oeste
de la isla?

—Sí —dijo Anna-Greta—. Ahí era donde quería llegar. Su casa y todas las casas de alrededor... desparecieron. Llegó una tormenta, por el oeste. Y como ya sabéis las tormentas no vienen del oeste, de la península. Es imposible. Pero entonces lo hizo. Se presentó por la noche, con una fuerza huracanada y en cuestión de segundos ocho casas de la isla quedaron... arrasadas. Cinco personas murieron. Tres de ellos niños que no tuvieron tiempo de ponerse a salvo.

Las últimas palabras las dijo mirando intencionadamente a Anders.

—Además del marido que se hizo a la mar. Que fue quien desató todo eso. —Como Anders no decía nada, ella añadió—: Y lo que pasó con Domarö anteriormente, ya lo sabes. Te lo contamos ayer.

Anders echó mano a la botella de plástico y bebió un par de tragos. No dijo nada. El rostro de Anna-Greta se contrajo en una expresión entre la compasión y la rabia, más bien una mueca.

—Comprendo cómo te sientes —dijo Anna-Greta—. O... puedo suponerlo. Pero es peligroso. No solo para ti mismo. Para todos los que vivimos aquí. —Alargó la mano y la puso sobre la de Anders, helada—. Sé que esto parece terrible, pero... vi cómo mirabas hoy el ancla. En Nåten.
Hay
muchas personas que se han ahogado, que han desaparecido... de forma natural, si es que se puede decir así. Maja podría haber sido una de ellas. También
puedes
verlo así. Y perdona que te lo diga, pero...
tienes
que verlo así. Por tu propio bien. Y por el de todos los demás.

Traspaso (somos secretos)

Anders estaba sentado al borde de la cama en el cuarto de los invitados. De todas las imágenes que habían pasado por su cabeza aquella noche había una que no se le iba, que no lo dejaba en paz.

Maja no tiene su
buzo.

Él se lo había subido de la cocina y lo había colgado con mimo en una silla debajo de la ventana. Ahora lo cogió y lo acunó en sus brazos paseándolo por la habitación.

Maja tendrá frío donde está
.

Si pudiera al menos ponerle el buzo, si pudiera por lo menos hacer eso. Acarició con la mano el tejido algo desgastado del buzo, el parche de Bamse y los tarros de miel.

Simon y Anna-Greta se habían ido a la cama una hora antes. Anders se había ofrecido a dormir en el sofá del piso de abajo en el caso de que ellos... quisieran estar tranquilos en su noche de boda, no tener gente cerca. Le aseguraron que no había ningún problema, que la noche de bodas para ellos era una noche como otra cualquiera. Una noche tranquila.

Anders, abrazado al buzo, se debatía entre dos mundos. Uno normal, en el que su hija se había ahogado hacía ya dos años y había pasado a engrosar la lista de los que habían desaparecido en el mar, un mundo en el que se podía hablar de quedarse a dormir en el sofá y recibir una respuesta complaciente, donde la gente se casaba e invitaba a tarta de gambas.

Y, luego, el otro mundo. Un mundo en el que Domarö estaba en manos de fuerzas oscuras que tenían atenazada a la isla. Donde uno tenía que vigilar cada paso que daba y estar preparado para quedar fuera de la comunidad en cualquier momento. No fuera a ser que desapareciera todo.

Bamse, Bamse, Bamse
...

Quizá por eso a Maja le solían gustar tanto las historias de Bamse. En ellas había problemas, había malos y tontos. Pero nunca era
realmente
peligroso. No había ninguna duda real sobre cómo debían actuar. En realidad, todos lo sabían. Hasta Krösus Sork, el topillo capitalista. Él era un malo porque era un malo, no porque estuviera enfadado ni atemorizado.

Y Bamse. Siempre de parte de los buenos. El defensor de los débiles y el eterno justiciero.

Pero le gusta mucho pelear
...

Anders resolló. Bamse era mucho más interesante en la versión de Maja. El oso tenía buenas intenciones, pero no dejaba pasar la ocasión de pelearse en cuanto se le presentaba.

Como ella
.

Sí, quizá. Quizá fuera por eso por lo que tenía que destrozar las canciones, de la misma forma que rompía las cosas. Tenía que partirlas para que fueran como ella. Pero más interesantes.

Anders echó mano a uno de los tebeos de Bamse que se había traído y le pareció que para colmo la historia venía al caso que ni pintada. Lille Skutt gana un viaje a un hotel de una estación de esquí. Una vez allí se demuestra que hay un fantasma. El fantasma parece que anda detrás de Lille Skutt, pero Skalman lo descubre, como siempre.

Skalman construye una máquina que hace que un disfraz de Lille Skutt caiga sobre el fantasma. El fantasma se mira en el espejo y se vuelve bueno. No estaba persiguiendo a Lille Skutt. Solo quería ser como él.

Anders sintió que algo se quedó prendido dentro de su cabeza mientras leía esa historia, volvió a pensar en ello cuando dejó el tebeo.

Yo soy el disfraz. La apariencia
.

Anders quería dormir. Quería que Maja tomara el control y lo orientara. Antes de desnudarse colocó la silla al lado de la cama. En la silla puso un lápiz y un cuaderno abierto. Luego bebió tres tragos de agua, se quitó la ropa, se metió en la cama y cerró los ojos.

No necesitó mantener los ojos cerrados a la fuerza durante muchos minutos para darse cuenta de que estaba completamente despejado. No había ni la más mínima posibilidad de que conciliara el sueño, por más que quisiera. Se sentó y apoyó la espalda contra la pared.

¿Qué voy a hacer? ¿Qué puedo hacer?

La blancura del papel brillaba y atrajo su mirada. Su agudeza visual se transformó. Veía de un modo diferente. En una fracción de segundo alcanzó a pensar:
yo veo a través de mis ojos
, y después se encontró fuera de sí mismo.

Un sonido chirriante lo devolvió a su cuerpo. No sabía cuánto tiempo había transcurrido pero se encontró sentado en el suelo con un tebeo de Bamse delante y el lápiz en la mano. El edredón estaba en la cama hecho un rebujo.

El tebeo estaba abierto en una historia corta, solo dos páginas, que se titulaba
Los amigos secretos de Brumma
. Brumma se escondía en el armario debajo del fregadero y se hizo amigo del cepillo y del recogedor. Cuando su mamá llamó a Brumma, el cepillo se asustó y dijo: «Nosotros somos súper secretos», y se convirtió en un cepillo normal.

Había dibujos en las páginas. Rayas y figuras en todos los espacios del libro. Ninguna letra. A lo único que Anders consiguió verle algún sentido fue a una línea zigzagueante que se extendía a lo largo de varias viñetas y que podía parecer un templo.

¿Tenía algún sentido que hubiera elegido precisamente aquella historia, o era una casualidad, como lo del hotel con el fantasma? ¿Sería simplemente que Maja lo había dibujado mientras leía, como solía hacer a veces?

Volvió el chirrido de nuevo, esta vez al otro lado de la puerta. Anders se estremeció y se echó el edredón encima, por la cabeza, se encogió y permaneció totalmente quieto. El tirador bajó despacio y se abrió la puerta. Anders se metió el pulgar en la boca.

—¿Anders? —La voz de Simon era solo un susurro. La puerta se cerró tras él—. ¿Qué estás haciendo?

Simon estaba delante de él en albornoz cuando Anders salió de debajo del edredón.

—Me he asustado.

—¿Puedo entrar?

Anders hizo un gesto a Simon para que se sentara en la cama, pero él siguió en el suelo con el edredón por encima de los hombros. Simon se sentó al borde de la cama y se quedó mirando el tebeo.

—¿Lo has dibujado tú?

—No lo sé —dijo Anders—. No sé nada de nada.

Simon se entrelazó las manos y se inclinó hacia delante. Respiró profundamente.

—Mira, ¿sabes? —empezó Simon—. He estado pensando un poco. Hay mucho que decir, pero voy a empezar haciéndote una pregunta. ¿Quieres el Spiritus?

—¿El insecto? ¿El de la caja de cerillas?

—Sí. He pensado que podría protegerte. Anna-Greta y yo, como sabes, salimos mañana de viaje. No me quedo tranquilo dejándote aquí... indefenso.

—¿No dijiste que teníais algún tipo de pacto?

Simon sacó la caja de cerillas del bolsillo del albornoz.

—Bueno. Y no sé lo que este pacto significa. Pero creo que ocurre algo bastante espantoso cuando uno muere.

—Y quieres dármelo.

Simon daba vueltas a la caja entre los dedos. Se oían suaves roces y sonidos en el interior cuando la larva cambiaba de posición.

—Yo he sentido miedo. Uno sella una especie de pacto con el mundo oscuro e impenetrable. Me he arrepentido de haberme metido en una cosa así. Pero no lo pude evitar. Fui tonto. Por no decir algo peor.

Simon, toqueteando, por la falta de costumbre, su recién estrenada alianza de casado, continuó:

—Pero no te lo propondría si no creyera que puede ayudarte. Lo que anda tras de ti tiene que ver con el agua y este... puede dominar el agua.

Anders pasó la mirada por la caja que Simon tenía en la mano, la deslizó luego sobre la felpa verde del albornoz y se detuvo en la cara de Simon, que de pronto le pareció terriblemente viejo y cansado. La mano con la que sujetaba la caja estaba casi tocando el suelo, como si el insecto pesara cien veces más de lo que se podía deducir de su tamaño.

—¿Qué tengo que hacer?

Simon se acercó la mano en la que tenía la caja y meneó la cabeza.

—¿Sabes en lo que te vas a meter?

—No —contestó Anders—. Pero eso no importa nada. Realmente no importa nada. Nada en absoluto.

Ahora, cuando Simon había conseguido lo que quería, parecía que sentía remordimientos.

Quizá porque no quería exponer a Anders. Quizá no quería separarse de su objeto mágico. Pasó ausente el pulgar sobre el niño que caminaba hacia el sol.

—Tienes que escupir —dijo finalmente—. En la caja. Tienes que darle saliva. Y eso tendrás que seguir haciéndolo todos los días de tu vida. O hasta que... se lo entregues a alguien.

Anders juntó saliva en la boca. Después de un momento asintió y cogió la caja de Simon, la abrió. Anders dejó asomar el escupitajo entre los labios, lo soltó y...

—¡No, espera! —exclamó Simon—. Es igual...

Pero ya era demasiado tarde. El grumo burbujeante con forma de lágrima ya había abandonado la boca de Anders y caía directamente sobre la piel reseca del insecto en el mismo instante en el que Simon extendió la mano.

Anders creía que nada podía saber más repugnante que el concentrado de ajenjo. Pero estaba equivocado. Lo que penetró en su boca y se extendió por su cuerpo tenía una dimensión que no era física, una dimensión que un sabor nunca podría tener. Como si hubiera mordido un trozo de carne podrida y al instante se hubiera
convertido
en ella.

Abrió los ojos y cerró la boca en medio de arcadas secas, el cuerpo le temblaba entre pequeñas convulsiones que hicieron que se le cayera la caja de la mano. Simon estaba sentado en la cama con las manos delante de la cara cuando Anders se cayó de lado sujetándose el estómago. Dando arcadas sin que saliera nada de él.

Tenía la caja a un palmo de los ojos. Un cuerpo negro miraba por encima de la abertura y al momento toda la larva estaba fuera. Había crecido. Tenía la piel reluciente y su cuerpo se deslizaba ágilmente por el suelo en dirección a los labios de Anders. Quería más maná, de la fuente.

A pesar del mareo, Anders logró sentarse y evitar que el insecto se le metiera en la boca. Con manos temblorosas consiguió poner la caja encima del insecto y pasar luego la tapa sin hacerle daño.

El bicho arañaba y se revolvía dentro de la caja, hasta tal punto que se oían las sacudidas y los movimientos contra el suelo. Anders se tragó una burbuja repugnante que tenía en la garganta y preguntó:

—¿Está enfadado?

—No —contestó Simon—. Al contrario, creo yo.

Simon miró a Anders a los ojos. Largo y tendido. Algo pasó entre ellos y Anders asintió.

Antes de marcharse, Simon le dijo:

—Cuídate. —Señalaba a Anders, a la caja de cerillas—. Eso solo pasa la primera vez. Lo del sabor.

Anders siguió sentado en el suelo mirando cómo el Spiritus cabeceaba dando vueltas en su pequeña cárcel como si fuera un juguete morboso.

Aún no sabía lo que iba a hacer ni cómo lo iba a hacer, pero una cosa sabía: lo que Simon le había transmitido durante aquella mirada sostenida era su aprobación.
Haz lo que tengas que hacer
.

Anders venció el rechazo y puso su mano sobre la caja. El insecto se tranquilizó cuando sintió el calor de su cuerpo, su presencia, y Anders fue consciente de todo lo que
fluía
.

Su cuerpo era un inabarcable sistema de canales más o menos grandes por los que fluía agua en forma de plasma sanguíneo. Lo que aprendió en la escuela le decía que el plasma llevaba otros elementos de la sangre, los hematíes y los trombocitos, pero esos él no los podía ver ni sentir, solo veía un agua viscosa que el corazón bombeaba alrededor a través de sus venas, y vio y supo que era un árbol, hasta las más tiernas ramas. Un árbol hecho de agua.

No con la misma intensidad, pero con mucha nitidez, percibió también toda el agua que fluía o estaba quieta dentro de la casa. Veía la red de tuberías a través de las paredes como si estuviera viendo una radiografía y las botellas con agua de la Chapuza...

Ahora... Ahora
...

Cerró la mano alrededor de una de las botellas que había en el suelo mientras mantenía la otra mano sobre la caja de cerillas. Sintió el agua que había allí dentro, sí. Pero nada más. Era como con la sangre: solo podía sentir lo que era agua, pero, eso sí, lo percibía con toda claridad.

Contempló la mano que tenía sobre la caja y recordó un par de líneas de Tranströmer. Anders no era un lector de poesía, pero había empezado tantas veces con las obras completas de Tranströmer que se sabía el primer poema de memoria:

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