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Authors: John Ajvide Lindqvist

Tags: #Terror

Puerto humano (56 page)

BOOK: Puerto humano
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—No. —El brillo de los ojos de Anna-Greta se apagó un poco—. ¿No ha llegado?

Anders meneó la cabeza y Anna-Greta hizo un intento de salir ella misma a comprobarlo, pero una de las amigas la sujetó y le dijo:

—Vendrá, vendrá. Tú ahora estate quieta.

Anna-Greta extendió los brazos en un gesto de impotencia como para darle a entender que aquellas mujeres la tenían prisionera.

—Tú sal y espera con los demás —dijo ella—. Seguro que viene.

Anders salió del cuarto y la dejó en manos de sus vigilantes. Él había hecho lo que podía hacer. Eso ya no era asunto suyo. Sin embargo sintió pena por Anna-Greta. Porque estaba tan guapa, tan arreglada y tan llena de esperanza. Su pobre abuela.

Pero él sabía que Simon no iba a venir. Que él de alguna manera había sido atrapado por las fuerzas que estaban en movimiento. Así eran las cosas. Simon había desaparecido y Anders pensaba coger el barco de las tres y acabar con todas las desgracias.

Eran las dos menos cuarto cuando Anders subió hasta la iglesia y miró desde la puerta. Había unas treinta personas sentadas en los bancos. A los invitados que llegaron con el barco de pasajeros se había unido gente de Nåten y aquellos que habían venido con sus propios barcos. Delante, junto al altar, estaba el sacerdote arreglando un ramo de rosas blancas que había en un florero.

Dejándose llevar por la pendiente, Anders bajó al cementerio y caminó entre las lápidas. Se detuvo un rato ante la tumba familiar, donde aparecían los nombres solitarios de su padre y de su abuelo, debajo de Torgny y Maja. Probablemente Anna-Greta se ocuparía de que el nombre de Anders se añadiera a la lista de hombres solos.

¿Y Simon? ¿Dónde acabará Simon?

Pasadas las dos la gente empezó a salir de la iglesia para ver lo que ocurría, o mejor dicho, porque no pasaba nada. Anders siguió bajando hasta el agua para evitar hablar con la gente. Se detuvo ante la gran ancla y leyó la placa.

«EN RECUERDO DE AQUELLOS QUE DESAPARECIERON EN EL MAR»

Anders pasó la mano por el hierro oxidado, por la madera alquitranada. Sería más apropiado que a él lo enterraran aquí, bajo el ancla, pues él había desaparecido en el mar y luego había vagado inútilmente dos años en tierra firme. Siguió la cadena que iba desde el extremo del ancla hasta la tierra, donde se hundía.

¿A dónde iba?

Él vio desaparecer la cadena en lo profundo del subsuelo o en el fondo del mar; con el pensamiento lanzó su cuerpo en la misma dirección que la cadena y la siguió hacia abajo...

... hundirse en el fango del fondo, bajo el lodo y la arcilla, hundirse hasta ese punto en el que nada puede vivir, donde la calma es absoluta
...

Sus pensamientos se vieron interrumpidos por los gritos que llegaban desde la cuesta de la iglesia. La gente señalaba hacia algo en el mar y cuando Anders se volvió, a pesar de todo, también en sus labios se dibujó una sonrisa.

Se acercaba un barco por la bahía. Una destartalada lancha de fibra de vidrio con un motor Evinrude de veinte caballos. El barco de Simon.

Los invitados a la boda bajaron en tropel la cuesta del cementerio como un rebaño de ovejas alborotadas y se reunieron en la orilla mientras el barco se acercaba. Había dos personas a bordo, y cuando el barco se encontraba a unos cien metros de tierra, Anders pudo ver que eran Simon y Göran. Göran pilotaba y Simon iba sentado en la proa con los pelos revueltos alrededor de las orejas. La gente daba gritos de alegría y aplaudía.

Última entrada en escena del mago
.

El barco no se dirigió al puerto sino que siguió directamente hacia la pendiente que había debajo del ancla. Göran puso el motor en punto muerto y el barco se deslizó los últimos metros hasta la playa. Simon se bajó del barco y algunos invitados ayudaron a asegurar la embarcación en tierra.

Simon buscó con la mirada a Anders, y había empezado a decir algo, pero llegaron los invitados, lo cogieron en volandas y se lo llevaron hacia la iglesia, donde Anna-Greta, ahora en la puerta, esperaba con los brazos cruzados. La entrada fue sin duda espectacular, y hay que comprender que Anna-Greta, precisamente ese día, habría preferido menos espectáculo y más solemnidad.

Anders les siguió a un par de pasos detrás y esperó a que todos hubieran accedido a la iglesia antes de entrar él; se sentó en uno de los bancos traseros.

Deja llegar el amor

La descripción de la boda la saltamos
.

Curiosamente, el caso es que no es particularmente interesante la descripción de una boda. Dos personas que se prometen ante Dios amor eterno y fidelidad debería realmente ser algo de lo que regocijarse; pero no es así
.

Es como una historia de terror, solo que al revés. Cuando el monstruo enseña el hocico al final es siempre una decepción. Nunca responde a las expectativas. Lo mismo pasa con una boda. El camino hasta allí por los senderos sinuosos del amor es una película de suspense, los preparativos en algunos casos, una prueba de resistencia. Y la idea detrás de todo es hermosa y vertiginosa
.

Pero ¿la ceremonia...?

Habría que recurrir a Marc Chagall, a Mozart y a los técnicos de David Copperfield para hacer justicia a esa idea. La gente tendría que flotar en el aire, debería haber rayos, cascadas de agua y una sinfonía que levantara la pintura de las paredes e hiciera revolotear los desconchones alrededor de la pareja unida y, con un movimiento en espiral, los elevara hacia el techo
.

Nada de eso ocurrió en la iglesia de Nåten
.

Baste decir que Simon y Anna-Greta se dieron el sí, que en el órgano sonó algo de música adecuada para la ocasión y que muchos estaban emocionados. Pero, pasó una cosa simpática, Anna-Greta hizo una aparición deslumbrante, mientras que la de Simon fue algo deslucida. Aunque había conseguido ponerse la ropa de la boda, era como si lo hubiera hecho a toda prisa. Llevaba la corbata torcida, los calcetines no conjuntaban con los pantalones y el pelo estaba alborotado
.

¡Aun así, alegría y júbilo! ¡Deja llegar el amor! ¡Déjalo vencer!

Deja a los dos salir a las escaleras de la iglesia y deja que las amigas de Anna-Greta, que saben cómo hay que hacerlo, los colmen de arroz y que todos los que vamos detrás oigamos los coros de los ángeles y veamos las cascadas de plumas de eíder que durante meses se han recogido en las islas, déjalas descender del cielo como flores de manzano caídas de las manos de Dios Padre al abrir sus brazos amantísimos
.

¡Sí!

¡Sí, sí, sí!

Y permítenos luego ir juntos a la casa de la parroquia y dar cuenta de la tarta de gambas. El día aún no ha terminado. Ni hablar. Ven
.

El agua

La gente se repartió a lo largo de las mesas y Anna-Greta, para alivio de Anders, le cogió del brazo y le sentó junto a ella, además no tenía a nadie al otro lado. Enfrente se sentaban las amigas de Anna-Greta, y después de que ella se las presentara como Gerda y Lisa, las dos señoras siguieron a lo suyo.

Los invitados fueron llenando sus platos y cogiendo una cerveza o un refresco que tenían que abrir ellos mismos. La verdad es que no era un convite suntuoso y casi fue una suerte que la llegada de Simon lo convirtiera en algo digno de recordar.

Pero Simon tenía algo más que decir.

Después de que Anders felicitara a su abuela y le repitiera una vez más lo guapa que estaba, se inclinó hacia delante para dar la enhorabuena también a Simon, pero él estaba ocupado con algo que le salía de dentro. Estaba sentado con gesto concentrado mirando al mantel y moviendo ligeramente los labios.

Anders estaba a punto de decirle algo para devolverlo a la realidad cuando Simon de repente se levantó e hizo sonar con el tenedor la botella de su compañero de mesa.

—¡Queridos amigos! —empezó—. Hay ciertas cosas que... —Hizo una pausa y miró a Anna-Greta, que también lo miró sorprendida. Simon se aclaró la voz y tomó de nuevo impulso—: Ante todo quiero deciros lo feliz que me siento. Por teneros aquí, por haber sido bendecido con el don de casarme con la mujer más maravillosa que jamás se haya subido a un barco. O no se haya subido a un barco.

Algunos se rieron y se oyeron algunos aplausos. Anna-Greta agachó la mirada recatadamente.

—Y hay otra cosa... y no sé cómo voy... es una cosa que tengo que decir, no sé muy bien... hay tantos...

Simon recorrió la sala con la mirada. El silencio ahora era total. Alguien se había quedado con el tenedor a medio camino de la boca y ahora lo bajaba lentamente mientras Simon buscaba las palabras exactas.

—Lo que quiero decir —dijo Simon— es que ahora, cuando estamos reunidos aquí tantos vecinos de Domarö... y quizá no sea la ocasión más adecuada y no sé cómo decirlo, pero...

Simon volvió a callarse y Anders oyó cómo Gerda decía en voz baja a Lisa:

—¿Está borracho? —Lisa asintió mordiéndose los labios, al tiempo que Anna-Greta, por debajo de la mesa, tiraba con cuidado de los pantalones de Simon para que se sentara.

Simon tomó una decisión, se irguió y habló con la voz más clara:

—No hay ninguna manera sensata de decir esto, así que ahora os lo voy a decir tal como es y después vosotros podéis tomároslo como queráis.

Lisa y Gerda se habían echado hacia atrás en sus sillas, se habían cruzado de brazos y miraban a Simon con cara de reproche. El resto de los invitados se miraban unos a otros preguntándose qué iría a decir. Enarcaron un poco las cejas cuando pareció que Simon empezaba a hablar de otra cosa.

—Los pozos de Domarö —empezó Simon—. Sé que hay unos cuantos que han tenido problemas con las filtraciones de agua salada, que el agua no se puede beber porque se filtra el agua del mar.

Algunos asintieron. Aunque era incomprensible por qué sacaba Simon aquel tema a relucir, al menos lo que decía era un hecho probado. Cuando continuó, la mirada de Simon se dirigió varias veces hacia donde estaba Anders.

—También hemos tenido otros problemas últimamente. Gente que de pronto se comporta de una forma extraña o simplemente... malvada. Que parece que no es ella misma, por expresarlo de algún modo.

Asintieron desde distintos puntos. También aquello podían suscribirlo. Pronto diría algo así como que la merluza también había desaparecido, otro hecho lamentable pero indiscutible.

—Lo que quiero decir —prosiguió Simon—, es que he llegado a la conclusión de que esos dos hechos están relacionados. Esta... enfermedad, o como queramos llamarla, afecta a quienes tienen agua salada en sus pozos. Así que... los que la tengáis, ¡no bebáis de esa agua!

Si Simon había esperado que los oyentes reaccionaran aliviados, tal reacción no se produjo. La mayoría permanecieron sentados mirándolo con recelo o sin comprender nada. Simon extendió las manos y alzó la voz.

—¡Así es como penetra el mar! ¿No lo entendéis? Están en el mar y... penetran a través del agua de los pozos. Si bebemos esa agua penetrará en nosotros y nos veremos... afectados.

Simon, al no conseguir todavía la reacción esperada, suspiró y añadió con resignación:

—Solo pido que creías lo que os digo. No bebáis el agua que se ha vuelto salada. Digamos que es venenosa, para que lo entendáis mejor. No la bebáis.

Simon se dejó caer en su silla y todos se quedaron en silencio un buen rato. Luego empezó a oírse el murmullo de las conversaciones alrededor de las mesas. Anna-Greta se acercó a Simon y le dijo algo. Lisa y Gerda permanecían aún cruzadas de brazos y parecía que esperaban una continuación.

Y Anders...

Era como si él hasta ahora hubiera escuchado fragmentos de una melodía. A veces débilmente, como a través de la pared de otra habitación. A veces más fuerte, pero enseguida desaparecía, como desde un coche que pasara con el estéreo a todo volumen. A veces solo como notas en el rumor de los árboles o en el goteo del agua por la noche.

Con las palabras de Simon toda la orquesta salió de la oscuridad con tal estruendo que a Anders se le taponaron los oídos y su cuerpo enmudeció.

El agua. Naturalmente. El agua del pozo
.

Aunque tenía la sensación de que Maja había fluido a través de su cuerpo, nunca se le había ocurrido pensar que era eso lo que
pasaba
. Él había ido por ahí bebiéndose el vino de las botellas de plástico, a veces varios litros en un día. Vino rebajado con agua del grifo. Se había despertado con resaca y sediento y había bebido agua y más agua.

Y lo que casi lo hizo caer realmente de la silla, a medida que se iba imbuyendo más de esa música: Maja no lo había abandonado en absoluto. Era que él no había bebido agua. Durante el día anterior solo había bebido vino y ajenjo concentrado. Solo cuando subió a casa de Anna-Greta bebió agua. Y su agua no estaba... contaminada.

Anders sintió una mano en su espalda y Simon se inclinó sobre él.

—¿Comprendes? —le preguntó en voz baja.

Anders asintió ausente mientras la coherencia de la música seguía atronando en su cabeza. El mar eterno, siempre uno y el mismo, que podía filtrarse por todos los huecos, fluir y extenderse, pero siempre volvía a sí mismo. Un solo cuerpo con millones de miembros, desde rugientes olas hasta hilillos finos como patas de arañas que buscaban entradas y se filtraban. El mar. Y cuantos allí había.

Simon tiró de él y Anders se levantó y lo siguió como en trance.

Nadie tiene los dedos tan largos
.

Vio ante sí el mar abriéndose paso sobre las rocas lisas de las islas, a través de las grietas de la roca madre, hundiéndose en la tierra, filtrándose en los pozos y como un mantra que daba vueltas en su cabeza mientras Simon lo conducía hacia el exterior:
nadie tiene los dedos tan largos. Nadie tiene los dedos tan largos
.

—Anders, ¿estás aquí?

Simon agitaba la mano delante de sus ojos, y haciendo un esfuerzo Anders consiguió volver a la realidad y vio que se encontraba en la entrada de la casa de la parroquia. Tenía la mano derecha apoyada en el frío hierro de la verja y la agarró con fuerza, para no caerse.

—¿Cómo lo has descubierto? —preguntó.

—Cuando buscaba agua para Göran —dijo Simon—, y sentí todas las capas de agua salobre que recorren la roca.

—¿Sentiste?

—Sí —Simon sacó la caja de cerillas del bolsillo y se la enseñó, luego volvió a meterla en el bolsillo. Anders asintió. Aquella parte del relato sí que la recordaba.

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