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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción

Los Anillos de Saturno (18 page)

BOOK: Los Anillos de Saturno
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16 - EL CAZADOR CAZADO

Agas Doremo estaba de pie blandiendo el mazo tradicional para imponer silencio, con la ineficacia más completa. Conway se abría paso lentamente entre una marea de gestos amenazantes y maullidos de burla y movió el interruptor, con lo cual hizo sonar el antiguo aviso de los piratas. Un sonido estridente, que subía y bajaba de tono e intensidad, se derramó sobre aquel desorden, obligando a los delegados a guardar un silencio sorprendido.

Conway cerró el sonido, y en el repentino silencio, Doremo se apresuró a decir:

—He dado la palabra al consejero jefe Héctor Conway, de la Federación Terrestre, para que interrogue a su vez al consejero Starr.

Hubo gritos de:

—¡No! ¡No!

Pero Doremo continuó obstinadamente:

—Pido a la conferencia que juegue limpio en este sentido. El consejero jefe me asegura que su interrogatorio será breve.

En medio de un zumbar de movimientos y ruido y una oleada de murmullos, Conway se acercó a Lucky. Sonreía; pero habló con aire formal, diciendo:

—Consejero Starr, el señor Devoure no le ha interrogado acerca de las intenciones de usted en este episodio. Dígame, ¿por qué entró usted en el sistema saturniano?

—A fin de colonizar Mimas, jefe.

—¿Se consideraba con derecho a ello?

—Era un mundo deshabitado, jefe.

Conway se volvió para mirar cara a cara a un grupo de delegados súbitamente pasmado y silencioso.

—¿Tendría la bondad de repetirlo, consejero Starr?

—Yo deseaba establecer seres humanos en Mimas, mundo deshabitado que pertenece a la Federación Terrestre, jefe.

Devoure se había puesto en pie, y gritaba furiosamente:

—Mimas forma parte del sistema saturniano.

—Exacto —aceptó Lucky—, del mismo modo que Saturno forma parte del Sistema Solar de la Tierra. Pero según la interpretación de usted, Mimas es, meramente, un mundo vacío.

Hace unos momentos, usted ha reconocido que las naves sirianas jamás se acercaron a Mimas antes de que la mía aterrizase allí.

Conway sonreía. También Lucky había captado este traspié en las palabras de Devoure. El consejero jefe intervino:

—El consejero Starr no estaba aquí, Devoure, cuando usted pronunció el discurso de introducción. Permítame citar un pasaje del mismo, al pie de la letra: «Un mundo deshabitado es un mundo deshabitado, sin que importe el camino particular que siga por el espacio. Nosotros lo colonizamos primero, y es nuestro."

Aquí el consejero jefe se volvió hacia los delegados, y continuó con mucha calma y profunda intención:

—Si la opinión de la Tierra es acertada, Mimas pertenece a la Tierra, porque gira alrededor de un planeta que, a su vez, gira alrededor del Sol. Pero si es acertada la opinión de Sirio, Mimas sigue perteneciendo también a la Tierra, porque estaba deshabitado y nosotros lo colonizamos primero. Según el hilo del razonamiento siriano, el hecho de que ellos hubieran colonizado otro satélite de Saturno no tenía nada que ver con el asunto.

»En ambos casos, al invadir un mundo que pertenecía a la Federación Terrestre y echar de allí a nuestros colonos, Sirio ha cometido una acción bélica y ha demostrado su profunda hipocresía al negar a otros los derechos que reclamaba para sí.

De nuevo se formó un torbellino confuso. Y ahora fue Doremo quien tomó la palabra antes que nadie:

—Caballeros, tengo algo que decir. Los hechos, tal como los han expuesto los consejeros Starr y Conway, son irrefutables. Esto demuestra la completa anarquía en que se sumiría la Galaxia si prevaleciese el punto de vista siriano. Cada roca deshabitada se convertiría en fuente de disputa; cada asteroide sería una amenaza para la paz. Los sirianos, con su proceder, se han calificado de insinceros...

Hubo un cambio de frente completo y repentino.

Si se hubiera dado tiempo, Sirio todavía habría podido concentrar sus fuerzas, pero Doremo, hombre de experiencia y parlamentario hábil, maniobró de forma que la conferencia votase inmediatamente, mientras los prosirianos estaban aún completamente desmoraliza dos y antes de que tuvieran ocasión de meditar si osarían situarse contra los hechos puros y simples tal como se habían revelado de pronto.

Tres mundos votaron al lado de Sirio. Fueron Penthesileia, Duvarn y Mullen, los tres pequeños y notoriamente sometidos a la influencia política siriana. El resto de la conferencia, más de cincuenta votos, se puso de parte de la Tierra. Se ordenó a Sirio que libertase a los terrícolas que había cogido prisioneros. Y se le ordenó también que desmantelase la base y abandonase el Sistema Solar en el plazo de un mes.

El mandato no podía imponerse sino mediante la guerra, por supuesto; pero la Tierra estaba preparada para combatir, y Sirio tendría que afrontar la lucha sin la ayuda de los mundos exteriores. Y no había en Vesta ni un solo hombre que esperase que Sirio luchara, en tales condiciones.

Devoure, jadeando y con el rostro alterado, vio a Lucky una vez más.

—Ha sido un treta cochina —farfulló—. Ha sido un engaño para forzarnos a...

—Usted me forzó a mí —respondió sosegadamente Lucky—, amenazando la vida de Bigman. ¿No lo recuerda? ¿O le gustaría que publicásemos los detalles del hecho?

—El mico amigo tuyo está todavía en nuestro poder —empezó Devoure con aire malvado—, y con voto de la conferencia o sin él...

El consejero jefe Conway, que también estaba presente, sonrió.

—Si se refiere a Bigman, señor Devoure, no lo tienen en su poder. Está en nuestras manos, junto con un funcionario llamado Yonge, que me ha dicho que el consejero Starr le prometió un salvoconducto en caso necesario. Por lo visto, el funcionario cree que dado el humor actual de usted sería muy arriesgado regresar a Titán en su compañía. ¿Puedo recomendarle que medite usted si corre algún riesgo regresando a Sirio? Si quiere solicitarnos asilo...

Pero Devoure, que se había quedado mudo, volvió la espalda y se fue.

Doremo era todo sonrisas mientras se despedía de Conway y Lucky:

—Osaría decir que le alegrará volver a ver la Tierra, joven.

Lucky mostró su conformidad con un gesto.

—Salgo para la patria dentro de una hora, en un crucero y con la pobre Shooting Starr remolcada detrás; pero, francamente, en estos momentos, nada me gustaría más.

—¡Bien! Y deje que le felicite por un trabajo excelente, magnífico. Cuando el jefe Conway me pidió, en el comienzo de la sesión, que le diera tiempo para interrogarle a su vez, se lo concedí en seguida, pero pensé que debía de estar loco. Y cuando usted terminó de declarar y él me hizo signo de que le concediera la palabra, di por seguro que estaba realmente loco.

¡Eh!, no cabe duda, todo eso lo tenían planeado de antemano.

—Lucky me había enviado un mensaje subrayando lo que confiaba hacer —explicó Conway—. Naturalmente, hasta que ya sólo faltaban un par de horas, o menos, no supimos que todo había salido a pedir de boca.

—Creo que usted tenía fe en el consejero —comentó Doremo—. ¡Galaxia, si ya en su primera entrevista conmigo me pidió si me pondría de parte de ustedes, en caso de que la declaración de Lucky dejara de obrar efecto! Entonces no comprendí qué quería decir, naturalmente, pero lo entendí mejor cuando llegó el momento.

—Le doy las gracias por haber arrojado su peso en nuestro platillo de la balanza.

—Lo arrojé en el platillo que había demostrado palmariamente ser el de la justicia... Es usted un adversario sutil, joven —le dijo a Lucky.

Este sonrió.

—Yo contaba, meramente, con la falta de sinceridad de Sirio. Si hubieran creído de veras en lo que decían ser su punto de vista, habrían dejado que el consejero colega mío continuase en Mimas, y todo lo que habríamos cosechado como fruto de nuestros esfuerzos habría sido un pequeño satélite helado y una guerra larga y difícil.

—Efectivamente. Bien, sin duda, cuando los delegados lleguen a sus respectivos destinos, habrá quien haya meditado y cambiado de idea; algunos estarán furiosos contra la Tierra, contra mí y hasta contra ellos mismos, supongo, por haberse dejado precipitar. Cuando se serenen, sin embargo, comprenderán que han establecido un principio jurídico; la indivisibilidad de los sistemas estelares, y creo que se darán cuenta también de que la bondad de este principio supera toda herida en su orgullo y sus prejuicios. Creo de veras que los historiadores volverán la vista hacia esta conferencia como hacia un hecho importante y que contribuyó en gran medida a la paz y el bienestar de la Galaxia. Estoy muy contento.

Y estrechó las manos de los dos consejeros terrícolas con extremado vigor.

Lucky y Bigman volvían a estar juntos, y aunque la nave era grande y el número de pasajeros elevado, ellos se mantenían aparte. Marte había quedado atrás, y Bigman se había pasado casi una hora entera contemplándolo con gran satisfacción. La Tierra quedaba delante, y no muy lejos.

Bigman logró por fin expresar su turbación.

—¡Por todos los Espacios, Lucky! —exclamó— no supe ver qué llevabas entre manos; no lo vi ni por un momento. Pensaba... Bueno, no quiero decir qué pensaba. Sólo que... ¡Arenas de Marte!, habrías podido avisarme.

—No podía, Bigman. Era lo único que no podía hacer. ¿No lo comprendes? Había de manejar a los sirianos de forma que echasen a Wess de Mimas, sin dejarles ver las implicaciones del acto. No podía demostrarles que quería que le echasen; si se lo hubiera demostrado habrían visto la trampa en seguida. Había de portarme de tal modo que pareciese que obraba a regañadientes y contra mi voluntad. Al principio, te lo aseguro, no sabía cómo iba a llevar el juego exactamente; aunque si sabía una cosa, si tú hubieras estado al corriente de mi plan, Bigman, habrías dejado entrever la comedia.

—¿Que yo la habría dejado entrever? —Bigman estaba ofendido—. ¡Vaya, pedazo de leño de la Tierra, ni con un desintegrador me lo hubieran arrancado!

—Lo sé, lo sé, ningún tormento te lo habría arrancado, Bigman. Sencillamente, habrías descubierto la comedia de balde. Eres un pésimo actor, y te consta. Habría bastado que te pusieras furioso para que, por una parte o por otra, se te escapara el secreto. Por esto casi quería que te quedaras en Mimas, ¿te acuerdas? Yo sabía que no podía confiarte los planes que me había trazado, y sabía también que tú interpretarías mal mis maniobras. Tal como salieron las cosas, sin embargo, resultaste una bendición del cielo.

—¿De veras? ¿Por haber dado una paliza al granuja aquél?

—Indirectamente, sí. Esto me dio ocasión de aparentar que trocaba, sinceramente, la libertad de Wess a cambio de tu vida. Necesité menos aparato para seguir este rumbo que cualquier otro que hubiera podido idear en tu ausencia para hacer como que entregaba a Wess. En realidad, tal como se desarrollaron los acontecimientos, no tuve que representar ninguna comedia. Fue motivado por el excelente giro de los hechos.

—¡Oh, Lucky!

—¡Oh, Bigman! Además, la aventura te tenía tan descorazonado que ellos jamás sospecharon que hubiera un engaño escondido. Todo el que te viese a ti habría quedado perfectamente convencido de que yo traicionaba de verdad a la Tierra —¡Arenas de Marte, Lucky! —exclamó Bigman, conmovido—, debería haber sabido que no eras capaz de una cosa así. He sido un gran idiota.

—Y yo me alegro de que lo fueses —aseguró Lucky con vehemencia, mesando afectuosamente el cabello de su amiguito.

Cuando Conway y Wess se reunieron con ellos para comer, este último anunció:

—No vamos a tener el regreso a la patria que el camarada Devoure podría suponer. El subéter de la nave está lleno de las alabanzas que imprimen en la Tierra sobre nosotros; sobre ti especialmente, por supuesto.

—No es cosa que uno deba agradecer demasiado —comentó Lucky frunciendo el ceño—.

Sencillamente, eso hará nuestra tarea más difícil en el futuro. ¡Publicidad! Paraos a pensar qué dirían si los sirianos hubiesen sido un poquitín más listos y no hubieran mordido el anzuelo, o me hubieran retirado de la conferencia en el último minuto.

Conway se estremeció visiblemente.

—Prefiero no pensarlo. Pero, a pesar de todo, esto es lo que Devoure ha conseguido por ahora.

—Yo creo que sobrevivirá —se mofó Lucky—. Su tío le sacará del apuro.

—Lo que importa —interpuso Bigman—, es que nosotros hemos terminado con él.

—¿Tú lo crees? —preguntó Lucky en tono sombrío—. Me extraña.

Y comieron en silencio durante unos minutos.

Conway, en un visible intento por alegrar la súbitamente ensombrecida atmósfera, alzó la voz:

—Por supuesto, en cierto modo los sirianos no podían permitirse el lujo de dejar a Wess en Mimas, así que lo cierto es que no les dimos ocasión de elegir. Al fin y al cabo, ellos buscaban la cápsula en los anillos, y por todo lo que saben, Wess, cuarenta y ocho mil kilómetros más al exterior solamente podía...

Bigman dejó caer el tenedor; tenía unos ojos como naranjas.

—¡Cohetes llameantes!

—¿Qué te pasa, Bigman? —le preguntó cariñosamente Wess—. ¿Es que has pensado algo, por azar, y se te ha dislocado el cerebro?

—Cállate, cabeza de cuero —replicó Bigman—. Escucha, Lucky, con todo ese lío hemos olvidado la cápsula del Agente X. Todavía estará ahí, en los anillos, a menos que los sirianos la hayan encontrado ya. Y si no la han encontrado, aún disponen de un par de semanas para buscarla.

—También se me había ocurrido, Bigman —mencionó al momento Conway—. Pero, francamente, la considero perdida para siempre. No se puede encontrar nada en los anillos.

—Pero, jefe, ¿no le ha contado Lucky lo de los rayos X especiales para detectar masas que tienen, y... ?

Mas, en este instante, todos estaban mirando a Lucky. Su rostro tenía una expresión rara, como si no supiera decidirse entre soltar la carcajada o soltar un juramento.

—¡Gran Galaxia! —gritó—. La había olvidado por completo.

—¿La cápsula? —preguntó Bigman—. ¿La habías olvidado?

—Sí. Había olvidado que la tengo yo. Aquí está. —Y Lucky sacó del bolsillo un objeto metálico de unos dos centímetros de diámetro y lo dejó sobre la mesa.

Los ágiles dedos de Bigman fueron los primeros que se apoderaron de la cápsula, que hizo girar y examinó por todos los costados. Luego los otros le echaron mano también, por turno.

—¿Es esto la cápsula? —inquirió Bigman—. ¿Estás seguro?

—Estoy razonablemente seguro. La abriremos, naturalmente; y lo sabremos con toda certeza.

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