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Authors: John Scalzi
¿Cómo cuentas tu participación en el relato más grande de la historia? Lo pregunto porque es lo que tengo que hacer. Soy Zoë Boutin-Perry: miembro de una colonia aislada en un letal mundo pionero. Sagrado icono de una raza de alienígenas. Jugadora y peón en una partida de ajedrez interestelar para salvar a la humanidad, o para verla caer. Testigo de la historia. Amiga. Hija. Humana. Diecisiete años. Todos en la Tierra conocen la historia de la que formo parte. Pero no conocen mi propia historia: cómo hice lo que hice, lo que tuve que hacer, no sólo para seguir viva, sino para que vosotros también siguierais con vida. Ahora me dispongo a contarlo, todo, de la única forma que sé: directa y sincera, para que sintáis lo que yo sentí; la alegría y la incertidumbre, el pánico y el asombro, la desesperación y la esperanza. Todo a través de mis ojos. Ya conocéis esta historia. Pero no la conocéis toda.
John Scalzi
La historia de Zoë
Fuerzas de Defensa Coloniales IV
ePUB v1.0
Fanhoe09.07.11
Para Karen Meisner y Anne KG, Murphy, y especialmente para Athena.
Alcé la PDA de papá y fui descontando los segundos junto con las otras dos mil personas de la sala.
—¡Cinco! ¡Cuatro! ¡Tres! ¡Dos! ¡Uno!
Y entonces no hubo más ruidos, porque la atención de todo el mundo (y quiero decir
todo el mundo
) se volcó en los monitores repartidos por la zona común de la
Magallanes
. Las pantallas, que antes mostraban cielos estrellados, se pusieron en negro y todos contuvieron la respiración, esperando lo que iba a venir a continuación.
Apareció un mundo, verde y azul.
Y todos nos volvimos
locos.
Porque era
nuestro
mundo. Era Roanoke, nuestro nuevo hogar. Seríamos las primeras personas en desembarcar, las primeras personas en asentarnos, las primeras personas en vivir allí nuestras vidas. Y celebramos verlo por primera vez, los dos mil colonos de Roanoke, todos apretujados en la zona común, abrazándonos y besándonos y cantando «Llegado ya el momento», porque, bueno, ¿qué otra cosa se puede cantar cuando llegas a un nuevo mundo? Un nuevo mundo, nuevos comienzos, un año nuevo, una vida nueva. Todo nuevo. Abracé a Gretchen, mi mejor amiga, y gritamos por el micrófono con el que yo había ido descontando los segundos, y dimos saltitos arriba y abajo como idiotas.
Cuando dejamos de saltar, oí un susurro en mi oído.
—Qué preciosidad —dijo Enzo.
Me volví a mirar a aquel guapísimo chico a quien estaba considerando seriamente convertir en mi novio. Era la combinación perfecta: guapo de morirse y al parecer completamente ignorante de ello, porque se había pasado la última semana intentando camelarme con
palabras
, nada menos. ¡Palabras! Como si no conociera el manual del chico adolescente sobre cómo mostrarte absolutamente mudo con las chicas.
Agradecí el esfuerzo. Y agradecí el hecho de que cuando susurró esas palabras me estuviera mirando a mí y no al planeta. Me volví a mirar a mis padres, que a unos seis metros de distancia se besaban para celebrar la llegada. Eso me pareció una buena idea. Extendí la mano tras la cabeza de Enzo, lo atraje hacia mí y le planté un beso en los labios. Nuestro primer beso. Nuevo mundo, nueva vida, nuevo novio.
Qué puedo decir. Me dejé llevar por el momento.
Enzo no se quejó.
—Oh, bravo mundo nuevo, que tiene tantas criaturas —dijo cuando le dejé respirar de nuevo.
Le sonreí, con mis brazos todavía alrededor de su cuello.
—Te lo estabas reservando —dije.
—Tal vez —admitió él—. Quería que tuvieras un momento «primer beso» de calidad.
Toma ya. La mayoría de los chicos de dieciséis años habrían usado un beso como excusa para lanzarse directamente a las tetas. Él lo usó como excusa para citar a Shakespeare. Hay cosas peores.
—Eres adorable —dije, lo besé otra vez, y le di un empujoncito juguetón y corrí hacia mis padres, interrumpiendo sus besuqueos y exigiendo su atención.
Eran los dos líderes de nuestra colonia, y muy pronto apenas tendrían un minuto para tomarse un respiro. Era mejor que disfrutaran de su tiempo mientras pudieran. Nos abrazamos y reímos, y entonces Gretchen me sacó de allí de un tirón.
—Mira lo que tengo —dijo, y me plantó su PDA en la cara. Mostraba un vídeo donde Enzo y yo nos besábamos.
—Eres malvada —dije.
—Qué curioso —respondió Gretchen—. Parece que estás intentando tragarte su cara entera.
—Ya vale.
—¿Ves? Mira —Gretchen pulsó un botón, y la imagen se reprodujo a cámara lenta—. Aquí justo. Te lo estás comiendo. Como si sus labios estuvieran hechos de chocolate.
Hice un esfuerzo para no reírme, porque la verdad era que tenía razón.
—Zorra —dije—. Dame eso.
Le quité la PDA con una mano, borré el archivo y se la devolví.
—Ahí tienes. Gracias.
—Oh, no —dijo Gretchen, mansamente, recuperando la PDA.
—¿Has aprendido la lección de que no hay que violar la intimidad de los demás?
—Oh, sí.
—Bien —dije—. Por supuesto, lo habrás enviado a todo el mundo que conocemos antes de mostrármelo, ¿verdad?
—Tal vez —dijo Gretchen, y se llevó la mano a la boca, los ojos muy abiertos.
—Qué maldad —dije, admirada.
—Gracias —respondió Gretchen, e hizo una reverencia.
—Recuerda que sé dónde vives.
—Durante el resto de nuestras vidas —dijo Gretchen, y luego las dos empezamos a emitir embarazosos chillidos propios de niñas y nos dimos otro abrazo.
Vivir el resto de nuestra vida con las mismas dos mil personas presentaba el riesgo de ser aburrido de muerte, pero no con Gretchen cerca. Rompimos el abrazo y luego eché un vistazo alrededor para ver con quién más quería celebrarlo. Enzo estaba al fondo, pero era lo bastante listo para saber que volvería con él. Miré hacia otro lado y vi a Savitri Guntupalli, la ayudante de mis padres, que hablaba muy seria con papá sobre algo. Savitri: era lista y capaz y podía ser retorcidamente divertida, pero estaba siempre trabajando. Me interpuse entre ella y papá y exigí un abrazo. Sí, di un poco la lata con los abrazos. Pero hay que tener en cuenta una cosa: no se ve un nuevo mundo por primera vez cada día.
—Zoë —dijo papá—, ¿puedo recuperar mi PDA?
Yo había cogido la PDA de papá porque había fijado el momento exacto en que la
Magallanes
saltaría del sistema de Fénix a Roanoke, y la usé para ir descontando los últimos minutos antes del salto. Tenía mi propia PDA, por supuesto; estaba en mi bolsillo. Sin duda el vídeo donde me besuqueaba con Enzo me esperaba en la bandeja de entrada, igual que estaría en las bandejas de entrada de todos nuestros amigos. Anoté mentalmente que tenía que planear vengarme de Gretchen. Una venganza dulce e implacable. Con testigos de por medio. Y animales de granja. Pero por ahora le devolví a papá su PDA, le di un besito en la mejilla, y regresé con Enzo.
—Eh —dijo Enzo, y sonrió.
Dios, era encantador incluso con monosílabos. La parte racional de mi cerebro me sermoneaba diciendo que estar loca por alguien hace que todo parezca mejor de lo que es; la parte irracional (es decir, mi mayor parte), le decía a la parte racional que se fuera a hacer gárgaras.
—Eh —respondí, de manera no tan encantadora, pero Enzo pareció no darse cuenta.
—Estuve hablando con Magdy —dijo Enzo.
—Ajá.
—Magdy no está tan mal.
—Claro, cuando ciertos valores de «no tan mal» significan «mal» —dije yo.
—Y él me dijo que ha estado hablando con algunos miembros de la tripulación de la
Magallanes
—continuó diciendo Enzo (de manera encantadora)—. Le hablaron de una sala de observación en la planta de la tripulación que suele estar vacía. Dijo que desde allí se ve la mar de bien el planeta.
Miré por encima del hombro de Enzo cómo Magdy charlaba animadamente con Gretchen (o le soltaba el rollo, según el punto de vista).
—No creo que sea el planeta lo que esperaba ver —dije yo.
Enzo se volvió a mirar.
—Tal vez no —dijo—. Aunque para ser justos con Magdy, cierta gente no se esfuerza mucho en no ser vista.
Alcé una ceja. Tenía razón, aunque sabía que Gretchen se dedicaba a tontear más que a otra cosa.
—¿Y tú? —pregunté—. ¿Qué esperabas ver?
Enzo sonrió y levantó las manos, con un gesto desarmante.
—Zoë, acabo de besarte. Creo que quiero trabajar eso un poco antes de pasar a nada más.
—Oh, qué bonito. ¿Esas palabras funcionan con todas las chicas?
—Eres la primera con la que las pongo a prueba —dijo él—. Así que tendrás que hacérmelo saber.
Me ruboricé y le di un abrazo.
—Hasta ahora, bien —dije.
—Vale. Además, ya sabes: he visto a tus guardaespaldas. Creo que no quiero que me utilicen como blanco de prácticas de tiro.
—¿Qué? —dije, fingiendo sorpresa—. No te asustarán Hickory y Dickory, ¿no? Ni siquiera están aquí.
De hecho, Enzo tenía todos los motivos del mundo para sentirse aterrado por Hickory y Dickory, que ya recelaban vagamente de él y lo lanzarían felices por una esclusa si hacía algo estúpido conmigo. Pero no había ningún motivo para hacérselo saber todavía. Regla de perogrullo: cuando tu relación sólo tenga unos minutos de antigüedad, no asustes al nuevo pardillo.
Y de todas formas, Hickory y Dickory no participaban en la celebración. Eran conscientes de que ponían nerviosos a la mayoría de los humanos.
—En realidad estaba pensando en tus padres —dijo Enzo—. Aunque parece que tampoco están aquí.
Indicó con la cabeza el lugar donde John y Jane se encontraban unos pocos minutos antes; ahora, ninguno de los dos estaba allí. Vi que Savitri dejaba también la zona común, como si de repente tuviera que estar en otra parte.
—Me pregunto adónde habrán ido —dije, casi para mí.
—Son los líderes de la colonia —contestó Enzo—. Tal vez tengan que empezar a trabajar ya.
—Tal vez.
No era normal que John o Jane desaparecieran sin decirme adónde iban: era una cortesía corriente. Combatí la urgencia de enviarles un mensaje con mi PDA.
—Bueno, ¿pues quieres ir a ver la sala de observación? —dijo Enzo, volviendo al tema que comentábamos.
—Está en la cubierta de la tripulación. ¿No crees que podríamos meternos en problemas?
—Tal vez. ¿Pero qué pueden hacer? ¿Obligarnos a caminar por la plancha? En el peor de los casos, nos dirán que nos larguemos. Y hasta entonces tendremos una visión cojonuda.
—Muy bien —dije—. Pero si Magdy se vuelve todo tentáculos, me marcho. Hay algunas cosas que no tengo por qué ver.
Enzo se echó a reír.
—Muy bien —dijo, y le di un abrazo. Lo del nuevo novio iba viento en popa.
Pasamos algún tiempo más celebrándolo con nuestros amigos y sus familias. Luego, después de que las cosas se calmaran un poco, seguimos a Magdy y Gretchen por toda la
Magallanes
y nos dirigimos a la sala de observación de la tripulación. Yo creía que colarnos allí iba a ser un problema, pero no sólo fue fácil, sino que un miembro de la tripulación nos dejó pasar.
—La seguridad no parece que sea muy importante a bordo —dijo Gretchen, volviéndose para mirarnos. Nos vio cogidos de la mano y me sonrió. Era malvada, cierto, pero también se sentía feliz por mí.