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Authors: John Scalzi

La historia de Zoe (2 page)

BOOK: La historia de Zoe
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La sala de observación estaba donde se decía, pero por desgracia para los malignos planes de Magdy, no estaba vacía como esperaba: cuatro miembros de la tripulación de la
Magallanes
estaban sentados ante una mesa, conversando. Miré a Magdy, que parecía que se hubiera tragado un tenedor. Me pareció divertido. Pobre, pobre Magdy. La frustración se apoderó de él.

—Mira —dijo Enzo, y todavía cogido de mi mano me guió hacia un enorme ventanal de observación.

Roanoke llenaba la visión, maravillosamente verde, plenamente iluminado con su sol detrás de nosotros, más impresionante en vivo que en los monitores. Ver algo con tus propios ojos marca la diferencia.

Era la cosa más maravillosa que había visto jamás. Roanoke. Nuestro mundo.

—Sitio equivocado —me pareció oír en la mesa situada a mi izquierda.

Me volví a mirar. Los cuatro miembros de la tripulación estaban tan enfrascados en su conversación y tan juntos unos a otros que más parecía que estaban sentados en la mesa que en las sillas. Uno de ellos me daba la espalda, pero pude ver a los otros tres, dos hombres y una mujer. La expresión de sus rostros era sombría.

Tengo la costumbre de escuchar las conversaciones de los demás. No es una mala costumbre si no te pillan. La forma de que no lo hagan es asegurarte de que parezca que dedicas tu atención a otra cosa. Me solté de la mano de Enzo y di un paso hacia el ventanal de observación. Esto me acercó más a la mesa al mismo tiempo que impedía que Enzo me susurrara dulces tonterías al oído. Visualmente, me concentré en Roanoke.

—En estas cosas no se falla —dijo uno de los miembros de la tripulación—. Y desde luego el capitán no lo hace. Podría poner a la
Magallanes
en la órbita de un guijarro si quisiera.

El miembro de la tripulación que me daba la espalda dijo algo en voz tan baja que no pude oírlo.

—Eso es una chorrada —dijo el primer miembro—. ¿Cuántas naves se han perdido en los últimos veinte años? ¿En los últimos cincuenta? Ya no se pierde nadie.

—¿Qué estás pensando?

Di un respingo, cosa que hizo que Enzo diera un respingo también.

—Lo siento —dijo él, mientras yo me volvía para dirigirle una mirada de exasperación.

Me llevé un dedo a los labios para hacerlo callar, y entonces indiqué con los ojos la mesa que ahora tenía detrás. Enzo la vio entonces. «¿Qué?», silabeó. Sacudí un poco la cabeza para indicarle que no siguiera distrayéndome. Él me dirigió una mirada de extrañeza. Le cogí de nuevo la mano para indicarle que no estaba molesta con él, pero luego volví a concentrar mi atención en la mesa.

—Tranquilos. Todavía no sabemos nada —dijo otra voz. Pertenecía (creo) a la mujer—. ¿Quién más lo sabe?

Otro murmullo por parte del tripulante que estaba de espaldas.

—Bien. Tenemos que mantenerlo así —dijo ella—. Controlaré las cosas en mi departamento si oigo algo, pero eso sólo funcionará si lo hacemos todos.

—No impedirá que la tripulación hable —dijo otro.

—No, pero acallará los rumores, y eso bastará hasta que sepamos qué ha pasado de verdad —dijo la mujer.

Otro murmullo más.

—Bueno, si es cierto, entonces tenemos problemas mayores, ¿no? —dijo la mujer, y toda la tensión que estaba experimentando de repente se hizo patente en su voz.

Me estremecí un poco; Enzo lo sintió a través de mi mano y me miró, preocupado. Le di un abrazo. Eso significó perder el hilo de la conversación, pero en ese momento era lo que quería. Las prioridades cambian.

Escuché cómo arrastraban las sillas. Me volví y vi que los miembros de la tripulación (quedó bastante claro que eran oficiales) se dirigían ya hacia la puerta. Me zafé de Enzo para llamar la atención del que tenía más cerca, el que estaba antes de espaldas. Le toqué el hombro. El se volvió y pareció muy sorprendido al verme.

—¿Quién eres? —dijo.

—¿Le ha sucedido algo a la
Magallanes
? —pregunté. La mejor manera de enterarte de las cosas es no dejarte distraer, por ejemplo por cuestiones referidas a tu identidad.

El hombre frunció el ceño, cosa de la que siempre había oído hablar pero nunca había visto hacer a nadie, hasta ese momento.

—Has estado escuchando nuestra conversación.

—¿Se ha perdido la nave? —pregunté—. ¿Sabemos dónde estamos? ¿Ocurre algo malo con la
Magallanes
?

Él dio un paso atrás, como si las preguntas le estuvieran golpeando. Yo tendría que haber dado un paso adelante para presionarlo.

No lo hice. Él recuperó su posición y miró a Enzo y a Gretchen y a Magdy, que nos miraban a su vez. Entonces se dio cuenta de quiénes éramos, y se irguió.

—Se supone que no podéis estar aquí, chicos. Largaos, o haré que la seguridad de la nave os expulse. Volved con vuestras familias.

Se dio media vuelta para irse.

Extendí de nuevo la mano hacia él.

—Señor, espere.

Me ignoró y salió de la sala.

—¿Qué es lo que pasa? —me preguntó Magdy, desde el otro lado de la habitación—. No quiero meterme en líos porque le has dado el coñazo a un miembro cualquiera de la tripulación.

Fulminé a Magdy con la mirada y me volví de nuevo hacia el ventanal. Roanoke seguía flotando allí, azul y verde. Pero de repente ya no fue tan hermoso. De repente fue desconocido. Amenazador.

Enzo me puso la mano en el hombro.

—¿Qué pasa, Zoë? —dijo.

Seguí mirando por la ventana.

—Creo que nos hemos perdido.

—¿Por qué? —preguntó Gretchen. Se había colocado a mi lado—. ¿De qué estaban hablando?

—No pude oírlo todo —contesté—. Pero parecía que decían que no estamos donde tendríamos que estar —señalé el planeta—. Que eso no es Roanoke.

—Eso es una locura —dijo Magdy.

—Pues claro que es una locura. Pero no significa que no sea cierto.

Saqué la PDA del bolsillo y traté de conectar con papá. No hubo respuesta. Traté de conectar con mi madre.

Nada.

—Gretchen —dije—. ¿Quieres intentar llamar a tu padre?

El padre de Gretchen pertenecía al Consejo de Roanoke que dirigían mis padres.

—No responde —dijo Gretchen después de un minuto.

—Eso no significa nada malo —dijo Enzo—. Acabamos de saltar a un planeta nuevo. Tal vez estén ocupados con eso.

—Tal vez todavía estén
celebrándolo —
dijo Magdy.

Gretchen le dio un cate en la cabeza.

—Sí que eres infantil, Magdy —dijo. Magdy se frotó la cabeza y se calló. La velada no estaba saliendo como había planeado.

Gretchen se volvió hacia mí.

—¿Qué crees que deberíamos hacer?

—No lo sé —contesté—. Estaban hablando de impedir que la tripulación lo contara. Eso significa que alguno de ellos podría saber qué es lo que pasa. El rumor no tardará mucho en llegar a los colonos.

—Ya ha llegado a los colonos —dijo Enzo—.
Nosotros
somos colonos.

—Podríamos querer decírselo a alguien —dijo Gretchen—. Creo que tus padres y los míos tendrían que saberlo, al menos.

Miré su PDA.

—Creo que ya lo saben.

—Tendríamos que asegurarnos —dijo ella.

Así que salimos de la sala de observación y fuimos a buscar a nuestros padres. No los encontramos. Estaban en una reunión del Consejo. Sí encontré a Hickory y Dickory o, más bien, ellos me encontraron a mí.

—Creo que debería marcharme —dijo Enzo, después de que ellos se le quedaran mirando sin parpadear. No lo hacían con intención de intimidarlo: no parpadean nunca. Le di un beso en la mejilla. Magdy y él se marcharon.

—Voy a ir a ver de qué me entero —dijo Gretchen—. A ver qué dice la gente.

—Muy bien —dije—. Yo también —alcé mi PDA—. Si te enteras de algo, házmelo saber.

Se marchó. Yo me volví hacia Hickory y Dickory.

—Vosotros dos —dije— estabais en vuestra habitación.

—Vinimos a buscarte —dijo Hickory. Era el más alto de los dos. Dickory también podía hablar, pero siempre era una sorpresa cuando lo hacía.

—¿Por qué? Estaba a salvo. He estado a salvo desde que dejamos la Estación Fénix. La
Magallanes
está completamente libre de amenazas. Lo único para lo que habéis servido durante todo este viaje es para asustar a Enzo. ¿Por qué me buscáis ahora?

—Las cosas han cambiado —dijo Hickory.

—¿Qué quieres decir? —pregunté, pero entonces mi PDA empezó a vibrar. Era Gretchen.

—Ha sido rápido —dije.

—Acabo de encontrarme con Mika —contestó ella—. No te vas a creer lo que dice que un miembro de la tripulación acaba de contarle a su hermano.

Los colonos adultos puede que no tuvieran indicios de nada o que mantuvieran el pico cerrado, pero la maquinaria de rumores adolescentes de Roanoke estaba en pleno apogeo. En la siguiente hora, esto es lo que «aprendimos»:

Que durante el salto a Roanoke, la
Magallanes
se había acercado demasiado a una estrella y había sido lanzada fuera de la galaxia.

Que había un motín y el primer oficial había relevado al capitán Zane del mando por incompetencia.

Que el capitán Zane le había pegado un tiro al traidor de su primer oficial allí mismo, en el puente, y que decía que le dispararía a todos los que intentaran ayudarlo.

Que los sistemas informáticos habían fallado justo antes del salto, y que no sabíamos dónde estábamos.

Que los alienígenas habían atacado la nave y que estaban flotando por ahí fuera, decidiendo si acabar con nosotros o no.

Que Roanoke era venenoso para la vida humana y que si desembarcábamos moriríamos.

Que había habido una brecha en el núcleo de la sala de máquinas, significara eso lo que significara, y que la
Magallanes
estaba a punto de estallar.

Que unos ecoterroristas habían
hackeado
los sistemas informáticos de la
Magallanes
y nos habían desviado en otra dirección para que no pudiéramos destrozar otro planeta.

No, espera, eran colonos convertidos en piratas renegados los que habían
hackeado
nuestros sistemas y planeaban robar los suministros de nuestra colonia porque los suyos empezaban a escasear.

No, espera, era un motín de los miembros de la tripulación, que iban a robar nuestros suministros y dejarnos tirados en el planeta.

No, espera, no era una tripulación de ladrones, piratas renegados ni ecoterroristas, era sólo un programador idiota que la había cagado con el código y ahora no sabíamos dónde estábamos.

No, espera, no pasaba nada malo, era sólo el protocolo estándar. No pasa nada malo, así que deja de molestar a la tripulación y déjanos
trabajar,
maldita sea.

Quiero dejar clara una cosa: sabíamos que casi todo esto eran chorradas y tonterías. Pero lo que había debajo de esas chorradas y tonterías era importante: la confusión y la inquietud se habían extendido entre la tripulación de la
Magallanes
, y por tanto, también entre nosotros. Se movían rápido. Hicieron falta un montón de mentiras... no por el gusto de mentir, sino para intentar encontrarle sentido a algo. Algo había sucedido. Algo que no tendría que haber sucedido.

Mientras tanto, ninguna noticia por parte de mis padres, ni del padre de Gretchen, ni de ningún miembro del Consejo de la colonia; todos ellos habían sido convocados a una reunión de repente.

La sala común, que tras la celebración de la llegada al nuevo mundo se había quedado desierta, empezó a llenarse de nuevo. Esta vez la gente no celebraba nada. Parecían confusos y preocupados y tensos, y algunos empezaban a parecer furiosos.

—Esto no va a acabar bien —me dijo Gretchen cuando nos encontramos.

—¿Cómo te va? —pregunté.

Ella se encogió de hombros.

—Está pasando algo, eso es seguro. Todo el mundo está de los nervios.
Yo
me
estoy
poniendo de los nervios.

—No te cabrees conmigo —dije—. Entonces no habrá nadie que me contenga cuando quien se ponga de los nervios sea yo.

—Oh, bien, lo haré por ti entonces —dijo Gretchen, y puso dramáticamente los ojos en blanco—. Bien. Al menos ahora no tengo que quitarme de encima a Magdy.

—Me gusta cómo eres capaz de ver el lado positivo de cualquier situación.

—Gracias. ¿Cómo te encuentras?

—¿Sinceramente? —pregunté. Ella asintió—. Estoy acojonada.

—Gracias a Dios. No soy sólo yo.

Alzó el pulgar y el índice y marcó el diminuto espacio entre ellos.

—Durante la última media hora he estado a esto de mearme encima.

Di un paso atrás. Gretchen se echó a reír.

El intercomunicador de la nave entró en funcionamiento.

—Al habla el capitán Zane —dijo una voz de hombre—. Esto es un mensaje general para los pasajeros y la tripulación. Todos los tripulantes se personarán en sus respectivas salas dentro de diez minutos, 23.30 hora de la nave. Todos los pasajeros se reunirán en la zona común dentro de diez minutos, 23.30 hora de la nave. Pasajeros, es una asamblea obligatoria. Los líderes de su colonia se dirigirán a ustedes.

El intercomunicador se apagó.

—Vamos —le dije a Gretchen, y señalé a la plataforma donde, antes, ella y yo habíamos descontado los segundos hasta llegar a nuestro nuevo mundo—. Deberíamos pillar un buen sitio.

—Va a haber un montón de gente ahí dentro —dijo ella.

Señalé a Hickory y Dickory.

—Ellos nos acompañarán. Sabes que todo el mundo les deja todo el espacio que quieran.

Gretchen los miró a los dos, y me di cuenta de que tampoco a ella le hacían demasiado tilín.

Minutos más tarde los miembros del Consejo aparecieron por una de las puertas laterales y se dirigieron a la plataforma. Gretchen y yo nos pusimos en primera fila, con Hickory y Dickory detrás y al menos dos metros de holgura por cada lado. Los guardaespaldas alienígenas crearon su propia zona de seguridad.

Oí un susurro en mi oído.

—Eh —dijo Enzo.

Lo miré y sonreí.

—Me preguntaba si estarías aquí —dije.

—Es una reunión para todos los colonos.

—No aquí en general —dije—.
Aquí.

—Oh. Decidí correr el riesgo de que tus guardaespaldas me apuñalen.

—Me alegra que lo hicieras —dije. Le cogí la mano.

En la plataforma, John Perry, el líder de la colonia, mi padre, se aadelantó y cogió el micrófono que continuaba allí desde la celebración. Sus ojos se encontraron con los míos cuando se agachaba a cogerlo.

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