Fue generosamente aplaudido. Luego la conferencia votó a Agas Doremo para presidente que era el único hombre a quien podían aceptar ambos bandos, y empezó la tarea principal de la reunión.
La conferencia no estaba abierta al público; pero había palcos especiales para periodistas de los diversos mundos representados. No se les permitía entrevistar a los delegados, uno por uno; pero sí se les autorizaba escuchar y enviar reportajes no censurados.
Las intervenciones, como de costumbre en tales reuniones interestelares, tenían lugar en interlingua, el idioma amalgama que servía de comunicación general por toda la Galaxia.
Después de un breve discurso de Doremo ensalzando las virtudes del compromiso y suplicando que nadie fuese tan terco que quisiera exponerse a los peligros de una guerra cuando una leve transigencia pudiera garantizar la paz, dio la palabra nuevamente al secretario de Estado de la Tierra.
Esta vez el secretario fue un hombre de partido, y presentó su punto de vista sobre el problema en discusión enérgicamente y bien.
Sin embargo, la actitud hostil de los otros delegados no dejaba lugar a dudas. Era un estado de ánimo general que flotaba como una niebla por el salón de la asamblea.
Conway se sentaba junto al secretario, con la barbilla hundida en el pecho. Habitualmente habría sido un error por parte de la Tierra el pronunciar su mejor discurso ya en el comienzo. Habría equivalido a gastar las mejores municiones antes de saber dónde estaba el blanco. De este modo se daba ocasión a Sirio de pergeñar una réplica demoledora.
No obstante, en este caso, eso era precisamente lo que Conway quería.
El consejero jefe sacó el pañuelo, se lo pasó por la frente y lo escondió a toda prisa, deseando que no se hubiera fijado nadie. No quería parecer preocupado.
Sirio se reservó la réplica y, sin duda obedeciendo a un acuerdo previo, los representantes de tres mundos exteriores, tres mundos que se hallaban notoriamente bajo influencia siriana, se levantaron y pronunciaron unas breves palabras. Todos eludieron el problema directo, pero todos comentaron apasionadamente las intenciones agresivas de la Tierra así como su ambicioso deseo de imponer un gobierno galáctico bajo su propia tutela. Los tres representantes preparaban el escenario para la inminente exhibición siriana, y, hecho esto, se levantó la sesión para almorzar.
Finalmente, seis horas después de la inauguración de la conferencia, se concedió la palabra a Sten Devoure, de Sirio, y el aludido se puso en pie. Devoure se acercó al proscenio con estudiada lentitud y se quedó plantado allí, mirando a los delegados con una expresión de orgullosa confianza en el aceitunado rostro, en el que ya no quedaban rastros de su malandanza con Bigman.
Hubo una especie de agitación entre los delegados, que sólo se apaciguó al cabo de unos minutos, durante los cuales Devoure no hizo intento alguno por iniciar su discurso.
Conway estaba seguro de que todos los delegados sabían que Lucky Starr prestaría declaración en breve. Todos esperaban aquel momento de humillación completa de la Tierra con entusiasmada expectación.
Devoure empezó el discurso por fin, en voz muy baja. Procedió a una introducción histórica.
Retrocediendo a los días en que Sirio era una colonia terrestre, repitió una vez más los agravios de aquellos tiempos. Desempolvó la «doctrina hegeliana», que había establecido la independencia de Sirio junto con la de las otras colonias, tachándola de insincera, y uno por uno fue enumerando los supuestos intentos de la Tierra por instaurar nuevamente su hegemonía.
Pasando a los momentos actuales, continuó:
—Ahora se nos acusa de haber colonizado un mundo deshabitado. Nos declaramos autores del hecho. Se nos acusa de haber extendido el radio de acción de la raza humana a un mundo adecuado para recibirla y al que otros tenían en olvido. Nos declaramos autores del hecho.
»No se nos ha acusado de haber hecho violencia a nadie en todo este proceso. No se nos ha acusado de haber hecho la guerra, ni de matar o herir, en el curso de la ocupación del mundo citado. No se nos acusa de ningún crimen. En cambio se declara meramente que a menos de mil seiscientos millones de kilómetros del mundo que ocupamos nosotros ahora tan pacíficamente existe otro mundo habitado que se llama Tierra.
»Nosotros no vemos que esto tenga nada que ver con nuestro mundo, Saturno. Nosotros no le causamos ninguna violencia a la Tierra, ni ellos nos acusan de ninguna. Sólo pedimos el derecho de que nos dejen en paz, a cambio del cual prometemos que les dejaremos en paz a ellos.
»Ellos dicen que Saturno les pertenece. ¿Por qué? ¿Han ocupado sus satélites en alguna ocasión? No. ¿Han demostrado algún interés por dicho mundo? No. Durante los miles de años que no tenían que hacer nada sino alargar la mano y cogerlo, ¿lo quisieron? No. Fue solamente después de haber aterrizado nosotros allá cuando descubrieron súbitamente que les interesaba mucho.
»Dicen que Saturno gira alrededor del mismo Sol que la Tierra. Lo reconocemos así, aunque al mismo tiempo hacemos notar que este punto no tiene nada que ver con el problema que se debate. Un mundo deshabitado es un mundo deshabitado, sin que importe el camino que siga por el espacio. Nosotros lo hemos colonizado antes que nadie, y nos pertenece.
»He dicho hace un momento que Sirio ha ocupado el sistema saturniano sin violencia de ninguna clase y sin amenazas de recurrir a la fuerza, y que en todo lo que hacemos nos mueve un deseo de paz. Nosotros no hablamos mucho de la paz, como suele hacerlo la Tierra; pero al menos la practicamos. Cuando la Tierra convocó una conferencia, la aceptamos al momento, en bien de la paz, aunque no haya sombra alguna de duda sobre nuestro título de propiedad sobre el sistema saturniano.
»¿Qué diremos, en cambio, de la Tierra? ¿Cómo respalda sus puntos de vista? Los terrícolas son muy elocuentes al hablar de la paz; pero sus acciones concuerdan muy mal con sus palabras. Piden la paz y practican la guerra. Convocan una conferencia, y al mismo tiempo equiparon una expedición guerrera. En resumen, mientras Sirio arriesgaba sus intereses en bien de la paz, la Tierra, en recompensa, se lanzaba a una guerra no provocada contra nosotros. Puedo demostrar lo que digo por boca de un miembro del propio Consejo de Ciencias de la Tierra.
Devoure levantó la mano al mismo tiempo que pronunciaba la última frase —primer gesto que hacía en todo el rato— y señaló el umbral de una puerta sobre el que habían dejado caer un foco luminoso. Lucky Starr se encontraba de pie allí, alto y retadoramente erguido. A cada lado tenía un robot, de guardia.
Al ser traído a Vesta, Lucky vio por fin, una vez más, a su amigo Bigman. El marciano corrió hacia él, bajo la mirada entre agria y divertida de Yonge, que contemplaba la escena desde cierta distancia.
—Lucky —suplicó Bigman—, ¡arenas de Marte, Lucky!, no sigas con tu propósito. Si no quieres, no conseguirán que digas ni una sola palabra, y en realidad importa poco lo que sea de mí.
Lucky meneó la cabeza pausadamente.
—Espera, Bigman. Espera un día más. Yonge se acercó y cogió a Bigman por el codo.
—Lo siento, Starr, pero necesitamos a su amigo hasta que usted haya terminado. Devoure tiene gran sentido de los rehenes, y en este punto de la cuestión me inclino a pensar que acierta. Usted tendrá que enfrentarse con los suyos, y le será difícil incurrir en el deshonor.
Lucky reunió sus fuerzas para ese preciso momento cuando se hallaba por fin en el umbral de la puerta, notando que todas las miradas estaban clavadas en él, sintiendo el silencio, y las respiraciones contenidas. Hallándose en el centro del chorro de luz, no veía a los delegados sino como una masa negra gigante. Sólo después de haberle dejado los robots en el banquillo de los testigos, empezaron a destacar algunos rostros de entre la turba, así pudo ver a Héctor Conway en primera fila.
Por un momento Conway le dirigió una sonrisa fatigada y afectuosa; pero Lucky no se atrevió a corresponder del mismo modo. Había llegado el momento crítico y no debía hacer nada que, ni siquiera en este último instante, pusiera en guardia a los sirianos.
Devoure miraba al terrícola con mirada hambrienta, saboreando de antemano el triunfo inminente.
—Caballeros. Deseo convertir temporalmente esta conferencia en algo muy parecido a un tribunal de justicia. Tengo aquí un testigo al que deseo que todos los delegados escuchen.
Apoyaré mi causa en lo que él diga... El, que es un terrícola y agente importante del Consejo de Ciencias. —Luego se dirigió a Lucky y pidió en tono súbitamente tajante—: Su nombre, ciudadanía y situación, por favor.
—Soy David Starr, natural de la Tierra y miembro del Consejo de Ciencias —respondió Lucky.
—¿Ha sido sometido a drogas, sondeos psíquicos o violencia mental de cualquier clase para inducirle a prestar testimonio aquí?
—No, señor.
—¿Habla voluntariamente, pues, y dirá la verdad?
—Hablo voluntariamente, y diré la verdad.
Devoure se volvió hacia los delegados.
—Podría ocurrírsele a alguno de ustedes que quizás el consejero Starr haya sido manipulado mentalmente sin que él mismo lo sepa, y que niegue el haber sufrido algún daño mental a consecuencia precisamente de ese mismo daño mental recibido. En tal caso, todo miembro de esta conferencia con los conocimientos médicos precisos, y sé que hay bastantes que los poseen puede examinarle, si así lo solicita.
Nadie lo solicitó, y Devoure siguió hablando, dirigiéndose ahora a Lucky:
—¿Cuándo advirtió usted por primera vez la existencia de la base siriana en el sistema saturniano?
Secamente, sin la menor emoción, los ojos inexpresivos fijos al frente, Lucky describió la primera entrada en el sistema saturniano y el aviso de que se marchase.
Conway acogió con un leve movimiento de cabeza la omisión total en que incurrió Lucky acerca de la cápsula y de las actividades de espionaje del Agente X. Este agente habría podido ser ni más ni menos que un delincuente terrícola. Evidentemente, a Sirio no le interesaba que se mencionase sus actividades de espionaje por aquellas fechas y, con la misma evidencia, Lucky consideraba oportuno el darles gusto sobre este punto en particular.
—¿Y se marchó usted después del aviso?
—Sí, señor, me marché.
—Definitivamente.
—No, señor.
—¿Qué hizo usted a continuación?
Lucky describió la estratagema de esconderse detrás de Hidalgo, el acercarse al polo sur de Saturno, el vuelo a través de la brecha de los anillos para llegar a Mimas...
Devoure le interrumpió:
—¿Usamos en algún momento violencia contra su nave?
—No, señor.
Devoure se volvió de nuevo hacia los delegados.
—No es necesario que se fíen de la palabra del consejero. Tengo aquí las telefotos de la persecución de la nave del consejero cuando se dirigía a Mimas.
Mientras Lucky permanecía en el círculo de luz, el resto del salón estaba a oscuras, y en la pantalla tridimensional los delegados contemplaban escenas de cuando la Shooting Starr se precipitaba hacia los anillos y desaparecía por una brecha que, hallándose en el ángulo de la fotografía, resultaba invisible.
Luego aparecía lanzándose de cabeza contra Mimas y desapareciendo en medio de un relámpago de luz y vapor bermejos.
Quizás en ese momento Devoure sintiera nacer en su interior una furtiva admiración por el arrojado terrícola, porque agregó, con un deje de desazonada precipitación:
—Si no pudimos alcanzar al consejero fue porque su nave iba equipada con los motores Agrav. A nosotros nos resultaba más difícil que a él maniobrar por las cercanías de Saturno.
Por esta razón no nos habíamos acercado anteriormente a Mimas y no estábamos psicológicamente preparados para ver cómo se acercaba él.
Si Conway hubiese osado, habría gritado: «¡Tonto!», en voz alta, al oír esta declaración. A Devoure le saldría caro este momento de celos. Naturalmente, al mencionar los Agrav trataba de agitar los temores de los mundos exteriores ante unos progresos científicos de la Tierra; lo cual podía terminar siendo otro gran error. Dichos temores podían hacerse demasiado fuertes.
Devoure se dirigió a Lucky:
—Bien, pues, ¿qué sucedió cuando usted abandonó Mimas?
Lucky describió su captura, y Devoure, después de aludir a la posesión por parte de Sirio de detectores de masa más perfeccionados, añadió:
—Y luego, una vez en Titán, ¿nos dio usted nuevos datos relativos a sus actividades en Mimas?
—Sí, señor. Les dije que en Mimas quedaba otro consejero, y luego les acompañé allá otra vez.
Al parecer, los delegados no estaban enterados de este detalle. Se promovió una tremenda agitación, que Devoure calmó a gritos.
—Tengo una telefoto completa de la retirada del consejero de Mimas, donde había sido enviado para establecer una base guerrera secreta contra nosotros por las mismas fechas en que la Tierra convocaba esta conferencia, que se suponía destinada a promover la paz.
Nuevo oscurecimiento y nuevas imágenes tridimensionales. La conferencia presenció el aterrizaje en Mimas con todo detalle, vio como la superficie se derretía, vio como Lucky desaparecía dentro del túnel formado y como sacaban de allí al consejero Ben
Wessilewsky y lo subían a bordo de una nave. Las últimas fotografías eran las tomadas en los cuarteles de temporada de Wess bajo la superficie de Mimas.
—Una base perfectamente equipada, como ven ustedes —comentó Devoure. Luego, volviéndose hacia Lucky, preguntó—: ¿Puede considerarse que las acciones de usted en todo este proceso gozaban de la aprobación oficial de la Tierra?
Era una pregunta muy intencionada y no se podía dudar de qué respuesta deseaba Devoure que le diesen; pero aquí Lucky titubeó, mientras el público aguardaba conteniendo la respiración y las arrugas del ceño se reunían en la faz de Devoure. Por fin Lucky respondió:
—Diré la verdad exacta. No recibí permiso directo para entrar en Saturno por segunda vez, pero sé que para todo lo que hice habría podido contar con la aprobación plena del Consejo de Ciencias.
Este reconocimiento suscitó una tremenda conmoción entre los reporteros y una oleada de murmullos abajo en la sala. Los delegados se levantaban de sus asientos, y se oían gritos de:
—¡A votar! ¡A votar!
Según todas las apariencias, la conferencia había terminado, y la Tierra había perdido.