—Dudo que piense en serio lo que acaba de decir —respondió Lucky—. Muertos, significaríamos un gran peligro para ustedes.
—Si el peligro que representan estando vivos se puede medir con algo, no puedo creer que hable en serio.
—Pertenecemos al Consejo de Ciencias de la Tierra. Si nos matan, el Consejo no lo olvidará ni lo perdonará. Y las represalias no se dirigirán tanto contra Sirio como contra usted personalmente. Recuérdelo.
—Me parece que sé algo más de lo que usted se figura sobre esa materia —afirmó Devoure—. La criatura que le acompaña no pertenece al Consejo de Ciencias.
—Oficialmente, quizá no, pero...
—En cuanto a usted, si me permite que termine, es algo más que un simple miembro. Usted es el hijo adoptivo de Héctor Conway, el consejero jefe, y es además el orgullo del Consejo.
De modo que quizá tenga razón. —Bajo el bigote, los labios de Devoure se estiraron en una sonrisa desprovista de buen humor—. Acaso haya situaciones, pensándolo bien, que recomienden que continúe usted vivo.
—¿Qué situaciones?
—En estas últimas semanas la Tierra ha convocado una conferencia de naciones para estudiar lo que a ellos les gusta calificar de una invasión de su territorio realizada por nosotros. Acaso usted no lo supiera.
—Yo propuse que se convocara esa conferencia en cuanto tuve noticia de la existencia de esta base.
—Bien. Sirio aceptó la convocatoria, y la reunión se celebrará muy pronto en Vesta, un asteroide de ustedes. Parece que la Tierra tiene mucha prisa... —La sonrisa de Devoure se ensanchó todavía más—. Nosotros les daremos el gusto, pues no tememos el desenlace de la reunión. Los mundos exteriores, en general, no le tienen mucho cariño a la Tierra, ni deberían tenerle ninguno. Nuestro pleito está resuelto y sentenciado. Sin embargo, podríamos darle un carácter mucho más dramático si pudiéramos presentar los extremos a que llega la hipocresía de la Tierra. Ellos convocan una conferencia, dicen que quieren resolver el asunto por medios pacíficos; pero al mismo tiempo envían una nave de guerra a Titán con instrucciones para destruir nuestra base.
—A mí no me dieron tales instrucciones. He actuado por propia iniciativa, y sin intención de perpetrar ningún acto bélico.
—Sea como fuere, si atestigua lo que yo he dicho, causará una impresión tremenda.
—Yo no puedo dar testimonio de una cosa que no es verdad.
Devoure pasó por alto la frase de su prisionero, y continuó con aspereza:
—Les dejaremos comprobar que usted no está drogado ni sondeado. Prestará testimonio por su libre voluntad tal como nosotros le habremos indicado. Haremos saber a la conferencia que el miembro más valioso del Consejo, el propio hijo de Conway, se había lanzado a una aventura ilegal de fuerza al mismo tiempo que la Tierra, muy mojigatamente, convocaba una conferencia y proclamaba su amor a la paz. Esto resolverá la cuestión de una vez y para siempre.
Lucky hizo una inspiración profunda y fijó la mirada en el rostro, fríamente risueño de su aprehensor.
—¿Así está la cuestión? —inquirió—. ¿Un falso testimonio a cambio de la vida?
—Muy bien. Expréselo de este modo. Elija lo que más le guste.
—No hay elección posible —confirmó Lucky—. Jamás prestaría un falso testimonio en un caso como éste.
Los ojos de Devoure se entornaron hasta formar estrechas rendijas.
—Yo creo que sí lo prestará. Nuestros agentes le han estudiado a usted muy de cerca, consejero, y conocemos su punto flaco. Acaso prefiera la muerte antes que colaborar con nosotros; pero lo débil, lo deforme, lo monstruoso le inspiran los sentimientos propios de un hombre de la Tierra. Lo prestará para evitar... —Y la blanda y regordeta mano del siriano extendió de pronto un dedo que apuntaba rígidamente a Bigman— la muerte de eso.
—Tranquilo, Bigman —murmuró Lucky. El marciano se acurrucaba en el asiento, con los inflamados ojos clavados en Devoure.
—No nos portemos como niños en nuestros intentos de asustar al otro —insistió Lucky, hablando al siriano—. La ejecución no es tarea fácil en un mundo de robots. Los robots no pueden matarnos, y no estoy seguro de que ni usted ni ninguno de sus colegas quisieran matar un hombre a sangre fría.
—Claro que no, si al hablar de matar se refiere a cortarle la cabeza a uno o hundirle el pecho. Mas, una muerte rápida no tiene nada de amedrentador. Suponga, no obstante, que nuestros robots preparasen una nave desprovista de todos los elementos. Su... hmmm... compañero sería encadenado a una mampara de dicha nave por unos robots que, naturalmente, tendrían mucho cuidado en no hacerle el menor daño. La nave podría ir equipada con un piloto automático que la llevaría a una órbita alejada del Sol de ustedes y fuera de la eclíptica. No hay ni una probabilidad entre millones de que ningún terrícola la localizase jamás. Y la nave viajaría eternamente. Bigman intervino:
—Lucky, no importa lo que hagan conmigo. No pactes con ellos en ningún sentido.
Devoure continuó, sin hacerle caso:
—Su compañero dispondrá de aire en abundancia, y tendrá un tubo de agua a su alcance, si siente sed. Naturalmente, viajará sin compañía, y sin comida. La muerte por inanición es una muerte lenta; y la inanición en la soledad insuperable del espacio es una perspectiva horrible.
—Es una manera canallesca y deshonrosa de tratar a un prisionero de guerra —afirmó Lucky.
—No hay guerra. Ustedes son espías, meramente. Además, no es necesario que ocurra nada de lo dicho, ¿verdad que no, consejero? Basta con que firme la confesión necesaria de que usted se proponía atacarnos y se declare dispuesto a ratificar esa declaración en la conferencia. Estoy seguro de que atenderá las súplicas del ser con el cual ha trabado amistad.
—¿Suplicas? —Bigman se puso en pie de un salto. Tenía la faz encarnada como la grana.
Devoure levantó la voz bruscamente.
—A esa cosa hay que ponerla bajo custodia. ¡Adelante!
Dos robots aparecieron silenciosamente a uno y otro lado de Bigman y le cogieron por los brazos. Bigman se revolvió unos momentos, y su cuerpo se levantó del suelo a consecuencia del esfuerzo; pero los brazos continuaban irremisiblemente prisioneros.
Uno de los robots le habló:
—El amo tendrá la bondad de no resistirse porque de lo contrario el amo podría lesionarse por sí mismo, a pesar de todo lo que hagamos por evitarlo.
Devoure siguió:
—Tendrá veinticuatro horas de plazo para tomar una decisión. Tiempo de sobra, ¿verdad consejero? —Devoure fijó la mirada en las iluminadas figuras de la tira metálica de adorno que rodeaba su muñeca izquierda—. Entretanto, prepararemos nuestra nave despojada. Si no tenemos que emplearla, como espero que no será preciso, ¿qué es el trabajo para los robots, eh, consejero? Quédese sentado donde está; sería inútil que quisiera ayudar a su compañero.
Por el momento no se le hará ningún daño.
A Bigman lo sacaron en vilo de la habitación, mientras Lucky, medio levantado del asiento, miraba impotente.
En la mesa de conferencias se encendió una lucecita. Devoure se inclinó para tocarla, y encima mismo de la caja cobró existencia un tubo luminoso. Apareció la imagen de una cabeza, y una voz habló:
—Yonge y yo hemos recibido aviso de que tienes en tu poder al consejero Devoure. ¿Por qué no se nos avisó hasta después de haber aterrizado?
—¿Y qué importa si se os avisó antes o después? Ahora ya lo sabéis. ¿Vais a venir?
—Claro que sí. Tenemos ganas de conocer al consejero.
—Entonces, venid a mi oficina.
Quince minutos después llegaron dos sirianos. Ambos eran tan altos como Devoure; ambos tenían el cutis aceitunado (la mayor radiación ultravioleta de Sirio producía una piel morena, comprendió Lucky) y ambos eran mayores que él. Uno de los dos tenía el corto cabello ya canoso, de un color gris de acero. Sus delgados labios formaban las palabras con rapidez y precisión. Lo presentaron como Harrig Zayon, y su uniforme pregonaba a las claras que era miembro del Servicio Siriano del Espacio.
El otro se estaba quedando un poco calvo. Lucía una larga cicatriz en el antebrazo y tenía la mirada penetrante del hombre que ha envejecido en el espacio. Era Barrett Yonge, y también pertenecía al Servicio Espacial.
—El Servicio Espacial de ustedes, creo que es, en cierto modo, el equivalente de nuestro Consejo de Ciencias —comentó Lucky.
—Sí, en efecto —confirmó gravemente Zayon—. En ese sentido, somos colegas, aunque en lados opuestos de la valla.
—Funcionario Zayon, entonces. Funcionario Yonge. ¿Es el señor Devoure...? El aludido le interrumpió:
—Yo no pertenezco al Servicio Espacial. No es preciso que pertenezca. A Sirio se le puede servir también desde fuera del Servicio.
—Particularmente —explicó Yonge con una mano descansando sobre la cicatriz del antebrazo, como para esconderla—, si uno es sobrino del director del Cuerpo Central.
Devoure se puso en pie.
—¿Lo has dicho con intención sarcástica, funcionario?
—De ningún modo. Lo he dicho en su sentido literal. Ese parentesco te pone en situación de prestar más servicios a Sirio que en caso contrario.
Pero las palabras tuvieron un tono seco, y a Lucky no le pasó por alto la llamarada de hostilidad entre los dos maduros funcionarios y el joven, e indudablemente influyente, sobrino del gran señor de Sino.
Zayon quiso corregir el rumbo que había tomado la entrevista, volviéndose hacia Lucky y diciéndole afablemente:
—¿Le han presentado nuestra proposición?
—¿Se refiere a la propuesta de que mienta en la conferencia interestelar?
Zayon parecía un tanto molesto y extrañado.
—Me refiero a que se una a nosotros, a que se convierta en siriano —respondió.
—No creo que hubiésemos llegado a este punto, funcionario.
—Bueno, pues, medite la proposición. Nuestro Servicio le conoce bien a usted y tiene en alta estima sus dotes y sus hazañas. Y las malgasta en la Tierra, que un día habrá de perder la contienda, por un hecho puramente biológico.
—¿Un hecho biológico? —Lucky frunció el ceño—. Los sirianos, funcionario Zayon, descienden de habitantes de la Tierra.
—En efecto, pero no de todos los terrícolas; solamente de algunos, de los mejores, de aquellos que tuvieron iniciativa y fuerzas para llegar a las estrellas como colonizadores.
Nosotros hemos mantenido pura nuestra estirpe; no la hemos dejado corromper por los débiles, ni por los que tuvieran gentes deficientes. Hemos eliminado de entre nosotros a los mal dotados; de manera que ahora somos una raza pura de gente fuerte, capaz y sana; mientras que la Tierra sigue constituyendo un conglomerado de enfermos y deformes.
—Hace unos momentos teníamos aquí un ejemplo: el compañero del consejero — interpuso Devoure—. El simple hecho de encontrarme en la misma habitación que él me ponía furioso y me daba náuseas... Estar con él, un simio, un metro cincuenta de parodia de ser humano, un bulto deforme...
—Es un hombre que vale más que tú, siriano —replicó Lucky pausadamente.
Devoure se levantó, el puño en alto, temblando. Zayon se lanzó hacia él precipitadamente y posó una mano sobre su hombro.
—Devoure, siéntate, por favor, y déjame continuar a mí. No es momento para querellas que no hacen al caso. —Con gesto grosero, Devoure apartó la mano que pesaba sobre su hombro; pero se sentó de todos modos. El funcionario Zayon continuó con acento formal:
—Consejero Starr, para los mundos exteriores, la Tierra es una amenaza terrible, una bomba de infrahumanidad a punto de explotar y contaminar la limpia Galaxia. No queremos que ocurra semejante calamidad; no podemos permitir que ocurra. Por eso luchamos; por una raza humana pura, compuesta de individuos bien dotados.
—Compuesta de los que ustedes considerasen bien dotados. Pero hay muchas maneras y modos de estar bien dotados. Los grandes hombres de la Tierra nacieron de padres altos y bajos, con cabezas de las más variadas formas, cutis de diferentes colores, y que hablaban multitud de idiomas. La variedad es nuestra salvación, y la de todo el género humano.
—Vamos, usted va repitiendo como un loro una lección que le enseñaron. Consejero, ¿no ve que usted es realmente uno de los nuestros? Es alto, fuerte, con el armazón de un siriano; tiene el valor y la audacia de un siriano. ¿Por qué aliarse con la escoria de la Tierra contra hombres como usted mismo, sólo a causa del accidente de haber nacido allá?
Lucky opinó:
—La conclusión final de todo eso, funcionario, es que ustedes desean que acuda a la conferencia interestelar que se celebrará en Vesta y haga declaraciones destinadas a beneficiar a Sirio.
—A beneficiar a Sirio, en efecto; pero declaraciones ciertas. Usted nos espiaba. Y su nave iba armada, no cabe duda.
—Pierde usted el tiempo. El señor Devoure ya discutió el asunto conmigo.
—¿Y ha estado usted de acuerdo en declararse siriano, como lo es realmente? —El rostro de Zayon se iluminaba ante tal posibilidad.
Lucky dirigió una mirada oblicua a Devoure, quien se estaba inspeccionando los nudillos con aire indiferente. Y exclamó:
—¡Vaya! El señor Devoure me ha presentado la proposición de forma muy distinta. Quizá no les avisó a ustedes más pronto de mi llegada para tener tiempo de discutir el asunto a solas conmigo y empleando sus propios métodos. En resumen, me ha dicho que yo asistiría a la conferencia bajo las condiciones de los sirianos, si no quería que mi amigo Bigman fuese mandado al espacio en una nave sin provisiones a morir de inanición.
Los dos funcionarios se volvieron con lentitud para mirar a Devoure, que se limitaba a continuar examinándose los nudillos.
Yonge habló pausadamente, con la mirada fija en Devoure:
—No entra en la tradición del Servicio...
Devoure estalló en una furiosa y repentina llamarada de cólera.
—Yo no pertenezco al Servicio y no doy dos cuartos por vuestra tradición. Estoy al mando de esta base, y soy el responsable de su seguridad. A vosotros dos os nombraron como delegados para acompañarme a la conferencia de Vesta, a fin de que el Servicio estuviera representado; pero yo he de ser el delegado jefe, y también pesa sobre mí el encargo de que la conferencia sea un éxito. Si a este terrícola no le gusta la clase de muerte que reservamos al simio que tiene por amigo, le basta con avenirse a nuestras condiciones, y las aceptará mucho antes utilizando ese estímulo que con el ofrecimiento que le hacéis de convertirle en ciudadano siriano. Y todavía os diré más. —Devoure se levantó del asiento, anduvo colérico hasta el extremo de la habitación y luego se volvió para clavar una mirada furiosa en los funcionarios de rostro glacial, que le escuchaban con un dominio perfecto de sí mismo—. Estoy cansado de vuestra interferencia. El Servicio ha tenido tiempo sobrado para hacer grandes progresos en la lucha contra la Tierra; pero presenta un historial lamentable en este sentido. Permitid que este terrícola escuche estas afirmaciones mías. Debería saber, mejor que nadie, que son ciertas. El Servicio tiene un historial desdichado, y soy yo quien ha cazado a Starr, y no el Servicio. Lo que vosotros necesitáis, caballeros, es un poco más de agallas, y eso me propongo suministraros...