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Authors: Irving Wallace

La isla de las tres sirenas (66 page)

BOOK: La isla de las tres sirenas
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Se incorporó sobre un codo, con el cuerpo aún extendido, reflexionando sobre los hombres y sobre Marc como hombre. Qué increíble resultaba, se dijo, que los hombres norteamericanos, los hombres como Marc, se considerasen viriles. Sintió el deseo de gritarles a todos, pues todos tenían la cara de Marc: "Hombres que leéis vuestras páginas deportivas y golpeáis una pelota de golf hasta tirarla a una milla de distancia y sudáis en los vestuarios o en la mesa de póquer y bebéis el whisky sin que os caiga una gota y habláis de las chicas que habéis conquistado o que os gustaría conquistar, vosotros, grandes hombrones, que jugáis, bebéis y bromeáis con las camareras y vais en coche a más de cien kilómetros por hora, por qué creéis que todo esto es masculino y hace hombre. Estúpidos, yo os diría, niños estúpidos que creéis que estos falsos adornos son los atributos propios de la virilidad… ¿Qué tiene que ver la verdadera virilidad con la fuerza física, con la velocidad o con los garañones? ¿Queréis saber lo que es la virilidad, la auténtica virilidad… saber lo que es con una mujer madura, con la mujer que es vuestra esposa? Virilidad consiste en dar amor y no sólo en recibirlo, virilidad es ofrecer respeto y asumir responsabilidad, virilidad es bondad, atención, afecto, amistad, pasión recíproca. ¿Queréis escucharme todos vosotros? La bondad no necesita alardear de conquistas de tocador. La atención no tiene que exhibir vello en el pecho. La amistad no necesita musculatura. La pasión no requiere palabras soeces. La virilidad no es el miembro viril, ni un cigarrillo, ni una botella de whisky ni un farol en la mesa de póquer. ¿Cuándo os enteraréis de esto todos vosotros? Y tú, Marc, oh, Marc, ¿cuándo no tendrás miedo de ser verdaderamente cariñoso y tierno, como corresponde a un hombre, para darme un hijo?".

Los ojos de Claire se habían humedecido, pero sus lágrimas eran interiores. Tenía que renunciar a aquellos soliloquios, si no quería terminar haciendo una escena. Tenía que dejar de pensar. ¿Cómo se consigue dejar de pensar? En primer lugar, moviéndose, no estando quieto. En especial cuando es el día del segundo aniversario de boda.

Se puso en pie como una persona anciana que se esforzase en vano por mostrar fuerzas juveniles y corrió hacia Maud y Courtney, enseñándoles el reloj de pulsera.

—Son casi las cinco —dijo—. La cocinera que nos envían no tardará en llegar y yo tengo que explicarle algunas cosas.

—¿La cocinera? —dijo Maud con aire ausente.

—Esta noche celebramos nuestro aniversario —dijo Claire, esforzándose por demostrar en presencia de Courtney una alegría que no sentía—. Hoy hace dos años que nos casamos. ¿No te acuerdas?

Maud se dio una palmada en la frente.

—Lo había olvidado por completo…

Claire se volvió hacia Courtney.

—Espero que usted no lo habrá olvidado. Dije a Paoti y a su esposa que hacía extensiva la invitación a usted. Únicamente seremos nosotros seis.

—Yo no lo había olvidado —dijo Courtney—. En realidad tengo muchas ganas de que llegue ese momento.

—La cena consistirá únicamente en platos norteamericanos, preparados con lo que hemos traído. Supongo que no le producirán morriña —dijo Claire, tomando a su madre política por el brazo—. Vámonos.

Después de atravesar nuevamente la guardería infantil, penetraron en el pueblo, donde se separaron de Courtney. Claire lo siguió por un momento con la mirada, mientras él se dirigía a su choza, próxima a la Choza Sagrada, andando a grandes zancadas con su paso desgarbado. Después, ella y su madre se fueron en la dirección opuesta.

—Esta hora que hemos pasado aquí me ha aclarado muchas cosas dijo Maud.

—Pues yo la he encontrado muy deprimente —observó Claire.

La joven notó que Maud la miraba con atención. Por lo general, Maud no se dedicaba a fisgonear en la vida privada de los que la rodeaban, y sus cuitas la tenían sin cuidado. Dijérase que reservaba sus sentimientos para su trabajo. No podía permitirse el lujo de malgastar sus energías en otras cosas. Si Marc y Claire eran causa de preocupación para Maud, ella nunca lo había demostrado y menos aún había intentado salir de su serena paz para intervenir en una lucha de pasiones. Pero entonces, Claire intentó deliberadamente hostigar a su madre política. Si Maud seguía haciéndose la desentendida, su actitud indicaría una auténtica falta de interés por quien podía considerar como su hija, y esto dejaría bastante malparada su posición maternal. Claire esperó, a ver cómo Maud recogería la clarísima indirecta que le había arrojado.

—¿Deprimente? —repitió la etnóloga como a pesar suyo—. ¿En qué sentido, Claire? —Intentaba llevar la queja a un terreno impersonal—. ¿Quizá porque su sistema pedagógico te ha parecido excelente o muy malo?

Claire no quiso andarse por las ramas.

—Porque tienen tantos niños, y porque les gusta tenerlos —repuso con amargura—. Y yo no tengo. Esto es lo que me deprime.

Maud contrajo apenas el entrecejo.

—Sí, comprendo, comprendo. —Hablaba con la vista fija en el suelo, mientras andaba—. Estoy segura de que tú y Marc acabaréis por resolver esta situación. Estas cosas siempre terminan por resolverse.

Antes de que Claire pudiera contradecir esta afirmación, que indicaba a las claras los deseos de no intervenir en sus asuntos que animaban a Maud, Lisa Hackfeld les cerró el paso. Claire sintió irritación al observar el suspiro de alivio de su madre política, su expresión radiante y la sincera alegría que demostró al ver a Lisa, a quien sin duda consideró en aquellos momentos como a la Infantería de Marina que llegaba en el momento más apurado.

Claire escuchó el parloteo de Lisa y Maud sin molestarse apenas en ocultar su resentimiento, mientras las tres cruzaban el poblado. Lisa había perdido más de cinco kilos desde su llegada a Las Sirenas, y aunque esto había dado cierta flaccidez a la piel de su cara y cuello, en conjunto la hacía más joven y le infundía mayor vitalidad. El acento contenido y culto que Lisa había adquirido en algún momento de su vida entre Omaha y Beverly Hills, había zozobrado en su exuberante entusiasmo. Había vuelto al lenguaje del Midwest más puro y, casi con la misma energía que desplegaba en aquellos lejanos tiempos, hablaba entonces de su triunfal jornada. La habían escogido para dirigir una de las danzas ceremoniales, con que comenzaría el festival anual, cuya inauguración estaba señalada para el día siguiente al mediodía. Maud escuchó aquellas noticias con un aire tan solemne como si fuese la reina Victoria, en el momento en que Disraeli le comunicara que la India estaba a sus pies. Claire comprendió que el ferviente interés que demostraba su distinguida madre política era fingido y, más que un intento por dar coba a la esposa de su mecenas, era un esfuerzo por zafarse de una desagradable disputa doméstica.

Mientras cruzaban el poblado, Claire no apartaba la vista de las facciones de Maud. Entonces comprendió varias de las causas que convirtieron a Marc en el que ella conocía. Su prototipo era Maud. Aquella mujer se había situado por encima de la familia, por encima de las alegrías y dolores de la vida doméstica. ¿Cómo era posible que hubiese concebido a Marc? Quizás lo hizo como un experimento social, una preparación para cosas más importantes. Dio a luz a Marc e inmediatamente lo archivó entre el resto de su trabajo profesional. Maud era una máquina sin sentimientos, que inspiraba temor. No tenía corazón: en su interior sólo giraban ruedas y engranajes.

A pesar de todo, Claire no podía odiar a su madre política. Antes de que las cosas empezasen a empeorar, Maud le pareció una persona superior… una persona unida a ella por íntimo parentesco, amiga, interesante, discreta, y lo bastante famosa para que una joven recién casada como ella pudiese pavonearse de tenerla por suegra. Y a Maud le gustaba Claire porque ésta era una joven inteligente, agraciada, respetuosa y llena de curiosidad. Claire se daba cuenta de la simpatía que había despertado y esto aún aumentaba su afecto por Maud. Esta era la suegra perfecta, se decía Claire, mientras sus relaciones se mantuviesen en el terreno intelectual, sin meterse en el sentimental. Y ahora lo que apenaba a Claire era que, cuando más hubiera necesitado un ser humano en quien confiar, una persona afectuosa y maternal, encontraba que sólo tenía a su lado una máquina cuyas excelencias pregonaba la fama. La máquina antropológica llamada Maud, se dijo Claire, que comprende a todos los pueblos pero no a las personas.

¡Qué alegría ser una Hayden en el segundo aniversario de su boda!

Un ademán de Maud, que agitaba la mano en dirección a alguien situado a la izquierda, arrancó de pronto a Claire de sus cavilaciones. En la orilla opuesta del arroyo frente a la cabaña de Paoti, Claire vio tres personas reunidas. Una era Rachel DeJong, otra, Hutia Wright. La tercera, una huesuda y vieja indígena, desconocida para Claire. Las tres estaban enfrascadas en animada conversación. Fue Rachel DeJong quien las llamó con una seña y quien después gritó:

—¿Podríamos verte un momento, Maud?

La Dra. Hayden se detuvo, separándose de Lisa y Claire mientras decía:

—Parece que Rachel quiere decirme algo.

Felicitó por última vez a Lisa y luego, volviéndose a medias a Claire, con gesto impulsivo y torpe tocó el brazo de su nuera.

—Espero con ilusión la cena de esta noche —le dijo.

Con estas palabras dio media vuelta y se dirigió al puente más próximo.

—¿Qué pasa esta noche? —preguntó Lisa.

—Celebramos un aniversario —dijo Claire, echando a andar de nuevo, seguida por Lisa.

Aliviada por haberse podido librar de su nuera, de las desavenencias que al parecer habían surgido entre Marc y Claire, de la pérdida de tiempo y de energía que hubiera significado su intervención, de preocupación por Marc y de sentimientos de culpabilidad por su hijo, Maud Hayden se alegró de verse absorbida de nuevo por un problema inmediato de la expedición. Se hallaba convencida de que las discusiones prácticas de aquella índole eran beneficiosas e instructivas, mientras que el arbitraje de las rencillas familiares únicamente distraía y disminuía a quien adoptaba el papel de Salomón.

Maud se detuvo, sólidamente plantada sobre sus piernas, ante Rachel DeJong, Hutia Wright y la mujer llamada Nanu, una anciana viuda de cabello estropajoso, ojos vivos, sonrisa melosa y conocimientos inconmensurables sobre la vida conyugal, lo que le valía ocupar un puesto distinguido en la Jerarquía Matrimonial. Maud escuchó a Rachel, mientras ésta exponía los motivos que la obligaban a renunciar al estudio del caso de Moreturi y su esposa Atetou. El imponente portal de bambú que daba acceso a la residencia de Paoti, que se alzaba frente a Maud, confería dignidad a la reunión. Pero su arquitectura distraía su atención y trató de no mirarlo para concentrarse en las animadas explicaciones de Rachel.

… y así, por todas estas razones, si bien realizo progresos satisfactorios con los otros dos pacientes, creo que con Moreturi y su esposa no consigo nada positivo. Sus versiones respectivas de los hechos difieren hasta tal punto, que necesitaría más tiempo del que dispongo para desentrañar la verdad. Además, existe tal antagonismo entre ellos, que creo se imponen medidas urgentes. Para ser sincera no creo que pueda hacer un dictamen rápido, pero es preciso que alguien lo haga, para ver de salvar este matrimonio o para conceder a Moreturi el divorcio que ha solicitado. Ya he dicho a Hutia que desisto de seguir ocupándome de este caso y que lo devuelvo a la Jerarquía Matrimonial, para que ésta decida. Le aseguro que lo siento.

—Yo también lo siento —dijo Maud—, pero yo no lo consideraría como un fracaso grave. Estoy segura de que has aprendido algunas cosas útiles sobre la vida de…

—Oh, sí, eso sí —la atajó Rachel.

Maud se dirigió entonces a Hutia.

—Así, ahora tendrán que ocuparse ustedes de ello. Supongo que esos quince días perdidos no significarán ningún contratiempo.

Hutia Wright, que parecía una réplica indígena de Maud, corregida y aumentada, pero más baja, más rechoncha y de tez más suave, permanecía plácida e imperturbable.

—La Jerarquía Matrimonial se ocupa de resolver estos asuntos desde los tiempos del primer Wright. Inmediatamente reanudaremos la investigación. Pero habrá un cambio. Como yo soy pariente de la parte que ha presentado la demanda de divorcio y se me podría acusar de favoritismo, me mantendré apartada de la investigación. —Indicó a la anciana que tenía al lado—. Nanu dirigirá la investigación. Dra. Hayden, deseo hacer una sugerencia. Creo que usted tendría que sustituirme en la Jerarquía, sólo para este caso. Aprecio su juicio como si fuese el mío. Esto, además, le permitirá observar el funcionamiento interno de la Jerarquía, ocasión que quizá no volverá a presentársele. Ya había hablado a mi esposo de su deseo de participar en nuestras deliberaciones. ¿No es verdad?

—Desde luego —dijo Maud, entusiasmada—. Será un gran honor para mí. Acepto su invitación. ¿Cuándo empezaremos a trabajar?

—Esta misma noche —dijo Hutia.

—¿Esta noche? Excelente. Así, yo… —Maud se interrumpió de pronto e hizo chasquear los dedos—. Hutia, casi había vuelto a olvidarlo. Lo siento muchísimo, pero esta noche no puedo. Ya sabe usted por qué. Cenamos todos juntos… es el aniversario de boda de mi hijo.

Hutia hizo un ademán de asentimiento.

—Por supuesto. Pero supongo que el resto de la semana estar disponible, ¿no?

—Completamente de acuerdo —dijo Maud—. Pero se me ha ocurrido otra idea para esta noche. —Se volvió a Rachel DeJong—. Oye, Rachel, ¿por qué no me sustituyes esta noche? Desearía participar en este caso desde el principio. Es muy importante para mi estudio y tú puedes hacerme este favor. Piensa que desconocemos en absoluto cómo funciona el divorcio en Las Sirenas…

—Porque es muy difícil de explicar —interrumpió Hutia—. Nuestra intención era que usted asistiese personalmente a un caso de divorcio. Así lo entendería más claro. No hay ningún misterio, pero verlo en realidad, es mejor que todas las palabras.

—Comprendo, Hutia —dijo Maud, y se volvió de nuevo a Rachel—.

Te lo ruego, Rachel, sólo esta noche.

Rachel vacilaba. Se había prometido no intervenir más en el caso de Moreturi y su esposa. Sin embargo, tenía una deuda de gratitud con Maud Hayden por haberla invitado a aquella expedición. No podía negarle un favor tan pequeño. Después de aquello, dejaría de intervenir en aquel desagradable asunto. Asintió, pues.

—Muy bien Maud, por esta vez tan sólo. —Después miró a Hutia—.

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