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Authors: H.G. Wells

Tags: #Ciencia Ficción

La guerra de los mundos (14 page)

BOOK: La guerra de los mundos
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Es posible que un número considerable de gente se haya quedado en sus casas durante el lunes por la mañana. Es seguro que muchos murieron en sus hogares, sofocados por el humo negro.

Hasta el mediodía el charco de Londres presentó un aspecto asombroso. Vapores y embarcaciones de toda clase se hallaban allí anclados, y se dice que muchos que nadaron hasta esas embarcaciones fueron rechazados a viva fuerza y se ahogaron. Alrededor de la una de la tarde apareció entre los arcos del puente de Blackfriars el resto de una nube de vapor negro. Al ocurrir esto, el charco se convirtió en la escena de confusión enloquecedora, de luchas y choques, y por un tiempo las barcas y lanchas se apretujaron en el arco norte del puente de la Torre y los marineros tuvieron que luchar salvajemente contra las personas que se les echaron encima desde el muelle. Muchos descendían por las columnas del puente…

Una hora más tarde, cuando apareció un marciano por detrás de la Torre del Reloj y se acercó por el río, no quedaban más que restos de embarcaciones cerca de Limehouse. Ya hablaré de la caída del quinto cilindro. El sexto cayó en Wimbledon. Mi hermano, que montaba la guardia mientras dormían las mujeres en el cochecillo, vio un destello verdoso sobre las colinas.

El martes habían seguido su marcha por la campiña en dirección a Colchester y el mar. Se confirmó entonces que los marcianos ocupaban ya todo Londres. Habían sido vistos en Haighgate y aun en Neasden. Pero mi hermano no los avistó hasta el día siguiente.

Aquel día, las multitudes diseminadas por la región comenzaron a comprender que necesitaban alimentos con urgencia. A medida que aumentaba el hambre comenzaron a dejarse de lado las consideraciones hacia los derechos ajenos. Los granjeros salieron a defender su ganado y sus graneros con armas en las manos. Como mi hermano, muchos se dirigían hacia el este, y hubo algunos desesperados que hasta regresaron a Londres en busca de alimentos. Éstos eran en su mayoría los pobladores de los suburbios del norte, que sólo conocían de oídas los efectos del humo negro. Mi hermano se enteró que la mitad de los componentes del gobierno habíanse reunido en Birmingham y que allí se estaban preparando grandes cantidades de explosivos para emplearlos en minas automáticas en los condados centrales.

Le dijeron también que la empresa ferroviaria Midland había reemplazado al personal que desertara en el primer día de pánico, acababa de reanudar sus servicios y hacía correr trenes desde St. Albans hacia el norte a fin de aliviar la congestión en los condados próximos a Londres. En Chipping Ongar había un gran cartel que anunciaba que en las poblaciones del norte se disponía de grandes reservas de harina y que antes de transcurrir veinticuatro horas se distribuiría pan entre las personas de los alrededores. Mas esto no le hizo renunciar al plan de huida que formulara, los trenes continuaron todo el día hacia el este y no vieron del pan más que la promesa. A decir verdad, lo mismo les ocurrió a todos los necesitados.

Aquella noche cayó la séptima estrella, ésta sobre Primrose Hill. Descendió mientras estaba de guardia la señorita Elphinstone, quien insistía en alternar los turnos con mi hermano.

Los tres fugitivos, que habían pasado la noche en un campo de trigo, llegaron el miércoles a Chelmsford y allí se incautó del caballo un grupo de ciudadanos que se hacía llamar Comité de Abastecimientos Públicos. Afirmaron que el animal se podía comer y no les dieron a cambio otra cosa que las promesas de que al día siguiente recibirían su parte del alimento. Por allí corría el rumor de que los marcianos se hallaban en Epping y se tuvo la noticia de que se había hecho volar la fábrica de pólvora de Waltham Abbey en una vana tentativa de destruir a uno de los invasores.

Desde las torres de las iglesias, la gente observaba el campo por si llegaban los marcianos. Mi hermano —por suerte para él, según resultó luego— prefirió seguir viaje de inmediato hacia la costa antes que esperar alimentos, aunque los tres estaban desfallecidos de hambre. Al mediodía pasaron por Tillingham, aldea en la que reinaba el silencio y que parecía desierta, excepción hecha de algunos furtivos saqueadores que andaban a la caza de alimentos. Cerca de Tillingham avistaron de pronto el mar y vieron la multitud más extraordinaria de embarcaciones que sea posible imaginar.

Después que los marineros no pudieron seguir subiendo por el Támesis, se dirigieron a la costa de Essex, a Harwich y Walton. Las embarcaciones formaban una línea curva, que se perdía a lo lejos en dirección a Naze. Cerca de la costa había una multitud de barcas pesqueras inglesas, escocesas, francesas, holandesas y suecas; lanchas de vapor del Támesis, yates, botes eléctricos, y más allá se veían barcos de mayor tonelaje: una multitud de carboneros, fletadores, barcos de ganado, de pasajeros, tanques de petróleo, un viejo transporte de tropas y los de servicio de Southampton y Hamburgo, y a lo largo de la costa azul, al otro lado de Blackwater, mi hermano pudo distinguir vagamente un enjambre de botes, cuyos tripulantes regateaban con la gente de la playa.

A unas dos millas mar afuera se hallaba un barco de guerra de líneas muy bajas. Era el destructor
Thunder Child
. Éste era el único barco de guerra que había a la vista; pero muy lejos, hacia la derecha, divisábase una nube de humo negro, que indicaba la presencia de los otros barcos de la flota del Canal, que formaban una hilera muy extendida y estaban listos para entrar en acción, Se hallaban de guardia al otro lado del estuario del Támesis y allí estuvieron, durante el curso de la conquista marciana, vigilantes, pero incapaces de evitar la derrota.

Al ver el mar, la señora Elphinstone fue presa del terror. Jamás había salido de Inglaterra; hubiera preferido morir antes que encontrarse sin amigos en una tierra extraña. La pobre mujer parecía imaginar que los franceses y marcianos debían ser muy similares. Durante los dos días de viaje habíase tornado cada vez más histérica y deprimida. Su idea predominante era la de volver a Stanmore. Allí siempre había estado a salvo. Allí encontrarían a «George»…

Con gran dificultad consiguieron llevarla hasta la playa, donde poco después logró mi hermano llamar la atención de algunos que estaban a bordo de un vapor de ruedas procedente del Támesis. Les mandaron un bote y les cobraron treinta y seis libras por los tres. El barco iba rumbo a Ostende, según les dijeron.

Eran más o menos las dos cuando, después de pagar el pasaje a la entrada, mi hermano se encontró a bordo del barco con sus dos compañeras. A bordo había alimentos, aunque a precios exorbitantes, y los tres comieron sentados en uno de los bancos de proa.

Había ya unos cuarenta pasajeros, algunos de los cuales gastaron hasta el último penique para pagar el pasaje; pero el capitán se detuvo en Blackwater hasta las cinco de la tarde, cargando más gente hasta que la cubierta estuvo completamente atestada. Probablemente se habría quedado más tiempo de no haber sido por los cañonazos que comenzaron a resonar a esa hora en el sur. Como en respuesta a las detonaciones, el barco de guerra disparó un cañón pequeño e izó una serie de banderines. De sus chimeneas salió una espesa nube de humo negro.

Algunos de los pasajeros opinaban que los disparos provenían de Shoeburyness, hasta que se notó que las detonaciones resonaban cada vez más cerca. Al mismo tiempo, en dirección al sudeste, aparecieron en el mar los mástiles y puentes de tres acorazados que se aproximaban a toda marcha. Pero la atención de mi hermano se desvió hacia el sur y le pareció ver una columna de humo que se elevaba en la lejanía.

El vapor de ruedas avanzaba ya hacia el este de la larga hilera de embarcaciones y la costa baja de Essex se dibujaba en la distancia cuando apareció un marciano muy a lo lejos, avanzando por la barrosa orilla desde la dirección de Foulness.

Al ver esto el capitán comenzó a maldecir enfurecido por haberse demorado tanto y las ruedas parecieron contagiarse de su temor.

Todos los pasajeros se pararon sobre las amuras o los bancos para mirar a aquel gigante, más alto que los árboles o las torres de tierra, y que avanzaba con paso semejante al de los seres humanos.

Era el primer marciano que veía mi hermano y se quedó más asombrado que temeroso observando al titán, que avanzaba deliberadamente hacia las embarcaciones, introduciéndose cada vez más en el agua a medida que se alejaba de la costa.

Luego, mucho más allá del Crouch, apareció otro, que pasaba sobre los árboles, y después otro, más lejano aún, avanzando por un reluciente llano barroso que parecía cernirse a mitad de camino entre el mar y el cielo.

Todos iban hacia el mar, como si quisieran impedir la huida de las numerosas embarcaciones que se hallaban entre Foulness y el Naze.

A pesar de que la maquinaria del barco funcionaba a todo vapor, y de la espuma que levantaban las ruedas a su paso, no logró alejarse con suficiente velocidad.

Al mirar hacia el sudoeste, mi hermano vio que las otras embarcaciones emprendían ya la huida; un barco pasaba a otro; una lancha se cruzó delante de un remolcador; salía humo de todas las chimeneas y se oía el zumbar de las sirenas. Le fascinó tanto esto y el peligro que se aproximaba por la izquierda, que no se fijó en lo que ocurría mar adentro. Y entonces le arrojó del banco en que estaba sentado una súbita maniobra del vapor, que se desviaba del paso de otra embarcación para no ser hundido. A su alrededor se oyeron gritos, ruido de pasos y un hurra que pareció ser contestado desde lejos. Se inclinó el vapor y le hizo rodar por la cubierta.

Al fin se puso de pie y vio a estribor, a menos de cien metros de distancia, una enorme mole de acero con la forma de la hoja de un arado que cortaba el agua y la arrojaba hacia ambos lados en olas enormes que agitaron al vapor, inclinándolo de tal modo que sus ruedas quedaron por momentos en el aire.

Una lluvia de espuma le cegó por unos segundos. Cuando volvió a aclarársele la vista vio que el monstruo había pasado y avanzaba velozmente hacia la costa. De la larga estructura se alzaban grandes puentes y en lo alto veíanse dos chimeneas que lanzaban al aire grandes columnas de humo negro salpicado de rojo. Era el destructor
Thunder Child
, que iba a defender a las embarcaciones en peligro.

Mi hermano logró mantener el equilibrio tomándose de la amura y miró de nuevo hacia los marcianos, viendo que los tres se hallaban ahora muy cerca uno del otro y que habían avanzado tanto mar adentro que sus trípodes estaban sumergidos casi por entero. Así hundidos y vistos tan de lejos no parecían más formidables que la enorme mole de acero del destructor.

Al parecer, los marcianos observaban a su nuevo antagonista con cierto asombro. Es posible que lo consideraran como uno de ellos. El
Thunder Child
no disparó sus cañones, sino que siguió avanzando a todo vapor en dirección a los monstruos. Probablemente fue este detalle el que le permitió acercarse tanto al enemigo. Los marcianos no sabían qué era. Un solo disparo y lo habrían hundido de inmediato con su rayo calórico.

El destructor avanzaba a tal velocidad, que en un minuto pareció hallarse a mitad de camino entre el vapor de ruedas y los marcianos.

De pronto, el marciano que se encontraba más adelante bajó su tubo y descargó un recipiente del gas negro contra el barco de guerra. El proyectil golpeó contra el costado del casco y derramó un chorro de la negra sustancia, que se desvió hacia estribor, levantándose luego en una nube de la que escapó el destructor. Para los que miraban desde el vapor de ruedas, a tan poca altura sobre el agua y con el sol en los ojos, pareció que se hallaban ya entre los marcianos.

Vio que los monstruos se separaban y se levantaban sobre el agua al retroceder hacia la tierra, y uno de ellos levantó el generador del rayo calórico. Apuntó con él hacia abajo y una nube de vapor levantóse del agua al tocarla el rayo. Seguramente atravesó el casco del destructor como un hierro candente atraviesa un papel.

Una llamarada súbita apareció por entre el vapor, que se elevaba, y el marciano se tambaleó entonces. Un momento más y se desplomaba, elevándose hacia lo alto gran cantidad de agua y de vapor. Resonaron los cañones del
Thunder Child
, disparando uno tras otro, y una bala golpeó en el agua muy cerca del vapor de ruedas, rebotando sobre otros barcos que huían hacia el norte y haciendo añicos una lancha.

Pero nadie se fijó mucho en eso. Al ver la caída del marciano, el capitán lanzó gritos inarticulados, que fueron repetidos por los pasajeros, apiñados a popa. Y luego volvieron a gritar, pues de las nubes blancas de vapor salió algo negro y largo que, aun siendo presa de las llamas, continuaba el ataque.

El destructor seguía con vida. Según parece, el mecanismo de la dirección estaba intacto y sus máquinas continuaban en funcionamiento. Dirigióse con derechura hacia el segundo marciano, y estaba a menos de cien metros del gigante cuando volvió a entrar en acción el rayo calórico. Entonces hubo una explosión violenta, un destello cegador, y sus cubiertas y chimeneas saltaron hacia el cielo. El marciano se tambaleó debido a la violencia de la explosión y un momento después la ruina humeante, que continuaba avanzando con el ímpetu de su paso, le había golpeado, destrozándole como si fuera un muñeco de cartón. Mi hermano lanzó un grito involuntario y enseguida se levantó una nube de humo y vapor que ocultó la escena.

—¡Dos! —aulló el capitán.

Todos gritaban, y los gritos fueron repetidos por los ocupantes de las otras embarcaciones, que se alejaban mar adentro.

La nube de vapor continuó cerniéndose sobre el agua durante largo rato, ocultando así a los marcianos y a la costa. Y durante todo este tiempo el vapor se alejaba constantemente del lugar. Cuando, al fin, se aclaró la confusión, se interpuso la nube negra del gas ponzoñoso y ya no se pudo ver ni al tercer marciano ni a los restos del
Thunder Child
. Pero los otros barcos de guerra estaban ahora muy cerca y avanzaban lentamente hacia tierra.

El pequeño barco siguió internándose en el mar y los acorazados se alejaron en dirección a la costa, la cual se hallaba ahora oculta por una nube de vapor y gas negro, que se combinaba de la manera más extraña.

La flota fugitiva se diseminaba hacia el noreste y varios veleros navegaban entre los buques de guerra y el vapor de ruedas. Al cabo de un tiempo, y antes de llegar a la nube de vapor, los acorazados se desviaron hacia el norte, hicieron otro viraje y se alejaron de nuevo en dirección al sur. La costa se perdió entonces de vista.

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