Ernesto Guevara, también conocido como el Che (83 page)

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Authors: Paco Ignacio Taibo II

Tags: #Biografía, Ensayo

BOOK: Ernesto Guevara, también conocido como el Che
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Al fin el barco estaba listo. El Che dio las últimas instrucciones. Dejó a cuatro de los voluntarios cubanos en Dar Es Salaam esperando a los nuevos grupos que habrían de arribar. Dejó también su diccionario de swahili para que se siguiera bautizando a los recién llegados. En su diario escribe:
Ya
estábamos en guerra. Ya estaba la cosa en la puerta,

Veintitrés de abril. La partida se hace en autos comprados por la embajada; un Land Rover, tres Mercedes Benz. El bote va en una camioneta. Sale al amanecer de Dar Es Salaam un grupo de 14 combatientes armados con fusiles FAL y metralletas Uzi encabezado por El Che; además dos choferes, Chamaleso y un delegado del gobierno de Tanzania para evitarles problemas durante el camino.

El Che
re
cuerda;
-Desde el primer momento tomábamos contacto con una realidad que nos persiguió durante la lucha, la falla de organización. Eso me preocupaba pues nuestro tránsito ya debería ser detectado por el imperialismo que domina todas las compañías de aviación
y.
los aeropuertos de la zona, sin contar con que en Dar Es Salaam tenía que llamar la atención la compra de artículos en desusadas cantidades, como mochilas, nylons, cuchillos, frazadas, etc.(...) No
sólo la organización congolesa era mala, la nuestra también.

A la distancia al historiador no le parece tan mala la organización de la infraestructura de la columna, más bien el comentario habla del perfeccionismo del Che en los detalles.

Durante un rato El Che irá manejando... Terraplén, caminos malos y llenos de polvo. Una ruta larga, sofocante, que atraviesa desiertos, selvas, recorriendo el país de este a oeste por carreteras y caminos vecinales, cruzando pequeñas poblaciones. El doctor Zerquera comenta'. "Pasamos por una aldea en la que los hombres parecían animales." Por el camino comen latas y una barra de pan que cortan en varios pedazos, el grupo lleva su propia agua. Sólo abandonan los transportes para hacer sus necesidades fisiológicas. A lo largo de la ruta, en las paradas, El Che y Martínez Tamayo toman fotografías, una costumbre peligrosa que ha acompañado a Guevara a lo largo de toda su vida; pero es que se vive la sensación de estar haciendo historia. De que aquello podía ser el principio de algo grande, el fin de todo.

Al anochecer llegan a Kigoma, una aldea sobre el lago Tangañica, el punto de cruce e ingreso al Congo. Pudi
mos constatar que dos comandantes congoleños otorgaban pases desde el
frente para ir allí. Este pueblo era un remanso al cual los más afortunados podían llegar para vivir al margen de los azares de la lucha. La nefasta influencia de Kigoma, sus burdeles, sus licores, y sobre
t
odo, su refugio cierto, un seria nunca suficientemente valorada por la jefatura revolucionaria.

El barco no está listo, tiene fallas en el motor. El Che se encabrona:
Tenemos que irnos, nos vamos en lo
que sea. En un camión los transportan al borde del lago. La lancha es una pequeña barca de motor donde no caben más de docena y media de personas. Dreke la contempla en su memoria y años más tarde recuerda: "Le parecía a uno, que aquello se iba a hundir para el carajo. No tenía más de diez metros. Se viajaría de Kigoma en Tanzania, a Kibamba en el Congo, a través del Lago Tangañica. Fuerza militares de Tshombe vigilaban y patrullaban el lago constantemente. La travesía podía durar de seis a siete horas, bordeando las riberas y evadiendo mercenarios belgas,"

Llueve, el lago está agitado. El comandante Guevara distribuye a la gente, dos acá, tres para allá. Uno de sus compañeros recuerda: No más "Ramón", El Che era El Che en ese momento. Serían las nueve o diez de la noche del 23 de abril.

La travesía es difícil. A mitad fiel lago se estropea un motor. El Che lo hace arrancar a puteadas, sigue lloviendo: de repente se ven luces de bengala en el cielo. El Che insiste en que no hay que combatir, hay que infiltrarse.
Si
nos enfrentamos en medio del lago no llegamos, dice. Tiene tiempo para hacerle una broma al doctor ruando éste le fomenta que no sabe nadar:
Coño, mira de la forma en que vas a morir.

Se inicia una tempestad, se ven obligados a achicar el agua con cubos, con latas: el oleaje, les hace perder la dirección, el sargento Torres recordará: "Un lago con olas... Para mí era un mar 1o que estábamos cruzando."Parece que están perdidos. "No, no". Chama-leso les explica que ya están cerca. Pronto se comienza a costear. Al rato se ven luces en una montaña en medio de la oscuridad. Era la señal de que les estaban esperando.

Serían las cinco o seis de la mañana cuando tocan tierra en el Congo, cerca de un pequeño poblado llamado Kibamba. No hay ningún muelle, el barco encalla. Dreke narra: "No dejamos al Che desembarcar primero. Nos tiramos al agua y atravesamos unos metros hasta llegar a tierra firme. Chispeaba. Todo era a ver qué pasaba. In-certidumbre, y tensión, habíamos estado hablando del peligro de una traición. Gente que no nos conoce, idioma que no se manejaba. Miedo a un tiroteo involuntario. Uno de ellos comienza desde la costa a llamar. Chamaleso dice: El campamento está allá arriba. Timbea mindi mindi (está lejos)."

CAPÍTULO 38

La espera

Los cubanos comienzan a subir la loma que surge a unos 500 metros de la playa. Se escuchan voces de mando. Al fin, en la semiclaridad del temprano amanecer, aparece un grupo de congoleses que los reciben con consignas y cantos, vestidos con uniformes amarillentos proporcionados por los chinos. Será la única vez que los cubanos encuentran en el Ejército Popular de Liberación congolés (Armeé Populaire de Liberation) una cierta marcialidad. El Che reseña:
Extrañados soldados con buen armamento de infantería, que muy solemnemente nos hicieron una pequeña guardia de honor.

La guerrilla sitúa centinelas en el exterior del campamento que se encuentra en medio de una selva cerrada. De inmediato salen dos pequeñas exploraciones que cubren un radio de tres kilómetros El Che tiene un pequeño ataque de asma. Es la hora del desayuno: los congoleses les ofrecen harina de yuca cocinada con agua caliente, carne y picante: los cubanos abren tacas, hay el primer intercambio gastronómico, se ofrecen cigarrillos.

Con Chamaleso, quien ha sido bautizado por los cubanos como "Tremendo Punto", como traductor del francés al swahili, se producen las presentaciones, Moja (Dreke), el jefe, Tatú (El Che), médico y traductor, M'bíli (Martínez Tamayo) ayudante y sanitario. Los nombres causan una cierta risa, son al fin y al cabo números en swahili. Entrada la tarde se produce una segunda reunión, a la que asisten algunos de los jefes: el coronel Bidalila, quien mandaba en el frente de Uvira; el teniente coronel Lambert, de la segunda brigada; André, quien luchaba en la zona de Kabambale. En esta reunión tremendo Pinito propuso que Dreke participará en todas las reuniones del estado mayor. Los rostros de los asistentes dejan claro que la propuesta va a ser ignorada, parece que Chamaleso por ser un militante "del exterior", no goza de excesivas simpatías.

El Che mantiene una sorprendente conversación con uno de los oficiales congoleses de la que deja testimonio: El
teniente Coronel Lambert, simpático, con aire festivo, me explicó como para ellos los aviones no tenían ninguna importancia, porque poseían la dawa, medicamento que hace invulnerable a las balas.

—A mi me han dado varias veces y las balas caen sin fuerza al suelo.

A
poco me di cuenta de que la cosa iba en serio.

Esta dawa hizo bastante daño para la preparación militar. El principio es el siguiente: un líquido donde están disueltos jugos de yerbas y otras materias mágicas se echa sobre el combatiente al que se le hacen algunos signos cabalísticos y, casi siempre, una mancha de carbón en la frente; está ahora protegido contra toda clase de armas del enemigo (aunque esto también depende del poder del brujo), pero no puede tocar ningún objeto que no le pertenezca, mujer; ni tampoco sentir miedo, so pena de perder la protección. La solución a cualquier falla es sencilla, hombre muerto, hombre con miedo, hombre que robó, o se acostó con alguna mujer, hombre herido, hombre con miedo. Como el miedo acompaña a las acciones de la guerra, los combatientes encontraban muy natural el achacarle la herida al temor, es decir, a la falta de fe. Y los muertos no hablan; se les puede cargar con las tres faltas.

La creencia es tan fuerte qué nadie va al combate sin hacerse la dawa. Siempre temí que esta superstición se volviera contra nosotros y que nos echaran la culpa del fracaso de algún combate en que hubiera muchos muertos,
y
busqué varias veces la conversación con distintos responsables para tratar de ir haciendo una labor de convencimiento contra ella. Fue imposible; es reconocida como un artículo de fe. Los más evolucionados políticamente dicen que es una fuerza natural, material, y que, como materialistas dialécticos, reconocen el poder de la dawa cuyos secretos dominan los brujos de la selva.

Avanzada la tarde El Che, Dreke y Martínez Tamayo mantienen una reunión y deciden iniciar exploraciones en los alrededores de la base de Kihamba. La primera noche en el Congo la pasan en un par de chozas de paja donde cuelgan sus hamacas.

Al día siguiente del arribo, Guevara decide contarle el secreto a Chamaleso, le ha causado buena impresión y parece de confianza; en una breve entrevista El Che le informa de su verdadera personalidad.
La reacción fue de aniquilamiento. Repelía las frases: "Escándalo internacional" y "que nadie se entere, que nadie se entere." Aquello había caído como un rayo en día sereno y temí por las consecuencias.
El dirigente congoleño no pierde tiempo, y angustiado ante la responsabilidad, sale esa noche hacia Tanzania para informarle a Kabila que El Che Guevara se encuentra en el Congo. Se inicia lo que sería una larga espera.

En los últimos días de abril El Che les hace a los congoleños una primera propuesta para organizar el entrenamiento de unos cien combatientes, quienes saldrían en un mes a combatir dirigidos por Martínez Tamayo, mientras el entrenamiento se reproducía. Este proceso permitiría ir seleccionando a los guerrilleros congoleños.
Como siempre, durante el transcurso de este tiempo de guerra recibimos una misiva como respuesta. Me pidieron que lo pasara por escrito. Así se hizo, pero nunca supe del destino del papel. Seguimos insistiendo en subir
y
empezar el trabajo en la base superior, teníamos calculado perder una semana en el acondicionamiento de la misma, para iniciar el trabajo con cierto ritmo y esperábamos sólo la solución del sencillo problema del traslado. Pero no se podía subir porque el comandante no había llegado; había que esperar porque: "estamos en reuniones."

Pasan los días, El Che se irrita, pero no hay salida. Decide montar, una base permanente en la montaña próxima de Luluaburg, Kigoma es fácilmente accesible por mar y tierra, sus recuerdos de la Siena Maestra lo invitan a subir la loma, buscar la seguridad de los cerros, pero los congoleños que han estado en principio de acuerdo, no acaban de dar el visto bueno.
Estaban haciendo una casa, según decían, para nosotros y eso demoraría algunos días, con paciencia yo explicaba que queríamos colaborar.

El Che sostiene en esos días varias conversaciones con algunos de los mandos locales, quienes le trasmiten un panorama de conflictos entre jefes y tribalismo; nadie se salva del rumor: Olenga, que se daba grados cada vez que tomaba un pueblo; el presidente Gbenye, hombre poco claro, quien había participado en la detención y prisión de Cizenga, uno de los hombres de confianza de Lumumba; los intentos de asesinato contra Mitoudidi; el coronel Pasacasa quien murió en una riña entre compañeros en El Cairo, y el propio Gizenga, un oportunista de izquierda, que "todo lo quería hacer por la vía política."

Y los días transcurrían. El lago era cruzado por distintos mensajeros, con una fabulosa capacidad para distorsionar cualquier noticia, o por vacación islas que iban a Kigoma con algún pase. Aparte, en mi calidad de médico (epidemiólogo), lo que, con perdón de esa ilustre rama de Esculapio, me daba derecho a no saber nada de medicina, trabajé unos días en el dispensario con Kami, observando varios hechos alarmantes. En primer lugar, la cantidad de casos de enfermedades venéreas, provocadas en una buena medida por contagio en Kigoma. No me preocupaba en esos momentos el estado sanitario de la población o las prostitutas de Kigoma, pero sí el que fueran capaces de contagiar a tanta gente (...) ¿Quién pagaba a esas mujeres? ¿Con qué dinero? ¿Cómo se gastaba el dinero de la revolución?

También desde los primeros días de nuestra estancia tuvimos oportunidad de ver algunos casos de intoxicación alcohólica provocada por el famoso pombe (...) con su secuela de riñas, intoxicaciones distintas, faltas a la disciplina.

Y por si esto fuera poco,
los envíos de armas y de equipos muy valiosos se hacían de tal forma que siempre resultaban incompletos; cañones y ametralladoras a los que fallaban parque o piezas vitales, fusiles que llegaban con la munición cambiada, minas sin detonadores, era característica obligada del abastecimiento desde Kigoma.

La culpa; de todo parecía ser a juicio del Che, el desastre organizativo del Ejército de liberación del Congo, que se originaba
en la playa donde estaban también las reservas de alimentos
y
las armas, todo mezclado en un alegre
y
fraternal caos.
Y no sólo el desastre de la distribución de abastos, también llegaban por el lago rumores y más rumores: se esperaba la llegada del coronel Leonard Mitoudidi, arribaban noticias de la conferencia de El Cairo, hasta del por qué, a pesar del éxito de los revolucionarios congoleños en ella, Kabila no entraba en el Congo; se había quedado para que se cumpliera lo acordado y además tenía que operarse de un quiste.
Teníamos que hacer algo para evitar un ocio absoluto.
Se iniciaron en el campamento las clases de francés, swahili y cultura general.
Todavía nuestra moral se mantenía alta, pero ya comenzaban las murmuraciones entre los compañeros que veían pasar los días infructuosamente, se cernía sobre nosotros el fantasma de la fiebre que de una u
otra forma nos atacó a casi todos. Ya fuera paludismo o alguna otra forma de fiebre tropical. Cedía con antipalúdicos, pero dejaba una secuela de desgano general, falta de apetito, debilidad, que contribuían a desarrollar el incipiente pesimismo de la tropa.
Mientras tanto se vivía una gran pasividad en los frentes. El Che y Zerquera atendieron baleados, que no se habían herido en combate sino en juegos y borracheras.

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